Capítulo 2: Tres simples reglas que debes seguir para sobrevivir en Johnson High"

—No puedo creer que te haya gustado la lección de Cruella de Vil —comenta Dee, cuando caminamos hacia nuestros casilleros.

—Ya te lo he dicho, me gusta literatura, y a mí no me pareció tan mala.

Siempre había acostumbrado sobresalir en mis notas, me gustaba estudiar, y ver en la pizarra informativa, mi nombre en uno de los primeros puestos. Desgraciadamente, nunca pude llegar a obtener el primer lugar, pues admitía tener un serio problema con matemáticas... simplemente las malditas fórmulas no terminaban con incrustarse en mi cerebro, por más noches en vela que pasara.

—Eso es porque apenas la estás conociendo —bufa—. Solo espera que te mande a detención donde ella misma te obliga a participar en ridículas obras teatrales —la chica se estremece al decirlo, quizá recordando alguna experiencia en detención—. ¿Has visto alguna vez a High School Musical? Si lo has hecho, ya podrás imaginar el resto.

Sin poder evitarlo, un escalofrío me recorrió a lo largo de mi columna vertebral; eso no sonaba tan bien después de todo. Incluso pude verme bailando y cantando a como lo hacían Troy y Gabriella, lo cual recordando lo lastimosa que resultaba ser mi voz, no pintaba bien para mí.

Me detuve frente a mi casillero y lo abrí para dejar el libro de literatura, para después ir por algo de comer a la cafetería. El no haber desayunado nada antes de salir de mi casa, estaba comenzando a cobrarme la factura, pues justo ahora podía sentir a uno de mis intestinos, querer devorar el otro, si no los alimentaba pronto.

—Literatura es la peor materia del universo, a diferencia de las clases de música del señor Lawoski... esas son tan ¡Fantabulosas! —exclamó Dee con emoción, mientras aplaudía.

Cerré mi casillero y me giré hacia ella, evitando reírme.

—Fanta ¿Qué? —alargo, enarcando una ceja.

¿No era esa la palabra que utilizaban en Violeta o Radio Rebel? ¿Por qué carajos seguía pensando en las series de Disney?

—Ya sabes, fantásticas y fabulosas ¡Fantabulosas! —volvió a decir con emoción.

Apoyo mi espalda en el casillero, y la observo detenidamente. Dee es la especie de chica que debería de tener un botón de apagado, su emoción resalta hasta por los poros a la hora de hablar; se me asemejaba tanto a ese sentimiento llamado Alegría, de la película Intensamente que había visto la última vez; solo le hacía falta cortarse el cabello y pintárselo de azul, y sería ella.

—¿De qué te ríes? —pregunta, entrecerrando los ojos.

Ni siquiera me había dado cuenta que me estaba riendo ante la imagen de Dee con el pelo azul.

—Yo, de nada —contesto restándole importancia.

—Bueno, ven conmigo. ¡Hay que ir a la cafetería! —exclama nuevamente con emoción, mientras me jala del brazo hacia adelante.

No sabía por qué, pero tenía el leve presentimiento de que Dee, alias Alegría, no me dejará sola un solo momento a partir de ahora.

—¿Puedo tomarte una foto? —preguntó justo después de que nos habíamos sentado con nuestras bandejas en frente, en una de las mesas del centro de la cafetería.

No me gustaba comer rodeada de gente, yo era más del tipo de ermitaña que le gustaba pasar desapercibida ante los demás. Desde que había pasado a ser el conejillo de indias de los estudiantes de mi anterior instituto, comencé a acostumbrarme en ir por mi almuerzo e irme a comer a la biblioteca, lejos de las miradas quisquillosas que me dirigían los demás. Pero justo hoy se me había ocurrido entablar conversación con la chica que prácticamente llevaba tatuada en la frente la palabra "salúdame" ya había perdido la cuenta de cuantas personas se habían acercado a la mesa a darle un abrazo amistoso, incluso dejé de intentar el hecho de querer levantarme e irme. Dee se había encargado de impedir todos mis inútiles intentos mientras se dedicaba a presentarme con todo el mundo.

—¿Qué? ¡No! —me apresuro a decir, antes de que disparara el flash en mi dirección.

¿Pero qué carajos? ¿Acaso aquí todos estaban un poco locos? ¿Seré como ella en pocos días? ¿O andaría observando fijamente a los demás a como lo hacía Caleb? ¡Dios! ¡Por favor ayúdame!

—Escribo algunos artículos en el periódico escolar —se apoyó en sus codos sobre la mesa, tirando su cuerpo hacia adelante, su mirada irradiaba emoción mientras hablaba—. Quiero escribir sobre la chica nueva... ¿Por favor? —hizo un mohín en un pobre intento en tratar de convencerme.

—No. Lo siento.

—¡Vamos Fanny! Son preguntas sencillas, como ¿Por qué volaste de Los Ángeles hasta Tennessee? ¡Por Dios! ¡Está lejísimo!

«Para evitar que acabara con mi vida» sería la respuesta adecuada, pero me limité a sonreír y a contestar lo ensayado. Como que ya me había planteado algunas preguntas que podían llegar a hacerme, por lo que estaba preparada para responder sin trastabillar.

—Mi madre consiguió un mejor empleo —contesté, llevando una papa embarrada de salsa de tomate a mi boca.

—¿Y tu padre?

—Murió en Vietnam cuando yo tenía ocho.

El rostro de Dee palideció de forma inmediata y su boca se abrió formando una perfecta O.

—Lo siento, soy una imprudente por haber preguntado eso. ¡Debe ser terrible perder a tu padre en una guerra! Oh Dios mío, ¿Cómo le has hecho para salir adelante? ¿Lo extrañas? Me imagino que sí, ¡Perdón por preguntar! Soy una tonta ¿Era soldado? ¡Y sigo con las preguntas! ¡Solo ignórame! —muerdo mi labio para evitar reírme de la reciente diarrea verbal de mi nueva amiga, la cual no dejaba de disculpase una y otra vez, incapaz de poder dejar de hablar.

—¡Detente Dee! —Exclamo lanzándole una papa a su rostro—. Eso fue hace nueve años; ya lo superé.

Hago un gesto de repulsión al verla tomar la papa que se había quedado enredada en uno de sus risos oscuros, para luego echarla a su boca.

—¿Me creerías si te digo que mi mamá dice que hablo como loca cuando estoy nerviosa?

—¡No te creo! —contesto enarcando una ceja.

—¡Oh cielo santo! —dijo Dee, poniendo los ojos en blanco.

Cruzó las manos bajo su barbilla, y se inclinó más hacia adelante, viendo fijamente a un punto fijo sobre mi hombro. Su expresión de pronto cambió a una muy fría. Lo que me dejaba con una duda, ¿Acaso esta chica era bipolar? Nunca había visto a alguien cambiar de humor o de tema de conversación tan fácilmente.

—¿Qué está mal? —pregunto, viendo sobre mi propio hombro solo para encontrarme con una escena digna de película.

El chico rubio de la clase de literatura, caminaba al lado de un castaño hacia una de las mesas del centro. La forma en que caminaba lo hacía parecer como si estuviera en una pasarela de Victoria's Secret, llamando la atención de todo el género femenino, incluso podía apostar que llegué a escuchar unos cuantos suspiros. Cuando tomaron asiento, son acompañados de forma inmediata por una rubia y una castaña, ambas sueltan ridículas risitas a la vez que juegan con las puntas de sus cabellos y mueven las pestañas excesivamente rápido en un pobre intento de coquetear. ¿Es en serio? ¡Pensé que sólo en las caricaturas se veía eso!

—¿Quiénes son? Los miran como si fueran Colton Haynes y Alex Roe.

—El rubio de ojos azules, es Gael Green. Un idiota sin escrúpulos que se aprovecha de su físico para tener a todo el género femenino comiendo de la palma de su mano. Le pertenece a todas... pero a la vez a ninguna —elevo mis cejas y sonrío al ver a la castaña toquetearle los brazos mientras él acaricia su mejilla con la punta de su nariz; sin lugar a dudas, parece que el creador se tomó su gran tiempo en haber esculpido al rubio, estaba segura que Aaron estaría celoso de esos brazos... ¿Por qué carajos le estaba viendo los brazos?—. El otro es su mejor amigo, Thomas Archer, no es menos idiota que Gael.

—¿Y él? —pregunto, haciendo un gesto hacia Caleb, quien camina sosteniendo una bandeja en sus manos hacia la mesa más alejada y solitaria de la cafetería.

Desde esta mañana, no había dejado de sentirme curiosa sobre ese chico; ¿Cuáles eran las palabras correctas para poder describirlo? Es... raro.

—Caleb —contestó Dee—. Misterioso, solitario, chico de pocas palabras, extraño, sexy, inteligente... todas lo quieren, pero nadie lo tiene —no puedo evitar dejar de mirarlo, él es muy guapo, y a simple vista, pareciera como si estuviera encerrado en su propio mundo; un mundo donde nadie puede penetrar—. Fanny —me giro hacia Dee nuevamente, quien ahora me observa con una expresión preocupada—. Hay tres simples reglas que debes seguir para sobrevivir en Johnson High.

Interesante...

—Te escucho —digo, recostándome en mi asiento y cruzando los brazos a la altura de mi pecho.

—Uno. Nunca llegues tarde a clases de filosofía. Trata de llegar al menos 10 minutos antes, porque créeme, no te gustará sentarte en la primera línea de pupitres —Dee abre sus ojos y niega con la cabeza lentamente, la expresión de su rostro me recordaba a una que había visto en una película de terror que Adam me había obligado a ver.

¿Por qué siquiera estaba comparando a la chica con cada película que había visto?

—De acuerdo —contesto, incapaz de ocultar la diversión en mi tono de voz.

—Dos. No se te ocurra entrar a los vestidores del equipo de fútbol de los chicos, jamás —dijo, haciendo énfasis en la palabra "jamás"—, si no, lo lamentarás. Y como tres —inhala y exhala lentamente—. No te enamores de Gael Green —enarco una ceja y la miro fijamente.

—¿Okay?

—No. Escúchame bien, nunca de los nuncas se te ocurra enamorarte de Gael Green. No permitas que su sonrisa de niño inocente te engañe o saldrás con el corazón roto.

Asentí hacia Dee, aunque sabía que esa última recomendación no era necesario que me la dijera. Pues no creía que alguien más pudiera destruir mi corazón a como lo había hecho mi ex novio Aaron. Y además, había prometido nunca más volverme a enamorar. Ahora conocía perfectamente al género masculino, esos seres sin corazón capaces de decir cualquier cosa con tal de conseguir lo que deseaban, sin importarles acabar con las esperanzas de un felices para siempre, de las tontas chicas que les creíamos. Dos simples palabras eran capaces de describirlos a todos. Bastardos mentirosos.

Miré en dirección de Gael nuevamente, casualmente se encontraba viendo en nuestra dirección, su mirada se encontró con la mía por breves instantes antes de que regresara su atención a la chica que ahora estaba sentada en sus piernas.

—Supongo que para enamorarse, no hay que odiar al género masculino, ¿Cierto? —me limité a decir antes de regresar mi completa atención a la deliciosa y grasienta hamburguesa en mi bandeja.

—¿Eres lesbiana? —me fue inevitable no soltar una carcajada, tristemente para mí, llamando la atención de los demás. Negué con la cabeza, cubriendo mi boca con mi mano, mientras deseaba desaparecer para que dejaran de verme.

—No, boba. Sólo no tengo tan mal gusto como para fijarme en alguien como él.

El resto del día transcurrió con total normalidad, fui a todas mis clases, siempre procuré sentarme en la parte trasera de cada salón para no llamar la atención, contestaba a todas las preguntas que los profesores me hacían, realicé correctamente todos los ejercicios encomendados... en fin, no me podía quejar, incluso descubrí que compartía algunos cursos con Caleb. Él se sentaba solo, y nunca hablaba ni siquiera cuando el profesor se lo pedía.

Había logrado sobrevivir a mi primer día de clases; ¿Qué de malo podría pasar el segundo?

Me encontraba aterrada, trataba de actuar con normalidad, pero no podía dejar de mirar a cada pasillo con miedo a que mi pesadilla volviera a repetirse. Mi psicóloga dijo que sería normal, que poco a poco volvería a recuperar la confianza en la gente, pero aún me encontraba esperando eso.

Ahora me encontraba caminando sola a través del aparcamiento, y no porque fuera en busca de mi auto. No. Soy pobre y no cuento con mi propio vehículo a como muchos aquí. Pero tenía que atravesar el jodido estacionamiento para ir a la parada de autobús.

—¿Necesitas un aventón? —di un respingo hasta casi caer, al escuchar una voz profunda y sexy, hablar cerca de mi oído.

Caleb movió rápido su brazo, agarrándome por la muñeca para que volviera a estabilizarme.

—¿Acostumbras asustar siempre a la gente?

—Es divertido —contestó, levantando sus hombros, ya caminando a mi lado—. No has contestado a mi pregunta.

—Voy en busca de mi auto —miento.

—No es cierto —mete las manos dentro de los bolsillos de su pantalón y por primera vez, me mira—. Te miré llegar con tu madre en la mañana, no tienes auto.

—¿Eres un acosador o algo por el estilo? —pregunto entrecerrando los ojos en su dirección.

—No. Solo soy un observador.

—Eres raro.

—Ya me lo han dicho —un pequeño atisbo de sonrisa asoma en sus labios, pero rápidamente la borra y regresa a su fría expresión—. Solo trato de ser amable, no pretendo conquistar a la chica nueva.

Doy un asentimiento. —De acuerdo.

Llegamos hasta un Audi color azul, y como era de esperarse, se encontraba estacionado en la parte más alejada del aparcamiento.

—Lindo chico en el que te transportas —alargué, incapaz de ocultar mi gran admiración ante la máquina en frente de mis ojos.

Ni en un millón de años, podría transportarme en uno de esos.

—Supongo —contesta mientras desbloquea la puerta. Observo sobre su hombro, donde unos autos más allá un grupo de chicas rodean a Gael, ellas sueltan risitas coquetas cuando él les habla.

—¿Y ese qué? ¿Cree que es la última coca cola del desierto? —comento cuando entro al auto, sintiéndome un poco enferma ante la escena.

Caleb sonríe y se encoge de hombros, mientras se coloca sus gafas de sol.

—Solo es un idiota.

Después de hacer rugir el motor del auto, él conduce lentamente a través de los otros autos. Trato de hacer caso omiso de las miradas que algunos grupos de féminas lanzan en mi dirección cuando pasamos a su lado. ¡Vaya! Al parecer el chico raro también tiene grandes grupos de admiradoras. No las culpaba, pues el sujeto es muy atractivo.

—Lo siento, tengo que preguntar —digo después de varios minutos de silencio.

—Eres fácil de descifrar, Fanny. Esa es la respuesta que necesitas —contesta, sin alejar su mirada de la calle.

—¿Cómo sabes lo que te voy a preguntar? —enarco una ceja, y lo miro fijamente. A lo que él solo sonríe sin prestarme mayor atención.

—¿Qué cómo supe que intentaste acabar con tu vida? Las pulseras en tus muñecas no ocultan bien las cicatrices —observo mis muñecas y frunzo el ceño al ver que tiene razón.

—Fue un error que nunca se volverá a repetir —levanto la mirada y lo miro fijamente, tensa la mandíbula y noto como aprieta el volante con tanta fuerza que sus nudillos se vuelven blancos—. Eso no lo puede saber nadie.

—No pensaba decírselo a nadie.

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