Capítulo 8

Un día de mucho trabajo y explicaciones del tema que la estaba volviendo loca. Necesitaba escapar de allí cuanto antes; estaba sumida en sus pensamientos de escape cuando el sonido del teléfono de su oficina la espantó.

 —Señorita Allen. —Esa voz—. Estoy esperando por usted en mi oficina. ¿No me diga que olvidó su deuda conmigo?

 —¡Oh por Dios! —soltó olvidándose de la persona en la otra línea.

 —Allen, ¿está bien?

 —Sí, sí. No se preocupe, estaré ya en su oficina. —Entonces recordó el chisme en que estaba metida y salir a la vista de todos con su jefe no era la mejor de las ideas—. ¡Estoy acabada! —dijo para sí.

 —Allen... ¿Dijo algo? —Escuchó la voz de su jefe con tono confundido.

 —No..., es que tengo que hacer algo..., solo serán unos minutos... Nos encontraremos en la gasolinera que está cerca de aquí..., es a un bloque... —No dejaba de tartamudear.

 —¿Está bromeando? —Su voz la desconcertó.

 —Es importante... solo serán unos minutos...

 —No me refiero a darle unos minutos, Allen. ¿Por qué tenemos que encontrarnos en la gasolinera?

 —Ah.... Es porque debo comprar algo de urgencias.

 —¿En la gasolinera? —¡Estaba acabada!

 —Sí... ¡Hay una pequeña tienda allí! —recordó en voz alta.

 —Entonces la llevo, y cuando haga sus compras, nos vamos. —Esto no le estaba pasando.

 —Lo siento... «situaciones desesperadas requieren soluciones desesperadas», pensó. ¿Señor Anderson? Me... —Topaba el teléfono con sus dedos fingiendo interrupciones—. ¿Me escucha?

 —Allen, ¿me escucha?

 —No lo escucho... si me... escucha..., lo espero en la gasolinera... —Cerró el teléfono de golpe y respiró profundo—. ¡En qué loca me estoy convirtiendo! —se lamentó. Salió de la oficina a hurtadillas y mirando por todos lados y se escondió detrás de una pared al ver salir a su jefe por el pasillo. 

 —¿Qué haces?

 —¡Ah! —Saltó del susto.

 —Nora, ¿estás bien? —Su amiga la miró extrañada.

 —Oh, eres tú, Lidia. —Sonrió con cara de loca.

 —¿Por qué o de quién te escondes? —indagó alzando las cejas.

 —De nadie… —Soltó una risita fingida y su amiga la miró con recelo—. Debo irme ya, Lidia. —Apresuró el paso.

 —¡Qué rara está Nora últimamente! —dijo para sí.

***

Ella llegó a la gasolinera casi corriendo, miró por todos lados, pero no veía a su jefe. De repente un Ford Fusion rojo se estacionó frente a ella. Su corazón palpitó con fuerza cuando el vidrio del auto bajó, descubriendo el atractivo rostro de su jefe. ¿De verdad cenaría con él? La puerta del auto se abrió y ella se sentó. No esperaba que el estuviera conduciendo y que ella estuviera sentada en el copiloto, si alguien de la oficina la viera en ese momento, sería su fin.

 —¿Dónde está? —Edward preguntó buscando con la mirada y ella lo miró confundida—. Dijo que vino a comprar algo.

 —Ah... —Ella recordó su mentira y lo miró aterrada—. No encontré lo que buscaba —mintió ocultando su mirada.

 —¿Preocupada por los rumores? —Sonrió con descaro y emprendió la marcha. Nora agrandó los ojos al saberse descubierta y lo miró apenada, provocando que él sonriera de nuevo.

 —¿Cambió de vehículo? —desvió el tema.

 —La limusina era provisional hasta que me dieran mi propio vehículo —dijo sin quitar la mirada del camino—. Por cierto, lo del teléfono fue muy obvio. —Dejó salir una risita y ella se sonrojó de la vergüenza. ¿Por qué tenía la mala suerte de estar tan expuesta ante él?—. Diríjame —él soltó de repente y ella lo miró confundida—. Se supone que usted es quien me va a llevar al restaurante, va a ser mi guía.

 —Ah... —Sonrió más tensa aún. Ella no frecuentaba restaurantes caros, así que no tenía idea.

 —Lléveme a su restaurante favorito —pidió posando sus ojos sobre ella, provocando que se ponga más nerviosa de lo que ya estaba.

 —No creo que le guste mi restaurante favorito.

 —Soy yo quien tiene que juzgar si me gusta o no.

 —No frecuento restaurantes lujosos, Señor Anderson.

 —Llámeme Edward. Y no me importa si es lujoso o no, siempre que la comida sea decente. —Ella rodó los ojos.

 —Señor Anderson... —Él aclaró la garganta—. No podría llamarlo por su nombre...

 —¿Por qué no? —Sonrió. Cada vez que lo hacía la estremecía. ¿Cómo alguien podía tener una sonrisa tan linda?—. No estamos en la empresa, aquí yo no soy su jefe. —Ok. Ese fue un golpe directo a su estómago. ¿Cómo un hombre que apenas llevaba un día conociendo la hacía sentir todo eso?

 —No me atrevo ni en la empresa ni fuera de ella.

 —¿Por qué, Nora? —la miró a los ojos con picardía. Ok. ese fue el golpe final. Escuchar su nombre en sus labios era demasiada emoción para su cuerpo.

 —Doble a la izquierda —comandó tratando de disimular sus nervios—. ¡Señor Anderson, llegamos! —Sonrió triunfante.

Se apearon del auto y se adentraron al restaurante. Nora se moría de la vergüenza, ya que no era nada lujoso, al menos era famoso por su deliciosa comida típica. Se sentaron y a él no se le borraba la sonrisa de la cara, tampoco dejaba de mirarla, acción que a ella la descontrolaba y hacía sentir acorralada.

 —Vamos a pedir. —Edward dijo mirando el menú—. Un vino, por favor —ordenó después de hacer su pedido.

Nora lo observaba degustar aquella bebida con tanta elegancia y deleite que la hacía sentir como si ya hubiese vivido aquel momento

 —¡Me encanta el vino, Nora! —expresó saboreando el líquido con calma. Ella se sonrojó, escuchar su nombre en sus labios otra vez la enloquecía. Nora se tomó el vino que tenía en la copa de un solo trago, ganando la mirada de sorpresa de su jefe quien luego le sonrió con picardía, era obvio que él notaba lo nerviosa que la hacía sentir—. ¿Cuánto tiempo tiene en la empresa, Nora? —mencionaba su nombre en cada oración, pues le gustaba como ella se sonrojaba cuando lo hacía.

 —Unos dos años, creo —respondió sin mostrar interés.

 —Debe ser muy competitiva para haber crecido tan rápido en la empresa.

 —Lo dice un CEO tan joven —Ella ironizó con una sonrisita.

 —Prácticamente, he crecido en los negocios de la empresa. Empecé a trabajar allá antes de entrar a la universidad. —Hizo pausa y la miró a los ojos—. Bueno, ser el hijo de los dueños también ayuda un poco. —Ambos sonrieron y él quedó prendido con su sonrisa—. Por lo menos sonrió. Está muy tensa y la idea es pasar un momento agradable.

 —Siento mucho si lo incomodo. Últimamente, no estoy en mis cabales. —Suspiró.

 —Entiendo. —Sonrió—. Me imagino que algo tiene que ver conmigo. —Ella agrandó los ojos—. No me mal interprete, me refiero al hecho de los chismes en la oficina, que no diga nada no quiere decir que no me entere de lo que dicen. —Nora cubrió su rostro por el hastío de aquella situación.

 —No entiendo de dónde sacan todo eso...

 —Creo... que nuestras miradas son muy obvias —afirmó serio y su mirada le penetró el alma.

 —Ah... —No sabía que decir, ¿acaso él le estaba dando a entender algo—. ¿Nuestras miradas?

 —Bueno... no me va a negar que es extraño el sentir que ya nos habíamos conocido. El asunto es de dónde. ¿O no siente lo mismo? —Edward inquirió.

 —Es cierto. Se me hace muy familiar... —Nora asintió.

 —Usted también a mí. Eso me intriga mucho porque no recuerdo haberme emborrachado nunca, es más, nunca he ido a un bar... —Él afirmó pensativo.

 —Yo tampoco. 

 —¿Qué tal en la universidad? ¿Asistió a alguna fiesta?

 —No sabría decirle —respondió ida ganándose la mirada confusa del asiático—. No tengo recuerdos de la universidad si le soy sincera —y esto es algo que no le he dicho a nadie—, yo no recuerdo mi pasado, solo tengo algunas imágenes vagas de unos meses para acá. 

 —¿En serio? —Él la escrutó perplejo—. ¿Tuvo algún tipo de accidente?

 —No creo... —Negó con la cabeza—. Sólo desperté un día sabiendo lo que tengo en el presente, pero sin un recuerdo del día anterior, eso incluye mi pasado. Desde entonces... —Dejó de hablar.

 —¿Desde entonces? —preguntó interesado, puesto que él empezó a dibujarla meses atrás, y aunque no olvidó su pasado, sentía que todo lo que vivió anteriormente fue como un sueño que quedó borroso en su memoria.

 —Olvídelo, es una tontería —restó importancia, pues no le diría que sueña con él todas las noches.

Edward asintió decepcionado. El tiempo pasó rápido, mientras ellos estaban sumidos en una amena conversación de cosas triviales y de las situaciones graciosas que suceden en la empresa. Él la llevó a su apartamento y una vez allí, le abrió la puerta del auto y la acompañó a la entrada. Se puso frente a ella y no dejaba de mirarla como si no quisiera irse de su lado. No recordaba haberse sentido tan bien y feliz antes de esa noche.

 —Deberíamos repetirlo —dijo nervioso.

 —No creo... —Ella dudó un momento—. No sería conveniente, si alguien nos ve...

 —Que importa si nos ven. ¿Acaso es un delito que seamos amigos?

 —Sabe que no lo tomarían como una amistad.

 —¡Y eso a quien le importa! De todas formas, hay probabilidades de que nuestra relación vaya más allá de una amistad —su expresión era la misma, pero, no parecía que bromeara—. Somos adultos, Nora, no tenemos que dar muchos rodeos al asunto.

 —Señor Anderson, creo que ha confundido las cosas.

 —La que confundió las cosas fue usted, Nora. —Sonrió—. No le dije que tengo ningún tipo de interés, aún. Me gustaría ser su amigo sin cerrarme a las posibilidades de algo más que una amistad —ella bajó el rostro avergonzada. Él se acercó y sus miradas se cruzaron.

 —Buenas noches, señor Anderson. —Nora rompió el contacto con brusquedad.

 —Buenas noches, Nora. Piense lo que le dije, sería divertido compartir con alguien —ella asintió y ambos tomaron su camino.

***

                                 

 —No tienes que disculparte, Marcos. —Ella le topó suavemente en el hombro, mientras éste hacía un puchero—. Yo exageré... no fue un buen día.

 —Yo no debí echarle leñas al fuego, Nora —se lamentó—. Te invito a almorzar como forma de disculpas —sonrió.

 —Está bien, vamos.

Salieron de la oficina y llegaron al restaurante que ella frecuentaba con Lidia. Después del almuerzo, empezaron a hablar sobre algunos reportes que Marcos estaba haciendo.

 —Al principio, pensé que las luces en el cielo en las noches eran fuegos artificiales, pero... ¿Por qué razón alguien encendería fuegos artificiales todas las noches?

 —Me he preguntado lo mismo. —Nora pensó un rato—. ¿Desde cuándo aparecen esas luces en la noche?

 —Unos tres meses, más o menos...

 —¿No te parece que desde ese tiempo pasan cosas extrañas en esta ciudad? —Marcos asintió.

 —Sí. Estos días hemos tenido muchos reportajes buenos, lo que no es conveniente para la sociedad. Todo pasa en las noches. Las personas se vuelven más violentas y desequilibradas, en especial, cuando aparecen las luces en el cielo. Hay más desorden y delincuencia sin mencionar los accidentes, todo ha incrementado en los últimos tres meses.

 —¿Crees que las luces tengan algo que ver?

 —Llámame loco, pero, estoy seguro de que es así —ella lo miró entretenida. Ya nada podía sorprenderla, y llamar loco a una persona sería irónico dada la situación en la que ella se encontraba.

 —No podría llamarte loco por eso, es más, estoy muy interesada en el tema. Cualquier información que consigas, por favor, hazme saber —Nora pidió y él asintió. Sostuvo sus manos con ternura, conmovido por el interés que ella mostraba en las cosas que a él le interesaban. Ella las liberó de su agarre sutilmente para no ofenderlo. Entendía el interés que le mostraba, pero lamentablemente, ella no sentía lo mismo por él.

                   

***

Otra Mañana con aquella extraña sensación. No recordaba el sueño de la noche anterior, pero el sentimiento de vacío y tristeza le apretaba el pecho otra vez. Levantarse de la cama para ir a trabajar fue una tarea muy difícil. Las lágrimas recorrían sus mejillas y la impotencia y desesperación le quitaban el aliento. Para todos, ella era una persona exitosa, pero la realidad es que ella no soportaba aquel trabajo ni la vida solitaria y vacía que trataba de disimular. Por alguna razón extraña, sentía que no pertenecía a las cuatro paredes y limitaciones de una oficina. Tenía tanta energía suprimida que le causaba ansiedad. Muy en el fondo sentía que ella era algo más que una jefe de edición. A veces quería escapar y volar por los aires, sonaba loco, pero era lo que sentía.

Llegó a la empresa y todos la miraban de forma extraña. Mientras caminaba por los pasillos escuchaba los murmullos y como sus compañeros de trabajo hacían silencio cuando se percataban de su presencia. Entró a la cocina para deleitarse con su bebida cafeinada antes de empezar con su labor. Para su sorpresa, su jefe estaba frente a ella sosteniendo una taza de café.

 —¡Buenos días, señorita Allen! —saludó inexpresivo. Por lo menos no la estaba llamando por su nombre.

 —¡Buenos días, señor Anderson! —le devolvió el saludo mientras endulzaba su café.

 —Discúlpeme por mi comportamiento del otro día, yo... no sabía de su relación con Méndez. —Trató de que la voz no se le quebrara.

 —¿Mi relación con Méndez? —preguntó confundida.

 —No se preocupe, Allen. No tiene que pretender. No estoy en contra de los amoríos en la empresa, siempre y cuando, eso no afecte su trabajo.

 —No pretendo nada —replicó confundida—. No sé de dónde saca esa información, pero le puedo asegurar que no es cierta.

 —Una imagen habla más que mil palabras. —Edward dijo mostrando el grupo del chat de la empresa, donde había una foto de ella y Marcos agarrados de la mano en el restaurante donde habían almorzado. Claro, la foto fue arreglada para que mostrara más intimidad y cercanía de la que realmente tenían. Había un mensaje que decía: "Descubrí a estos dos tórtolos en el restaurante hoy; ya sospechaba de su relación, pero hoy se confirmó. Lamento no haber podido tomar la foto del beso a tiempo, pero, sí se besaron y todo".

 —¡Ah! —Nora gritó escandalizada—. ¡Eso no es cierto! —Miró el mensaje de nuevo y se sorprendió al ver el usuario que lo envió—. ¡Lidia! ¡Estás muerta! —Salió echando humos.

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