Capítulo 6: Mentiras

Minato guardó el enlace, y también una captura de pantalla de lo que veía, con la fecha y hora de su ordenador, y continuó con la observación.

No le tomó mucho darse cuenta de que Matsushita Yui aparecía en otra foto, en la parte trasera; esta toma tenía mejor calidad, por lo que pudo captar su rostro de forma más clara.

—Veintidós de marzo de dos mil trece… —murmuró. Era la fecha de publicación de la imagen, que se subió apenas tomarla.

Era el día antes de la fiesta en la galería en Aomori, tras la que los señores Azarov desaparecieron.

Y ver a Matsushita escondida en el fondo de un fotograma se repitió hasta tres veces más.

«¿Por qué estaba Matsushita Yui con Saga Itsuki?», la pregunta no dejó de resonar en su mente ni un solo segundo porque, en términos lógicos, no debería haber sucedido.

En principio, Matsushita ya no trabajaba para los Azarov, y la diferencia de edad entre ambos era muy grande como para considerarla un interés amoroso para el tipo de persona que Saga Itsuki parecía ser. Además, al observar con detalle la postura y el rostro de Matsushita en dichas fotos, al rubio le parecía que ella no quería estar ahí.

Minato respiró hondo y estiró los brazos hacia arriba, y escuchó el crujir de algunos huesos en el camino. La coartada de Matsushita fue que ella había estado en Fukuoka, visitando la tumba familiar y, tras confirmar con ellos, sumar su edad y salud, fue sacada muy pronto de cualquier sospecha grande.

Pero no… aquí estaba él, viendo a Matsushita Yui al fondo de una foto que estaba en las redes sociales públicas de Saga Itsuki, en la fiesta realizada después de la apertura de una galería de arte en Aomori, propiedad de un buen amigo de Igor Azarov.

Saga tenía motivos, Igor era su Maestro, pero Matsushita no.

—La primera mentira ha sido encontrada y sustentada —Minato canturreó,  y se preguntó por qué algo tan obvio como esto no había sido considerado.

Su respuesta llegó de sí mismo: siete años atrás, los investigadores japoneses, tan ajenos a los crímenes grandes, no le daban la importancia merecida al contenido que se compartía en las redes sociales y, ya que Saga nunca fue investigado a fondo, no se tomaría en cuenta revisar sus perfiles en estas plataformas para corroborar nada.

Minato se alborotó los cabellos, y reprimió un bostezo enrarecido por el dulce que paseaba con libertad por su organismo; clicó y abrió otra pestaña e introdujo de nuevo la primera dirección, colocó en el campo de texto los kanjis del nombre Matsushita Yui, y comenzó a buscar.

Un cuadro de diálogo apareció en la pantalla, anunciando el fin de la primera búsqueda, y él se movió hasta allí con rapidez. Ojeó, y las cejas se arquearon, al darse cuenta de lo que apareció plasmado.

La aplicación que ejecutó le permitía obtener información seleccionada de una persona haciendo uso de la base de datos del gobierno de Japón ¿Cómo la había obtenido? Esa era una historia para después.

Saga era un hombre sin antecedentes penales, con estudios básicos en escuelas públicas, graduado de una buena preparatoria, y colegiado de un instituto especializado en fotografía. Todo lo que siguió leyendo era limpio, demasiado limpio. Para el rubio no quedaban dudas de que se trataba de información viciada.

Esta aplicación le permitía ver todo aquello de una persona que estuviera relacionado con organismos públicos y, por experiencia, Minato sabía que una persona normal tendría información comercial, compras con tarjetas de débito y crédito, identificación; él incluso había configurado la recepción de perfiles más detallada, solo por diversión, y para no levantar sospechas. Sin embargo, desde la universidad hasta ahora, Saga tenía muy escaza información en torno a su situación económica, propiedades y patrimonio.

Si Saga Itsuki fuera un hombre mayor aquello no sería raro, pero para alguien joven, en medio de un boom tecnológico, y que hacía amplio uso de sus redes sociales, con su poder adquisitivo, no tener propiedades a su nombre, ni declaraciones de impuesto, o consumos esporádicos con herramientas bancarias...

Quizás era muy sutil, o él estaba siendo exagerado, pero esas inconsistencias lo hacían trinar. ¿Por qué Saga se cuidaba tanto las espaldas? Nadie ponía tanto empeño en estas cosas si no ocultaba algo.

—Él debe tener a alguien dentro de las instituciones —musitó. De ninguna otra forma sus datos estarían en el estado en el que se encontraban.

Él mismo había manipulado su información años atrás y, aunque solo lo hizo para saber si era capaz, fue peligroso. Pero esto era diferente, era un control que cubría un periodo de tiempo muy extenso que llegaba hasta la actualidad.

Resopló fuerte, y un cuadro de diálogo invadió su pantalla, anunciando que la búsqueda de Matsushita Yui había finalizado.

—Eso fue rápido.

Al ver los reportes sobre Matsushita, se dio cuenta de que faltaba mucho; sin embargo, al tener ella sesenta y un años, era normal, porque los registros en detalle solo tenían dos décadas de antigüedad. Pudo ver información del seguro social, números de cuenta, lugares de trabajo, donde encontró el nombre de Igor Azarov como último patrono; sin embargo, algo llamó su atención.

La mujer era dueña de un par de propiedades: la primera estaba en Tokio, a las afueras, donde estaba empadronada; y la otra, para su sorpresa, se encontraba en Aomori.

Se apresuró a buscar sobre ella, y se dio cuenta de que el contrato tenía más de diez años de antigüedad; es decir, la compra se produjo cuando aún trabajaba para los Azarov, en 2010.

Copió la dirección y guardó todos los registros; esto no era tan ilegal, porque él gozaba de ciertos permisos, pero… ¿sería suficiente para incitar a los investigadores de la policía a reabrir el caso?

La mentira de Matsushita siete años atrás a la policía era importante, y ella era dueña de una propiedad justo en Aomori; y el control de Saga para sus datos era sospechoso; el hecho de que nadie lo notara quería decir que nunca había sido investigado. «¿Estoy siendo paranoico?», se preguntó.

Exhaló con fuerza y sintió su cabeza embotarse, tomó el teléfono celular y envió un mensaje en línea a un conocido, por un chat que solían frecuentar: «¿Tienes tiempo más tarde para comer un helado?». Dejó de lado el aparato y siguió leyendo los reportes en la computadora. Cinco minutos después, recibió una respuesta:

«Quiero uno grande, en una copa, con muchas galletas». Aquello lo hizo soltar la carcajada, pero confirmó lo que necesitaba.

Después de todo, él no era un hacker, había mucho que no podía hacer, pero tenía buenos amigos y conocidos que se hicieron sus informantes con el correr de los meses. Le gustaba la legalidad, a fin de cuentas.

♦  ♦  ♦

Akari estiró los brazos hacia el techo de la oficina, pero, al estar sentado en una silla en su oficina, no pudo alcanzarlo. Tenía un trabajo demandante y de muchas responsabilidades, y hoy era uno de esos días donde no podía hacer otra cosa que su trabajo. Era el director de seguridad de sistemas, y el grupo estaba retrasado con un proyecto: regresar temprano a casa no figuraba como opción.

Había recibido un mensaje de texto a eso de las once de la mañana, pero solo lo leyó en el descanso del almuerzo, más de una hora después. Minato era el remitente, y preguntaba si tenía algo de tiempo para hablar esa tarde.

Como debía hacer horas extra, le dijo que solo estaría libre hasta las ocho o nueve de la noche, y se sorprendió al recibir un «está bien, puedo esperarlo. También tengo trabajo pendiente», que lo llevó a aceptar, y preguntó si quería que se vieran en un sitio específico.

Minato mencionó el Tsumura, que lo hizo pensar si lo conocía, y buscar en los mapas de Google para darse cuenta. Después de confirmar, le envió un mensaje a su hermana, solo para que no se preocupara.

♦  ♦  ♦

Cerca de las seis de la tarde, una dama de cabellera rosácea, entre rojiza y castaña clara, pasó a la casa Azarov, y no estaba sola, pues un varón algo más alto, delgado y pelinegro, la acompañaba; ambos usaban trajes de dos piezas.

Kohaku Azarov y Arata Ichinose se acercaban a la casa familiar para tomar, como ya era costumbre, la cena juntos. Lo hacían al menos una vez a la semana, sin importar el estrés y las dilaciones del trabajo de oficina, para no perder el contacto.

Kohaku era la hermana del medio de los Azarov, y Arata, su pareja, era un año mayor que ella.

—¿Akari no viene a casa hoy? —Arata preguntó.

Matsuri negó. Ella estaba con su hermana al interior de la cocina, y el pelinegro descansaba sentado en uno de los taburetes de la península.

La casa poseía un concepto abierto de sala, comedor y cocina, a la que se accedía por la puerta del costado.

—Me envió un mensaje más temprano diciendo que haría horas extra, y que después de eso tenía un compromiso importante.

El mirar de Arata se encendió, y sus pensamientos suspicaces lo guiaron en una sola dirección:

—¡Oh! ¡Akari al fin tiene novia!

Las hermanas lo miraron con extrañeza, pero, por si acaso, Kohaku volteó hacia su hermana pequeña, porque ella era quien vivía bajo este techo con él.

—No lo sé —Matsuri respondió casi al instante—. Estos días ha estado actuando un poco raro, la verdad.

—Tal vez tenga que ver con lo que dijo sobre mamá y papá —Kohaku aportó; su voz era un poco más gruesa que la de Matsuri, pero tenían un timbre similar.

La menor se encogió de hombros y siguió su labor de picar setas.

—No puedo decir nada… —Resopló—.Tampoco habla mucho de eso; siendo sincera, él no es comunicativo con muchas cosas.

Kohaku asintió y sopló por la boca. Para ella, para los tres en realidad, Akari había sido el hijo que tuvo que tomar el papel de cabeza de la familia cuando la situación se puso fea; en consecuencia, él se volvió reservado y muy serio, y perdió su chipa en el camino. Siempre se preocupaba más por sus hermanas que por él mismo.

Por eso, muy poco podían saber ellas de lo que transitaba por su mente.

♦  ♦  ♦

Ocho cuarenta de la noche, mismo día, y Minato ya llevaba a la mitad, muy alegre, su cena: cerdo agridulce, ensalada de papa, fideos, y sopa de cerdo con verduras, mientras Akari, que lo veía de cuando en cuando, hacía lo propio con un curry de carne y arroz.

Se habían encontrado unos quince minutos atrás y, como era de esperarse al entrar al Tsumura, un restaurante casual, repleto a estas horas, y con el aroma de las carnes y los guisos flotando con la sutileza justa por la gran sala, el hambre ganó la batalla al deseo de conversar.

—¿No estás comiendo mucho cerdo?

—Me gusta mucho. Mi cuerpo necesita mantenerse fuerte también.

Akari achinó el mirar, no muy convencido, pero tampoco lo culpaba; según sabía, el rubio había tenido un día difícil en el trabajo, tal cual él.

—Akari-san, la verdad es que quería hablarte un poco sobre Matsushita Yui —Minato comentó, y llevó un bocado de comida a su boca.

—Imaginé eso… ¿Qué hay con ella?

—¿Cómo recuerda el último tiempo que estuvo trabajando en su casa?

—Fui a América a hacer un posgrado justo después de terminar la universidad, y ya vivía solo desde los dieciocho. —Akari comenzó a explicar, dejando de lado sus cubiertos.

»Antes de eso, Matsushita siempre estaba allí para mí y mis hermanas. Ella era amable, y cuidaba de todo en la casa. Viéndolo desde la perspectiva del adulto que soy ahora, creo que ella nos quería de verdad.

Minato asintió, y llevó un poco de ensalada a su boca.

—El tiempo antes de irme —Akari continuó—, creo que esos fueron los únicos momentos donde pensé que había algo raro.

—¿Cómo extraño? —Minato procedió a comer casi lo último de sus alimentos.

—Tal vez fue porque yo ya no vivía ahí, ya sabes… cuando estás afuera ves cosas que no verías si estás dentro.

—Entiendo, entiendo…

—Desde que mencionaste a Matsushita, pensé mucho en eso, y pude recordar algo. —Hizo una pausa, aclaró su garganta y continuó—: la última vez que fui a casa, previo a irme de viaje, fue solo un par de meses antes de que ella fuese despedida, y en la casa había tensión.

Minato, que acabó su comida mientras Akari hablaba, y ahora bebía de un vaso con zumo de naranja, lo dejó de lado, tragó, y encerró el cejo.

—¿Habla de molestia?, ¿hostilidad?

Akari negó con la cabeza.

—Era mi fiesta de despedida, yo esperaría que el ambiente fuese feliz y nostálgico, pero entre mis padres y ella había repulsión, como un distanciamiento.

—¿Sus padres hablaron de eso cuando lo despidieron?

—No. Solo apuntaron que mis hermanas ya podían valerse por sí mismas en la casa. Mamá también había comenzado a pasar más tiempo allí, entonces Matsushita ya no era necesaria. —Akari tomó su vaso con cerveza y le dio un sorbo, para continuar:

»Honestamente, me molestó su decisión, porque Matsushita era de la familia, pero ellos entendieron eso, y no la dejaron a su suerte.

La forma de pensar siempre cambiaba cuando una persona pisaba la edad adulta, y eso era normal; el tiempo y la experiencia regalaban el valor de la insignificancia a muchos hechos tremebundos en la adolescencia. Era lo óptimo e inevitable.

—¿Y sus hermanas?

—Kohaku estaba muy ocupada estudiando para los exámenes, ella solía llegar tarde a casa. Matsuri me dijo que una vez escuchó a mi madre discutir con Matsushita, pero no recuerda la razón.

—Ya veo…

Ambos terminaron su comida, y la orden del postre llegó. Para Akari era una porción de tarta de naranja, mientras que Minato comía una porción generosa de pastel de chocolate, que casi podía ser calificada como dos raciones normales, relleno de chocolate, cubierto de chocolate, y con chispas y más chocolate por encima.

—¿No es eso demasiada azúcar para esta hora? —Rememorando el caso del cerdo, Akari cuestionó. Uno frente a otro, lo veía directo.

El mesero se llevó los otros platos y los dejó conversar. Minato negó.

—Está bien. Tengo un metabolismo muy veloz, y mi cuerpo necesita azúcar también —comentó sin importancia.

Akari no podía dejar de sentir una rara buena vibra salir del rubio cada que hablaba, aunque dijera una tontería. Era raro, porque no solía sentir eso con mucha frecuencia. Justo ahora, por ejemplo, concebía sus palabras como las de un niño tratando de justificar sus travesuras. Su forma de hablar era tan ligera…

—¿Algo de lo que te he dicho tiene alguna utilidad? —Akari preguntó, al decidir dejar de lado el tema de los excesos.

La duda se apoderó del semblante del mayor y, cuando Minato detectó eso, llevó un mirar delicado hacia él y le sonrió con solemnidad.

Era como pasar del calor al frío, ¿cómo rayos lo hacía? Akari sintió esos zafiros escudriñarle, y un calosfrío se le regó por todo el cuerpo, al mismo tiempo que arrugaba el mirar.

—Lo hace —Minato afirmó con serenidad—. Me gustaría confirmar los motivos que tendría Matsushita Yui para colaborar en la muerte de sus padres. —Cortó un poco de pastel con el tenedor, lo llevó a la boca y se dejó maravillar por el sabor, cerrando sus ojos y disfrutando.

Akari sonrió, perdiendo la pista un instante del tema central. Minato carraspeó y tragó.

—Ella fue despedida, pero solo eso no desencadena el deseo de hacer desaparecer a alguien. Sospecho que hay algo más.

Akari encerró el cejo tras cortar un poco de su tarta.

—¿Algo como qué?

—Ella pudo haber intentado tener algún tipo de relación con su padre, diferente a ser patrono y empleada. 

Akari abrió los ojos como platos, y exclamó con decisión:

—¡Mi padre jamás engañaría a mi madre!

Las personas alrededor voltearon hacia ellos. Akari las miró un poco y resopló, avergonzándose al instante. Minato asintió, buscando sosegar la tensa expresión de quien tenía al frente.

—Lo entiendo, lo entiendo… —murmuró—. Pienso que él la repelía, y que ese fue el desencadenante de su despido. Es un motivo fuerte y lógico.

Eso lo había conjeturado después de ver las últimas fotos de los Azarov posando juntos.

Akari tragó saliva y resopló con fuerza. Los curiosos volvieron a sus propias mesas y conversaciones.

—Lo siento.

—No se preocupe, es entendible que reaccione de esa forma.

El mayor serenó su interior. Aquellas palabras no eran descabelladas; pensando en el pasado, tenían sentido.

—Akari-san, ¿nunca se ha preguntado por qué el asesinato de sus padres ocurrió en Aomori? —Akari asintió—. ¿No le pareció extraño que, de tantos lugares a los que ellos solían asistir juntos, fuera justo en Aomori donde todo ocurriera?

Esas eran preguntas que Akari y sus hermanas se habían hecho con el tiempo. La hipótesis de la policía fue que el asesino se aprovechó del territorio en el cual ejecutó el crimen, pues la prefectura era amplia y, lejos de los cúmulos más poblados, todo estaba distanciado y con una espesura de vegetación destacable; según los oficiales, ese fue el lugar perfecto para ocultar sus huellas porque, al día siguiente de encontrar a los esposos, una gran lluvia borró cualquier posible evidencia.

Sin embargo, las investigaciones basadas en esas suposiciones no llegaron a nada: la policía rastreó los bosques en busca de refugios o cabañas, pero en ellos nunca se encontró nada que indicara presencia de los Azarov, o de cualquier otra persona en un periodo de tiempo cercano; las cámaras de seguridad del edificio de la galería aún no habían entrado en funcionamiento en ese entonces… En fin, fueron un montón de factores que parecieron confabular en contra de una buena resolución.

«La oportunidad surgió y fue aprovechada», era lo que se pensaba. Pero no.  Él tenía la absoluta seguridad de que este crimen se planeó al milímetro, y tuvo una ejecución perfecta.

Los Azarov no fueron asesinados en su auto, el disparo en la frente fue hecho tiempo después de que murieran, y fueron trasladados desde el lugar de su muerte hasta el camino en el que se los encontró, de alguna forma. La policía tampoco pudo determinar con certeza si el o los asesinos actuaron desde los territorios de la prefectura, o fuera de ellos.

Los cuerpos se encontraron limpios: no había rastro de sangre, ni ningún fluido o cabellos, piel o huellas, para relacionar a alguien. El equipo científico estableció que los esposos se habían dado un baño antes de terminar en el auto, por su exceso de limpieza.

Se investigó a todo aquel que integrara su círculo cercano, pero nunca se obtuvo nada.

Siete años después, parecía el crimen perfecto.

—Me lo pregunté —Akari contestó—. La policía también, pero… con todo lo que pasó, esas preguntas terminaron en un segundo plano con rapidez.

Él se refería al vuelco en su vida y en la de sus hermanas.

—Matsushita Yui tiene una propiedad en Aomori —Minato reveló.

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