CAPITULO II

Capítulo 2

La noche ha caído, con ella un gran manto de oscuridad. La Luna se alza en el cielo con su resplandor pero no está completa, le falta su otra mitad. En menos de dos semanas estará completa y para esos días nuevos Licántropos habrá en todas las manadas y cada una hará un gran festejo.

Son básicamente las 23:28 de la noche, a esta hora muchos deben de estar dormidos en sus camas, disfrutando de un bello sueño. Pero yo no. Ahora estoy en frente de la puerta que debo de abrir para poder verla. Hace unas horas me dijo Ignis -nuestra bruja- que la pobre estaba decaída, no quería comer mucho menos que alguien la tocará.

No entiendo su drama, tampoco quiero hacerlo. ¿Entonces qué diablos hago aquí?

Sin antes llamar abro lentamente la puerta para no causarle un susto o algo por el estilo. Cuando entro, la habitación está iluminada, no había apagado la luz. Recorro el espacio con la mirada antes de entrar y cuando llego a un rincón al otro lado de la cama, veo una maraña de cabello rubio. Me acerco a paso lento, su cabeza está entre sus piernas y puedo ver como sus hombros tiemblan por los sollozos.

Tomo asiento en la cama. Ella no para de llorar y abrazar sus piernas. Suspiro rodando los ojos, aclaro mi garganta y ella se tensa. Levanta la cabeza despacio con miedo. Cuando me ve su rostro se contrae en temor, suavizo mi mirada. Sus ojitos de color miel muestran pánico, su palidez demuestra que nunca sale, más sus ojeras hacen ver lo cansada que esta. Bajo de la cama y me siento junto a ella con una distancia prudente.

—¿Por qué no duermes? —Pregunte suave, lo mejor que pude. Esto de la empatía no se me da—. Es más de media noche.

—¿Por-porque nos… nos tienes aquí? —Pregunta en un susurro. Se ve tan deprimente, eso me hace sentir un poco culpable, sólo por ella, los demás se pueden ir al infierno. Ella hizo una mueca porque no contesté su pregunta—. ¿Qué quieres? —Vuelve a preguntar sin querer dejar sus piernas.

—De ti nada —Eso llama su atención—, sólo quiero saber que hacían en el bosque.

—¿Sólo eso? —Preguntó precavida, asentí—. Porque aún estamos en el… ¿Verdad? —Vuelvo asentir.

—Sí.

Ella suspira y coloca su barbilla entre sus rodillas. Se ve tan tierna, la veo cerrar los ojos del cansancio. Enternecida por su acción coloco mi mano sobre la suya, ella da un respingo y rápidamente la esconde. Me ve temerosa de que la lastime. Tomo sus manos entre las mías poniéndola en pie, es un poco más pequeña que yo sólo unos centímetros. La guío a la cama, la hago sentarse para después recostarse.

—Necesitas descansar.

La arropo. Ella no dice ni hace nada. Me siento a su lado. Esto trae recuerdos de alguien… no sé, pero tiene un parecido a Lucia pero…, ella murió hace mucho. No debo de pensar en el pasado. La melancolía me invade y su sonrisa viene a mí memoria, sus chistes y su forma de enojarse por todo. Era tan impulsiva, esta niña me recuerda tanto a ella.

—¿Qué edad tienes?

—Dieciséis años —Su rostro ahora se pone rojo y pregunta con timidez—. ¿Y usted?

Sonrío en grande.

—Adivina, ¿Cuántos aparento?

Se lo piensa por varios segundos hasta que veo un brillo de confianza en sus ojos y responde.

—Veinticinco o veintiséis. —Comienzo a reír un poco por sus cálculos. Bueno, aparento esa edad, cuando en realidad tengo 312 años. Falta poco para que cumpla los 313, llevo mucho más tiempo de vida que ella. Demasiado. Y ahora que encontré a cierta persona comenzare a envejecer sin poder evitarlo.

—Eso aparento, pero en realidad tengo más —Ella me ve sin creerlo—. ¿Cómo te llamas?

—Alice… Alice Colleman —Ya me tiene confiada, es bueno para mí.

—Lindo nombre, me gusta —Su sonrojo me provoca ternura y me recuerda tanto a mi hermana del alma—. Yo me llamo Kendra, Kendra Drago.

—También es lindo…

—Dime Alice —Observo por instantes la sabana—, ¿Qué hacía niña de 16 años en medio del bosque y con armas? —Tensa su rostro y sus ojos pierden ese brillo. Me ve asustada, como si supiera que alguien le hará daño.

—Estábamos huyendo.

—¿De alguien? —Silencio, pero estaba dispuesta a sacarle el resto de información—. Dime. No te pasara nada aquí, te lo prometo. —Disuadirla es mi única manera por el momento. Ella lo piensa, pero después de verme preocupada decide hablar.

—De…

Un fuerte estruendo la hace callar, se asusta tanto que se levanta de la cama y me abraza. Acaricio su espalda y cabello para tranquilizar sus espasmos y temblores. Siseo en su oído, la aprieto más a mí. Así… Lucia…

—Tranquila, ¿Si? Cálmate. Estas a salvo, nadie te hará daño —Mis palabras la calman, así que decido llevarla afuera, en la puerta me encuentro con mi beta. Me ve a mí y luego a la chica por más tiempo y el cambio de sus ojos amarillos me da a entender mucho—. ¿Qué sucede, Adam?

—Han escapado, no sé cómo, pero lo han hecho. En este momento andan por la mansión. —Me maldigo por lo bajo y siento a Alice temblar un poco. La abrazo más fuerte. Sé que tiene algo más en su ser que me incita a protegerla.

—Llévala a mi habitación, cuídala.

—Con mi vida.

Sé que es verdad, porque acaba de encontrar a su mate. Ahora tiene que protegerla.

—Bien —Tomo a Alice de los hombros para verle a los ojos—, tienes que ir con Adam —Niega frenética y asustada—. Calma. Él es de mi confianza, te protegerá, no permitirá que te lastimen. Te veré en unos minutos.

Al no poder negarse accede y se va con Adam. Camino furiosa a la salida. Esos planeaban algo pero no creí que lo echarían andar hoy mismo, pensé que esperaría más. Cuando llego a la entrada, espero en las escaleras, los únicos pasillos que llevan a la salida de los calabozos son dos. Y esos mismos llegan al recibidor de la mansión. Así que en menos de unos minutos los cuatro aparecen por el lado derecho. Sonrío en grande con malicia. Ellos al verme sólo me muestran odio.

Ir vestida para dormir no es la mejor manera de ver a tus prisioneros.

Bajo los últimos escalones lentamente, sin apartar la mirada de esas cuatro figuras que esperan el final.

—No pensé que los vería tan pronto. —Digo socarrona. Ellos siguen sin verme lindo.

—¡¿Dónde está, Alice?!

Grita la del cabello Rosa chillón. Ladeo la cabeza inocente.

—¿Quién?

—No te hagas la estúpida y dinos donde está. —Habla entre dientes. Desentendida lo pienso unos segundos.

—Ah, la chica rubia —Sonrío lobuna—. Lo siento, corazón, pero no resistió. La pobre quedó muerta antes de que iniciara lo bueno —Alzo un hombro, sus rostros se contraen en dolor y furia, más rencor—. Mis condolencias por la pérdida…

La chica no lo soporta más. Corrió para atacarme con una ira que llega hasta las nubes. Lanza un golpe con la pierna que esquivo con agilidad digna de una Alfa. Tomo su brazo y lo doblo por su espalda, chilla de dolor, pero aun así no la suelto, en su lugar, doble más el brazo.

—¿Qué tenías pensado hacer? ¿Golpearme? —Aprieto más el agarre, vuelve a chillar— ¡Ja! Estas muy equivocada si crees que puedes contra mí niña estúpida —Con mi pie la empujo y cae de bruces al suelo enojada y con la respiración agitada—. A mí nadie ¡Nadie! Me va alzar la mano. No sabes quién soy, así que no me toques si aprecias tu insignificante vida.

Con cada paso que doy hacia delante, ella retrocede con miedo. Estoy de frente a ellos viéndolos con fuego en los ojos. Ya he aguantado suficiente. Demasiado.

—Solo queremos a nuestra amiga de vuelta y nos iremos sin decirle nada a nadie. —Comenta uno, creo que fue el mismo que estaba encerrado con la chica. Lo veo con frialdad.

—Sé que no dirán nada —Mi mirada se queda en ese hombre que se supone es mi mate—, porque ninguno saldrá de aquí. ¡Guardias! —Toda una docena de mis hombres los rodean y los Arrestan. Ninguno saldrá de aquí, no hasta que sepa todo lo que esconden. No, hasta que sepa qué hacer con ese que quiere ser mi mate—. A él no —Señalo a mi mate—, apártenlo de ellos y llevarlo a otra celda… la más oscura —Mis hombres asienten y se los llevan—. Ninguno saldrá de aquí.

Me doy la vuelta y cuando llego a mi habitación entro,  me llevo la sorpresa de ver a la nueva pareja abrazada y dormida. Me acerco con cautela y los observo dormir. No sé qué habrá hecho el para ganar su confianza, pero me alegro que lo haya aceptado. He visto el sufrimiento de Adam, ahora merece ser feliz.

—¿Pero cuando dejarás que la felicidad entre a ti? —Me sobresalto por la repentina voz. Giro mi cabeza y la veo… ahí está ella, parada en medio del umbral de la puerta viéndome con una sonrisa de tristeza.

Suspiro, vuelvo a ver a los chicos con una sonrisa y salgo de la habitación con ella detrás de mí. Llegamos a la sala y nos sentamos, ella frente a mí en un sillón para dos y yo en uno individual. La mansión de Alfa sirve para muchas cosas.

—No quiero mención de esto Ignis, ya no quiero saber más del tema.

Hablo mientras me siento.

—Cariño, tengo más siglos que tú de vida, no soy estúpida. Ya tienes a tu mate aquí, ¿Qué más quieres? —Sus gestos me hacen negar divertida.

—El problema es que no lo quiero y tampoco lo necesito. Si no lo necesite en la guerra, tampoco lo necesito ahora en la paz.

—Déjate de tonterías. No juzgue…

—Ya no importa, ahora está aquí. Y lo único que quiero es alejar todo lo que tenga que ver con él y a él —Me levanto del sofá, dispuesta a no escuchar más, ella odia que la deje cuando apenas inicia con su monologo—. Y esta conversación queda zanjada, así que no menciones más el tema, Ignis.

—Allá tú —Su gesto de manos me hace desconfiar, la he visto hacerlo muchas veces y siempre acaba saliéndose con la suya—, pero pienso que deberías de hacer algo —Voy hablar pero me corta—. ¿Te diste cuenta que la niña, se parece mucho a Lucía?

Una melancolía me invade.

—Sí, pero aún no sé por qué. Alice, es rara.

—También lo supe cuando la vi.

Asiento. Me lanza una mirada antes de ponerse en pie y despedirse para ir a su cabaña. Esa mujer llega en momentos oportunos. Mañana averiguare todo lo que tengo pendiente hoy. Empezando por lo de Alice y su parecido con Lucia.

Rene Black

Aporreo la maldita puerta de metal de nuevo. Esta no sede, ni siquiera el cerrojo que estuve manipulando toda la noche. Mi hombro arde por los golpes, me siento cansado, debilucho. Pero no me detiene a seguir intentando, me culpo por lo que ha pasado. Aunque, hay alguien que tiene toda la carga, esa mujer…

—¡Maldita sea esa mujer!

Mi grito es acompañado por un puñetazo a la puerta, creyendo que era su bello rostro. Los sentimientos encontrados con ella van más allá de mi concepto lógico. Su belleza es atrayente, exquisita y demasiado perfecta para ser natural. Era… inhumana.

Sin embargo, mi odio hacia su persona podía más. Aborrecía todo lo que tuviera que ver con ella en estos instantes. Ha matado… a Alice. Mi niña, mi hermana… verle el rostro de susto y las lágrimas cuando supo dónde estábamos me partió el alma. Jamás creí que esa mujer fuera capaz de asesinarla. Tenía fe en que no lo hiciera… pero lo hizo. Y lo peor fue cuando me culpo, sabía que tenía razón, en mis manos estaba salvarla, entonces entro mi maldita fase analítica queriendo averiguar qué clase de mujer era.

Salió el tiro por la culata. Me desvió y ahora cargo con ese dolor en el pecho al saber de su muerte.

—Alice… nena… perdóname donde quiera que estés —Me deje caer, sosteniendo apenas mi cuerpo con mis manos apoyadas en esa puerta. Los golpes con el puño a estas no servían de nada, dolía más mi pecho.

Dolía mas haberla perdido luego de prometerle, jurarle que yo la protegería de cualquier cosa. De quien sea. —Falle… perdóname Alice…

La agonía de perder lo que amas no se resume, a menos que no lo hayas amado con fuerza, determinación. El dolor no desaparece, me quedare aquí perdido sin ella, seré ese lobo sin su luna, el pez sin mar, el ave sin alas o el león sin sus tierras.  La única que me salvo de cometer una estupidez. Ame con fuerza a esa niña de rostro apagado, sonrisa perdida y alma herida.

Por otra parte… lo único que hizo esa mujer al quitarme lo único que he amado en verdad desde mi adolescencia, es avivar el incendio que recorrerá sus bosques para llegar con ella.

—La matare. Pagará —Lo hará, si me llevo la vida en ello, lo hare. Por mi Alice—. Por ti.

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