Capitulo cuarenta y siete: Los colores del amanecer

Una suave voz me despertó, era ronca, pero no un ronco rasgado, sino más bien suavizado, apacible, espesa, como miel de abeja. El sonido de la guitarra era simple, acústico, acompañándolo. Como siempre yo tenía el cabello en la cara, solo que en menor cantidad esta vez, ya que lo había cortado, no sabía quién cantaba exactamente, tenía sueño aun no quería levantarme. Bostecé abriendo un poco mis ojos. 

Me encontré con los suyos ocultando la diversión en ellos, sonrió sin dejar de cantar. Me incorporé de inmediato, quitando el cabello para verlo mejor. ¿Estaban haciéndome una broma? ¿Era él en serio? Cantando para mí, estaba cantándome en la mañana, ¿quién hacia eso? Apenas debían haber salido los rayos de sol, y escuchar la voz de la persona que te gusta dedicándote una canci&oa

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