CAPÍTULO 5. ACOSO

¡Oh por Dios! Esa chiquilla me ha puesto duro con solo ver su rostro y en mi mente comencé a visualizar imágenes de ella, haciéndola mía de todas las maneras posibles. Traté de sacarla de mi mente, pero solo lo logré por menos de diez minutos, después seguía enganchado con ella.

—Kadece Keshia Keen. Triple K—pronuncié en vos alta repetida veces, como un mantra, ante la mirada sorprendida de mis guardaespaldas, asistente, secretario y demás que les parecía extraña esa actitud en mí. Los ignoré. Total ¡Son una rebaño de idiotas! Y no tengo que dar explicaciones de mis actos.

Hacía lo posible por fijar mi concentración en lo que estaba haciendo, pero entre el dolor de cabeza intenso y triple K, no me lo permitían. Estaba estudiando un caso de demanda de lesiones personales de un cliente por producto defectuoso contra una de las empresas más grandes del país, por responsabilidad estricta del producto, tenía la obligación de demostrar que el producto era defectuoso y que el fabricante no informó al consumidor los riegos que implicaba la utilización de dicho bien. Por momentos, me desviaba mentalmente para recordar lo que había sucedido desde la diez de la noche hasta la una de la mañana, pero mi mente estaba en cero.

Regresé otra vez mentalmente hasta Kadece Keshia, su nombre me sabe a sexo, a sumisión, a mazmorra. La imagino en mi habitación del club, atada de manos y colgada en el gancho indefensa, deseosa, temerosa de lo que esté sintiendo y luego extasiada. Mis manos pican, quiero tenerla desnuda sobre mis piernas aún atadas de manos y recibiendo unos azotes nada más, porque me impresionó desde que la vi en esa maldita foto, quiero castigarla por hacerme desearla como lo hago en este momento.

Imagino su piel, siendo rozada por cada centímetro con la fusta, para que dentro de su excitación desee el dolor, para luego golpear su carne hasta que adopte un tono escarlata: pasar la lengua húmeda por la hinchazón deleitándome con el estremecimiento de su cuerpo ante el dolor y el placer, la quiero temblando entre mis brazos por el yugo de mi látigo, que aunque las marcas sean leves me lleven a un lugar donde mi cuerpo reaccione con sus gritos ahogados por la mordaza.

Debo tenerla, tengo que lograrlo como que me llamo Mark Gary Howard Koch, nunca he perdido un juicio y jamás he tenido que suplicarle a una mujer para que me preste atención, todas vienen a mí voluntariamente y esta abogadita de quinta no será la excepción. Será mía y ya. Disfrutaré después que la tenga bajo mi poder y saboreé su obediencia para luego desecharla como he hecho con las otras, por los momentos desplegaré todo mi arsenal de seducción de manera sublime, como lo más probable es que Adams la eche al perder el caso, yo la traeré a mis dominios, para que cuando se arrastre hacia mí, ni siquiera se dé por enterada.

La cabeza amenazaba con explotarme del dolor que siento, no vuelvo a ligar licores y menos en una sesión de sexo duro. Los músculos me duelen y lo último que recuerdo son las dos chicas que quedaron profundamente dormidas en mi habitación del club, a eso de las diez de la noche, luego de allí hay un vacío hasta las dos de la mañana que me desperté en mi mansión de Beverly Hills, ubicada en Santa Mónica.

¿Será posible que una de ellas me haya drogado? Negué con la cabeza, no esas linduras no se atreverían a hacerme eso, porque saben muy bien que podría irles muy mal de comprobar algo así. De inmediato traje a mi mente los recuerdos de las dos chicas para evitar pensar en triple K. La morena, como cosa extraña no recordaba su nombre, solo sabía que tenía un cuerpo de ensueño y cuando la azoté su precioso trasero quedo rojo como una deliciosa manzana que saboree con gusto, luego la até a la cruz de San Andrés para seguir disfrutando de su cuerpo, sus pechos quedaron expuestos y los degusté con lascivia mientras la poseía por completo penetrándola al punto que sus gritos no eran detenidos ni siquiera con la mordaza, me sonreí al recordarla.

Luego seguí con Shanon, la rubia que permaneció atada de manos al cabecero de la cama con una soga de nailon y con las piernas separadas también anudadas fuertemente a los barrotes de los que consta la enorme cama redonda hecha especialmente para juegos sexuales. Desde mi ángulo observé su vulva abierta y húmeda, que reposaba deseosa de mis atenciones, la morena explota y grita mi nombre mientras muerdo sus jugosos pezones que se encuentran juntos gracias a que los tomé y apreté de cada lado, sus gritos y gemidos aumentan mis ganas de continuar embistiéndola, pero sé que se encuentra exhausta, ya que se ha corrido tres veces.

Me separé de ella y gimió lastimeramente por mi ausencia. La desaté para luego recostarla en el sofá de la habitación y atenderla como se debía: limpié la humedad de su entrepierna y apliqué una pomada especial para aliviar las marcas en muñecas y tobillos vendándolos cuidadosamente ¡Lista piel canela, descansa un poco!

En cuanto a Shannon es mi sumisa desde hace más de tres meses; se retorcía de la excitación luego de haber tenido dos orgasmos gracias a las bolas chinas, también conocidas como ben wa o bolas de geisha, que son de su preferencia, ya que las maneja a su antojo y disfruta de ellas profesionalmente.

Completamente desnudo, me dirigí a ella hipnotizado por lo rosado de su sexo, babeé como un pequeño frente a un dulce, me introduje entre sus larguísimas piernas y abrí la boca para degustar por completo ese manjar que me produjo una excitación animal, su grito me alentó a proseguir, llevándola a la cúspide; estaba incómoda, no podía moverse, sin embargo, balanceó su cadera hasta casi desmayarse del placer.

Me deshice de las canicas y la tomé de una sola estocada y sus manos se retractaron al punto de que las cadenas sonaron y su espalda se arqueó suspendiéndose en el aire por la fuerza que empleó al tratar de soltarse. Pero no la solté, la dejé sufrir al no tocarme y la disfruté a todo dar. Así continué con ambas en la cama hasta que me levanté de allí a las diez de la noche y después de eso no hay nada que recordar.

Volví al presente, al escuchar la puerta abrirse, extendí mi vista. Se trataba de Joel quien se acercaba a mi escritorio, con todo lo que le había pedido de Triple K, aún no habían transcurrido los sesenta minutos, pero él sabía cuánto me gustaba la eficiencia.

—Aquí está señor todo sobre la abogada, la señorita Keen ¿Algo más? —me interrogó el hombre. No le respondí, solo comencé a ojear cada folio del informe, quería saber todo sobre ella, y mientras más sabía más fruncía el ceño.

— ¿Por qué es tan insípida? No va muy seguido a sitios nocturnos, tiene tres buenas amigas, una en Denver y dos en Los Ángeles, solo algunos amigos, no tiene novio, no consume licor, ni drogas, es defensora de los animales y los desprotegidos, ni una multa por exceso de velocidad o por violación de señales de tránsito, ni un arresto, ni una suspensión, ni expulsión, ni en la primaria, ni en la secundaria, ni en la preparatoria, ni en la universidad, cumplirá veintitrés años en menos de un mes ¡Por Dios! Esta mujer es casi una santa. ¡Qué aburrida es su vida! —tiré en el acto el nuevo informe a la basura, luego de leer todo sobre ella— ¡Es una idiota! —exclamé molesto, sin saber realmente el motivo de mi irritación.

Hasta que horas después me escapé de los guardaespaldas, tomé una de mis camionetas y salí con destino a la dirección del apartamento de Keshia, necesitaba verla en persona aunque fuese por un momento, había invadido mis sentidos durante toda la tarde y por más que intenté desterrarla de mi mente pensando en otras mujeres no pude, terminaba viendo en mis recuerdos el rostro de ella. No hubo manera de concentrarme y eso me tenía de muy mal humor, porque no toleraba perder el control y en ese momento no era yo mismo. Pero tal vez si la veía, pensé esperanzado, perdería el interés por ella. Aunque esto nunca me había pasado, que una mujer despertara esa locura en mí a tal punto de arriesgarme a ser acusado por el delito de acecho.

Permanecí en la camioneta con los vidrios abajo por unos minutos esperando su venida, hasta que la vi llegar cuando estaba a punto de entrar en su auto al edificio, me di cuenta de que observaba nerviosa a todos los lados, mientras se abría el portón de su edificio, hasta que nuestras miradas se cruzaron por escasos segundos y me quedé sin aliento, mientras me decía “Debo salir de aquí”.

                "El primer beso no se da con la boca, sino con la mirada (Tristán Bernard)".

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