CAPÍTULO 4

—Ordena para los dos —la miró fingiendo cara de enojo.

Por un momento Diana se trasladó a sus tiempos de universidad, siempre que tenían que estudiar para algún examen, le pedía lo mismo. Según él, su cerebro no funcionaba bien, si su estómago no estaba lleno. Pero ella lo obligaba a pedir la comida al final, ya que siempre Ian quería hacer un receso. Que siempre terminaba con ellos casi abrazados encima del sofá, y sin continuar con los estudios. 

—Está bien —agarró el teléfono colgado en la pared y llamo al servicio de comida.

Al cabo de unos treinta minutos. Llegó el repartidor. Ella no podía creer que Ian estaba en su casa como el dueño y señor. Lo que más le molestaba era que se sentía a gusto con él haciéndose cargo de todo. Porque para ser sincera, ese comportamiento no era extraño, siempre fue así. Al menos, con ella.

Por un momento se quedaron en silencio mirándose el uno al otro. ¡Dios! ¿Qué pasaba con ella?, se regañó. No era momento para tener esa calentura por ese hombre, aunque siempre le había gustado.  Pero creía que en ese momento era más fuerte. Sería algo hormonal, esa era la única explicación que se daba. Y para qué engañarse, quería volver a sentirlo, como aquella mágica noche. El recuerdo de sus besos y caricias la habían perseguido desde entonces.

Terminaron de comer y él estaba recogiendo un poco. Al parecer, Ian no había perdido la costumbre, por lo que Diana recordaba de él. Detestaba el desorden, hasta a veces rallaba en lo obsesivo.

—Es hora de que me vaya, Diana.  Mañana, luego de ordenar algunas cosas que tengo pendientes, vendré por ti para irnos a Miami.

Ella caminó hasta él, confiada. Ahora se sentía más pequeña, más femenina. Pudo darse cuenta que apenas le llegaba al pecho sin tacones puestos. Y que esa diferencia de tamaño le gustaba más de la cuenta.

—¿Puedes esperar la respuesta a tu regreso? —volvió a insistir, tal vez siempre lo hacía cuando el tomaba una decisión que a ella no le gustaba mucho.

—¡No! Joder. ¿Es tan difícil para ti darme una jodida respuesta en este momento? Detesto cuando te pones testaruda, cuando sabes que al final se hará como sugiero. —inquirió ofuscado.

Ya se estaba molestando y ella lo conocía, sabía de su carácter. Lo último que quería era tener una confrontación con él.

—Para mí es muy complicado tomar una decisión como esa, así en cuestión de minutos como quieres. Nunca das tregua, y en tu cabeza no existe el gris. Todo es blanco o negro. —Diana estaba haciendo su último intento en hacer que él cediera.

Él se apoyó en la encimera, y cruzó los brazos en el pecho.

—No veo cuál sería el problema —de pronto su rostro se puso serio—. ¿Existe otro hombre en tu vida? ¿Estás saliendo con alguien más?

—¡Claro que no! —exclamó por aquellas preguntas tan absurdas—. ¿Cómo se te ocurre pensar algo como eso? Ese no es mi problema, el problema para mi es, que nadie sabe que estoy embarazada de ti, Ian —le explicó creyendo que tenía un punto—. ¿Cómo pretendes que vuelva a Miami y a la empresa con tal situación?

—Eso es muy fácil de resolver. Lo sabes bien, y entiendo completamente tus dudas. Pero creo que es en la empresa en dónde vas a estar más segura, y yo podré sentirme un poco más calmado.

—¿Qué haré con mi madre? ¿Cómo le explico que tú eres el padre del hijo que estoy esperando?

—¡Vamos! Qué excusa tan pobre me estás dando, Diana —le dijo molesto—. ¿Cuántos años tienes ahora? —preguntó—. ¿Por qué tienes que darle explicaciones a una persona que siempre te ha criticado?

Quedó sorprendida.

—¿Cómo sabes eso? —susurró.

—¿Crees que nunca me di cuenta de que cada vez que ella te llamaba lo pasabas mal? ¿Crees que nunca vi en tus ojos la tristeza por causa de alguno de sus reproches o críticas?

Ella jamás pensó que él se fijara en esos detalles. Y jamás le había comentado acerca de eso.

 —¿Qué haré cuando me pregunten por el padre de mi hijo? —automáticamente se llevó las manos al vientre.

—Diles la verdad… Que soy el padre —respondió como si no pasara nada.

—Todavía no puedo hacer eso —negó con la cabeza.

La miró con cara de pocos amigos, cuando captó el significado de lo que había dicho.

—No. Definitivamente no, Diana –alzó un poco la voz—. Si crees que voy a ocultar que voy a tener un hijo contigo. Es que realmente has perdido la razón —en ese momento estaba molesto.

—Algún día ellos se enterarán, Ian. Además, tampoco tengo donde vivir.

—En el tiempo que tenemos conociéndonos, jamás me habías dado tantas excusas sin sentido como estas. Sabes que vivirás conmigo.

—¿Contigo?  —ella trató de calmarse, esa era otra sorpresa que no se esperaba de él—. ¿Cómo explicaremos eso a los demás?

—No hay nada que explicar —levantó una mano indicando con eso que la discusión estaba terminada, y que las cosas se harían como él había dispuesto.

—Todo esto es muy difícil y vergonzoso para mí —Diana dijo en voz muy bajita.

Él la tomó de la mano y luego la encerró con sus brazos.

—Dime una cosa, y quiero que sea la verdad —pidió—. ¿Tan desagradable fue la noche que pasamos juntos?

Ella lo miró a los ojos y se perdió en su mirada.

—No, no lo fue —contestó de manera rápida.

—¿Hice algo mal? —él continuó indagando.

—No. Para nada —Diana no entendía a dónde Ian quería llegar.

—¿Te arrepientes de lo que pasó esa noche entre nosotros? —fue la pregunta que él hizo.

A ella se le cortó la respiración, cuando sintió el roce de los labios de Ian con los suyos.

—¡Nunca! —afirmó sin tener que pensar mucho la respuesta—. Si pudiese retroceder el tiempo, sería de la misma forma, Ian. No cambiaría absolutamente nada —cerró los ojos para saborear por unos segundos el momento vivido.

—Pareciera que le tienes más miedo a esto que ocurre entre nosotros que a otra cosa, Diana.

—No vas a aceptar un no por respuesta. ¿Verdad?

—Eso es cierto —besó la punta de la nariz.

—De acuerdo. Iré a Miami. —Se soltó de sus brazos antes de que cometiera la locura de besarlo.

—Entonces pasaré por ti mañana. No apagues el teléfono celular.

—Pero si no tienes mi número. ¿Cómo vas a llamarme?

—¿Crees que no? —preguntó con una sonrisa sexy—. Siempre consigo que quiero y eso te incluye, ahora.

—No puedes jugar de esta manera conmigo. No es justo —se quejó

—No lo hago.

En ese momento él la terminó de soltar y se encaminó a la puerta. Totalmente satisfecho. Diana le acompañó y se despidió de él, haciéndose la fuerte. En el fondo no quería que se fuera.

—Ya es muy tarde. Quiero que duermas lo suficiente —puso la mano en el vientre, y Diana sintió como sus piernas temblaban.

Había algo en Ian que la hacía ceder a todo lo que quisiera. Esa había sido una de las razones por las cuales, ella se había alejado al principio de él para nada, porque igual cayó en sus redes. Desde que estudiaban juntos en la universidad, siempre había sido de esa forma

Ian terminó de despedirse. Se subió al vehículo que había alquilado, y se dirigió al hotel en dónde se encontraba hospedado. Se sentía ahora un poco más tranquilo. Esa vez él pudo comprobar, que Diana también sentía algo más que atracción, igual que hacían años. Estaba encantado de que el sentimiento fuese mutuo.

La noche que ella había pasado en sus brazos, para él fue inolvidable. Siempre había tenido sentimientos hacía ella, pero en aquel entonces su vida era un poco complicada, y además existía Mónica. Ella nunca iba a permitir que la dejara. Incluso ahora cuando ya su divorcio solo faltaba que ella estampara su firma. Le había costado muchos miles de dólares. Pero no le había importado con tal de ser libre.

Por ahora estaba de acuerdo en que Diana mantuviese oculto la identidad del padre de su hijo. Hasta que Mónica terminara de firmar la separación, y él estuviese libre. Debía ir a Italia para cerrar el negocio de los materiales de construcción. Una empresa que ahora él era accionista de un cuarenta y dos por ciento y terminar de cerrar el acuerdo de divorcio con ella.

Se había refugiado en el éxito de su empresa después del fracaso de su matrimonio. Años después se encontró que Diana estaba trabajando para él. Esa noticia fue muy agradable, pero había sido empañada con el hecho de Andrew se casaría con ella. Si él no se hubiese quedado en Brasil por ocho meses, la historia sería otra.

Ella ya fuese su mujer. La idea de que llevara un hijo de él en el vientre lo ponía de una vez cachondo. Aún no sabía cómo mantener las manos quietas a su alrededor, y no lanzarse sobre ella como un lobo hambriento. La necesitaba en su vida, en su casa, en su cama y así iba a ser.

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