Capítulo 3: Muerte

     No valía la pena, quedarse marchitándose en la cama, el bullicio que hacían Erika y Alexis para arreglarse en la mañana era más que motivo para no poder seguir durmiendo. Pasó al baño rascando su trasero, se metió el cepillo de dientes en la boca y abrió la llave de la ducha— ¿dormiste desnuda? —Preguntó Erika desde la habitación.

     —Me dormí tarde —Respondió con la boca llena—Ponme pasta aquí Alex —Alexis estaba sentada en el inodoro, rodó los ojos y le puso pasta dental en el cepillo, salió del baño y amarró su cabello en una cola de caballo con una cinta color rosa viejo, su favorito.

     —Para la próxima recuerda que el desayuno es a las siete de la mañana —Erika ya solo estaba esperando por las demás, mientras se decidía si iría hoy a clases con un moño con dos trenzas al costado, pues a diferencia de las otras dos, lograba organizarse en la noche y despertarse temprano. Megara  salió el baño, corrió desnuda a la maleta que no quería desempacar y saco ropa interior, que se puso a ciegas, las medias que las guardianas le habían quitado ese día cuando llegó y se metió en el closet para sacar una falda y la camisa menos fea que encontró en el repertorio que le habían dado de uniforme, Sta. Rosa , se leía en el logo bordado de una rosa en la falda que se puso deprisa, y pensó que por lo menos esto se adecuaba más a ella que aquel vestido/chaleco que le pusieron cuando llego—Muévanse, se acabaran las tostadas.

     —Lo dudo —Dijo Megara, incapaz de imaginarse a ese grupo preocupado por comer pan en la mañana, se ajustó los botines de  tacón alto negro con los que había llegado—Adelántense —Se resignó a decir cuando vio su rostro en el espejo, eso tomaría más tiempo de lo que esperaba. Se puso por lo menos cinco de los zarcillos imprescindibles para ella, pintó sus labios de un rojo flameante y delineó sus ojos y sus muy gruesas cejas lo menos llamativo que pudo, se perfumó y salió de allí con nada más que una libreta de garabatos metida en la cartera de la que no se despegaba.

     Llegó a tiempo de tomar una taza de café y un panecillo, para después salir a escondidas con ambas cosas en la mano y escabullirse donde pensaba que nadie la vería para fumarse lo que pudiera encontrar en su vieja cartera. Enroló su pequeño y discreto porro, se agachó deslizándose por la pared de piedra y tomó una fumada. Miró al cielo oscuro ¿Cómo no había amanecido del todo aun? Era enero y todo, pero el cielo no podía estar así de estrellado a esa hora, con la luna que la miraba fijamente donde fuera que se moviera, exhaló, hacia frio y la grama estaba húmeda, la acarició queriendo tumbarse allí y abrazarse de las rodillas, tan solo eso y no más.

     Le dio un sorbo al café, y pensó que para estar en el fin del mundo había un muy  buen café, apagó con la punta de los dedos el cigarro y lo escondió en la cartera para una próxima vez, se perfumó para disimular el olor y sacudió la ropa, llevando luego la taza de café para intercambiarla por una botella de agua para después.

     Alexis solía comer en el desayuno como si no hubiera más comida después de esa, mientras que Erika  era más recatada a las horas de comer, no porque le preocupara el peso, sino porque pequeñas porciones le eran suficientes para saciar su hambre. No se preguntaron dónde estaba Megara,  ambas sabían que no se había acostado tarde solo haciendo nada, y sobretodo aun no les importaba tanto como para meterse en sus asuntos—Ella quería sus minutos a solas, pues perfecto—decía Erika  a Alexis cuando ya había pasado buen tiempo sin verla—No es como si se fuera a perder, no es una niña—Continuaba diciéndole—Además, tú te pierdes y nadie se anda metiendo—Terminó de rematarla con aquello cuando Alexis insistío con buscarla.

     Las clases no eran distintas para Megara, a lo que eran anteriormente, la única diferencia es que las clases eran terriblemente aburridas. Todo era perfecto, todo era tan rosado, se sentía como en una utopía de la de educación y cultura, se sentía en algún tipo de Atenas o Lesbos de la modernidad donde ella era la única distópica del cuento. Aunque se sentaba pegada de las ventanas donde se sentía más el fresco clima, para dormir y matar el tiempo, su simple presencia generaba cuchicheos que la sacaban de quicio y que intentaba ignorar, pues todo sería cuestión de tiempo, todo acabaría pronto.

     Salía una que otra vez de cada clase para poder respirar y estirarse, bostezaba en medio de todos y participaba solo si se veía obligada o era un tema realmente interesante, como el aborto, o la sexualidad, las drogas, la política y sobretodo la religión, tenía un gusto particular por los temas controversiales y  sentía que era su deber actualizar el punto de vistas de aquellas pueblerinas, sonsacando la parte más sensible de la gente para deleitarse con la falta de argumentos de algunos y en este caso las jóvenes mojigatas con las que estaba siendo obligada a convivir y aunque no le gustaba ser la comidilla y trataba de no llamar la atención aquello era inevitable para su placer.

     Alexis no compartía las mismas clases que Megara y Erika, se encontraba en un grupo más acorde a sus niveles académicos, no era una alumna brillante, pues le pesaba el estudio, pero destacaba en las matemáticas como ninguna de su curso. Pasaba las clases como una alumna promedio, se dormía en una que otra materia, para otras solo salía del aula, pero no había nada interesante que hacer, solo quedarse pensando en Jack ¿Qué estaría haciendo? ¿La extrañaría? Ya faltaba poco para sus felices por siempre, y realmente faltaba poco para sus felices por ahora.

     Le conocía desde que tenía memoria y no le había deseado tanto como lo hacía en esos últimos días, había pensado en el vestido que usaría desde que pudo tener un gusto decente por la moda, había imaginado y practicado su peinado y por supuesto soñó con ese momento tanto como lo había hecho con  el de su boda, pero bastaba por hoy de pensar en eso, había otras cosas en la que podía pensar también ¿Cómo le estaría yendo a Megara en su primer día? Si algo podía intuir de ella es que podía ser una bomba de tiempo, sentía como si en cualquier momento se agarraría de las greñas con quien se pasara de lista con ella; o más importante ¿Qué habría de comer en el almuerzo? Sacudió su cabeza y salió al baño, cruzó por las aulas y no pasaba nada inusual, la verdad es que ella ni siquiera estaba por ahí, toda la molestia para nada, pensó.

     El final de día escolar había llegado, marcado por el magnético olor a comida seguido del tan deseado timbre que señalaban la una de la tarde en el rizado reloj encima de la torre del edificio, las clases teóricas se daban por finalizadas y se abrían pasó a la única diversión educativa que brindaba Sta. Rosa. En el almuerzo pudo ver por la conmoción de las miradas y de los murmullos que ya deberían haberse acabado, donde estaban puestas Alexis y Megara—ok, esta atención ya es incluso molesta para mí—Le comentó Erika sentándose con su plato de comida en la mesa.

     —No es nada—Megara mintió, le enfurecía que la miraran, que hablaran, que respiraran que la miraran de aquella desagradable forma, pues hacía de su corta estadía algo irritante—Solo son sus pequeñas bocas moviéndose y hablando tan pequeño como si fueran mosquitos volando por ahí ¿es que no hay nada podrido por aquí? ¿Dónde están los demás cliché de escuela? ¿Solo soy yo? —Le preguntaba a sus compañeras apenas pudiéndose oír ella misma, entre las cosas que ni podía dejar de escuchar de la boca de otras— ¡Que se callen! ¡¿Qué no se puede comer en silencio, sin que hablen MIERDA!? —Ahí se había ido su esperanza de no descontrolarse. Lo había intentado, realmente intentaba quedarse tranquila, pero algo dentro de ella no podía evitar haber hecho aquello, pues si no lo hacía no iba a poder dormir tranquila en la noche.

     Todo mundo había quedado en silencio, tanto las que hablaban de ella como las que solo hablaban de cualquier cosa, Megara tampoco esperaba que resonara con tanto eco. Cerró los ojos casi arrepentida y el bullicio de un comedor normal volvió sin ningún tipo de regaño para ella, entonces pudo relajar el ceño y morder en paz la carne la que había seducido desde  el salón de clases.

     —Si no te suma, entonces que no te reste —Añadió Alexis en un intento de normalizar la escena, Megara  en cambio le envió una mirada confundida creyendo que eso que acababa de decir no tenía  mucho sentido después de todo—Pero para que te sientas bien, te estas codeando con parte de lo más podrido del Sta. Rosa —Su voz era baja, como si le contara un secreto, y de cierto modo eso vendría siendo. Alexis y Erika, no es que no hubiera algo podrido en esa escuela, es solo que nadie se atrevía a mostrarlo, ellas como cualquier otra estudiante tenían sus secretos, sucios como la tierra, bajo las narices de todos.

     — ¿En serio? —Curioseó Megara incrédula tomando un sorbo de agua— ¿El cerebrito? Y ¿algodón de dulce? —A Erika se le escapó una risa cuando intentaba tragar, no podía decidir en ese momento, mientras se limpiaba discreta con un pañuelo, que le causaba más risa, si era el hecho de que la calificaran de cerebrito o que ella haya atinado tan perfectamente con la personalidad de Alexis— ¿Qué hacen? ¿Se saltan unas clases? ¿Se vuelan un punto en el tejido? ¿No estudian para un examen? ¡no! Espera…—Se detuvo con dramatismo— ¿Se toman el té incluso cuando ya este se ha enfriado? Háganme el favor niñas—Ella misma no podía creerse lo que le decía, si esto era lo más podrido en ese lugar, entonces ella era el demonio en un convento. Aunque para Erika, Jack no fuera ningún misterio, aun había ciertas cosas acerca de aquella relación que no sabía del todo, pues si algo literalmente no se podía hacer en Sta. Rosa, era eso.

     Megara fue la primera en abandonar el salón, caminó lentamente para bañarse de la libertad antes de encerrarse en el cuarto a marchitarse como las flores que reposaban en su cama. La vista era realmente hermosa y no podía negarlo, por más que quisiera odiar el sitio en general, no podía hacerlo completamente. Siguió caminando sin importar lo lejos que podía llegar, tal vez así podía perderse y no regresar jamás, tal vez así la noticia llegaría a sus padres y se preocuparían, tal vez así todo dejaría de importarle realmente, tal vez así algo le sucediera y termine.  No dejaba de pensar en esas cosas, mientras más se negaba a darle mente aquellas débiles espinas que juraba no dar importancia, más hondo cavaba y más se preguntaba cuál sería a clave del Wi-fi. Se regresó antes de llegar.

     Los días eran lentos e inmutables en Sta. Rosa, demasiado lentos para quien no duraba todo el día en la casa, para quien no salía de fiestas, casas de veraneo en países tropicales, recorriendo y realizando aventuras con un grupo de amigos o por su cuenta. Extrañaba sus amigos, extrañaba su casa, extrañaba todo lo que no tenía en ese momento y no porque fueran buenos momentos, pues de ellos eran pocos de los cuales se enorgullecía o de los cuales estaba sobria para recordar, aun se sentía como el estómago se le estrechaba cuando recordaba aquella vez. Ahora en ese momento el simple pensamiento ligero destrozaba su ánimo, caminó a regañadientes de regreso a su cuarto ¿habría algo en la cafetería? Deseaba a muerte un chocolate, la verdad era que deseaba tantas cosas con urgencias, entró al comedor aun abierto, tomó por lo menos uno o dos postres de cada cual que le llamara la atención, y se sentó en los escalones más alejados del patio de recreación.

     La tarde había sido particularmente calurosa en el valle, pensó Erika, tomó agua y caminó a la piscina donde vio a Alex perder el tiempo en el agua en vez de nadar como se suponía que tenía que hacer, mordió sus labios viéndose tentada por el agua, sus pantorrillas ardían y el sudor de su cuerpo hervía sobre su tonificado cuerpo moreno. Caminó despacio hasta llegar a ella, se sentó en la orilla y sumergió sus pies—Para esto te hubieras puesto en natación recreativa—Le reclamó Erika rodando los ojos.

     —Es lo mejor de dos mundos, nena—Le respondía Alexis nadando descuidada despaldas.

     —Deja de jugar y vámonos—Erika remojo sus piernas con el agua fresca, y se puso de pie, pronto anochecería y aunque no podría verlo, por lo menos no le gustaba estar por allí haciendo nada, podía avanzar uno que otro libro o terminar alguna tarea. Alexis salió del agua por el otro extremo de la piscina, sacó su cabello mojado de la gorra de baño y procedió a secarlo con la toalla que le dio Erika. Caminaron juntas como lo habían hecho desde siempre hasta el dormitorio, poniéndose al día hasta de la más mínima cosa que les pudiera ocurrir, cuando pronto llegando a los dormitorios vieron el bullicio, no ¿Por qué? Pensó Erika con la clara intención de rodear el pleito y seguir su camino como si no fuera con ella el asunto, Alexis en cambio, le tomó del codo y la metió entre las estudiantes que observaban deleitadas algo que muchas recordarían para siempre… Megara encima de una estudiante propinándole puños en la cara como si de un matón se tratara.

     — ¡No me vuelvas a joder! —Le gritó mientras se paraba del suelo por ella misma, ninguna de las otras estudiantes tuvo la intención de parar el lio, mucho menos de ponerse en el camino de aquella bestia roja, como ya la iban llamando, apodo que llevaría el resto de sus días—Y eso va para ustedes—Megara  era dramática, y si algo sabía  de ver televisión y películas es que después de eso nadie más se metería con ella o se atrevería a hacer algo, la directora se abrio camino junto a unas cuantas amigas de la otra.

     —Mcklain —Fue lo único que tuvo que pronunciar, ella sabía lo que pasaría, y no le importaba mucho, pues el resultado podía significar la libertad definitiva de aquel circo de muñecas.

     —Castigo será cuando nadie la escoja —Gritó la chica con la nariz rota reventada en sangre en lágrimas—lloraras cuando no figures en el cuadro

     — ¡Me vale mierda!—Todas eran una manada de fenómenos de la naturaleza común del adolescente, repudiaba ella, de verdad eran tan importante ahí ser escogida para el cuadro de honor, eran patéticas, pensó sin saber nada. Siguió caminando escoltada por las guardianas y la directora, paso a paso, todo se iba repitiendo una vez más, por lo menos esta vez esperaba no terminar presa.

     ¿Por qué es tan vulgar? Es solo una ordinaria, escuchó decir mientras se perdía.

     Todo el bullicio del inicio había terminado, este tema no se olvidaría por un buen tiempo en Sta. Rosa, aun por los pasillos hablaban de como la bestia roja salto encima de aquella escuálida chica solo por haberle susurrado de cerca que era una vulgar, pero todavía aun a pesar de todo aquel problema, no dejaban de hablar de ella como si fuera una atracción de circo. Alexis apretaba los puños, cada vez que oía algo referente, pero no sabía si estaba enojada con sus compañeras de toda la vida o Megara por ser tan explosiva y violenta. Solo algunas luces permanecían encendidas para cuando se habían puesto los pijamas, por lo menos en su habitación no tenían que preocuparse de un drama que no les competía.

     —Apaga eso ya—le ordenó a Erika intentando dormir.

     —Ponte una almohada—le contestó gélidamente. La noche era el momento oportuno para poder hablar con él, saber cómo lo había ido, y que le contara cualquier cosa, aunque eso implicase que le hablara de Darla como si fuera la última diosa griega o alguna fuente infinita de dinero. Alexis realmente lo odiaba, pero no se permitía expresarse de lleno como quería respecto a ese tema, pues no eran sus asuntos y entendía que las dos siempre se mantendrían firmes en una posición contraria de la otra.

     —No vale la pena—Murmuró sin poder aguantar la rabia que le daba la atención que le ponía a José.

     —Para mí si lo vale— ¿Cómo podía alguien ser tan ciega? ¿Cómo podía no darse cuenta de que todo eso no pasaría?

     — ¿Qué? ¿Vale la pena, que te utilice como una extensión de su mano para cuando quiera masturbarse? ¡por favor! —Reclamó indignada—¡Apenas te besa en la boca!

     —Esos son mis problemas, solo míos—Cerró la laptop y terminó la conversación envolviéndose en las sabanas.

     —Él no se enamorará de ti, me gustaría que lo hiciera créeme que sí, pero no pasara—Alexis se volvió también deseando que mañana repentinamente lo que Erika tanto deseaba se pudiera volver realidad y ella estuviera equivocada, sobre todo, aunque eso implicara que ella estuviera más en contra de su destino como estudiante del Sta. Rosa.

     Los días a partir de ahí no fueron fáciles para Megara, las estudiantes no perdonarían aquel acto contra su paz y comunidad, donde se sentase quien sea que pasara a su lado, le repetía una y otra vez, la bestia roja no será seleccionada ¿Qué clase de acoso escolar era ese? Intentaba no molestarse y aunque no le ofendiera cada día se volvía más irritante y más cuando aquel insignificante acto traía notas, bolas de papel, escritos sobre su butaca o solo pequeños atentados en grupo para dejarle dicha que no era bienvenida.

     Cada noche en la tina del cuarto cuando las otras dos dormían prendía su porro y fumaba tratando de tener paz mientras jugaba con pétalos que caían de la ventana, pero esa paz nunca llegaría, pues cada vez que se metía allí, e intentaba pensar, los recuerdos de su vida la atormentaban y peleaba con todas sus fuerzas por la urgencia justificada de papá y mamá ¿pero para qué? Si de todos modos ellos no la querían ahí, no querían verla, no querían escucharla tampoco querían tenerla y mucho menos cuando su niña se convirtió en lo que era ahora y en la tibia tina, con lágrimas escapadas brillando por la luna ¿Quién quería a Megara realmente? Se preguntaba en sus momentos más profundos, entonces se hundía en el agua junto a esa pregunta recurrente para callar la respuesta que siempre había sabido… nadie.

     No era tan tarde para la cena, pero la niebla ya estaba sentada en los alrededores, el sonido de la noche se escuchaba desde los pasillos de los dormitorios, después de un largo sermón Megara no tenía muchas ganas de hacer nada, las chicas la habían dejado y se habían ido sin ella, pues sabían que no querría ser despertada de su siesta, solo quería irse y se dio cuenta que estaba muy lejos de poder lograrlo.

     Miró a los alrededores y algo no estaba bien, no supo qué pues aún no se acostumbraba a la vida dentro del recinto escolar, pero tuvo el presentimiento de que algo podía pasar antes de que la cubeta de pintura roja, robada del cuarto de arte cayera sobre ella. Las estudiantes de allí podían ser todo lo que Megara pudiera nombrar de ellas, pero sabían cómo manejarse al contrario de Megara  quien como el rumor ya había corrido tendría que limpiar todos los días durante un mes los platos al final de la cena, no era lo peor, pero tampoco figuraba en su itinerario antes de irse, actuaban como niñas inmaduras y no con los puños, pero por lo menos ellas se cubrían entre sí y no dejaban pistas de sus actos premeditados.

     Megara solo se sacudió la cara que aun chorreaba pintura como si fuese la sangre derramada en “carrie” tuvo que respirar muy hondo, miró a todos a su alrededor, cada quien con la misma expresión de satisfacción ¿Por qué? Sí solo había tratado de defenderse. No había atacado a nadie adrede, todo el salón le deba vueltas como si estuviera en una película dramática… pero no sería así. Nadie la veía rota nunca, exprimió su cabello y quitó el exceso de pintura, caminó fuera del comedor y no regresó, aquello se lo pagarían caro, muy, muy caro porque si alguien en esa escuela sabía de venganza y de destrozarle la vida a alguien con un auténtico placer sádico, era ella.

     No dijo nada a nadie, no miró a sus compañeras de cuarto, pues de algún modo no quería que se involucraran en eso, solo tomó el camino más lejos de la escuela y cuando se sintió demasiado atrapada comenzó a correr, correr, correr, correr y correr, nunca había corrido tanto por ninguna razón, nunca había querido perderse tanto aun cuando lo único que le quedaba era un sobre y una carta de instrucciones en un país completamente fuera del mapa.

     Se adentró al bosque sin pensarlo dos veces, solo no quería detenerse, siguió corriendo, aunque su cuerpo no pudiera aguantarlo, aunque su aliento raspara su garganta, el piso un mar de lava y las hojas y ramas un grupo de navajas que cortaban su piel. Finalmente se paró, y gritó, gritó con todo lo que tenía guardado y que la mataba por dentro para después darse cuenta de que tan lejos estaba del Sta. Rosa, nunca había corrido tanto en su vida ¿ahora donde estaba? Y por qué detrás de un frondoso bosque de montaña había un risco ¿Qué sitio era este? Entonces toda su vista se oscureció y sintió como de repente el vértigo se apoderaba de ella y cayó a las fauces del mar violento de la noche.

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