Capítulo 4: Gelatina de uva

Se quedó en blanco.

Tal como si del reinicio de un sistema operativo tras una falla se tratara, Akari tardó un par de segundos en volver a su centro, y ser capaz de entender lo que sucedía.

Ojalá los seres humanos fueran tan sencillos como las computadoras.

—¿Cómo sabes eso?

Akari era un libro abierto al rubio: ojos transparentes, boca entreabierta y rasgos congelados; cuerpo tenso, con la postura firme y los hombros entumecidos; Minato se dio cuenta de que lo había tomado con la guardia baja, y se apresuró a buscar algo en el bolsillo de su pantalón.

Akari lo miró atento, y el teléfono celular del más joven apareció.  Él paso el dedo por la pantalla, puso la contraseña y, segundos después, encontró lo que buscaba; dio un paso al frente y extendió su teléfono al más bajo.

—Hoy debo reunirme con Azarov Akari-san.

En la pantalla del teléfono, Akari pudo ver la conversación que él mismo había tenido con el dominio de correo «mahk.nxxx@xxxxx.com», lo que llevó a su cerebro a dar un vuelco de cordura, y lo miró con sorpresa.

—¡¿Eres Mahk-san?!

Minato sonrió, y Akari pensó que sus ojos le decían «al fin has dado con ello» y asintió con la cabeza, con aparente orgullo.

—Soy Minato, pero sí, es lo mismo. ¿Le parece si nos sentamos en una de las bancas para conversar? También… no tuve tiempo de comer nada, así que traje un poco de gelatina. —Agitó la bolsa que cargaba en la zurda, y guardó su teléfono en el bolsillo derecho del pantalón.

»¿Quiere un poco, Akari-san? —Ofreció gelatina al mayor.

Akari todavía digería la revelación, pero asintió, y ambos caminaron hacia una banca cercana, de concreto armado, que colindaba con una jardinera.

«Los jardineros hacen muy bien su trabajo», Akari pensó, y sintió orgullo por eso. Este era un punto turístico, y muchos extranjeros amantes de la cultura japonesa, los mangas y los animes, venían a sacarse la tan ansiada fotografía; saber que se llevaban tan preciosa estampa, lo llenaba de orgullo.

El mayor se sentó y miró al frente, dejó su bolso a la derecha y colocó las manos sobre las rodillas, sintiéndose tenso de repente, engullido por el momento, porque algo en él no se había creído que la intervención de Sagawa-san podía terminar en un encuentro con alguien en la vida real.

—Compré de uva, es mi favorita.

Minato también se sentó, y comenzó a sacar los envases de la bolsa, que eran de un cuarto de litro, y dos cucharas de plástico.

—Akari-san, tome. Un poco de gelatina nunca hace mal. —Extendió el envase con la cuchara al otro.

Akari volteó, asintió y los tomó, detallándolos por un par de segundos. Minato abrió su envase con gelatina y le dio el primer bocado.

¿Cómo podía hablar con tanta normalidad?

—¿De verdad eres Mahk-san? —Segundos después, volvió a preguntar.

—El mundo es pequeño, ¿no lo cree? —Minato soltó, con los ojos en el envase y tratando de despegar una porción de gelatina con la cucharilla, y luego desvió su mirar hacia él.

»MAHK no son más que mis iniciales. Minato Anthony Hamilton Kanzato, ese es mi nombre completo.

Akari arqueó las cejas.

—¿Eres extranjero?

—Soy un half; mi padre era estadounidense, y mi madre japonesa. Debería decir lo mismo de usted.

Akari no dijo nada sobre eso, porque, si él era MAHK, el de los correos, ya debía conocer lo básico sobre su familia.

—Entonces… ¿de verdad eres ese del que tanto habla Sagawa-san? —Miró su envase y lo abrió, para descubrir una superficie lisa y morada, que atravesó con la cuchara.

Ya que tenía hambre, esto le venía como caído del cielo.

—Bueno… no sé muy bien qué tanto dicen de mí por allí, pero, a veces hago esas cosas —confirmó, y llevó un poco de gelatina a su boca. Masticó, tragó, y continuó—: Cuando encuentro detalles interesantes en los casos, me gusta saber más sobre ellos. Ayudar a otros a vivir en el presente, me da paz.

Lo ambiguo de su mensaje dio curiosidad a Akari, pero dar vuelta a asuntos sin sentido no era propio de él.

—Entonces, Akari-san. —Un minuto después, dando tiempo al otro a pensar, Minato prosiguió—, ya que nos encontramos de nuevo, y he leído mucho al respecto, ¿le gustaría hablarme sobre el caso? en específico, sobre los años previos a que el crimen sucediera.

—¿Años previos? —Akari espabiló y preguntó, hundiendo la cuchara en la emulsión—. ¿Eso tiene algo de relevancia?

—La tiene. Después de leer mucho sobre el caso, dos posibles caminos se dibujaron en mi mente —reveló. Akari entrecerró el cejo en su dirección—. Piense en la forma en la que los cuerpos fueron encontrados; los investigadores lo dijeron algunas veces: la posibilidad de que la persona que mató a sus padres los conociera era alta.

El rostro de Akari se tensó; sus rasgos se estiraron a la par que sus orbes avellana se abrieron en sorpresa. Necesitó unos segundos para relajarse, e intercaló su mirar entré él y los derredores

Quedó claro, por la naturalidad con la que Minato hablaba, que Sagawa había tenido razón al decir que él estaba familiarizado con estos asuntos.

—Sus padres, de seguro, tenían a muchas personas a su alrededor, por los oficios que llevaban —continuó el rubio, Akari llevó más gelatina a su boca—. Después de lo que pasó, ¿alguien de su entorno desapareció o, por el contrario, comenzó a estar más presente en su vida y la de sus hermanas?

Minato comió más gelatina, después de echar la pelota al tejado. Akari miró al cielo y sopló, tal vez esperando que las respuestas le cayeran como copos de nieve.

—Mi padre tenía un asistente —contestó Akari, tras un par de minutos—. Su nombre era Saga. Él nos acompañó después de lo que pasó, y también ayudó con la investigación; pero dejamos de verlo hace ya casi dos años. Él se dedicó a continuar con el trabajo de mi padre.

Akari relató sus recuerdos del pasado de forma casual. Él le debía mucho a ese hombre, porque los acompañó, e hizo lo posible por alejar a los medios, aunque fue imposible, de tres chicos que acababan de perder a sus padres en terribles circunstancias. Claro, Saga no era mucho mayor que él, pero poseía una visión diferente de la vida.

—Fue, más o menos, en el tiempo en el que el caso fue archivado, ¿no es así? —Minato indagó. No parecía querer resaltar algo en particular, o Akari lo ignoraba,

—Creo que sí… —el mayor respondió y arrugó el mirar, pensando—. Fue poco después de que el anuncio se diera.

Solo entonces, al terminar su declaración, se dio cuenta de a dónde quería llegar Minato con sus palabras.

—Espera… —se apresuró. Apretó los pies y los enderezó—, ¿sospechas de él? —Lo miró directo, con las mandíbulas apretadas.

—Sospecho de dos personas —informó Minato y enfrentó su mirada—. Pero, el nombre de Saga Itsuki solo estuvo presente en las dos primeras listas de sospechosos y, cuando la policía rehízo el listado, solo desapareció.

Ese era un detalle que ni siquiera Akari conocía. Los policías habían sido muy herméticos al comunicarles a ellos sus sospechas, porque la mayoría de los nombres pertenecían a personas que ellos conocían, y con las que interactuaban a menudo.

—¿Cómo sabes eso?

El hecho de que sospechara de Saga de forma tan directa abandonó su mente un instante. Ni siquiera los detectives privados que había contratado tuvieron conocimiento de los sospechosos fichados por la policía, porque no les fue permitido revelarlo.

—Tengo mis fuentes. Cuando preguntas en el lugar correcto, las cosas se simplifican mucho.

Akari respiró hondo y sacudió la cabeza, dejando eso de lado, y volvió a centrarse. Apretó la mano alrededor del envase, y espiró por la boca.

—¿Puedo preguntar quién es tu otro sospechoso?

—Matsushita Yui —el rubio sentenció.

La sorpresa abordó a Akari de nuevo: los pies se le afirmaron al suelo, y enderezó la postura de un tirón.

—Ella es… —masculló, pero no pudo terminar. Su cerebro se llenó de preguntas sin sentido.

—Fue la mujer que cuidó de usted y sus hermanas cuando eran niños —completó Minato—. Ella abandonó la casa cuando la hija menor, Matsuri, cumplió doce años. ¿No es así?

Akari asintió y desvió el mirar.

—Cuando ella se fue, no lo hizo en buenos términos, ¿lo recuerda?

La voz de Minato era tan calmada que hacía sentir incómodo a Akari. Esta no era la información que podías encontrar solo vagando por internet y usando uno o dos buscadores; no… esto iba más allá, era más personal. Tal vez… Sagawa tenía razón, y este tipo de verdad poseía formas de conseguir las cosas, como decía.

—Mis recuerdos de la niñez son un poco difusos —Akari confesó—. Recuerdo su presencia, pero la realidad es que no puedo ir mucho más profundo que eso en algunas partes.

Minato encerró el cejo, ¿había algún motivo especial para que fuera de esa forma?, o… ¿tal vez solo se trataba del orden natural de un cerebro humano normal capaz de olvidar información innecesaria?

Tener recuerdos difusos de una persona que estuvo presente en su vida justo después de su nacimiento, y que lo acompañó y cuidó por mucho más tiempo que su propia madre, indicaba un conflicto interno del que el castaño, tal vez, ni siquiera conocía su existencia.

—¿Por qué sospechas de ella? —Akari indagó.

Minato llevó la cabeza de un lado a otro con lentitud, como un péndulo, por unos segundos, y se detuvo.

—No lo sé —soltó, y el otro se sorprendió—. Su nombre ni siquiera estuvo presente en las listas de sospechosos, nunca —confirmó—. Pero… al verla en las fotos, ver sus expresiones, sus ojos; digamos que sentí una… ¿corazonada? —Afianzó el mirar en Akari, que lo miró como si estuviera loco, lo que llevó a Minato a sonreír.

»¿Ella nunca volvió a ustedes? —Bajó la vista a su gelatina a medio comer, tomó un poco con la cuchara y la llevó a su boca.

—No —Akari contestó—. Cuando comencé la universidad me mudé solo y, después de eso, al irme a estudiar a Estados Unidos, ella aún trabajaba en la casa. Sin embargo, en medio de eso mamá la despidió. Desde que volví aquí no la he visto, ni sabido nada de ella.

Tras espirar por la nariz, Akari subió la vista hasta Minato, y encontró una expresión curiosa en su rostro: sus rasgos estaban serenos, pero sus ojos, que ahora veían al suelo, parecían estar examinando miles de cosas, como si él pudiera verlas de alguna forma, y la intriga y sospecha se acentuaron. «Así que esto es visualizar», los pensamientos del mayor murmuraron. Se hallaba lejos ahora.

—¿Por qué la mujer que crió a esos tres niños, mientras sus padres trabajaban con diligencia, no aparecería en un momento tan difícil para ellos, incluso cuando la noticia se difundió hasta niveles internacionales? —Minato cuestionó al aire, subiendo el mirar. Volteó hacia Akari, y le dijo—: esa sola pregunta es suficiente para mí.

El rubio era un hombre detallista y con capacidades para hacerse las preguntas correctas. Por supuesto, ahora que Akari lo escuchaba, se preguntaba si los policías se habían cuestionado antes lo mismo aunque, si así fue, no tomaron en consideración la posterioridad, sino la inmediatez.

Minato resopló; sus buenos instintos eran de las cosas en las que podía confiar con los ojos cerrados; eso, y que, después de ver parte de la información que corrió por los medios: notas en periódicos, declaraciones de los detectives, imágenes de la funeraria y el sepelio, y no notar la presencia de alguien que había estado en los momentos más importantes de los hermanos, daba mucho para pensar.

—Parece que tienes todas las respuestas —Akari dijo, como consecuencia de todo lo que había escuchado hasta ahora, y llevó un poco de gelatina a su boca.

—Solo tengo las respuestas —Minato destacó—. Solo tengo dos personas, de los cuales uno, o ambos, participaron en el crimen. Estoy un noventa por ciento seguro.

»Sin embargo, es como un examen de matemáticas: de nada sirve el resultado si no muestras el procedimiento —comentó, y Akari asintió, señal de haber entendido la referencia—. De nada sirve saber quién los mató, si no se tienen las pruebas para sustentar una acusación en el juzgado —explicó.

Esta podía ser una sarta de mentiras que venían de parte de un desconocido diciendo solo lo que él quería escuchar, Akari no podía renunciar a esa posibilidad, que debatía con ferocidad contra el argumento de que no tenía nada que perder, y que ya estaba cansado de esperar tanto tiempo por una solución.

—¿De verdad puedo creer en esto? —preguntó serio, pero concentrado en su bote de gelatina, al que ya casi no le quedaba nada.

—Usted puede decidir si creerme o no, Akari-san —Minato contestó, también muy sereno, pero con más chispa en la voz.

Akari exhaló y asintió. La confusión podía verse en sus ojos: ¿valía la pena aventurarse en algo que podía traer más daños que beneficios?, ¿servía aferrarse a una posibilidad?

—¿Por qué hablas de acusación? —Akari cuestionó—. Es que… no me malentiendas, pero… Saga y Matsushita son personas importantes para mis hermanas, personas de confianza de mis padres…

—Lo entiendo —murmuró el otro y sonrió.

¿Cómo creer algo así, salido de la nada, de parte de una persona que también había llegado de la nada? Minato sopló por la boca.

—Veo conexiones donde otros no —comentó—. No es magia, sino simple observación, razonamiento. Muchas veces, los policías se cierran a las posibilidades, en especial cuando están tan presionados, y los casos sin resolver suelen ser la consecuencia más inmediata.

»Por supuesto, mi razonamiento no es suficiente para casos tan grandes como estos, donde hay muchas incógnitas que necesitan una investigación más minuciosa. —El rubio vio como Akari, desde el envase de gelatina, pasaba los ojos a él, sin alterar su postura—. Sus padres no murieron en el auto, tampoco en Aomori; tenían un disparo que fue hecho post mortem, alguien los llevó allí.

—Escuché eso último un par de veces, de parte de los detectives —Akari recordó—. Pero, ellos nunca pudieron determinar el lugar de la muerte, ni las razones por las que fueron abandonados en ese lugar, con sus cuerpos limpios, y un disparo en la frente.

»En ese entonces, ellos ni siquiera fueron capaces de determinar una causa probable, porque no habían señales de violencia.

—Para satisfacer a los medios, se dijo que murieron a causa del disparo —Minato completó, y el otro asintió.

»Este es un caso lleno de lagunas, impropias para investigaciones del mundo moderno y que, al contrario de lo que todos piensan, no quiere decir que la policía sea incompetente, sino que el artífice pensó muy bien en todo, tanto como para pasar desapercibido.

—El último detective privado que contraté dijo algo similar justo antes de decirme que renunciaba al caso. —Akari resopló, y llevó lo último de gelatina a su boca. Eso bastaría para aguantar hasta llegar a casa.

Minato también llevó lo que le quedaba de gelatina hasta su boca, y luego dejó a un costado, al lado de su bolso, el envase vacío con la cucharilla dentro, juntó las manos, colocando los codos sobre sus muslos, y bajó la espalda, relajando los músculos.

—Matsushita Yui tiene sesenta y un años ahora, y una espalda débil. Ella tenía cincuenta y cuatro al momento del crimen, pero ha tenido una mala espalda incluso desde entonces. Saga Itsuki por sí mismo, a pesar de ser más joven, no puede haberlo hecho todo solo.

Minato comenzó a relatar su primera hipótesis. Akari se acomodó en la banca y pegó la espalda en el respaldo, también de concreto, que era en realidad una de las paredes de las jardineras, y estiró las piernas, sin quitarle atención al rubio de encima.

—Alrededor de los sospechosos siempre hay un montón de variables que conforman el procedimiento. Si conocemos las variables, lo entenderemos todo —sentenció Minato.

A Akari se le hizo raro que tocara todo en términos matemáticos, pero lo dejó estar.

—No sé qué decir —dijo, tras largos segundos.

Minato rodó sus ojos por los derredores, donde un par de niños corrían, escapando de sus padres, envueltos en risas, como si aquello fuera gracioso y, tras escuchar al mayor, sonrió.

—Está bien. Sería una locura si usted confiara en mí tras una simple charla —destacó—. Puede pensarlo el tiempo que guste, y luego contactarme.

Su voz sonaba comprensiva, y Akari apreció eso.

—Lo pensaré —murmuró. Minato asintió por sus palabras. Akari prosiguió—; ¿Puedo preguntar una cosa más?

Minato achicó el mirar, pero accedió.

—¿Por qué estás aquí, frente a mí? Sagawa-san dijo que eres algo así como una leyenda urbana, y que casi nadie te conoce. —Minato asintió—. Entonces… ¿Por qué venir aquí hoy, de buenas a primeras?

La sonrisa se instauró en los labios del rubio; sus cabellos revolotearon sin control, por una brisa repentina, y tuvo que llevar las manos a aplacar el posible desastre. Akari, lejos de ponerse nervioso, sentía una rara relajación que no combinaba para nada con la situación real.

—Sabe, Akari-san, yo no creo en el destino. —Mientras esperaba, con las manos apresando el cabello hacia la parte trasera de la cabeza, a que la brisa pasara, Minato habló—. Creo que las cosas pasan por una razón, pero eso no es destino.

»Usted y yo nos encontramos dos veces en un día, de formas bastante peculiares. Entonces, recibí un mensaje que me llevó a usted. —La brisa se detuvo y volteó a mirar al castaño—. ¿No cree que eso es extraño? —preguntó con claridad—, ¿o es acaso demasiada casualidad?

Akari también lo había pensado: demasiadas casualidades en tan poco tiempo, y le complacía saber que no era el único.

—No suelo revelarme ante nadie, son contadas las veces en las que eso pasa, más que todo por mi propia seguridad; pero pensé: «Tal vez esto significa algo», y eso encendió mi curiosidad —relató animado—. Esa es la razón por la que estoy hoy aquí.

Akari arqueó las cejas, ¿curiosidad?

—Así que… ¿fue solo por eso?

Minato se encogió de hombros y frunció un poco los labios, su semblante se aclaró, y la sonrisa pintó sus labios. A ojos de Akari, era como un crío que estaba a punto de revelar los secretos de sus más grandes travesuras. No era incómodo, sino más bien intrigante.

—El principal motor de mi vida es la curiosidad —declaró con profunda convicción.

La sorpresa se esparció por el cuerpo de Akari como un breve calosfrío, y la inquietud pintó su amarronado mirar.

—¿Acaso no sintió usted curiosidad cuando se fijó en mi en aquel momento, cuando miraba al ave muerta? O incluso ahora. Estoy seguro de que se pregunta «qué clase de tipo es este». —Fingió la voz de Akari con gracia—. Esa clase de pensamientos, de una u otra forma, mueven las vidas de todos.

«La curiosidad mueve al mundo», «La curiosidad mueve montañas». ¿Era acaso a eso a lo que este hombre se refería? Akari pensó en eso a consciencia. Minato terminó calificado en su mente como persona en extremo peculiar, y un completo hablador.

—Supongo que tienes razón —murmuró el mayor.

—Todo pasa por una razón, Akari-san —Minato acotó y se levantó de la banca, tomando el envase vacío para meterlo dentro de la bolsa donde todo había llegado, y agregó—: Akari-san, ¿va a casa ahora?

El mayor entrecerró el mirar, sorprendido por el cambio de tema tan brusco, y afirmó con prisas.

—Sí… no tengo nada más que hacer —soltó y miró su envase de gelatina vacío. Sopló y se levantó—. Por cierto, ¿cuánto cuesta esto? te lo pagaré —Alzó el bote, que tenía dentro la cuchara.

Minato negó con la cabeza.

—No tiene por qué. Considérelo un regalo por tener que reunirnos a esta hora.

Akari frunció los labios, ladeó la cabeza y avanzó, para tomar la bolsa que el otro sostenía, abrirla y echar el envase dentro.

—Al menos la tiraré. —Alzó la bolsa, persuasivo.

Minato se sonrió, sus párpados se cerraron un poco, y no pudo evitar pensar que aquel gesto era lindo.

Después de eso, en Ebisu, y en Meguro, cada quien fue rumbo a su hogar.

♦  ♦  ♦

Akari cruzó el portal, y se dio cuenta de que su casa no estaba en soledad.

Pasó el recibidor y cruzó hacia la sala, cuya puerta estaba abierta, donde vio a su hermana Matsuri, al pendiente del televisor, con el cabello atado en una coleta alta, y un pequeño y travieso flequillo que se negaba a ser domado, además de ropas abrigadas porque, debía reconocer, el frío se acrecentó en un corto periodo de tiempo.

Ella dio cuenta de su presencia y, antes de que él pudiera decir algo, soltó:

—Llegas tarde. Tu cena está por allá. —Señaló la mesa, donde había una bandeja tapada, y agregó—: aún debería estar caliente.

Akari sopló y terminó de pasar, dejó su bolso en el extremo del sofá.

—Lo siento; tuve que reunirme con alguien después de salir del trabajo.

Matsuri, en automático, lo miró con sospecha.

—Eso es raro —comentó ella, tan casual como decisiva.

—¿Porque no tengo amigos? —Akari cuestionó con una naturalidad insana para lo que preguntaba y caminó hacia la mesa del comedor.

El mirar de Matsuri se perdió alrededor con vergüenza, aunque su hermano no se dio cuenta, y sopló.

—No… —Ella entendió que había ido más lejos de lo que debía, a pesar de que su hermano tenía la cortesía de actuar con normalidad—, no quise decir eso, pero, no es usual que salgas a beber con alguien, a menos que tus compañeros de trabajo te obliguen.

Eh… sí. Él podía pensar que era un tipo diligente que iba a beber con sus compañeros de trabajo con frecuencia, pero la verdad era otra.

—¿Estás saliendo con una mujer? —Matsuri interrogó de forma directa.

Akari, que apenas ponía la mano sobre la bandeja que tapaba su comida, se sobresaltó y detuvo sus acciones al momento, para después exhalar.

—No… —soltó sin muchas ganas y armó la silla, para sentarse a la mesa, pues allí estaban todos los utensilios que necesitaba—. Tampoco estaba bebiendo. Solo hablaba con alguien.

Destapó la comida y se maravilló al encontrar una clásica cena japonesa. Tenía mucha hambre, así que esto era como la gloria.

Matsuri se levantó y caminó hacia la cocina, pensando que él de verdad debía tener hambre si ni siquiera se sirvió té o agua; abrió la nevera y le sirvió un vaso con agua, cerró y caminó hasta la mesa, para poner el vaso a un costado.

Akari subió la vista, apenas tomaba un poco de arroz, y sonrió.

—Gracias.

—No te preocupes. —Matsuri emprendió camino de regreso al sofá, pero recordó algo, se detuvo y dio media vuelta, para informar—: Kohaku nee-chan dijo que vendrá el jueves para la cena. Tienes que estar a tiempo ese día.

Con un poco de arroz en proceso de masticación, Akari asintió y tragó con rapidez.

—¿Dijo otra cosa?

—Nop, ¿ella debería?

—No… la verdad no —Akari murmuró, y sus ojos se perdieron en el manjar frente a él: arroz, el varón terminó.

Akari trató de concentrarse en comer, pero la charla entre él y Minato regresó a su mente. En el camino de regreso el tren había estado tan lleno, que apenas tuvieron oportunidad de despedirse cuando él bajo. Resopló.

—Matsu —murmuró.

Matsuri, que ya estaba a punto de lanzarse al sofá, se detuvo y volteó a verlo.

—¿Sí?

—Sobre mamá y papá… ¿Qué pensarías si lo que pasó volviera a ser investigado? —Desde la distancia, la miró de forma directa.

Matsuri se quedó pensando unos segundos, y frunció los labios.

—Creo que eso estaría bien —contestó. Su mirar condescendiente apoyó sus palabras.

—Aún si es solo una rara posibilidad de llegar a algo, ¿crees que, aun así, debemos tomar ese camino?

Él era incisivo, pero necesitaba saber qué pensaba su hermanita de eso, porque, de volver a salir el caso a la luz, él no sería el único implicado. Sus hermanas ya no eran unas niñas, y el recuerdo del pasado no era para nada grato.

—Deberíamos —Matsuri le respondió con firmeza—. ¿No sería bueno por fin saber qué pasó? Aún si la posibilidad es pequeña, no tenemos nada que perder y, si así podemos dejar que mamá y papá por fin descansen en paz, y nosotros también, ¿no sería lo mejor hacerlo?

Un cuerpo, una tumba, no era señal de descanso eterno para los vivos cuando quien yacía bajo tierra no se fue por causa natural.

Matsuri se tiró de nuevo al sofá, y un pensante Akari siguió con su comida, sorprendido, de forma grata, por la forma en la que su hermana veía la realidad.

Le daba la razón: ya no tenían nada para perder.

Ahora, debía conversar con Kohaku y, aunque tenía una idea de lo que ella diría, las cosas podían tomar un rumbo diferente al imaginado.

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