Capítulo 3

La mañana estaba brillante con un cielo despejado y el sol anaranjado. Los cantos de los pájaros, la brisa fresca y el olor del café daban las mejores sensaciones a una mañana perfecta, hasta que...

 —¡Dimitri! —Ana lo llamó espantada y él saltó de la cama con gran preocupación. Corrió hacia donde se escuchaba su grito y la miró con reclamo al no ver rastro de algo que justificara la manera en que lo llamó.

 —¡Explícate! —Le dedicó esa mirada intensa que la estremecía.

 —¿Por qué me miras como si estuviera loca? —Ella reclamó y luego apuntó a través de la puerta—. Diana no durmió en la casa.

 —¡Qué tonterías dices! —Dejó de hablar cuando observó la habitación, entró con sigilo mirando a su alrededor y entonces confirmó las palabras de su esposa—. ¡La condenada no durmió aquí! —Apretó sus puños de la indignación. Se imaginaba donde y con quien estaba y eso no se quedaría así. Él la había criado con principios y valores. Le había enseñado que una mujer debe considerarse un tesoro que no cualquiera tenía derecho a conseguir, le había enseñado que ser virgen no era una razón de vergüenza como los jóvenes de su edad criticaban; más bien, era un privilegio, un regalo guardado para esa persona especial que ella escogiera para entregarse no solo físicamente, también en alma y espíritu. Pero el imaginarse al idiota y promiscuo de Dan tocando a su bebé le ardía la sangre. Ella era una mujer adulta, sí, pero eso no significaba que él haya dejado de ser su padre y que no la defendiera de tipos como él, que solo buscaban satisfacer sus deseos carnales y egoístas sin tomar ninguna responsabilidad por sus actos. Si lo que él imaginaba sucedió, su polilla lo habría decepcionado mucho, porque él no la crio así.

 —Dimitri, ¿adónde vas? —Ana lo siguió casi corriendo por la prisa que él llevaba. Se asustó cuando él tomó su espada, la cual tenía mucho tiempo que no sacaba del armario. Estaba envuelta en una tela negra que él fue desaforrando lentamente con mirada asesina. Su esposa se acercó temblando y puso su mano sobre el hombro firme de su esposo. A pesar de que los años ya se le notaban, aún se conservaba bien y nunca dejó de ser un hombre atractivo, al contrario, el pase del tiempo le sentó de maravilla y hasta había ensanchado sus músculos.

 —Te amo, Ana. —Besó sus labios y ella empezó a llorar de los nervios. ¿Por qué le dijo aquello después de envainar su espada? ¿Qué estaba pasando por la cabeza de su esposo en esos momentos para que actúe de una forma tan infantil?

 —¡Dimitri Pavlosky! —Él se detuvo en seco, pero no volteó a verla. Sabía que lo siguiente sería un sermón, pues ella lo llamaba con su apellido cuando se enojaba—. ¡Deja de actuar como un loco psicópata! Si Diana amaneció con un chico, entonces deberías esperar a que ella tenga la confianza de contarte y cuando eso suceda, la apoyarás y la aconsejarás como un padre normal haría. No puedes pasarte la vida amenazando e intimidando a los demás.

 —¡Ese maldito se está metiendo con mi niña! —Se volteó hacia ella—. Diana aparenta ser fuerte, pero es muy sentimental; si él la utiliza y la desecha como algo inservible, ella va a sufrir y no voy a permitir que ni ese gusano ni nadie le haga daño a mi bebé. ¿Me entiendes? —Sus orbes grises se cristalizaron y Ana lo abrazó conmovida.

 —Dimitri, Diana no es tonta y sabe lo que hace. Si ella decide hacer las cosas a su manera, debes dejarla, aunque no estés de acuerdo; es su vida, amor, debe cometer sus propios errores y aprender de ellos. Sé que quieres evitarle sufrimientos y momentos amargos, pero eso es inevitable, la vida está llena de eso y es lo que nos hace crecer como personas. Vamos a buscarla sin especular y calmados. Cariño, has sido el mejor padre que Diana y Doel han podido tener, les has enseñado valores, principios y como no cometer los mismos errores que nosotros; no obstante, nuestros errores nos ayudaron a ser como somos hoy, y las equivocaciones de nuestros hijos los ayudarán a crecer y desarrollarse. Si en algún momento ellos se desvían o caen, nosotros estaremos ahí para mostrarles el camino, pero son ellos quienes deciden si caminar o no.

Dimitri la abrazó con fuerza y ella acarició su cabello. Él sabía que su esposa tenía razón, sin embargo, no podía apagar la rabia que le provocaba el imaginarse a ese chico mancillando a su hija.

***

Ulises caminaba de un lado a otro nervioso. Cada cierto tiempo rascaba su nariz o desarreglaba su cabello de la impotencia y, otras veces, miraba a su hijo con los ojos brillantes por la rabia.

 —¡¿Cómo pudiste ser tan irresponsable?! —Era la quinta vez que gritaba aquello, como si eso fuera arreglar el desastre que causaron.

 —Papá, ya has repetido eso varias veces, deberíamos buscar una solución, no un culpable. —Dan bufó hastiado ganándose la mirada asesina de Ulises; ese era uno de esos momentos en que quería abofetear a su hijo.

 —¡Eres un descarado! ¿Cómo te atreviste a llevar a esa niña a una misión tan peligrosa? ¡Claro! Ni papá ni mamá van a estar, pues hago lo que mi maldita inmadurez me dicte. ¡Rayos! —Eliana y Natalia se pusieron nerviosas, pues nunca habían visto a su padre tan enojado.

 —¡El tío Dimitri te va a matar! —Diego, el menor de todos, apuntó hacia el pelirrojo con burla. Dan tragó pesado al recordar ese detalle y entonces empezó a temblar.

 —Papá, debemos hacer algo ya... —Dan dijo nervioso y Ulises lo miró divertido.

 —¿Sabes qué es lo mejor de esto? —Esbozó una sonrisa maquiavélica—. Tú mismo le dirás a Dimitri lo que sucedió y sin omisiones.

 —N-No... me... —Dan no podía articular las palabras y Ulises suspiró tratando de relajarse.

 —Iré por tu madre y luego hablaremos con Dimitri y Ana, entonces iré a Destello a hablar con Jing y Leela; tal vez todos juntos encontremos una solución, ya que es muy probable que ellos hayan sido transportados, el problema es que no están en Lucero Verde. —Ulises se había pasado parte de la madrugada indagando en la montaña y buscando rastro de ellos en ese mundo, pero no encontró nada más que un derroche de energía que significaba que estos pudieron ser transportados a algún lugar.

***

La tierra 

Diana se encerró en la habitación al caer en cuenta en las fachas que se encontraba. Después de bañarse y ponerse una ropa adecuada, decidió salir de su encierro. Se miraba de arriba a abajo con aquella vestimenta, no es que fuera muy diferente a las que veía en Lucero verde, pero aun así era extraña. Llevaba unos vaqueros negros con un abrigo largo color rosa y unos botines del mismo color del pantalón. Salió con timidez y nerviosismo mirando a su alrededor, entonces lo vio rebuscando en la cocina de aquella pequeña, pero acogedora casa. Él estaba vestido con unos vaqueros azules y una camiseta negra que hacía brillar sus orbes miel con más intensidad.

 —Hay comida en el refrigerador. ¿Puedes creerlo? —Lían dijo con serenidad.

 —¿Sabes dónde estamos? —Ella preguntó con timidez, puesto que el chico la intimidaba.

 —No. Pero según el diseño de esta casa y nuestras ropas, no estamos ni en mi mundo ni en el tuyo. No te preocupes, nos transportaré de vuelta después de desayunar. —Sonrió como si para él aquello fuera algo natural.

 —Es que... nunca había dormido fuera de casa... —balbuceó jugueteando con sus dedos y evadiendo la mirada—. Mis padres deben estar muy preocupados...

 —Entiendo... —La miró divertido al notar su sonrojo—. Yo mismo les explicaré lo que sucedió. Ahora ven a desayunar, no soy bueno en la cocina a pesar de que mi papá se empeñaba en que aprendamos estas cosas, pero sirvo un cereal con leche —besó sus dedos expresando delicia—, para chuparse los dedos.

Diana estalló de la risa y él sonrió como tonto al verla reír con tanta gracia. Ella se sentó frente al desayunador de mármol y él le pasó un plato hondo con cereal.

 —Ummm... —Ella saboreó cerrando los ojos—. Eres buen cocinero —bromeó. Él le guiñó un ojo y ella sonrió como tonta. Era inevitable el flirteo con ese chico tan llamativo.

 —Gracias, es bueno saber que alguien disfruta de mis suculentos platillos —bromeó dedicándole una hermosa sonrisa que ella correspondió otra vez. Él la observaba con una mirada ida y un brillo especial en los ojos, estudiaba cada movimiento que hacía: desde hundir la cuchara en el plato, sacarla llena de cereal… Y aquí venía su parte favorita, donde la imaginación estallaba y se sentía el hombre más perverso del universo. Gotitas de leche quedaron sobre los labios de ella y él se saboreó involuntariamente, deseando morderlos, lamerlos y degustar esa hermosa boca que lo tentaba a tirársele encima y devorarla hasta que le falte el aire para respirar.

 «¿Qué rayos me pasa?», pensó en forma de reprensión, «¿Desde cuándo soy un pervertido?»

Lían sacudió su cabeza con violencia para deshacerse de sus oscuros pensamientos y ella lo miró extrañada por su raro comportamiento.

 —Oye... —Diana lo miró a los ojos—. ¿Sabes qué sucedió con nosotros? Recuerdo que estábamos en la montaña...

 —Al parecer fuimos transportados, pero con mi gargantilla podremos regresar —interrumpió con la voz acelerada.

 —Ohhh... ¿Y por qué fuimos transportados a una casa donde es obvio viven dos personas, con la despensa llena de comida y ropa a nuestra medida? —preguntó pensativa.

Lían se quedó en silencio un rato, pues no había reparado en esos detalles. Al parecer esa chica era muy observadora, lo mismo hizo con las lágrimas de Lucero verde.

 —No tengo idea, mas eso no es... espera... —De repente recordó algo—. ¡Las lágrimas! ¿Dónde están? Corrió hacia la habitación con la esperanza de encontrarlas allí. Diana lo siguió y lo encontró desordenando todo el dormitorio.

 —¿Qué haces? —Ella preguntó desorbitada, mas él continuó su búsqueda angustiado. No pudo haber perdido lo que tanto se había empeñado en proteger. Se paró en medio de la habitación y apretó su cabello con frustración mientras trataba de relajarse y recuperar la compostura.

 —Yo nunca las solté, no entiendo donde pueden estar... ¡Esto es una pesadilla! —se lamentó.

Diana lo miró con pesar. Titubeó un poco antes de acercarse, pues por alguna razón extraña le temía. 

  —Recuerdo el cofre, te ayudaré a buscarlo —dijo con nerviosismo y sin levantar la mirada; él asintió. Ambos buscaron con más calma—. Oye... aquí hay una gaveta, pero está cerrada con llave —dijo tratando de abrirla. Lían se acercó y la estudió un rato.

 —Voy a romperla —avisó decidido y Diana se apartó. Lían la pateó y la gaveta se abrió en dos, la jaló hacia fuera y descubrió el cofre allí adentro. Se sentó tembloroso sobre la cama y cuando su cadena brilló el cofre se abrió.

 —¡La encontramos! —Diana juntó sus dos manos en celebración y él le regaló una sonrisa. Pero...

 —¡Rayos! —espetó angustiado—. Ni el Zafiro azul, las lágrimas doradas, el diamante naranja ni la esmeralda de Met están aquí. ¡Ahora lo recuerdo! Las piedras salieron del cofre cuando nos atacaron... ¡No puede ser! Debemos regresar ya y recuperar esas lágrimas, en especial el Zafiro azul. 

Lían se levantó de prisa y salió a la sala, por primera vez reparó en la extraña casa donde estaban. Su color crema hacía contraste con las cortinas rojas que cubrían las ventanas de cristal. Había un pequeño comedor cuadrado de seis sillas a su izquierda bajo las ventanas, y al frente, un gran sofá de tela lisa y marrón. A su izquierda se encontraba una entrada sin puerta que daba a la cocina, sus gabinetes eran rojos y tenía un pequeño desayunador en frente de la estufa. Cerca de la entrada de la cocina, un pasillo corto los dirigía a la habitación. La casa tenía un estilo antiguo y sencillo, pero hermoso y exótico. Había algo que no le cuadraba en toda esa situación.

 —¿Ya vamos a regresar? —Diana se puso frente a él a la expectativa.

 —Sí, pero necesito buscar un espacio abierto, no sé qué lugar sea este y temo que la joya se bloquee. Tienes razón, es extraño que hayamos despertado en una casa que pareciera que la habitamos y para sumarse a la extrañeza, el cofre de las lágrimas estaba bajo llave.

 —¿Qué haremos entonces? —Diana estaba nerviosa, temía mucho no poder regresar con su familia.

 —Vamos a salir de esta casa y ver dónde rayos estamos, ¿sí? —Frotó los hombros de ella para confortarla y se dirigió hacia la puerta. Puso sus manos sobre el picaporte con duda y temor, pues no sabía que les esperaba al traspasarla. Diana se acercó y él abrió lentamente, como si un movimiento brusco pudiera causar una explosión.

La luz del sol lo impactó y él arrugó el rostro por la molestia, abrió los ojos de a poco y miró a su alrededor lleno de interrogantes. Bajó unos escalones blancos que daban acceso al suelo verde de aquel gran patio rodeado de árboles. La escalera estaba de lado y terminaba en la primera esquina de la cuadrada casa de tono blanco con detalles marrones. Caminó por un rato y observó el lugar con detenimiento. Pequeñas verjas marrones dividían el patio de otras casas y de la calle que, al parecer, no era muy transitada.

 —¿Dónde rayos estamos? —Miró a Diana desorbitado, pero ella respondió encogiendo sus hombros y sin emitir palabras. Aunque la situación en la que se encontraban era preocupante, una chispa de fascinación inundaba su pecho al experimentar lo desconocido. Ella quedó maravillada con las grandes montañas que se reflejaban a distancia y entonces lo notó...

 —¡El cielo! —Lían miró hacia arriba por instinto esperando ver algo fuera de lo normal, al volver su mirada a la cara de admiración que ella tenía, entendió el panorama. Diana nunca había visto el cielo azul, ya que en Lucero verde tenía un tono verde azulado y muchas veces violeta.

 —Al parecer este mundo tiene un parecido a Destello —se dirigió a ella sonriendo como tonto otra vez—. Ambos tienen el cielo azul.

 —Es tan extraño... —dijo anonadada—. Pero es hermoso, me gusta.

 —¿Sí? Para mí es común; pero el cielo de tu mundo es algo extraordinario y fantástico, otras de las tantas bellezas que tiene Lucero Verde. —La miró con una intensidad que la traspasaba. Diana casi da un brinquito al entender su indirecta y sonrojarse fue inevitable.

Se adentraron más al patio para no ser vistos. Lían se quedó observándola unos segundos sin mover un músculo, había algo en ella que le intrigaba y fascinaba. Era una estupidez, porque apenas la conocía, nunca en su vida se había sentido tan tonto ante una chica ni se había impresionado de esa manera. Estar con Beka era reconfortante y simple, no temía antes de hablar y no tenía que preocuparse por estar mirándola de forma inapropiada porque ella no provocaba esas cosas en él. Miró sus ojos grises una vez más, deleitándose con su belleza y el misterio que reflejaban, dio un suspiro de alivio debido a que pronto no tendría que preocuparse por esa chica, pues era muy probable que no volvieran a verse.

 —Dame tu mano. —Lían pidió extendiendo la de él. Diana lo miró nerviosa y dudó un poco antes de pasar su mano, entonces comprendió su temor, cosquillas y un corrientazo azotó su palma al sostenerse con la de él. Ambos se miraron a los ojos confundidos y extasiados a la vez. ¿Qué rayos era aquello que les estaba pasando? ¿Era posible sentir una atracción tan grande por un desconocido?

Lían cerró sus ojos y la cadena empezó a brillar, con una mano sostenía el cofre con las piedras y con la otra, la mano de Diana. Le urgía volver a Lucero Verde para recuperar las lágrimas que había perdido y regresar a su mundo de una buena vez. Diana se quedaría como un dulce recuerdo de una loca aventura ocasionada por un accidente y él pediría la mano de su amiga en matrimonio al regresar. Se sintió aliviado. Por fin estaría en casa y no tendría que preocuparse por nada que tenga que ver con esa chica y su mundo. Una luz dorada los rodeó en un gran resplandor que cegó su visión.

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