¿Enana?

Eli abrió los ojos lentamente mientras los recuerdos de la noche anterior se formaban como un rompecabezas en su mente. Se sentó en la cama de golpe y miró por todos lados. ¿Cómo llegó allí? Aún tenía la misma ropa de anoche, menos las botas. Empezó a temblar del miedo. Si alguien la llevó a su habitación estaba en problemas.

 —¿Cómo me zafo de esta? —dijo para sí nerviosa—. ¿Por qué tengo que ser tan curiosa? ¡Estoy en problemas! —Eli se debatía entre salir de la habitación o quedarse encerrada allí. Decidió morir rápido y sin dolor a hacerlo lentamente. Era mejor enfrentarlo de una buena vez.

Eli fue al baño. Si iba a morir era mejor disfrutar de esas deliciosas aguas termales por última vez. Mientras se bañaba, recordó el trayecto de la noche anterior. Las luces, las flores brillantes...

 —¡Por Dios! —Tapó su boca—. Había un hombre allí. ¿Será real? O fue una alucinación. Ese lugar no se ve peligroso y el chico se veía muy real.

Eli fue a la cocina a desayunar y Lana la recibió como siempre. Luego, entró Jonah avisándole que la acompañaría a la escuela.

 —Jonah... ¿Has notado algo esta mañana que debas contarme? —Eli preguntó y luego maldijo en sus adentros por no saber articular una pregunta que le dé la información que buscaba.

 —Ummm... —El castaño puso su dedo índice sobre sus labios como si pensara muy profundo—. Ahora que lo dices... —Acercó su rostro achicando los ojos—. Tienes un grano en la cara. —Sonrió malicioso y Eli e apresuró a inspeccionar su rostro.

Jonah empezó a reír como loco ante su tonta broma y Eli bufó molesta.

 —Eres un inmaduro, tarado.

 —No te enojes, preciosa. Mejor date prisa, se nos hace tarde.

***

Antes de ir a la escuela, Eli se paseó por todo el campamento y saludaba a todos a su paso, pero nadie le dijo nada concerniente al lugar prohibido. Se dirigió al estudio de Lionel. Era una habitación de madera separada, como si fuese una pequeña casa donde tenía una larga mesa con sillas, una biblioteca y un escritorio. Normalmente, se sentaba en la mesa con sus hombres de confianza para hacer sus misteriosas reuniones o discutir sus estrategias de conquista. Él estaba conversando con Kiara cuando ella irrumpió.

 —Buenos días, señora Bur. Buenos días, general Sum. —Eli saludó con efusividad y ellos la miraron extrañados.

 —¿Todo bien? —le preguntó como si ella fuera un bicho raro.

 —Sí, solo pasé a saludar.

 —¿Solo pasó a saludar? —La miró más extrañado aún. Nadie iba a su estudio solo para saludar—. ¿Quiere que hablemos a solas? —preguntó creyendo que ella quería privacidad para conversar.

 —No tengo nada que decirle, general. Solo le aviso que ya me voy a la escuela. Nos vemos en el almuerzo. —Eli le dedicó una hermosa sonrisa que estremeció a Lionel por completo.

Kiara y él la vieron salir de allí sin decir nada. Un minuto después, la rubia rompió el silencio.

 —Esa guerrera es una lanzada descarada. Mira que venir aquí porque sí. Ella está buscando la forma de seducirte.

 —¿Tú crees? —Su pregunta ansiosa provocó que Kiara hiciera una mueca.

 —¿No me digas que eso te alegra? —le reclamó.

 —Bueno..., la guerrera tiene su encanto...

 —Me extraña, tú dijiste que ella no te gustaba.

 —Sí, pero hemos compartido más últimamente, ella no me es indiferente.

Kiara sintió como si la golpearon de repente.

 —¡Es enserio! —exclamó airada—. ¿Cómo te atreves, Lionel? ¿Crees que si ella te ve seguirá insinuándose? Huirá de ti, nunca te aceptará.

Lionel tiró todos los papeles que estaban en la mesa al suelo, lleno de ira.

 —¡Lo sé! —gritó melancólico—. Lo sé, Kiara. —Su voz salió ronca de la ira y frustración.

***

Eli saludó a Jackson, los guerreros y los jefes de los guerreros, pero nadie le comentó o reclamó nada.

 —No entiendo. ¿Cómo llegué a mi habitación? ¿Será que lo hice en modo apagado? Las personas que se embriagan o drogan hacen cosas y luego no recuerdan, tal vez me pasó eso.

Eli fue a la escuela y decidió no pensar más en el asunto, pero más importante, no volver si quiera acercarse a ese lugar, aunque la curiosidad por saber si aquel joven del estanque era real o no, le estaba quitando la paz.

***

Destello

 —Maestro, sé que está retirado y que no le gusta que interrumpa su sueño, pero...

 —¡Déjate de rodeos, Odiel! —El maestro Chan reclamó bufando. Odiaba que interrumpieran su siesta.

  —Lo siento, maestro. —Bajó el rostro mostrando respeto—. Es que he sentido energías anormales en Destello. Al principio creí que se debía a las secuelas que quedó del caos por la fuente, pero ya todo ha sido purificado y no queda rastro de la tierra.

 —Lo que me estás diciendo es que en Destello hay partículas de otro planeta que no es la tierra, ¿cierto?

 —Así es. Incluso, sentía un magnetismo, meses atrás. Como si alguien estuviera alterando los límites entre los mundos para acceder aquí. ¿Recuerda lo que usted les aconsejaba a los chicos hacer para contactarse con los guardianes cuando ellos no recordaban quienes eran en ese mundo? Algo así, pero perfeccionado. Porque Leela no recibía el mensaje cómo debía, puesto que, al llegar a otro mundo, no se descifraba y el mensaje no era claro.

 —Lo sé. Es como cuando no hablas un idioma. Sabes que en otros mundos tienen diferentes lenguas, como en el planeta tierra. Entonces, cuando no hablas ese idioma tu interpretación es incorrecta y desordenada, como si fuera un garabato. Pero eso era culpa de los jueces de la fuente que no permitían que Leela recibiera el mensaje exacto, porque le estaban dando una lección. Fue muy difícil lograr comunicarse con ellos, y solo nos salía bien cuando el príncipe estaba presente.

 —Sí, porque él no fue quien faltó a su cargo como guardián, eso lo entiendo. Es por esto que ustedes me enviaban los mensajes a mí. —Odiel secundó.

 —Los mensajes que tú entenderías mejor. Pero mucha habladuría y nada de lo que viniste a decirme. —Bostezó.

 —Perdón. —Sonrió malicioso—. Alguien de otro mundo se estaba comunicando con una persona de Destello. Hace más de dos meses dejaron de comunicarse. Estuve haciendo una revisión y aunque quedan algunas partículas, el magnetismo desapareció.

 —Entonces, reúnete con los guardianes para que estén atentos. No queremos enfrentarnos con conquistadores.

 —Así lo haré, maestro.

 —Por mi parte yo voy a investigar en los espacios.

***

Jing estaba sentado en una silla, mientras cargaba al niño y le daba su leche con el tetero y Leela y la niña estaban peinando su largo cabello; ellas disfrutaban pasar el cepillo por las largas y sedosas hebras y él disfrutaba la sensación deliciosa del cepillo sobre su cabeza.

 —¡Que escena tan tierna! —Eliana expresó con sarcasmo mientras que su esposo, Nico y Esteban estallaron en carcajadas. Jing los fulminó con la mirada y se sonrojó de la vergüenza.

 —¡No te muevas, Jing! —Leela reclamó y los chicos rieron con más intensidad.

 —Ya, Leela, deja mi cabello. —Jing reclamó quitándole el cepillo a ambas por lo que la niña empezó a llorar.

 —Ya, mi amor. —Leela la tomó en sus brazos mientras la mecía—. Jing, mal padre, hiciste llorar a la bebé.

 —Les dije que pararan y no lo hicieron. —Bufó. El niño se acabó toda la leche y él lo recostó sobre su hombro, ya que estaba soñoliento.

 —Cuánto hubiera pagado por ver está faceta tierna tuya, Jing. —Ileana se sentó frente a él conmovida.

 —El gran líder de los guerreros, guardián de la fuente y los mundos, hombre intocable: dando leche y dominado por dos mujeres. —Nico espetó divertido y Bruno y Esteban estallaron en risas otra vez.

 —Se les olvida que soy su príncipe, insolentes irrespetuosos. —Jing gruñó sonrojado.

 —Dejen a Jing tranquilo, inmaduros. —Leela reclamó—. Bruno, tú estás casado y quién sabe, cuando menos lo esperes estarás cambiando pañales y cuidando bebés.

 —Yo no tengo tan buena puntería como Jing, que hasta doble los tira. —Las burlas y las risas empeoraron.

 —¡Son unos envidiosos! —Leela gritó airada.

 —¿Podrían dejar las estupideces? —Jing reprendió a gran voz y todos se callaron.

 —Jing, encontramos esto en una aldea cercana. —Bruno le pasó una piedra plateada circular, muy extraña y hermosa que emanaba un brillo especial.

 —¿Qué es esto? —preguntó mientras observaba la piedra con la mano libre.

 —No sabemos. Pero quien nos la dio dijo que pertenece a otro mundo y que es muy importante —Nico contestó.

 —Y como ustedes son los guardianes de los mundos, creímos que sabrían si es cierto o es un fiasco. —Esteban añadió.

Leela y Jing se miraron, pues no tenían ni idea sobre aquella piedra.

 —No parece ser una piedra de la tierra. —Leela comentó observándola con detenimiento.

 —Bueno, sea una piedra del otro mundo o no, debemos llevarla a la fuente y mostrársela a Odiel —Jing concluyó y Leela asintió.

***

Lucero Verde

Después de entrenar a los hombres de Lionel, Eli regresó a su habitación. Decidió que no saldría de noche ni a cenar, pues temía no poder contener las ganas de regresar allí.

Dieron las doce de la media noche y Eli se despertó ansiosa. Se removía en la cama inquieta y no podía aguantar los temblores que recorrían su cuerpo. Tenía que ir allí.

 —No, no, no, no… —Puso sus manos sobre su cabeza mientras la movía con violencia.

Eli se paró de la cama y caminaba de un lado a otro en la habitación. No podía soportar el deseo de ir a aquel lugar. Fue a la cocina a comer algo para calmar las ansias, además tenía mucha hambre por haberse saltado la cena. No pudo comer mucho, pues la ansiedad era tal que no podía pasar bocado, lo cual era irónico ya que ella siempre la calmaba comiendo chocolate. Salió al patio, pues anhelaba sentir la fresca brisa. Miró por todos lados para encontrar a algún guardián que la privara de su deseo, pero no había nadie.

 —¡Qué incompetentes! —se quejó molesta—. Me la están poniendo muy fácil... —arrastró las palabras, pues las ansias le incomodaban el habla. Una fresca y aromática brisa acarició su rostro y como zombi empezó a caminar. Llegó al lugar prohibido y saltó la cerca. Caminó embelesada entre la oscuridad, hasta que las pequeñas luces empezaron a brillar. En un instante, el mismo escenario de la noche anterior se mostró ante sus ojos. Se escondió tras él árbol para ver al hombre que nunca apareció. Se sentó decepcionada sobre la grama y luciérnagas la rodearon. Unas flores verdes emanaban un polvo del mismo color que la debilitaba. Se paró con dificultad y caminaba tambaleándose.

Llegó al hermoso estanque y se metió al agua con la esperanza de quitarse el efecto de aquel alucinógeno, pero cada vez se sentía más débil. Salió del estanque y siguió caminando. No sabía qué camino tomar, así que decidió devolverse. Dio vueltas en el mismo sitio sin saber cómo salir de allí, sentía que alguien la perseguía y empezó a correr entre los árboles, bueno al menos eso intentaba. Sus fuerzas la abandonaron y, gracias al fuerte mareo, cayó al suelo. Sus ojos se querían cerrar, pero trataba de mantenerse despierta. Empezó a llorar de la impotencia y entonces escuchó una voz.

 —¿Enana? —Esa voz...

Su piel se heló y su respiración se volvió irregular, no sabía si era por el efecto de aquel polvo o por lo que creía ver. Esos ojos..., esa nariz..., esos hermosos labios..., esos rizos sedosos y abundantes...

 —Ulises... —Trató de tocarlo, pero no tenía fuerzas para levantar el brazo. Él la miraba entre sorprendido y preocupado.

 —Eli, preciosa. ¿Qué haces aquí? ¿Estás bien, amor? —Sus ojos traspasaban su alma en cambio ella no pudo mantenerse despierta más. Fue así como se sumió en la oscuridad, siendo su rostro lo último que vio.

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