CAPÍTULO 1. EL PELIGRO

Masajeé suavemente mi sien, tratando de apaciguar el fuerte dolor de cabeza que sentía en ese momento, había llegado a la oficina temprano, antes de las siete de la mañana para estudiar el caso del cliente que me había dado mi jefe a última hora de la tarde anterior; porque el abogado que tenía el caso se había reportado enfermo y como yo soy la abogada con menos casos en el bufete, consensualmente, pero entre los accionistas de la firma, decidieron que soy la indicada para llevarlo, aun cuando esa no es mi especialidad, puesto que hasta ahora nada más había trabajado en materia de inquilinato, pero debido a mi autoestima herida, terminé pactando con mi jefe mi puesto.

Pero la situación no era tan simple, una de las abogadas de mayor renombre dentro de la firma y con quien había hecho una relación no tanto de amistad, sino más bien de cordialidad y de apoyo mutuo, me comentó luego de mi sorpresiva designación, desconociendo que era la nueva abogada del caso, que el abogado que anteriormente estaba llevando el expediente había alegado enfermedad, porque luego de analizarlo había llegado a la conclusión que esa demanda estaba perdida, por cuanto la señora Michelle Jones así se llamaba la cliente, antes de celebrar nupcias, firmó las capitulaciones matrimoniales o acuerdo prematrimonial llenando los extremos legales que exigía la legislación del estado de California.

Y ante esa situación ese abogado, uno de los mejores que casi nunca había perdido sus procesos, no se quería embarcar en un asunto que no tenía forma de ganarse y menos cuando el “Tiburón de California” acudía como contraparte. “Muy interesante, seguro que el maldito de Adams lo sabía y quiso sacarme del medio”, pensé en ese momento con un atisbo de molestia.

Mi compañera Hailey, cuando le comenté que ese expediente lo habían pasado a mis manos, se sintió apenada y aunque luego trató de remediar la situación y ofrecerme su ayuda, me negué. Pero en ese mismo instante, nació la fuerte determinación en mí, de que ganaría esa demanda, así fuese lo último que hiciera, porque estaba dispuesta a demostrarle a todos que yo era una excelente profesional, así mis compañeros y jefes pensaran lo contrario, porque si algo me había quedado claro, que esa fue una de las razones por las cuales me dieron el caso, me consideraban una profesional mediocre, a quien la suma de una causa perdida que no es su fuerte no le afectaría y para sacarme de la firma, eso había herido en lo más profundo mi amor propio y mi orgullo.

—Pero como me llamo Kadece Keshia Keen, ¡Qué este maldito caso lo gano! Para hacerles tragar sus palabras a esos hijos de puta — exclamé bastante enojada, porque me sentía humillada, desvalorizada y si no renunciaba en esos momentos era por dos razones muy importantes, una porque ese proceso se había convertido en un punto de honor para mí y segundo por la hipoteca que pesaba sobre mi apartamento, aparte de las obligaciones que tenía con mis padres.

Por otra parte, estaba clara de que Brooke & Millers Associates, era uno de los mejores bufetes jurídicos de Los Ángeles, solo superado por el bufete del que apodaban "El tiburón de California" y los honorarios de los abogados eran bastante aceptables, sobre todo cuando resultaban vencedores en alguno de los juicios, en esas oportunidades los ingresos de los abogados aumentaban considerablemente y cada dólar que percibía en mi caso, lo destinaba no solo a cubrir mis gastos de alimentos, ropa, vivienda, sino también los de mis padres y hermanos que vivían en la ciudad de Denver, Colorado.

Me levanté de mi escritorio dando un suspiro, tomé una pastilla del estuche que siempre cargaba en mi cartera, me dirigí a la pequeña nevera y me serví un vaso de agua para pasarla. Esperaba con todas las ansias que funcionara y me calmara ese intenso dolor, pues sentía que en cualquier momento mi cabeza explotaría. Estoy poniendo de todo mi empeño y mi dedicación para evaluar cada uno de los documentos que conformaban el expediente, revisando la fecha en que se firmó, el lapso que se le había dado a la clienta para chequearlo, si fue firmado bajo coacción, lo cual no fue así, porque incluso hay un video de grabación de la firma, donde queda demostrado que la señora Michelle Jones no fue forzada a firmar.

Las opciones se achicaban y mi frustración crecía al no encontrar un maldito argumento válido para darle en la puta madre a todos los involucrados, porque incluso me habían informado que el abogado de la otra parte, en todos los procesos de derecho de familia y en materia empresarial, demandas, jamás había perdido un juicio, lo maldije en mi interior, sin conocerlo, pero lo más probable es que fuese una mierda como todos los abogados de éxito del país, que se creían lo máximo y la eminencia en el mundo del derecho, unos seres pagados de sí mismos con un ego mayor que su sentido común, pensé con molestia.

Tomé el expediente y todos los documentos relacionados con el caso y los metí en mi portafolios, miré el reloj de pared cuyos segundos no se detenían, abrí los ojos sorprendida, no me había dado cuenta de lo tarde que se me había hecho, eran casi las diez de la noche y aún permanecía allí y sin posibilidades de descansar al llegar a mi casa, porque tenía que seguir revisando, para ver si encontraba algo que me ayudara a obtener el éxito que tanto aspiraba.

Hice una mueca de fastidio por tener que decirle adiós a mi hermosa y confortable camita, pero ya valdría la pena el sacrificio. Salí de la oficina, subí al ascensor y marqué el nivel del estacionamiento, donde había dejado aparcado mi carro, un chevrolet Sonic. Rogando para que esta vez prendiera sin ningún contratiempo, porque los últimos días presentaba una fuerte falla, pero no había tenido oportunidad de llamar a mi mecánico para que lo revisara.

Encendí el motor y para mi buena suerte respondió al primer toque, lo que me produjo un grito eufórico de la emoción que sentí. Salí del estacionamiento por la avenida camino a mi apartamento, sin embargo, apenas llevaba unos pocos kilómetros de recorrido el auto comenzó a fallar y debí estacionarme a un lado en la calzada. Abrí el capó del vehículo, lo sostuve con la varita y comencé a mirar el motor con extrañeza, sin tener la puta idea de que hacer, no sabía diferenciar ninguna de sus partes y eso a pesar de que mi padre había sido mecánico hasta hacía unos meses atrás y me crié entre repuestos y piezas de coche, pero siempre me negué a aprender y allí estaba en plena noche, en una avenida accidentada y sin poder hacer nada a menos que llamara a una grúa.

En ese instante me arrepentí de no haber prestado atención cuando mi padre reparaba un auto, di un resoplido y seguí mirando. Si seré idiota, acaso pienso que con solo mirar el auto se reparará como por arte de magia, me dije sonriendo. Estaba en esas cavilaciones cuando se estacionó detrás de mi auto una camioneta de donde descendió un hombre alto como de aproximadamente un metro ochenta y cinco, con una barba poblada, con un cuerpo bien torneado pero con un aspecto desaliñado.

Cuando vi al hombre me puse nerviosa, mis manos comenzaron a sudar copiosamente, a tal punto que debí limpiármelas en la falda. Sentí en mi espalda una corriente fría y mi estómago dio un vuelco que me produjo náuseas. Mi terror aumentó cuando el hombre se me acercó con su rostro intimidante. En vez de observar el auto se me quedó mirando de manera lascivia, desnudándome con la mirada y esbozando en su rostro una maléfica sonrisa, que dejaban ver unos perfectos dientes. Y a pesar de que su aspecto físico no era desagradable, su actitud era maquiavélica, por un momento quise correr, esconderme y huir de ese hombre, pero al parecer mis pies estaban como soldados al piso, mi mente me instaba a correr “Corre, Corre, Kadace”, me decía, pero yo estaba completamente paralizada.

— ¡Hola, lindura! ¡Qué buena suerte la mía! No todos los días se consigue a una mujer tan apetecible como tú en la calle. Creo que papá Noel, adelantó mi regalo de navidad —me dijo con burla.

Al escucharlo, mi cuerpo reaccionó presintiendo el peligro, comencé a retroceder lentamente, pero al darse cuenta de lo que pretendía me tomó del brazo fuertemente y haló mi cuerpo hacia el suyo, golpeándome con su pecho en el proceso.

Intenté zafarme, sin embargo, la fuerza que ejercía sobre mí, era tan grande que sentí que rompería mi brazo, por eso dejé de luchar, pero no pude evitar que mis lágrimas comenzaran a derramarse por mi rostro, mientras trataba de conservar la calma y poder pensar en frío, mientras veía esos intensos ojos entre azules y verdes jade que emanaban maldad.

El muy imbécil acercó su boca a mi rostro, pude percibir su aliento a licor, intenté alejar mi cabeza, pero él me sostuvo por la nuca y empezó a lamer mis lágrimas, un gemido de angustia mezclado con asco salió de mis labios, pero al parecer el hombre lo interpretó como de deseo, me levantó y estrujó su miembro en mi cuerpo, pudiendo sentir lo duro que lo tenía, entretanto en mi humanidad mi repulsión hacia él crecía.

No podía creer la actitud de ese hombre, pero lo que tenía claro es que debía escapar de él, volví a intentar soltarme, pero no pude contra su fuerza. Él me sostuvo, bajó de un solo golpe el capó del auto y me tiró encima, empezó a masajear con lujuria mis senos por encima de la ropa, mientras la angustia iba creciendo en mí, me sacudía para evitar que tuviera contacto con mi cuerpo, pero todo lo que intentaba era en vano.

A él no le pareció suficiente tocarme de esa manera, sino que fue más allá, rompió mi blusa dejándome solo con el brasier, después bajó sus manos y las metió dentro de mi falda y comenzó a recorrer mis muslos, buscando abrirse paso en mi vagina;

Al principio, en mi ingenuidad pensaba que en cualquier momento me soltaría y se iría. Pero al darme cuenta de que intentaba tocarme con más intensidad, lo comprendí y entendí que si no hacía algo el maldito desgraciado me violaría.

Por eso, sin pensarlo un minuto más posicioné mi rodilla y se la metí por los genitales, lo que lo dejó por un instante desorientado, momento que aproveché para huir de su lado, sacudí los tacones de mi pie y salí corriendo, me subí al auto, cerrando los vidrios y rogando al cielo que encendiera.

                                 "Ante el inminente peligro, la fortaleza es lo que cuenta. Lucano".

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