Capítulo 3

Amy

Odio los despertares como estos. Dolor de cabeza, garganta seca, huesos de gelatina y unas inexplicables ganas de llorar. Por eso odio beber. Me levanto de mi cama y me quejo, quisiera seguir durmiendo, pero ya no puedo con el dolor de cabeza y la garganta rasposa. Necesito tomar mucha agua.

Camino hacia la cocina, odiando lo enorme de este lugar por hacerme caminar tanto para llegar a un lugar. Empujo la puerta de la cocina con desgano y me inclino sobre el lavaplatos, tomo agua de allí como un camello deshidratado y gimo al sentir el fresco en mi interior.

—Al fin despiertas.

Me sobresalto y termino salpicando toda mi cara, provocando esa risa tan ronca y profunda que me hace querer llorar, porque lo extrañaba. Miro a mi espalda, resoplo al verlo apoyado a la pared al lado de la puerta de la cocina, mirándome como si quisiera saltar sobre mi cuello. Demasiado serio, pero nada con lo que no sepa lidiar. Viste unos simples vaqueros, va descalzo y exhibiendo sus abultados músculos bronceados por sus entrenamientos bajo el sol. Se ve tan hogareño como suele andar en casa. Nunca ha tenido ninguna vergüenza, esa palabra no existe en su vocabulario. Papá solía golpearlo para que se pusiera ropa y él lo puyaba de vuelta alegando que tenía miedo de que a mamá le gustara lo que veía y lo dejara por alguien más joven.

—Que susto, Christian —le reprendo.

Frunce las cejas y me observa con demasiada intensidad, tanta que siento que me quema, y esa simple extraña sensación me hace fruncir el ceño. Suspira con fuerza y niega, como si se sintiera complicado.

—Papá y mamá llamaron. Estarán aquí en un par de horas. Si no quieres que vean un desastre drogadicto en ti, ve a bañarte.

Arrugo mi entrecejo aún más profundamente y voy a la cafetera para servirme un poco y vivir otra vez.

—No sé de qué hablas.

—¿Desde cuándo te drogas?

—No lo hago —murmuro y suspiro al sentir el delicioso aroma de la cafeína.

No me gustan esas cosas, tengo cosas más interesantes que hacer.

—Tienes suerte de que te haya encontrado antes de que…

—No sé de qué hablas y tampoco me interesa —me quejo. Es increíble que prefiera malgastar el tiempo en regaños inútiles. ¿Dónde está mi hermano preferido? —. Sólo quiero dormir hasta mañana.

—Mala suerte para ti.

Eso lo sé. Si nuestra familia viene, no me dejarán descansar y no hay excusa que me salve si no quiero que papá y mamá se enteren de donde estuve anoche. No creí que atravesaran el país para vernos, aunque no me sorprende tanto. No hemos estado todos juntos desde navidad, aunque Christian no fue, sólo lo vi para el cumpleaños de mamá por un par de horas porque debía viajar para un juego importante.

Sonrío antes de mirarlo y él también lo hace, como si comprendiera algo en mi cabeza. Él es fácil de contentar.

—Feliz cumpleaños —le digo y niega entre pequeñas risas. Abre sus brazos para mí al tiempo que se separa de la pared y corro hacia él, para engancharme como un simio sobre su pecho. Sostiene mi trasero con firmeza y doy un respingo al sentir sus manos tan calientes, ásperas y fuertes, raspando la piel de mi trasero, eso hace que me percate de un pequeño detalle que había pasado por alto gracias a mi estado ebrio.

No. Llevo. Pantalón.

Arrugo mi entrecejo al reconocer como mi sangre se calienta y sube a mis mejillas por lo íntimo y diferente que se siente, con su cuerpo de deportista, rudo y ardiente, sosteniéndome con seguridad.

Mi corazón se acelera hasta ensordecer todo a mi alrededor y el suyo retumba contra mí, como si quisiera salir de su pecho y arrancar el mío.

—Feliz cumpleaños, mi princesita —susurra a mi oído y aprieto mis manos contra su cabello castaño y suave —. La próxima vez que te sientas mal, llámame, pero nada de drogas, nena.

—No lo hice —gruño, sin intención, más por lo nerviosa que me siento por este trato tan inusual de su parte, pero aún más por no intentar, con nada de voluntad, hacer que me suelte. Me separo de su cuello para verlo a la cara y siento el sudor salir de mi cuerpo al ver esos ojos dilatados mostrándome una mirada tan ansiosa como la mía, o más—. Te lo juro. No lo hago.

—¿En qué momento creciste?

Sonrío y beso su mejilla, pero él aprieta mi trasero con más fuerza y ahogo un chillido que parece complacerlo, y yo no sé cómo jodidas comportarme. Quiero saltar a mil kilómetros de él, pero no puedo.

—¿Cómo supiste donde estaba?

—Dan —dice como si fuera cualquier cosa, y él sabe que no es así. Dan es el jefe de seguridad de papá. Ríe al ver mi terror—. Prometió no decir nada si te encontraba bien, así que no pasó nada. Tranquila. Ahora ve a cambiarte, que ya no eres una niña y yo soy un simple mortal.

Cierro mis ojos y busco una imagen en mi mente, una que plasmar en mi nuevo lienzo. No soy muy buena, es algo que reconozco y por eso no dejo que nadie vea mis pinturas. Lo que me gusta es la restauración del arte, recuperar, renovar algo viejo, regresarle la vida y la iluminación a algo que todos creían muerto; darles una nueva oportunidad de brillar y ser admirados y valorados como alguna vez lo fueron en el pasado. A eso me quiero dedicar.

Bufo, porque lo único que mi mente saca a relucir son unos poderosos ojos cafés que brillan con ferocidad y audacia, como si se burlaran de mí.

Sonrío resignada y tomo el pincel para pintarlo. No es la primera vez que lo hago. Lo he hecho un par de veces. La primera vez fue cuando se graduó, tan grande e imponente, pero gracioso con esa toga y ese birrete azules, tan orgulloso como nadie al tenernos a todos allí a su lado, porque éramos su familia, mientras recibía su diploma de abogado. Lo grabé en mi mente, aún puedo verlo si cierro los ojos y lo busco donde tengo los más preciosos recuerdos de mi familia, donde tienen un enorme espacio sólo para él; tenía los ojos cerrados, ensimismado, cosa muy extraña en él, y sonreía. Lo hice a lápiz, no se me antojaba darle color. Él siempre ha brillado por sí mismo.

Obviamente he pintado a todos los miembros de mi familia, incluyendo a Emily, así que nunca había sido un hecho para remarcar. No hasta ese extraño momento en la cocina.

He estado encerrada por horas en mi espacio personal, en el que nadie puede entrar ni por error. Bueno, asegurar eso sería un error. Es un deseo que jamás cumpliré con mis hermanos pequeños volviendo este lugar un desastre aún más grande del que ya es. Pero me gusta tenerlos alrededor y darles pinturas para que decoren la habitación y a ellos mismos.

La realidad es que estoy escapando de Christian. No volví a decir ni una sola palabra luego de ese comentario para nada sutil, que sonó a todo lo perverso que hay en el mundo. Sonó a él.

Múltiples golpes azotan mi puerta armando un peculiar escándalo que me hace sonreír, dejo mi paleta a un lado, le doy una última mirada a lo poco que logré hacer, su perfil inclinado y esa mirada devoradora que hace cosquillear mi piel.

Sacudo mi cabeza y me recrimino por ese pensamiento tan fuera de lugar, y salgo.

—¡Feliz cumpleaños! —gritan todos, y mi corazón se agita removiendo mis lágrimas.

Mamá no estuvo muy de acuerdo en que me quedara en la costa este y trabajara este verano, pero ya estoy grande.

Caigo al piso y rio cuando tres pequeños enormes torbellinos, de ocho, seis y cinco años, se lanzan y me hacen caer de espaldas, con ellos sobre mí. Les hago cosquillas y se tiran al piso como cucarachas envenenadas riendo a carcajadas. Recuerdo haber llorado cuando le dije a John que quería tener otro hermanito, pero él no quería, decía que Jake y yo éramos suficiente. Pero un tiempo después tuvo otra hija con otra mujer. Fue el hombre al que ahora llamo padre con mucho orgullo, quien me dio el regalo de tener un hogar escandaloso y hermoso.

Uno a uno, todos me abrazan y suspiro con cada uno de ellos. Mamá llora diciendo que su princesa ya creció y lucha por ser independiente, y sonrío porque ella es demasiado unida a cada uno de nosotros. Pero lo de la independencia es algo que está muy lejos de ser real con papá siendo demasiado intenso con que no nos haga falta nada, sobre todo a Louis y a mí que aún estamos estudiando.

Papá me abraza y besa mi frente, recordándome lo mucho que debo cuidarme. Me da vergüenza aceptar que hace un tiempo tuve un enamoramiento por él, cosas de adolescente al sentirme tan deslumbrada por lo que es, por cómo nos trata y por cuanto ama a mi madre. Al fin eso se ha ido. Gracias al cielo nadie se dio cuenta de ello.

—Feliz cumpleaños, sabandija —dice mi hermano Jake, y lo golpeo.

Recibe otro golpe, en la cabeza, aún más fuerte que lo hace tambalear, con un cojín de parte de Christian. Desde que era una niña me ha defendido de estos “ataques verbales” de parte de Jake. Mi hermano es buen hermano, estupendo hijo, y excelente estudiante, pero es pésimo para tratar a las personas. Siempre ha sido mi protector.

Los niños se burlan de Jake, sobre todo Julene, y él los corretea en juego, porque nunca se enfrentaría a Christian cuerpo a cuerpo. Nuestro hermano mayor lo derribaría con un puño. Lo miro fijamente por unos segundos, sabiendo que está mal el que lo haga, pero no puedo evitarlo. Sonríe y me guiña un ojo, siempre manteniéndose lejos, y me sonrojo sin remedio. Ahora quiero volver a mi guarida y no salir hasta que se vaya.

Louis es el último en abrazarme, así aleja mi atención de su hermano. Son tan parecidos físicamente, pero con particulares que los separan; como que Lou es mucho más delgado, dulce y paciente que su hermano el gigante musculoso del futbol. Me sorprende que esté aquí. Siempre está ocupado con sus estudios y sus turnos en la clínica donde trabaja al lado del tío Garret. Este año empezará como interno y eso lo tiene eufórico.

—Tengo que tomar un vuelo en cuatro horas —dice Lou.

Papá niega, pero es mamá quien habla.

—Viajaremos todos a la medianoche. Es el cumpleaños de tus hermanos y también servirá para que descanses un poco, cariño.

Cuando mamá o papá dicen algo, sin importar el tono dulce o amargo que usen, y mucho más cuando están de acuerdo, no hay nada más que decir. El tío Garret administra la clínica, así que será fácil que se pueda quedar hasta una semana y eso no repercutiría en sus notas. Lou sufre sabiendo que no tiene opción y Christian se encarga de sacar la amargura de él con sus juegos para que disfrute este día en familia como hace mucho no teníamos.

Me gusta ser muy unida a mi familia, así la relación con mi padre, John, se haya deteriorado a través de los años desde que se separó de mi mamá cuando yo tenía diez años. Pero, como dice mi hermano Jake, siempre tendremos a Alex. Alex es el esposo de mi madre y todos lo amamos, él es simplemente genial y nos quiere a todos de la misma manera en que quiere a mis hermanos menores, que sí llevan su sangre. Como si en verdad fuéramos sus hijos. Sin excepción.

Por un corto tiempo fui la única mujer de la casa, sin mencionar a mamá, y fue genial. Christi, Lou y Jake son los hermanos más divertidos que se pueden pedir. Así ya no estemos mucho tiempo juntos.

Nos sentamos en la sala y hablamos sin parar. Los únicos que lo hacen poco son papá, porque se la pasa pegado a su teléfono, y Lou, porque él es así de retraído con el mundo. Sólo Jake y Christi pueden sacarlos de sus casillas con sus peculiares personalidades.

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