Capitulo 3

CATALINA

       

Estábamos en un parque a las afueras de la ciudad.

Nadie mencionaba lo ocurrido hace dos días, Cinthia jamás mencionó o preguntó nada sobre esa tarde.

Se calló.

Increíblemente lo hizo y yo estaba absuelta de preguntas gracias a eso.

Ya me bastaba con todas las dudas que tenía en mi mente ahora.

¿Dónde estabas? – Preguntó Cinthia ese día cuando entré a nuestra habitación.

Cerré la puerta con la respiración pausada, pero con el corazón latiendo a toda velocidad y la miré.

– Pensé que esos hombres te habían llevado con ellos.

Tenía los diarios frente a la cama, uno rosa pálido algo desgastado por los años y otro negro. Los estaba mirando como si hicieran daño.

– ¿Qué son esos cuadernos? ¿Los sacaste de esa habitación? – Pregunté apresuradamente, sentándome frente a ella.

– Te hice una pregunta. – dice con el ceño fruncido.

– Estaba en el despacho de papá.

– ¿Haciendo qué?

– Cosas.

No podía decirle que estaba siendo sostenida contra mi voluntad por un extraño y no podía hablar porque nadie me escuchaba y ella ni siquiera me había notado. Ya me consideraba loca por solo recordar ese momento, no quiero relatarlo. Mucho menos explicar la forma en la que quedé completamente sola en el despacho y no se veía por ningún lado que una persona entró.

– Entonces, éstas también son cosas. – dice con molestia, tomando los libros.

– ¡Cinthia!

Me levanté, siguiéndola.

Necesitaba saber lo que estaba escrito en esos diarios.

Específicamente, en el negro.

– ¡No! Ya estoy harta que me oculten cosas. – grita enfrentándome.

– ¡Yo no te estoy ocultando cosas!

– ¡Claro que sí! Todos en esta casa lo hacen, piensan que soy una niña, pero ya no lo soy. Yo también merezco saber cosas. – dice molesta.

Guarda los libros en su mesita de noche y me mira.

Bien, sí está furiosa.

– Pero…

– Cuando consideres que ya no soy una niña te mostraré lo que dicen esos cuadernos. – cierra la gaveta con llave y se lo guarda en el bolsillo, molesta – Hasta entonces, sigue creyendo que soy una maldita ignorante.

Si le digo la verdad a Cinthia ¿Seguirá viéndome con los mismos ojos?

Me detengo junto a una banca, cerca de mis padres.

Las vueltas de mi entrenamiento estaban listas. Cinthia hablaba con una de sus amigas a lo lejos y yo estaba sola. Aunque mis padres nos estaban vigilando del otro extremo del parque, pero por lo menos no estaban todo el día a mi lado vigilando cada movimiento que haga.

Miré a Cinthia, ella seguía pensando que le estaba ocultando cosas sobre nuestra familia. Y lo sé porque me mira como yo lo hice hace once años con mi padre cuando todo comenzó.

– Me duele. – me quejaba sosteniendo mi barbilla, la sangre de mis labios ya estaba llegando a mis dedos y yo estaba comenzando a temblar.

Tenía miedo.

– No pienses en eso. – dice mi padre, ajustando de nuevo los guantes sobre sus manos. – Recuerda, nadie te tendrá piedad en el futuro. Necesitas familiarizarte con este dolor, sobreponerte.

– ¿Por qué lo haces?

– No preguntes y actúa.

No quiero que ella sepa esa oscura verdad de nuestros padres, quiero que siga pensando que son las mejores personas del planeta.

Tomo asiento en la banca cubierta por uno de los grandes árboles del parque y cierro los ojos.

Es frustrante no tener todos los recuerdos de tu infancia en tu mente, recibir flashes cada que tu mente lo desea y no saber cosas que seguramente ya sabías.

Desde que tengo seis años el doctor les explicó a mis padres que tendría pérdida de memoria a corto plazo.

Yo lo supe, estaba allí con ellos; pero lo que no puedo explicar es porque puedo recordar eso y no puedo recordar lo demás

¿Acaso no sucedió en el mismo periodo de tiempo?

Debería olvidar todo, no solo eventos explícitos de mi vida.

Y lo he estado pensando mucho más luego de estar en esa habitación de pánico.

Muchos recuerdos se activaron en ese lugar. Demasiados momentos de mi vida que no tendrían explicación a menos que les pregunte a los protagonistas de ella, cosa que no voy a hacer porque tengo la certeza que ellos no quieren que yo sepa sobre ellos.

No quieren que yo recuerde.

Por eso no puedo decirle alguna verdad a Cinthia para que me muestre los libros.

¿Cómo puedo explicarle una verdad que ni yo misma conozco?

El ambiente está cálido, acogedor si lo tomas desde este lugar, pero al mismo tiempo puedes sentir cierto escalofrío abordándote, una sensación extraña que te recorre el cuerpo y termina en tus manos. Algo que ya he sentido antes.

Un momento… Lo he sentido antes.

– ¿Por qué te ocultas? – Preguntó la niña.

– Quieren matarme. – respondió él.

– ¿Y por qué no los matas antes?

– No es tan fácil. – sonrió él al mirarla. – Puedo lastimar a muchas personas si hago lo que me dices.

– ¿Por qué?

– Porque soy un monstruo.

– Entonces, ya somos dos. – dijo la niña con media sonrisa.

Jadeé.

Coloco una mano en mi pecho, cerrando los ojos, intentando normalizar mi respiración.

– ¿Qué fue eso? – Pregunto en voz alta mirando a mí alrededor.

Era el mismo parque, el mismo lugar que vi en ese recuerdo. La misma banca. La misma sensación. Acaso…

¿Era un recuerdo?

– Hola. – Dice un sujeto, sentado a mí lado, con el rostro cubierto con una capucha.

No le teme al monstruo, me ayuda a callarlo.

Muevo mi cabeza rápidamente, ya estoy paranoica.

Debería detenerme o ya en serio me declararé una lunática. De seguro el sujeto está hablando con alguien por teléfono y yo estoy haciéndome miles de ideas absurdas en mi mente.

Busco levantarme.

No sé, intentar correr de nuevo para despejarme, algo que me mantenga ocupada, pero mi cuerpo no responde.

Busco mover mis músculos de nuevo, pero nada.

¿Qué me pasa?

– Vaya. – dice el sujeto de nuevo.

Lo miro por el rabillo del ojo, aterrada.

Estaba hablando conmigo; pero eso no era lo espeluznante en todo esto, su presencia.

Toda su figura. Era aterrador.

Estaba rodeado de oscuridad, la capucha le cubría los rasgos de la cara, su cabello oscuro escapándose por breves momentos de la tela.

Intenté ver sus ojos, buscar algún rastro de rostro de él, pero no podía ver nada. Todo en él estaba cubierto y las sombras parecían cubrirlo.

Como si fuera parte de ellas.

Como si él fuera una sombra.

Como el sujeto que me sostuvo en el despacho hace dos días.

– ¿Quién…?

– Eres mejor de lo que esperaba. – dice interrumpiéndome de forma suave.

– ¿Me conoces?

– Las sombras no son silenciosas, ellas gritan un nombre. – dice en voz baja mirándome.

¿Dónde estaba el color de sus ojos? ¿Por qué se cubre?

– ¿Quién eres? – Pregunté con un nudo en la garganta.

Sus palabras solo me hacían recordar algo y no quería regresar a ese lugar.

No quería volver a la habitación del pánico.

– Luego nos veremos.

Se levantó con las manos en los bolsillos mirándome de arriba abajo, petrificándome por completo en mi puesto.

Toda su presencia me da escalofríos, es cálida y reconfortante en algunos instantes, pero luego fría y distante, tan extraño e intrigante que parece llamarme.

Estaba anonadada, no sabía explicar el sentimiento. Lo miraba y podía mirarme a mí misma en el pasado, como si él poseyera todas las respuestas. Como si no fuese la primera vez que nos hemos visto.

Busqué levantarme, hablarle, no lo sé, encontrar alguna respuesta.

Pero ya se había ido…

Como lo hizo en el despacho el otro día.

Y yo estaba arrodillada en el suelo, de nuevo, como todo soldado rendido al no alcanzar su objetivo. Como alguien que fracasó en su misión. Exactamente como me sentía ahora.

Lo buscaba por todas partes, miraba cada rostro en el parque y ellos también me miraban a mí, algunos con desagrado y otros como si estuviera loca; todos estaban viéndome, pero ninguno tenía la presencia de ese sujeto.

Había desaparecido.

¿Acaso eso es posible?

Recuerdo el dibujo de la habitación del pánico. Tanteo en mi bolsillo con manos temblorosas y lo saco.

El dibujo que siempre está conmigo, la familia que siempre intento analizar, pero no comprendo. Lo que me aterraba eran las palabras escritas detrás. Ese garabato que me paralizaba cada que lo leía.

Es dueño de las sombras.

Somos bastardos para los elementales.

Viviendo siempre detrás.

No podemos encajar.

Nunca lo haremos.

Pertenecemos a la oscuridad.

El lugar donde está la eternidad y el infierno.

Somos sombras en la sociedad.

– Una sombra. – digo en un suspiro tembloroso.

Me levanto aturdida, mirando el dibujo.

– Era una sombra.

Nadie más lo había visto. Solo yo, así como solo yo veía a la niña en mi habitación. Obviamente no podía decirle esto a nadie ¿Qué te va a decir la gente cuando le digas que hablaste con una sombra?

Si yo me creía loca hace unos días, ahora me declaro una completamente.

– ¿Qué me está pasando?

Guardo el dibujo en mi bolsillo de nuevo y me tomo del cabello con las manos temblorosas.

Me duele la cabeza.

Cinthia, papá, mamá y yo estamos en el parque.

Miré a mí alrededor, de pie en el mismo sitio que hace un instante, pero no en la misma época. Este no era el mismo tiempo.

Estaba en un recuerdo, estaba viendo un día como hoy, pero hace once años.

Cinthia acaba de aprender a caminar.

– ¡Muy bien, princesa! – dice papá emocionado, levantando a Cinthia de bebé.

Mamá los miraba con una amplia sonrisa.

Pero yo no estaba con ellos.

Yo estaba alejada, con golpes en los brazos que los ocultaba con un suéter blanco; me sentía triste por algo, pero no lograba recordar qué. Solo sabía que la culpa podía conmigo.

Había hecho algo mal.

– Hola.

El sujeto encapuchado.

La niña del recuerdo levantó la mirada insegura y frunció el ceño.

No lo conoce. Ella no se fía de las personas, mucho menos de los extraños. Busca a sus padres con la mirada para que la alejen del extraño, pero ninguno estaba a la vista.

¿A dónde se fueron con Cinthia?

– No te voy a hacer daño… – dice de nuevo el sujeto de la capucha.

¿Por qué no dijo mi nombre?

¿Por qué me llamó diferente?

La chica lo miró dudosa, frunciendo la boca.

Con una mano detrás de la espalda, sosteniendo algo que no alcanzo a reconocer desde esta distancia.

El sujeto se sienta con las piernas cruzadas frente a ella, al tiempo que la niña se levanta y se aleja con la mano en la espalda.

– No te haré daño.

– No te conozco. – dice la niña con seguridad, analizándolo.

¿Segura que no lo conoces?

– Bien. – suspira el sujeto. – No te forzaré a hablar conmigo. Solo quería saber que estabas bien.

Se levantó para irse, pero en vez de sentir tranquilidad, sintió un vacío.

El mismo que me abordó antes de entrar a este recuerdo. Como si él se llevase algo y nunca me lo regresara.

Es como una sombra. Aparece cuando menos te lo esperas en la luz y desaparece con la oscuridad.

Y justo en ese momento la niña se arrodilló en medio de todos y lloró.

Se había dado cuenta de su error: Ella lo conocía, solo que lo había olvidado.

Regresé a mi realidad en la banca, con la extraña sensación de pertenencia hacia ese sujeto y con el dibujo en la mano.

Mire a mis padres que se encontraban llamándonos para irnos, me levanté al tiempo que Cinthia lo hacía, caminando hacia ellos como si el sujeto nunca hubiera aparecido.

Como si toda mi vida no tuviera estas extrañas lagunas mentales.

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