Capítulo 3

Ava giró por décima vez entre las sábanas. Llevaba media hora sin poder dormir. No importaba si la cama era demasiado cómoda, ella seguía sin poder pegar un ojo. 

Habían pasado cuatro días desde su llegada a la casa de Alessandro.  Las cosas no habían estado tan tensas como al principio. Esto se debía en gran mayoría a que, aparte de las horas de comida y el momento en que los niños se iban a la cama, ella no solía verlo con mucha frecuencia. 

El incidente del primer día había quedado en el olvido o eso parecía. 

En su mente ocurría todo lo contrario. Conforme los días pasaban ella sentía más y más real el casi beso entre ellos. Por momentos, incluso, le molestaba que él parecía no recordar lo que había estado a punto de suceder. ¿Es que no significaba nada para él? ¿O solo había sido alguna especie de juego?

Por lo poco que había averiguado por parte de Beatrice, él no se involucraba a menudo con mujeres y si lo hacía nunca las traía a casa. Sus hijos eran su prioridad y no quería crearles confusión. Sin embargo, las revistas mostraban lo contrario. La lista de mujeres hermosas con las que lo habían fotografiado no era precisamente corta. 

Agarró su celular del buró y vio que era cerca de la media noche. Era más que seguro que al día siguiente tendría unas enormes ojeras si no se dormía pronto. 

Pensó que tal vez un vaso de leche tibia la ayudaría, pero no quería aventurarse al pasillo en medio de la noche. Se rindió cuando, después de acomodar su almohada y girar otra vez, siguió sin conciliar el sueño. 

No lo pensó más y se puso en pie para ir a la cocina. Agarró su intercomunicador por si algo sucedía con los niños y con la otra mano sujetó su celular. 

Al salir al pasillo la oscuridad reinaba y la casa estaba en completo silencio. Era más que obvio que los demás estaban durmiendo. 

Prendió la linterna de su celular para iluminar el camino, lo menos que necesitaba ahora era caerse y armar un alboroto. En cuanto llegó a la cocina, colocó lo que tenía en su manos encima de la pequeña mesa y se dirigió directo al refrigerador a obtener un poco de leche. 

Su cuerpo estaba inclinado y su cabeza casi dentro de la refrigeradora cuando escuchó un ligero carraspeo. Ella pegó un brinco del susto y por poco un grito se le escapó.

Cerró la puerta de la refrigeradora, se dio la vuelta y se apoyó en la puerta de esta. Seguro que lucía como un ladrón atrapado en pleno robo.

Alessandro estaba parado cerca de la entrada. La luz de su celular apenas permitía verlo en medio de la oscuridad, incluso así sintió su mirada penetrante. Sus ojos recorrieron su cuerpo de pies a cabeza y se detuvieron en algunas zonas más de la cuenta, fue entonces cuando recordó que llevaba un pequeño polo de tiras y un short holgado. 

La vergüenza se apoderó de ella y se sintió demasiado expuesta. Esa era la ropa que usualmente usaba para dormir, la temperatura en la casa siempre era cálida. Decidió que debería usar algo menos revelador a partir del día siguiente o quizás no volverse a aventurar a salir de su habitación durante la noche. 

Se cruzó de brazos para cubrirse un poco, pero la mirada de Alessandro bajó inmediatamente a sus senos. 

Descruzó en automático los brazos al caer en cuenta que con su acción lo único que había logrado era exponerse más.

—¿No puedes dormir? —preguntó él regresando la mirada a su rostro.

—No. Seguro es porque recién me estoy adaptando a este lugar. —Era una mentira, pero él no tenía porqué saberlo.

—Un vaso de leche tibia a veces ayuda —dijo él prendiendo la luz. 

Él dio largos pasos hasta estar frente a ella. 

Ava ni siquiera prestó mucha atención. Estaba más concentrada en verlo con la boca abierta. En la oscuridad no había podido distinguir que él solo estaba usando un pantalón de franela que si no se deslizaban hacia abajo era porque sus caderas las detenían. 

Esta vez fue ella quien lo miró y no se perdió ni un detalle. Había tenido razón la primera vez al asumir que su cuerpo era tonificado, pero pensarlo no era lo mismo que verlo en primera fila y en todas sus dimensiones. 

Contuvo el impulso de estirar la mano para tocarlo. Su abdomen estaba marcado y sus brazos de seguro podían soportar gran peso. 

Su cuerpo traicionero comenzó a calentarse y la excitación se apoderó de ella.

—Si no te haces a un lado jamás podremos obtener lo que quieres. 

No estaba segura de sí era debido a sus hormonas alborotadas, pero lo que dijo le pareció tener doble sentido.

Alejó esos pensamientos de su mente y se ordenó moverse. Sus músculos se sentían débiles y tardaron un poco en obedecer. 

Observó como si se tratara de un espejismo a Alessandro moverse a través de la cocina con gracilidad mientras llenaba un vaso con un poco de leche y lo metía a calentarse. Después devolvió el frasco a su lugar y cuando el microondas sonó, sacó el vaso y se lo entregó.

Ella lo miró como si se tratara de un extraterrestre y no de una persona teniendo un gesto amable. De seguro, él estaría pensando que era una idiota, ella misma lo pensaba.

Alessandro sonrió de medio lado antes de mover el vaso que tenía en su mano de un lado a otro. 

En modo automático Ava extendió la mano y tomó el vaso. Sus dedos apenas y se rozaron, pero el contacto no ayudó a mejorar su situación actual. Le tomó todo su esfuerzo llevarse el vaso a los labios y beber el contenido de un solo trago.

Alessandro se quedó quieto muy cerca de ella permitiéndole oler su aroma almizclado. En cuanto ella terminó de beber, él le recibió el vaso y lo colocó en algún lugar detrás de ella. Luego subió la misma mano hasta su rostro, con su pulgar limpió suavemente la comisura de sus labios y se llevó el dedo a la boca. El acto fue completamente erótico y sus neuronas dejaron de funcionar. 

Luego la tomó por la parte de atrás de la cabeza y la acercó a él para un beso. 

Se sentía como atrapada en un sueño. 

Al inicio el contacto de sus labios era delicado, pero conforme pasaba el tiempo su beso se volvió más demandante. 

Ella enredó sus manos en su cuello y se entregó por completo a sus caricias. Se sentía en el paraíso. Nunca había sentido nada igual y jamás hubiera imaginado que un beso y unas cuantas caricias pudieran causarle tanto placer.

Cuando recuperó un poco de sentido común ella estaba sentada sobre de la encimera y no recordaba cuándo o cómo había llegado allí. Su camiseta estaba enredada dejando al descubierto su abdomen y sus piernas estaban envueltas alrededor de la cintura de Alessandro. La erección de él era notoria. 

Ella tenía tantas ganas de restregarse y obtener lo que su cuerpo le estaba pidiendo a gritos, pero el sentido común pudo con ella.

Desenredó sus piernas y detuvo la mano que se deslizaba de arriba hacia abajo acariciándola.

—Esto está mal —dijo alejándolo y se bajó de la encimera de un salto.

Inmediatamente extraño su tacto y sus besos, se recriminó por haber sido sensata; pero se trató de convencer de que detenerse había sido la mejor decisión.

—Eres mi jefe y yo soy tu empleada. Estoy aquí para cuidar a tus hijos y cualquier cosa entre nosotros podría poner en riesgo mi trabajo.

La tensión se podía leer en el rostro de Alessandro. Él no estaba para nada feliz.

—No importa cuánto te resistas, ambos sabemos cuál será el resultado final. 

Él no le dio tiempo de responder antes de darse la vuelta y alejarse.

El vaso de leche que había tomado no sirvió de nada después de su excitante encuentro en la cocina. Si antes no había podido dormir, la situación se volvió peor cuando volvió a su cama. El beso era lo único en que podía pensar, así como las posibilidades de hasta dónde habrían llegado de no haberlo detenido. 

Se durmió cerca de las tres de la mañana y como todos los días a las seis en punto su alarma sonó insistentemente. La tentación de arrojar el endemoniado aparato era tan grande. 

Antes de volverse a dormir, se levantó y se metió en el baño. Después de una ducha helada se sintió un poco más humana. Al mirarse en el espejo pensó que el agua, si bien es cierto había arreglado el problema del agotamiento, no había hecho nada por ayudar a disimular las enormes ojeras.

Tomó el set de maquillaje que rara vez usaba y se esmeró en ocultar los indicios de su desvelo. Al terminar se sentía contenta con el resultado. Llevaba el cabello castaño en una cola, había usado un poco de rímel y sombra para resaltar sus ojos marrones y un poco de corrector había solucionado el problema de las ojeras. Además, había usado un poco de rubor, casi imperceptible, para disimular lo pálida que se veía su piel. No podía asegurarlo con certeza, pero tenía el presentimiento de que eso último se debía a la posibilidad de volver a ver a su jefe.

Se dio un poco de aliento y salió rumbo a la habitación de los niños. Si no los despertaba pronto, llegarían tarde a clases. Ellos no le dieron muchos problemas y pronto estaban en el comedor tomando su desayuno. 

La mesa estaba llena de risas, los niños no paraban de hacer alguna que otra broma. Ella se encontraba más relajada, él que Alessandro no estuviera con ellos tenía mucho que ver. Beatrice le había dado la noticia de que él había tenido que salir antes porque tenía negocios que atender. Sus sentimientos al enterarse habían sido contradictorios, pero trató de no darle muchas vueltas.

Despidió a los niños y luego se fue a arreglar la habitación de ellos. Eso no entraba dentro de sus funciones, había un personal de limpieza que venía por horas; pero no era lo suyo quedarse sin hacer nada y la mañana podría sentirse larga sin Fabrizio y Piero corriendo de un lado a otro.

Estaba colocando algunas cosas en su lugar cuando vio uno de los cuadernos del mayor en su mesa de trabajo. Recordó que él había pasado la tarde anterior haciendo una tarea justo en ese cuaderno. No entendía cómo había podido pasarlo por alto. Ella misma se había encargado de revisar que ese cuaderno y otros más estuvieran en su mochila la noche anterior, incluso tenía un horario para no cometer errores. 

Salió de la habitación y caminó apresurada a tomar un abrigo de su cuarto. No tardó mucho en avisarle a Beatrice que iba a salir. Ella le dijo que esperara un rato mientras llamaba a Alessandro porque el chofer no regresaría pronto. 

Ava tenía miedo de cómo reaccionaría él frente a su evidente error. 

Después de colgar el teléfono, Beatrice le dijo que se llevara el auto negro de la cochera. 

Se alegraba de que lo primero que había hecho al llegar al país había sido ir a sacar un permiso de conducir. 

Tomó las llaves que Beatrice le había indicado y pronto se encontraba en plena autopista. No tardó demasiado en llegar a la escuela. Allí ya estaban informados de que ella vendría. Alessandro había hecho que su secretaria contactara a la escuela para que le permitieran el ingreso. 

Un guardia muy amable le indico el camino al salón de Fabrizio y después de agradecerle se puso en marcha.

El pequeño parecía aliviado cuando la vio.

—Eres la mejor —dijo él como si se tratará de algo más que un cuaderno, pero había notado que era muy responsable para su corta edad. 

—Ya lo sé —bromeó ella—. Ahora regresa allí adentro antes de que me enojen por quitarte valiosas horas de aprendizaje —Ella le guiñó un ojo.

Fabrizio asintió con solemnidad y regresó a su salón.

Ella sonrió, se estaba encariñando bastante con los hijos de Alessandro y no tenía nada que ver con la innegable atracción que sentía por su padre. Ellos tenían su propio encanto y le sorprendía que su madre hubiera podido separarse de ellos con facilidad. 

Si algún día tuviera hijos estaba segura que preferiría perder un brazo e incluso la vida antes de que alguien se los quitara.

Camino a través de los pasillos de regreso a su auto. Se despidió del guardia con amabilidad antes de salir.

De regreso a casa y ya sin ninguna preocupación, pudo disfrutar del viaje. Para llegar a su destino tenía que pasar por varios lugares que le parecían de lo más hermoso. Era por eso que siempre había querido venir a Italia. Amaba su país, pero estaba tan enamorada de Italia. 

Al pensar en su país recordó que hace un par de días no hablaba con sus papás. Prometió llamarlos antes de que a ellos se les ocurriera ir a denunciar su desaparición lo mejor sería llamarlos esta noche. 

Ava era hija única y sus padres a veces podrían ser muy sobreprotectores. Era sorprendente que la hubieran dejado viajar tan lejos de casa. Aunque para ser verdad ella se había empecinado y si algo sabían sus padres de ella era que cuando algo se le metía en la cabeza nada ni nadie lograba que cambiara de opinión.

El teléfono sonó devolviéndola a la realidad. El número era de Alessandro. 

Ella trató de controlar sus nervios antes de responder. 

—¿Hola, señor? —Ahora más que nunca necesitaba marcar los límites y comenzaría por evitar llamarlo por su nombre a menos que los niños estuvieran presentes.

—¿Todo salió bien? —preguntó él ignorando deliberadamente como lo había llamado.

—Sí.

—Gracias por llevarle su cuaderno, fue un gran gesto de tu parte.

—No tiene por qué agradecer.

Su trato formal pareció irritarlo porque se escuchó un suspiro frustrado del otro lado. 

—Hablaremos esta noche —dijo con brusquedad.

Sus palabras la tensaron, fue bueno que él terminara la llamada porque ella no sabía que decir.

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