CAPÍTULO 3. ENTRE CIELO Y TIERRA

Luego de bañarme y colocarme un traje de pantalón tipo taller, un poco influenciada por lo que había vivido el día anterior. Pues pensé que si tal vez me vestía con pantalón evitaría que pudiera ser objeto de manoseos y toqueteos de pervertidos que transitaban libremente a lo largo y ancho de la ciudad con total impunidad, como lo que me sucedió la noche de ayer. La rabia comenzó a moverse en mí cuál si fuera una bebida efervescente — ¡Malditos miserables! ¡Mal paridos! ¡Hijos de puta! ¡Deberían morirse todos esos desgraciados y cortarles el pene y echárselos a los perros! —vociferé en voz alta fuera de mí. Pero era cierto, hombres como ese no eran dignos de ser llamados hombres, ni siquiera seres humanos, eran peores que animales, unas alimañas asquerosas.

Respiré profundo para tranquilizarme porque en verdad me molestaba que aún siendo yo la víctima de un intento de abuso, tuviera que buscar la forma de evitar llamar la atención, como si lo enfermo de ellos fuera imputable a mí.

Un poco más calmada subí a mi auto, el muy estúpido encendió en el primer intento. Me dirigí a mi oficina no sin antes hacer cita con mi mecánico para que revisara mi auto. Quedé en llevárselo a la hora del almuerzo.

Al llegar a mi oficina decidí subir por las escaleras porque tenía nervios de encontrarme a algún socio importante del bufete que me pidiera información sobre el expediente o peor que me pidiera verlo, prefería en ese momento, recorrer diez kilómetros trotando a que eso me sucediera, quien iba a pensar que yo iba a optar en algún momento en hacer ejercicio a que mi pequeño secreto fuese descubierto. He allí otro punto de estrés para mí, enloquecería con cada asombro que me llevaba.

Era tan horrible andar con esa sensación de que “Todos saben lo que pasó con el expediente”. Me eché a reír por lo paranoica que me estaba volviendo y seguí mi recorrido hasta el piso donde estaba situada mi pequeña oficina. Entré sigilosamente por los pasillos evitando y rogando no encontrarme a nadie en mi trayecto. Cuando ingresé cerré y le puse seguro a la puerta. Ya dentro, respiré aliviada recostando toda mi humanidad en la puerta, mientras trataba de calmar mi acelerada respiración y los fuertes latidos de mi corazón.

Una vez volví a mis niveles normales de pulsaciones y respiraciones, saqué de mi portafolio los documentos, aparté los rotos y los dos folios que se me habían quemado, de los que estaban en buen estado. Busqué la cinta adhesiva y me concentré en repararlos.

Me faltaban dos para finalizar cuando tocaron la puerta de mi despacho, recogí todos los documentos con premura o eso pensé y me dirigí a abrir la puerta, me imaginé que era una colega, una asistente o secretaria, pero mi quijada casi cae al suelo de la sorpresa, cuando veo allí en la puerta de mi oficina al gran jefe, un ser que no salía nunca de su despacho, porque él era un rey, nosotros los plebeyos, él un dios del Olimpo y nosotros los simples mortales, lo que estaba pasando era realmente increíble.

Al ver mi boca abierta me dijo en forma jocosa y tuteándome por primera vez— ¡Cierra la boca Kadece! —De inmediato obedecí, pero no salía de mi sorpresa— ¡Apártate que voy a pasar!—. Exclamó con firmeza, me hice a un lado, mientras lo observaba caminar con esa pose elegante, no pude evitar escanear su cuerpo de manera rápida.

Es que definitivamente este hombre no tiene desperdicio pensé, mientras me mordía el labio inferior, con la mala suerte que al girarse me encontró infraganti comiéndomelo con los ojos, me puse roja de la vergüenza mientras él proyectaba una sonrisa ladeada — ¿Te gusta lo que ves? —interrogó acercándose.

Pero de inmediato me puse nerviosa, temiendo que pudiera realizar algunos avances que por el momento no serían de mi agrado o me pondrían en una situación complicada. Por eso me puse seria y como si no entendiera sus palabras le pregunté ¿Disculpe? ¿Se le ofrece algo señor Brooke? —interrogué con firmeza y de manera formal para establecer una distancia entre los dos. Aunque por dentro sentía que mi cuerpo era un amasijo de nervios. Se me quedó mirando y al ver que con mi tono de voz no invitaba a socializar, se puso serio y respondió.

—Es verdad, no he venido a tener ninguna plática social, vine a que revisemos juntos el expediente de la señora Michelle Jones—al escuchar sus palabras mi rostro se puso pálido y él frunció el ceño con curiosidad.

—Disculpe señorita Keen ¿Acaso dije algo malo? —interrogó el hombre arqueando la ceja, con una expresión que provocaba besarlo, enseguida me regañé “Deja lo calenturienta Kadece y concéntrate en lo que vas a responderle al papito Ruqui de tu jefe”.

—No señor, no ha dicho nada malo—expresé sin moverme, mientras Adams se quedaba esperando. Seguidamente me hizo un gesto con los ojos, pero no me di por aludida y debió repetirme la orden con palabras.

— ¿Es que no supe explicar o no me entendió?—indagó el hombre—dije que quería ver el expediente que le fue asignado el día de ayer.

Por un momento me quedé en blanco, mi lengua se inmovilizó y mi boca se negaba a emitir palabras, intenté hablar, pero me salió tan solo un graznido, llevé mi mano a la boca un tanto sorprendida y apenada, Adams se quedó observándome como si fuese una loca e insistió.

— ¿Qué parte de que quiero ver los documentos no entiendes? —me preguntó con severidad.

—No… No puedo dárselo… Se me ha quedado mi maletín en el auto—respondí al principio titubeante, pero al final conseguí terminar con firmeza.

Me observó por un par de segundos, como decidiendo si debía o no creerme, luego giró su vista a mi oficina y la recorrió con su mirada. Y segundos después yo había quedado en evidencia. Cuando recogí los documentos pensé que los había guardado todos, pero al parecer no fue así, dejé que algunos pliegos cayeran y estaban tirados en el suelo con descuido y precisamente se trataba de algunos de los que había arreglado con cinta adhesiva.

Mi jefe se inclinó y tomó los folios, los levantó del suelo, los observó por escasos momentos y luego fijo su mirada en mí.

— ¿Puedes explicarme que significa esto? Me acabas de mentir diciéndome que lo habías dejado en el auto, cuando no es cierto y están hasta reparados porque estaban rotos. Exijo que me aclares lo que está pasando —. Pronunció con un semblante que evidenciaba su cólera a tal punto que su rostro estaba color escarlata.

En ese momento me sentí como una niña traviesa a quien encuentran en su travesura y por un momento juro que desee serlo o que la tierra se abriera y me tragara y me vomitara en la China, porque eso que estaba sucediendo iba a crear más tela de juicio sobre mi capacidad y en cierto sentido le daba toda la razón, porque si yo estuviese en su lugar, tal vez reaccionaría igual o peor que él.

Yo siempre he sido una chica que me he caracterizado por mi sinceridad, de hecho no soy amiga de ocultar las cosas, soy de las que opinan que las mentiras tienen patas cortas y tarde o temprano la verdad termina saliendo a la luz. Pero esta vez, no pensé en eso, porque tengo el empeño de demostrar que soy una buena profesional y por el contrario, lo que logré es que todo se me saliera de las manos y me daba demasiada vergüenza admitir que fui una descuidada.

— ¿Entonces? Estoy esperando una explicación—exigió en un tono demasiado molesto. Definitivamente no me quedó más remedio que contarle lo que me había sucedido, por supuesto omitiendo la parte en la que el maldito pervertido casi me viola, pienso que eso era demasiado privado para andarlo divulgando, solo le dije que me habían atracado cuando estaba accidentada a la orilla de la avenida. Pero a mi jefe eso no le importó, igual se portó energúmeno.

— ¡¿Sabes qué?! —Explotó el hombre enfurecido, gritándome— Eso no justifica para nada tu irresponsabilidad, eres peor profesional de lo que pensé ¿Cómo se te ocurre deteriorar unos documentos que son sumamente importantes para un proceso? ¡Por Dios! ¡Qué caso vas a estar ganando tú! Si no tienes ni siquiera la mínima capacidad para cuidar unos malditos papeles como la vas a tener para analizarlos y salir vencedora en un proceso ¡No eres más que una mediocre! —Espetó.

A medida que lo escuchaba la rabia iba creciendo en mí y le hablé en el mismo tono que él estaba usando conmigo, me sabía a nada que fuese mi jefe, no me iba a dejar padrotear ni faltar el respeto por nadie, debía entender que fue un accidente y ninguna circunstancia justificaba sus insultos y actitud hacia mí.

— ¡Veo que quien tiene poca capacidad de entendimiento es usted! —Grité sin cohibirme— le acabo de explicar que fue un lamentable accidente producto del susto que pasé con el desgraciado atacante, pero si no lo entiende, aquí el único bruto es usted. Además no tiene ningún derecho a insultarme y a dudar de mi capacidad profesional—manifesté furiosa y roja de la ira que ardía en mi interior y cuando estaba en ese estado, veía todo rojo y continué con mi argumento—por otra parte, tenga en cuenta que el estado de unos malditos papeles no van a determinar si gano o no un estúpido caso. Ahora tenga la bondad de salirse de mi oficina, porque está invadiendo mi espacio personal—expresé mientras abría la puerta de mi oficina para que saliera.

El hombre se quedó viéndome sorprendido porque no se esperaba esa explosión por parte mía, es más Adams Brooke no estaba acostumbrado a que nadie le llevara la contraria, pero eso en estos momentos a mí me sabía a mierda, porque a la rabia que ya tenía producto de la noche anterior, se le sumaba su actitud hacia mí, que demás está decir estaba fuera de lugar y me reservaba las acciones de actuar en consecuencia.

Mi jefe me volvió a mirar de arriba abajo y queriendo tener como siempre la última palabra pronunció —Igual disfruta tus últimos días en el bufete porque no vas a ganar y tendrás que firmarme la renuncia, inmediatamente después de celebrarse el juicio—concluyó mientras tiraba la puerta al retirarse.

                 “A menudo las dificultades preparan a la gente ordinaria para un destino                                                                                                extraordinario.” C.S. Lewis.

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