Capítulo 7: Está bien tener esperanzas

Apenas escucharlo, Akari se quedó paralizado, pues su cerebro pudo comprender de inmediato qué traían consigo esas palabras. Trago saliva, y su nuez subió y bajó con lentitud; sus ojos se pasearon alrededor de Minato, pero no pudo verlo y, con cada segundo, entendió más y más, y su mente comenzó a hacer conjeturas.

Minato siguió comiendo su pastel, le dio tiempo y, después de unos treinta segundos, el mayor resopló con fuerza y miró al rubio que, al darse cuenta de que la compostura regresó al semblante ajeno, aunque aún le veía confundido, detuvo el picoteo con su pastel, dejó ir el tenedor, y prosiguió:

—Ella tiene una casa en Towada, al sureste de donde se encontró el auto con sus padres, y la compró hace más de doce años.

—¿Cómo averiguaste eso? —cuestionó y arrugó el mirar.

 —Investigué a Matsushita Yui —Minato contestó sereno y mirándolo directo a los ojos, lo que hizo a Akari apretar los labios.

»Creo que la policía rechazó todo sobre ella una vez su familia confirmó su coartada. Sin embargo, ella no estaba en Fukuoka ese día.

El convencimiento en la voz de Minato hizo dudar a Akari, que apretó los dedos de los pies y afirmó las plantas al suelo, tensando las piernas. Tragó. El rubio tenía una facilidad para soltar lo que él quería oír así, de buenas a primeras, ¿y la policía? De nuevo, la incredulidad comenzó a ganar terreno en su mente.

—Ella estaba en Aomori —Minato afirmó.

Antes de que pudiera objetar nada, Akari vio a Minato voltear a un lado, tomar su bolso y sacar de allí una carpeta negra, que colocó extendió hacia él. El mayor la tomó y palpó su dureza, que era de un empastado semi duro, la atrajo hasta él y la abrió. Lo primero que vio fue una serie de imágenes impresas en hojas tamaño carta, que le parecieron capturas de pantalla y, tras pasar eso, encontró fotos.

Alzó la vista hacia el rubio, exigiendo explicaciones.

—Son fotos del día previo a la desaparición de sus padres, y también del día de la apertura de la galería.

Akari asintió y comenzó a pasar hoja por hoja.

—Allí está Saga Itsuki. —Viendo las fotos, Akari asintió, Saga era el protagonista de todos los focos—. Para notar lo que quiero que note, debe concentrarse más en el fondo, olvídese del primer plano,

Minato se levantó un poco y se fue hacia el frente; con el índice izquierdo señaló una zona de una de las fotos, y los ojos avellana de Akari fueron hasta allí, escudriñando, y encontró una silueta y un rostro. La cámara era de buena calidad, por lo que era distinguible, y asoció con rapidez ese rostro con un nombre.

Alzó la vista al menor con los ojos bien abiertos, impresionados.

—¿Cuándo dices que se tomó esta foto?

—Esa, en específico, fue subida al perfil de Facebook de Saga Itsuki el 22 de marzo de 2013, un día antes de la desaparición de sus padres. —Minato regresó a su asiento.

—Si sigue observando, se dará cuenta de que hay imágenes donde Matsushita Yui aparece, siempre en el fondo, y que fueron tomadas el 23 de marzo de 2013, en la fiesta de apertura, que fue el último lugar donde se vio a sus padres con vida.

El mayor siguió viendo las fotos, bien organizadas una tras otras, con capturas de pantalla intercaladas donde se podía ver con claridad la fecha y hora de captura, y muchos detalles remarcados con líneas hechas, de seguro, con algún programa de edición de imágenes.

Pasando las imágenes hasta el final, Akari se preguntó cómo es que todo eso siempre estuvo allí y la policía solo lo ignoró.

Tragó, la tensión se apoderó de su espalda, y un frío la recorrió por el centro. Él no era un policía o investigador certificado, pero gracias a lo que pasó con sus padres aprendió un par de cosas al respecto, y sabía que estas inconsistencias eran significativas; básicamente Matsushita, una implicada directa con ellos, había mentido al decir estar en otra parte, y su familia apoyó esa farsa.

—¿Con esto… puede reabrirse el caso?

Exhaló fuerte, y el frío siguió a sus manos; dejó la carpeta sobre la mesa, y solo siguió observándola por largos segundos, donde su mente bailaba entre el ansia, el deseo y la presión. Tragó y volvió a tragar, apretó las manos y resopló y, de repente, se sintió un poco mareado.

Minato, que lo observaba sin perder un solo detalle de sus reacciones, arrugó la vista al notar lo último.

—Akari-san, ¿se siente bien?

Akari apretó los labios, sopló, y negó con la cabeza.

—Tengo muchos pensamientos revueltos —murmuró apenas audible.

No era solo Matsushita mintiendo, o Saga; no se trataba solo de eso, y ahora, con sus ojos haciéndolo un libro abierto, a merced de quien pudiera leerlo, Minato lo hacía: la presión, el tiempo, la espera, la esperanza… su familia, sus hermanas; el mayor seguro pensaba en ellas en este momento, «¿qué pensarán si les digo esto?», «¿lo creerán, o no?», «¿de verdad esa mujer puede haber sido capaz de hacer eso?». Eran dudas difíciles de sobrellevar.

—Respire hondo —aconsejó el rubio, y decidió mantener la línea y continuar:

»Para reabrir un caso solo es necesario crear la duda, y sustentar esa duda. ¿Por qué Matsushita mintió? ¿Qué hacía en esa fiesta? ¿Por qué estaba con Saga Itsuki? Esas tres preguntas tienen el poder de hacerlo, Akari-san.

Él era metódico al hablar, muy formal añadiendo el «san», pero calculando sus palabras, e incluso su tono y forma de decirlas, porque sabía que el hombre frente a él estaba siendo sobrepasado por el momento, y no necesitaba que se desesperara.

Estas cosas solo se resolvían desde la calma.

Akari asintió, respiró hondo y miró su tarta, se mojó los labios, tomó el tenedor y cortó un pequeño pedazo, que después se llevó a la boca. Masticó con calma, en silencio, tratando de contrarrestar el vacío en su estómago. ¿Tenían algo para acercarse a la verdad, después de tanto tiempo?, ¿estaba bien creer eso?, ¿estaba bien tener esa clase de miserable e ínfima esperanza?

Darse esperanzas era lo peor que podía hacer, pero… lo deseaba.

—¿Por qué la policía no tomó esto en cuenta? —Después de tragar, cuestionó, y agregó—: Esto ha estado allí por siete años.

—En el 2013 las redes sociales extranjeras eran muy subestimadas por los investigadores japoneses. Y, como dije antes, ni Saga ni Matsushita trascendieron como sospechosos de la investigación. En conclusión: nadie investigaría a fondo sobre ellos.

Minato regresó a comer de su postre, y Akari asintió. Entendía eso. Cuando estuvo en Estados Unidos fue testigo de un golpe social, con todos usando sus redes para cada pequeña cosa, con miles de redes sociales diferentes para conectar a personas en cientos y cientos de aspectos diferentes de la vida; tal vez es porque él había sido chapado a la antigua, pero… fue una experiencia traumática.

Le gustaba la simpleza del estrés laboral, y la ausencia de tiempo para hacer otras cosas. Prefería encontrarse con la gente cara a cara.

—Minato, yo… no sé qué decir. Con esto… el caso podría volver a la luz.

—Así es. Pero… espero que entienda que esto no es todo.

—Lo sé, lo sé… todo se va a poner más complicado a partir de ahora.

—Así es. —Minato asintió—. Hasta ahora solo hay sospechas. Creo que la policía tiene mejores medios en la actualidad; ellos pueden ser capaces de encontrar pruebas reales contra Matsushita Yui. Saga Itsuki… pienso que con él será más difícil. —Resopló—. Su información está muy viciada.

Minato llevó otro pedazo de pastel a su boca. Akari sabía a lo que se refería con información viciada, pero se le hacía muy raro que Saga fuera de esos.

—¿Qué puedo hacer para ayudarte?

—Por ahora, hay alguien buscando sobre Saga, pero usted debe esperar algunos días antes de ir con la policía —sugirió y vio el mirar de Akari achicarse, por lo que agregó—: Cuando el momento llegue, permítame acompañarlo; conozco a un superior que investigará con propiedad el caso. Aun si el sistema está viciado, él no lo estará.

Akari encerró más el mirar: ¿él había dicho «superior»?

Minato siguió comiendo su pastel con calma, y Akari se guardó sus dudas para después, porque aún tenía la mente llena de las información que acababa de descubrir.

Como a las diez treinta de la noche, los dos ya iban camino a la estación. Tokio era una ciudad grande y llena de una tremenda diversidad: lo mismo veías a chicos haciendo cosplay, idols dando conciertos callejeros, pantallas enormes transmitiendo comerciales extraños, gente en traje y corbata regresando de sus trabajos, o turistas… en los últimos años estos abundaban, en parte gracias al boom de la industria del entretenimiento y la animación, pero también porque el mundo exterior se fascinaba por la complejidad de la cultura nipona.

El mundo era muy influenciado por eso; incluso a estas horas, los grupos de turistas andaban por acá y por allá, maravillados, tomando fotos a cada edificio, árbol o banca que veían. Sin embargo, lo que sucedió minutos atrás, tenía a Akari preguntándose algunas cosas de la persona que caminaba muy pasivo a su lado, con una sonrisa en el rostro.

Al salir del restaurante, él y Minato hablaron sobre el trabajo que este había hecho como investigador privado hasta ahora, y le comentó de sus propias labores; entonces, un grupo de chicas, unas cuatro o cinco, pasaron a su lado. Ellas no eran japonesas, a Akari le parecieron europeas, y daban la impresión de estar perdidas.

Una de las chicas le tocó el hombro, y dijo algo en un idioma que no entendió, pero que identificó como español, porque había escuchado algunas frases antes. «No puedo entenderte», contestó en inglés, pero las damas no entendían esa lengua, lo que era frustrante… ¿cómo no puedes entender un poco del idioma internacional por excelencia?

Sin embargo, su mayor sorpresa llegó cuando escuchó a Minato decir una frase completa en ese idioma, y se dio cuenta de que no era el único. Aquellas mujeres lo vieron con alivio, como si él fuera su salvador. Lo vio charlar más, se dio cuenta de que les daba direcciones, e incluso sacó su teléfono y les enseñó una ruta, usando los mapas de Google.

Ellas comenzaron a asentir, agradecidas, y mencionaron algo. «Akari-san, ellas quieren tomarse una foto con nosotros», Minato le comentó y, posando tan bien como un asalariado que acaba de trabajar horas extra, con mucho estrés encima, pudo.

Se tomaron la foto, Akari sonrió como pudo, se despidió y las vio marcharse. Entonces, la duda natural afloró de sus labios:

—¿Cómo es que sabes hablar español?

—Es un idioma fascinante —Minato contestó con orgullo, y ambos siguieron el camino a la estación—. Tuvieron suerte, porque están por completo perdidas. —Resopló.

»Cuando era niño, me pareció fascinante, porque era más difícil que al mandarín, así que decidí aprenderlo. —Se alzó de hombros.

Akari lo miró y frunció los labios.

—¿Eres uno de esos cerebritos?

Minato soltó la risa, pero no negó.

—Me gusta mucho estudiar.

—Aaah… así que si existe gente así cerca —murmuró el mayor.

Minato lo miró y sonrió, y Akari aceleró el paso, dejándolo un poco atrás.

Llegaron a la estación y tomaron el tren. En la cabina no volvieron a tocar el caso, sino que Akari terminó hablando de sus gustos en aspectos tan tontos como comida y dulces, actividades preferidas, y cualquier cosa que a Minato se le ocurrió preguntar. Eso, de alguna forma, lo había relajado mucho.

Camino a casa, Akari se preguntó si el otro había notado que tenía los pensamientos revueltos, y por eso hizo lo que hico; pero se sentía ligero. Era de agradecer.

Al doblar hacia la cuadra en la que quedaba su casa, se sorprendió al ver el auto de Arata, el novio de su hermana, estacionado frente al domicilio. Miró la hora en su reloj, eran más de las once, y se extrañó más porque no sabía que los dos irían a la casa esa noche.

Bueno… Kohaku estaba en su casa, podía ir y venir cuando quisiera.

—Al menos Matsuri no comió sola, eso es bueno —se consoló y sopló. Metió las manos en los bolsillos del pantalón y trató de relajarse.

Por suerte, no estaba haciendo mucho frío.

Pasó el portón y luego la puerta principal, y la calidez del hogar lo invadió de inmediato. Se cambió los zapatos por un par de pantuflas y, antes de subir a su habitación, caminó hasta la puerta que daba a la sala y la abrió, para encontrar al trío (Matsuri, Kohaku y Arata), viendo la televisión.

Tal vez seguían allí porque no debía trabajar al día siguiente, todo lo contrario a él.

Al notar el ruido de la puerta al abrirse, Arata volteó, y su expresión, siempre chispeante, se alegró.

—¡Akari llegó! —exclamó, y las hermanas también voltearon.

Akari alzó la mano y entró a la sala, siendo seguido por tres pares de ojos que tenían diversas demandas en sus miradas.

—Akari… ¿acaso estabas con una mujer? —arata, siempre impertinente, preguntó.

El mayor arrugó la vista en él, siempre impresionado por la facilidad con la que Ichinose podía decir las cosas más vergonzosas como si no fueran nada. Estaba acostumbrado a ese comportamiento tan directo e irreverente, pero nunca dejaba de sorprenderlo.

—Claro que no —contestó él. Si no conociera a Arata desde hacía mucho tiempo, sus palabras habrían sido otras.

Saludó a sus hermanas y se sentó en el sillón que estaba al costado del sofá, estiró las piernas y dejó caer su bolso sobre los muslos.

Arata y su hermana habían sido compañeros desde la secundaria, pero solo comenzaron a salir cuando ingresaron a la universidad. Ese chico era como su hermano menor, y él lo trataba como su hermano mayor. Siempre había estado bien con eso.

Kohaku y Matsuri se lo quedaron viendo, enrarecidas.

—Entonces… ¿estabas con un hombre? —preguntó con broma, pero un genuino interés en la mirada, Ichinose. Akari resopló, el cansancio llegaba a él.

—Estaba con alguien. —El semblante de Arata se alegró, en tanto los de Matsuri y Kohaku se mostraron sorprendidos. Antes de que se malentendiera, Akari agregó:

»No se trata de lo que creen. —Kohaku exigió respuestas con la mirada, achicándola más en él—. A decir verdad… tengo algo importante de lo que debo hablarles.

Arata pensó que se trataba de una novia, o un novio, no importaba, e incluso Matsuri llegó a pensar en eso, y él hablaba con seriedad.

—¿Te vas a casar? —Matsuri se atrevió a preguntar.

—¿Por qué todos tienen que hacer preguntas y referencias al respecto? —soltó de la nada, no molesto, sino más curioso.

Matsuri frunció la boca, y su hermana la vio.

—Es porque hace mucho no traes una novia a la casa.

—Eso. Mamá y papá estaban vivo la última vez —apoyó Matsuri.

Arata no evitó sonreír, ante el confuso mirar que Akari dirigió a sus hermanas. El mayor negó y respiró hondo.

—No se trata de casamiento, y tampoco estoy saliendo con nadie —aclaró con firmeza—. La verdad es que quiero hablarles sobre mamá y papá, del caso.

La buena vibra que pintó el ambiente se secó de pronto, y la seriedad invadió los rostros de los tres más jóvenes al escuchar al mayor.

—Hay una sólida posibilidad de que el caso vuelva a ver la luz.

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