Capítulo 3

 Laura estaba aferrada a la blusa larga de su madre, sus pequeñas manos arrugaban la tela como si fuera su refugio. Leonor la miró a los ojos con una sonrisa y acarició su cabello.

  —Laura, pórtate bien. Vengo por ti en la tarde —Laura trató de no llorar para no preocupar a su madre. A pesar de su corta edad entendía que, si ella no salía a trabajar, no tendrían qué comer ese día, puesto que ambas estaban solas. Por lo menos, su madre había conseguido un trabajo estable y ya tenían un techo donde vivir, aunque la condición del lugar era paupérrima, al igual que aquel colegio guardería donde estaba. Era sucio y descuidado y los niños mal educados. Tenía unos días asistiendo y ya se burlaban de ella por lo bonita y bien vestida que iba. Las niñas la acosaban en el baño y le jalaban su largo y hermoso cabello con envidia. A la hora del receso, se ocultó en un pequeño callejón que había en el patio escapando de sus compañeras de clases, quienes la pellizcaban y le decían cosas feas, porque ella era bonita.

  —¿Qué haces ahí, mocosa? —Un adolescente de unos trece años la acorraló contra la pared. Ella lo miró asustada. Él era el hijo de la dueña de aquel lugar y siempre estaba merodeando por allí, intimidando a los niños y hasta tocando a algunas niñas a escondidas—. ¿Te comieron la lengua los ratones? —La miró con maldad y empezó a acariciar su cabello. Temblores azotaron a Laura, pues estaba muy asustada. El chico bajó su mano por todo su vestido mientras la miraba con una sonrisa retorcida. Cuando llegó al final de la prenda iba a introducir su mano debajo de la falda, sin embargo, Laura le mordió el brazo. Sabía que lo que él hacía estaba mal, puesto que su madre le había dicho que no se dejara tocar de nadie. El chico gritó airado por la osadía de ella y cuando le iba a pegar en devuelta, la directora lo sorprendió.

 —¿Qué pasa aquí? —La señora cuestionó mirando al chico con recelo.

  —Nada, mamá —refunfuñó—. Esta alumna mal educada me mordió. Deberías castigarla para que aprenda a respetar a sus mayores —contestó nervioso y pretendiendo ofensa. La señora acercó su intimidante rostro a Laura y la agarró por el brazo con brusquedad.

  —¡Tú vienes conmigo, pequeña rata! —La arrastró con violencia—. Te quedarás encerrada en el sótano del cuco por tu mal comportamiento. 

  —¡Con el cuco no, por favor! —rogaba entre lágrimas—. Ya me voy a portar bien, se lo prometo. —Lloraba desconsolada y temblorosa.

Laura despertó agitada y nerviosa. Tenía mucho tiempo que no soñaba con su infancia, al parecer estaba bajo mucho estrés. Por lo menos, ya eso no le afectaba como antes. Dejó salir un bostezo y miró a Kevin con una sonrisa de enamorada. Le daba tanta ternura verlo dormir plácidamente. Besó su mejilla con cuidado de no despertarlo, pero un sonido en la cocina la asustó. 

  —Kevin... —susurró en su oído mientras lo removía.

  —Ojos Melosos... —balbuceó en tono de queja.

  —Kevin —dijo bajito y asustada—, hay alguien en el apartamento... —Kevin dio varias vueltas en la cama, dejó salir un suspiro y luego se sentó sobre ésta frotando sus ojos con pereza. Miró el rostro de preocupación de Laura y luego recordó que ella no sabía que Jessica estaba allí.

  —Ojos Melosos, esa es Jessica. —Laura puso cara de horror y sorpresa—. Déjame explicarte. —Volvió a bostezar—. Te iba a decir anoche, pero estabas dormida —informó tenso, pues sabía que Jessica y ella no se llevaban muy bien. Kevin le contó lo sucedido y le pidió que la aceptaran allí por unos días hasta que las cosas con sus tíos se calmaran. Laura aceptó dudosa, debido a que Jessica se la traía con ella. Había intentado llevarse bien con la chica, pero al parecer Jessica no la soportaba, aunque delante de Kevin la trataba con hipocresía. Laura respiró profundo tratando de asimilar aquello. Esos días serían incómodos, aun así, trataría de llevar la fiesta en paz por Kevin, puesto que él apreciaba mucho a su prima, aunque el sentimiento de Jessica hacia Kevin no era el de un familiar. Laura lo notó desde antes de concretar su relación con él cuando ella lo fue a cuidar a su casa. La chica suspiraba por su primo y aunque Laura sabía que eso era un capricho, no era fácil verla coquetearle.

Después de terminar bajo la ducha lo que habían empezado en la noche, se preparaban para ir a la galería. Con una secadora, Kevin secó el cabello de Laura y ella el de él.

  —¿Qué quieres para desayunar, mi amor? —Laura envolvió sus brazos alrededor del cuello de su esposo.

 —Ummmm... lo que tus hermosas manos preparen está bien para mí. —Él besó sus labios con ternura.

 —Pues te haré algo delicioso, ojos lindos. —Devolvió el beso con fervor y anhelo. Lo amaba tanto que parecía irreal. Su vida nunca fue fácil y tuvo pasar muchas dificultades, pero había sido recompensada con su bello amor de verano.

Salieron de la habitación dándose besos tiernos y traviesos mientras se dirigían a la cocina entre risas y caricias. El olor y el sonido que emanaba de allí llamó su atención y, entonces, encontraron a Jessica haciendo un gran desayuno.

  —¡Buenos días, prima! —Kevin la saludó mientras se sentaba frente al desayunador. Ella se acercó con una gran sonrisa y besó sus mejillas. El beso fue lento como si no quisiera despegar la boca de su piel. Ella le miró los labios y le besó la comisura espantando a Kevin, quien por poco se cae de la silla al tratar de escapar de su atrevimiento.

  —Lo siento, me equivoqué de lugar —mintió fingiendo vergüenza.

  —Debes ser más cuidadosa la próxima vez. —Kevin la reprendió frunciendo el entrecejo. Laura la miró con recelo, pues ella no se tragaba el cuento de que fue accidental.

  —¿Quieres café? —Laura le preguntó a Kevin con la tetera en mano, pero Jessica se la arrebató.

  —Yo se lo sirvo —dijo mientras servía el café en una taza. Laura se limitó a mirarla mal, pues había decidido ignorarla para evitarle el mal rato a su esposo. Jessica entregó el café a Kevin y se paró frente a él a admirarlo como tonta.

  —¿Todo bien? —preguntó curioso e incómodo por su mirada embelesada.

  —Sí —le respondió como si despertara de un sueño—. Aquí está tu desayuno. —Puso una gran y decorada bandeja frente a él.

  —¡Vaya! —Kevin sonrió—. Podría acostumbrarme a esto.

  —Pruébalo. —Jessica pidió expectante y ansiosa.

  —¡Delicioso! —exclamó después de llevar un bocado. Jessica dejó salir un grito de emoción. Ambos se sumieron en la conversación de la primera clase de ella que sería en unos días, por su parte, Laura los miraba seria. El apetito se le esfumó por lo que dejó de desayunar y en su lugar, fue a buscar su bolso.

  —Kevin, ¿nos vamos? —preguntó disimulando su incomodidad.

  —¿Puedo ir con ustedes? —Jessica miró a Kevin con ojitos de borrego—. Es que no tengo nada que hacer y qué puede ser mejor que estar en un lugar artístico.

  —Claro que sí, princesa. —Kevin pellizcó su nariz. Los tres salieron al parqueo. Kevin abrió el copiloto a Laura, pero Jessica se adelantó y se sentó. Entonces, una Laura celosa se ubicó atrás.

El camino fue corto, gracias a que ellos se quedaron a vivir en el mismo apartamento que estaba cerca de la galería. Jessica se enganchó del brazo de Kevin al desmontarse y ellos entraron a la galería entre risas y bromas. Laura los seguía con el ánimo decaído.

Cuando entraron, se encontraron con el amigo sexy de Kevin. Después de saludarlo y presentarle a su prima, Kevin y Jessica se dirigieron a la oficina de éste.

  —Hola, preciosa. —El rubio saludó a Laura con media sonrisa y mirada seductora. Se acercó y la besó en la mejilla para culminar su coquetería guiñandole un ojo. Laura lo escrutó con recelo, no le gustaba como él la miraba.

 ***

Jimena se levantó temprano y después de asear y alimentar el bebé, decidió ir a darse un baño a su habitación, de todas formas, ya Pablo debía estar de camino al trabajo. Entró a la habitación y dejó salir un suspiro. Después de asearse se sentó sobre la cama y empezó a llorar. Recuerdos vinieron a su mente. Sonrió cuando aquel hermoso lago, testigo de su amor de verano, inundó sus pensamientos. Recordó...

Flashback

  —¿No es muy tarde para estar aquí? —Jimena lo miró nerviosa y un poco temblorosa del frío. Pablo puso su chaqueta negra sobre ella al notar sus temblores.

  —Mejor. Así nadie nos molestará —Pablo contestó con una sonrisa pícara—. ¿No es hermoso? —le preguntó mirándola con ternura. Ambos estaban sentados en la orilla, disfrutando la belleza de aquel lugar. El azul intenso del lago, las luciérnagas, las luces tenues de las pequeñas lámparas y el reflejo de la luna daban un hermoso espectáculo natural. Era de madrugada y Pablo había sacado a Jimena de su habitación con la excusa de que tenía que decirle algo muy importante. 

  —Sí. —Jimena miró hacia el lago sonriente. Él tomó su mentón para besarla con ternura. El beso se intensificó y él quitó la chaqueta de encima de ella atrayéndola a su cuerpo. Bajó a su cuello y empezó a levantar su blusa. Jimena tembló al sentir sus manos sobre su piel. Él siguió subiendo hasta tocar su sostén. Entró su mano por debajo de éste acariciando la suave piel mientras devoraba su boca.

   —¿Qué haces Pablo? —Ella agarró su mano para detener su atrevida caricia.

  —Te toco, eres mi novia —respondió seductor.

  —Pablo... quiero regresar —dijo nerviosa.

  —¿Por qué? —Frunció el cejo—. Vamos a quedarnos un ratito más. —Volvió a besarla y continuó con su caricia atrevida.

  —No, Pablo, por favor —suplicó tratando de contener las lágrimas. Él la miró desconcertado y la culpabilidad y vergüenza inundaron su pecho. Al parecer, Jimena no era el tipo de chica que él se imaginó.

  —Lo siento —se disculpó apenado—. Creí... —Rascó su cabeza—. Tú y tus hermanas son muy coquetas, pensé que eran más... —Buscaba una palabra que no sonara ofensiva—. Más liberales —Jimena lo miró avergonzada.

  —Siento no ser lo que esperabas. —Frunció el cejo—. Entonces... me imagino que todo termina aquí. —Luchó contra las lágrimas, puesto que no dejaría que él la viera frágil. 

  —Jimena...

  —Está bien —lo interrumpió topando su hombro con una falsa sonrisa—. Fui yo quien confundió las cosas, creí... que te importaba de otra forma. Está bien, no es que esté enamorada de ti. —Sonrió con ironía. 

 —Me estás mal interpretando —dijo molesto—. Estás sacando conclusiones precipitadas. Solo estoy sorprendido, creí que eras... diferente, todavía no puedo creer que seas virgen.

  —No soy virgen. —Resopló.

  —¿Ah no? —preguntó confundido.

  —Pero eso no significa que me esté acostando con todo el mundo en cada relación que empiece —añadió.

  —Yo no soy todo el mundo, cariño. —La miró medio incómodo.

  —No me referí a eso. —Suspiró para organizar sus ideas—. Yo solo estuve con alguien una vez. Fue mi primer novio.  Yo tenía quince años y él tenía veinte; estaba tan enamorada de él que hacía todo lo que me pedía. Él era un vecino nuestro que conocía desde los diez años. Suspiré por él desde el primer día que lo vi, pues él era muy cariñoso conmigo y me daba lindos regalos. Cuando empecé a verme como una señorita me dijo que cuando terminara de crecer sería su novia. Yo estaba tan feliz, pero él llegaba a su casa con chicas diferentes y eso me rompió el corazón. Dejé de verlo y él no me buscó más. Cuando cumplí los quince, él fue a mi fiesta con un ramo hermoso de flores y me regaló una gargantilla de oro. Entonces, empezamos un noviazgo secreto porque yo aún era menor de edad y mi tía nos cuidaba mucho. Un día él me llevó a su habitación y me convenció para que estemos juntos. Yo estaba muy asustada e insegura, sin embargo, no quería perderlo. Fue así como me entregué a él. Cuando terminamos me echó de su habitación y me llamó perra. Estaba muy confundida, nunca entendí su reacción. Me sentía culpable y sucia, ya que mi tía nos enseñó que no se tenía relaciones fuera del matrimonio, así que todas nos conservamos, bueno a excepción de mí. —Pablo abrió los ojos y la boca del asombro.

  —Quieres decir... ¡No lo puedo creer! ¿Claudia es virgen? —La miró sorprendido. Jimena asintió apenada—. ¡Vaya sorpresa! —Dejó salir una risita—. Pero... ese maldito se aprovechó de ti —dijo con enojo.

  —Él no me obligó, Pablo. —Miró al suelo con tristeza—. Yo creí que lo amaba... fui una tonta. Recuerdo que sufrí mucho porque después de que estuvimos juntos él no me volvió a buscar y nunca estaba en su casa cuando iba a visitarlo. Un día estaba en la cocina con su madre y él llegó con una mujer de su edad. Se tensó cuando me vio allí y me trató con indiferencia. ¿Sabes quién era ella? —Una lágrima acarició su mejilla—. Ella era su novia. Él me llevó aparte y me reclamó porque estaba en su casa. Me dijo que yo era una chiquilla inexperta y que no era mujer para él. Me advirtió que si decía lo que pasó entre nosotros o si volvía a buscarlo tendría graves consecuencias. Fue así como todo entre nosotros terminó y yo me encerré en mí misma. Claudia me apoyó y me dijo que los hombres son malos y que nosotras debemos usarlos y jugar con ellos, porque si no ellos jugarán con nosotras. Desde entonces, he tenido uno que otro romance, pero con hombres que Claudia da el visto bueno. Nunca tuve nada serio, sin embargo, jamás he vuelto a tener relaciones sexuales con nadie. Cuando escuchamos que Kevin llegó al país, decidimos conquistarlo para que se case con una de nosotras, solo los tipos ricos y apuestos como él serían un buen partido. 

  —¡Vaya! Pobre de mi primo.

  —Y de ti, también. —Sonrió—. Entras en el ideal. Pero... me empezaste a gustar desde que supe que practicas artes marciales y deportes. Tu jocosidad y buen humor me llamaron mucho la atención, es que estar contigo es muy divertido, no hay lugar al aburrimiento. Me gustas de verdad y contigo estoy dispuesta a confiar, pero entiendo que no quieras lo mismo. Está bien, podemos dejar todo aquí y ser amigos. —Bajó la mirada con tristeza.

Pablo la abrazó con fuerza y besó su cabeza.

  —Preciosa, si algún día me topo con ese desgraciado, le voy a partir la madre al pendejo de mierda ese. —Jimena rio. Él tomó su rostro con sus dos manos—. Yo nunca he tenido una relación seria, y sí, me acuesto con todas las chicas que se me ofrecen. No sé lo que es estar enamorado, pero no descarto la posibilidad de encontrar a alguien que logre atraparme. No creo que enamorarse y establecerse con esa persona sea malo, porque mis padres se casaron y formaron una familia y aún se aman y son felices juntos. Mas yo no me veo así por ahora. No estoy listo. 

  —Entiendo —Jimena dijo con tristeza.

  —Pero... —Acarició su mejilla—. Me gustas mucho y ahora que sé cómo eres en realidad, te aprecio y quiero respetarte. No soy un maldito egoísta depravado que se va a aprovechar de esto para manipularte, tampoco quiero engañarte. Si quieres podemos ser novios sin complicar las cosas. Vamos a seguir juntos y después veremos cómo evoluciona todo. Aunque debes saber que algún día estaremos juntos, no me gusta la infidelidad y yo tengo mis necesidades. No obstante, esperaré a qué estés lista. ¿Qué dices? —La miró expectante a los ojos.

  —Está bien, Pablo —expresó con una gran sonrisa y alivio, entonces él besó sus labios con ternura.

Fin del flashback

Jimena sacudió su cabeza para deshacerse de aquel recuerdo. Además de Claudia, Pablo fue el único que supo sobre su primera decepción amorosa, ni siquiera se lo contó a Cecilia. Secó sus lágrimas y se recostó sobre la cama. Se preguntaba qué sucedió con el chico tierno que logró conquistar su corazón aquel verano. Otra vez se veía en la encrucijada del desamor. Sabía que debía acabar con esa relación antes de que las cosas entre ellos empeoren, pero... tenía tanto miedo de lo que le esperaba si hacía eso. La presión familiar, las explicaciones, ser madre soltera y reconocer que no había remedio para ellos dos la detenía a liberar a su esposo de aquella carga. 

  —¿Acostada otra vez? —La voz de Pablo hizo que se sentara de golpe en la cama. 

  —¿Q-qué haces aquí? —preguntó sorprendida y tartamudeando.

  —Se me quedó la carpeta del contrato con unos inversionistas. —La miró de soslayo—. ¿Depresiva otra vez? —inquirió con tristeza. Le molestaba verla tan destruida y rendida, temía ser el causante de su sufrimiento.

  —Solo... no tengo ganas de hacer nada hoy... —Bajó el rostro apenada.

  —Siempre te pones así cuando estás depresiva, creo que deberías ver un psicólogo.

  —No creo que sea cosa de un psicólogo —contestó con ironía y tristeza. Pablo suspiró entendiendo la indirecta. Él se acercó en silencio a un pequeño escritorio que tenía en la habitación y sacó una carpeta de una de las gavetas. Sobre el escritorio estaba la cartera abierta de Jimena y algo allí llamó su atención. Sacó el folleto de planificación y le dio una ojeada. Se acercó a Jimena con una sonrisita y se sentó a su lado.

  —Si quieres lo escogemos ahora, tengo dos horas disponibles —le dijo con una sonrisa pícara. Jimena lo miró con confusión—. El método. —Levantó el brazo enseñándole el folleto.

Jimena se tapó la cara avergonzada.

  —No es necesario...

  —¿Ah no? —La miró con picardía—. Entonces ya escogiste uno.

  —No —respondió frunciendo el ceño, pues aún estaba enojada con él.

  —¿Y entonces? —preguntó perdiendo la paciencia.

  —¿Entonces qué? 

  —¡Es en serio! —espetó irónico—. ¿Acaso es esto un estúpido juego de palabras? 

  —¿Qué quieres saber? —preguntó desganada.

  —¿Empezaste a planificarte o no? —cuestionó hastiado.

  —Te dije que no, Pablo. ¿Acaso eres retrasado? —respondió con enojo y frustración.

  —Entonces para qué dices que no es necesario escoger un ridículo método. Demonios Jimena, me vas a volver loco —se quejó.

  —No quiero hablar de eso. —Volteó la mirada.

  —¿No quieres hablar de escoger el método o de qué?

  —¿Sabes qué, Pablo? Olvida lo del método. No tiene sentido que me planifique si no vamos a hacer nada, a menos que quieras que me acueste con otro hombre.

  —¿Qué rayos dices? —interpeló arrugando el rostro—. ¿Qué otro hombre? ¿Piensas engañarme?

  —Bueno, sería reciprocidad, pero no. Yo no tengo las agallas para serte infiel. Eso solo lo haces tú y no es que me queje, eres libre de hacer lo que quieras y con quien quieras, de todas formas, no somos pareja.

Pablo la miró desconcertado y empezó a respirar con dificultad.

  —Yo no te he sido infiel, Jimena —replicó.

  —Bueno, tienes razón. —Devolvió con irá—. No cuenta como infidelidad si no somos nada.

  —¿No somos nada? ¡Demonio, Jimena! ¡Tú estás loca!

  —¡Déjame en paz! No sé qué haces aquí cuando a esta hora deberías estar con tu secretaria. A ella le toca todo el día, mientras que yo me tengo que conformar con verte llegar y verte salir. Vete a fastidiarla a ella. No voy a escoger ningún método contigo, ya tienes con quien hacer eso. —No pudo contener las lágrimas que llenaron su rostro. Sentía como sacaba un gran peso de su pecho. El llanto se tornó más intenso mientras él la miraba desconcertado y airado.

  —Te estás inventando cosas en tu cabeza. Yo no me acuesto con esa mujer. 

  —No tienes que darme explicaciones. Es tu vida y tu pene, haces con ellos lo que quieras.

  —¡Demonios! Estás más insoportable que nunca. Yo no tengo nada con mi secretaria. Y sí te debo explicaciones. Y sí somos pareja. Otra cosa, esposita de mi corazón, escoge un método rápido o compro preservativos, no pienso aguantarme más. Quiero estar contigo y quitarte todas esas tontas dudas que tienes sobre mí. —Tomó su rostro y limpió sus lágrimas, luego besó sus labios con fervor. Jimena trató de separarse, pero él no la dejó. Ella se rindió ante aquel embriagante beso que le quitó las fuerzas de luchar.

  —Jimena... —susurró mientras pegaba su frente contra la de ella—. Eres muy especial para mí, eso nunca va a cambiar. Te amo —dicho esto volvió a besarla, pero esta vez fue lento y tierno.

***

  —Hola, bonita. —John acorraló a Laura contra la pared. Ella estaba en el estudio sola cuando él la sorprendió—. I feel like kissing you, babe (Tengo ganas de besarte, bebé) —susurró sobre su cuello.

  —¿Qué cosas dices, atrevido? —cuestionó con desaprobación—. Soy la esposa de tu amigo y de la persona que te está dando una mano. ¿Cómo osas traicionarlo así?

  —No es traición —dijo con su acento de extranjero que lo hacía sonar sensual—. Los amigos comparten. —La miró como si quisiera comérsela—. I like you. Y debes saber que siempre obtengo lo que quiero. Piénsalo, podríamos divertirnos mucho juntos. De todas formas, Kevin no es tan experimentado como yo que te haría ver estrellas que ni siquiera imaginas que existen —expresó con una sonrisa retorcida y salió del estudio como si nada, dejando a Laura con la respiración agitada y las manos temblorosas.

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