Capitulo VI Atrapada

De momento dormir era su mejor opción dada las circunstancias y ya que esa noche no sería visitada por cierta persona aprovecharía las horas para descansar, esperaba que le sirviera para olvidar todos los problemas que le causaba mentalmente su problemático jefe. 

Por la mañana.

—Señorita Elizabeth, ¿A dónde se dirige?

—Voy a pasar el día fuera de casa, Brenda.

—El joven no me notificó sobre esa salida.

—El señor Dracmantis no es mi dueño.

—Señorita no se busque problemas innecesarios, afuera hay mucho peligro.

—Se cuidarme. No necesito vigilancia.

—No puedo permitir que salga de la casa sin el consentimiento del joven.

—¡Yo no soy su mujer! ¿de dónde sacas esas bobada?

—El joven lo dejo en claro a todo el personal.

—¡Pues no es así!

Que descarado había sido pensó Elizabeth, tomaba atribuciones como si fuera el dueño de su vida. Alguien tenía que darle su merecido a ese hombre tan engreído. Con esos últimos pensamientos salió a toda prisa por la puerta principal más que furiosa. Primero la privaba de su libertad, segundo andaba regando por todo el lugar que era su mujer y ni siquiera compartían la habitación y tercero le daba órdenes a sus empleados para que la retuvieran como si estuviera en una prisión.

Pero el ya se enteraría de lo que ella era capaz de hacer cuando la hacían enojar. Al cabo de un buen rato se vio caminando por las frías calles del pueblo de Transilvania, solo unas pocas personas se observaban por los alrededores. Ella decidió buscar aquel bar que le comento el extraño del café, impulsada por la ira que había agarrado hace rato, sabía que estaba mal hacer las cosas molesta. Pero ya estaba hecho.

Pensó que, quizás, en aquel bar pudiera lograr hacer una que otras amistades, estaba en un pueblo ¿Qué tan feo podría ser un bar de Transilvania? Y allí estaba, parada frente a un clásico bar tipo americano, bueno se parecía por fuera mucho a los de Estados Unidos. Claro, estaba algo descuidado pero se podría decir que daba buena pinta “por el exterior”. Dentro se oía música, y era buena, Guns N' Rose, era una buena banda. La insto a pasar.

—Buenas noches señorita ¿Qué la trae por aquí? Pero antes de entrar, un tipo un poco raro salió de un callejón y la saludo de inmediato.

—Hola, solo vine a por un trago.  Le dijo cortante.

—¿Ah sí? Yo te lo brindare. En este lugar encontraras todo lo que desees.

—Solo  vine a beber algo es todo.

—Entonces pasa lindura. La insto.

El hombre casi que la llevo a rastras dentro del bar, la música sonaba mucho mas fuerte dejándola casi sorda. Estaba algo aturdida entre el ruido de las personas dentro del establecimiento como por el sonido. El lugar estaba a reventar, sintió muchas miradas posarse sobre ella y no le gusto. Trago saliva por lo mal que comenzaba a sentirse, quizás su pequeña aventura  no saldría como ella esperaba después de todo.

—Tranquila preciosa lo pasaras muy bien.

—Disculpa será mejor que me marche ya, debo trabajar mañana.

—¡Oh no! Claro que no te irás. Le dijo muy paciente el joven castaño.

—¿Estás sordo? ¡Eh dicho que me iré! Tenía que parecer valiente.

Ese joven la tenia sujeta con su mano muy fuerte hasta el punto de estar lastimándola. La presión en su muñeca era fiera, un poco más y le fracturaría los huesos. Le tocaría recurrir a gritar, alguien debía darle su apoyo para salir de esa pensó. Ni se había dado cuenta a su alrededor por querer librarse de ese tipo.

—Bebamos ese trago lindura.

—Por favor suéltame, ya te dije que no quiero y me tengo que ir. Intentaba razonar con el hombre.

La arrastro hasta la barra, alumbrada con luces de neón rojo y azul. Desde allí pudo ver algunas mujeres muy bien vestidas, parecían como si no perteneciesen al lugar. El bar estaba lleno de un noventa por ciento hombres, los cuales miraban a las chicas como si fueran un sabroso pedazo de carne. ¿Qué coño pasaba en ese lugar? Luego cayó en cuenta, ¡por todos los cielos! Estaba en un prostíbulo. Estaba en un bar de mala muerte.

—¿Sabes que les pasan a las chicas que no son de por aquí? Le dijo el extraño sacándola de su terrible descubrimiento.

—¡No me interesa saberlo!

—¡Pero lo sabrás lindura! Tú no eres de aquí, se te nota. La miro de arriba hacia abajo.

—Yo vivo aquí, en la casa de…

—Eso no me interesa, yo soy el dueño de este bar y ahora toda tú me perteneces.

¿El dueño? Aquel hombre atractivo y no muy mayor era el dueño de ese antro de mala vida, pero si no lo aparentaba. ¿Qué pasaba con los hombres de ese pueblo? Tenían tendencias de apropiarse de la vida de los demás, sobre todo de las mujeres.

—Se equivoca señor, yo no soy de nadie. Además es mejor que me vaya antes de que…

—Si tienes razón, viéndolo bien si te vas a ir. Ella sintió alivio al escucharlo. –Pero a mi habitación. El alivio se transformo en pánico. —Primero te probare yo, antes de otros.

Mala idea, muy mala idea de haber salido sin avisarle a Eduard. Su impulsividad la llevo a un lugar espantoso, donde lo más probable era que abusaran de ella. Miro al extraño, ¿Cómo era posible que aquel hombre de rasgos tan hermosos y cuerpo de un guerrero fuese el dueño de semejante lugar? Y peor aún, que quisiera ultrajarla. Las apariencias engañaban, no se podía confiar de una cara bonita. No aprendió nada con lo que le pasaba con su jefe.

Las lágrimas saladas escocían sus ojos, arrincono sus pensamientos atribulados al miedo y le hizo frente al hombre. Si se dejaba intimidar haría de ella lo que le viniera en gana. Aun tenía fuerzas para defenderse.

—Yo no soy una cualquiera, y no tengo intensión en quedarme aquí. Pensé que era un buen lugar, ¡pero me equivoque!

—Bueno tú llegaste por tu cuenta, eso me dice que estas buscando algo más. Nadie te trajo a la fuerza, como a esas mujeres. Las señalo con el mentón, luego tomo su trago de un solo golpe.

Elizabeth miro bien las facciones del tipo que la sujetaba, algo en el le parecía bastante familiar ¿Pero el que? Negó con la mente, no podía estar pensando en tonterías en un momento así. Hizo amago de levantarse pero este la volvió a sentar. El agarre de su muñeca comenzaba a entumecerle los dedos.

—Te recomiendo que no me hagas enojar. Le amenazo.

Se bebió el otro trago que le habían servido a ella, levantándose bruscamente y jalándola hasta una puerta de color rojo carmesí, miro a su alrededor y noto que las mujeres que estaban paradas como en un pequeño escenario. Más bien parecían en exhibición. Estas al ver acercarse el extraño bajaron la cabeza con un miedo tremendo en sus rostros. Estaban vestidas con poca ropa, y parecían mucho más jóvenes que ella. A excepción que estaban algo esqueléticas.

Si las cosas serían así, no saldría muy bien parada de ese lugar ¿Eduard podría encontrarla? Detrás de la espantosa puerta había una serie de puertas de un mismo color. Todas  estaban cerradas. Era muy extraño, el bar era descuidado y parecía antiguo. Pero detrás de todo eso, el pasillo lleno de puertas era muy lujoso. El piso era pulido, y las paredes estaban pintadas de blanco puro. Terminaron subiendo por unas escaleras en forma de caracol color dorado, para darle paso a una increíble habitación sumamente lujosa.

¿Qué si estaba sorprendida? Esa palabra quedaba pequeña con lo que sentía en ese momento. Como una fachada tan lúgubre, podría ser tan distinta por dentro. Esa recamara parecía un paraíso, todo estaba ordenado, limpio, olía muy bien. La cama era la más grande que había visto en toda su vida, las sabanas eran de seda color negro muy brillante. El negro reinaba en esa habitación, miro hacia el techo y una enorme lámpara de cristal en forma de araña iluminaba el sitio dándole destellos brillantes a la recámara como si hubiera diamantes desperdigados por todos lados.

—Muy bien preciosa, veamos, muéstrame lo que sabes hacer.

—¡¿Qué?! Pregunto atónita.

—¿Eres sorda? Muéstrame lo que haces. Por qué asumo que sabes lo que se hace aquí ¿no? Si llegaste hasta aca es porque alguien te lo dijo, como ya sabes aquí no se acerca nadie que no sepa lo que se hace detrás de estas puertas.

Era obvio que era un prostíbulo, pensaba que había ido allí a buscar trabajo como prostituta. ¿Era idiota o qué? ¿Acaso tenía cara de mujerzuela? Se sentía ofendida. Ese tipo le inspiraba miedo, pero también coraje. El mismo sentimiento que le producía Eduard.

—Por favor le pido que me deje ir, yo no soy una de estas chicas las que trabajan aquí.

—Entonces, ¿no tienes idea de quienes somos?  ¿No sabes que le pasa a las forasteras como tú? Eso sí que es excitante.

—No hay que ser muy inteligente para darse cuenta que esto es un burdel.

—No es simplemente un burdel mi dulce princesa. Le dijo en tono maquiavélico.

El se rio al ver su cara de sorpresa, lo vio cruzarse de brazos. Definitivamente  tenía algo muy familiar que ya había visto antes.

—Pero para tu tranquilidad, nadie se acuesta con estas mujeres.

—¿Por qué? ¿están enfermas?

—Al contrario, están muy sanas. Hasta cierto tiempo.

—¿Qué quieres decir?

¿Qué ocurría en ese lugar? Si no se acostaban con esas chicas, ¿que le hacían? Tantas cosas pasaron por su mente de lo que podían hacerle a esas jóvenes. ¿Las golpeaban? ¿Asesinaban? No sabía que pensar. Miro hacia todos lados, la única salida eran las escaleras su intento de escape era mínimo.

—Ya lo sabrás, en su debido momento.

—¡No me interesa saberlo!

—Bueno pero lo harás. Le dijo sonriendo.

—Por favor no hagas esto, alguien debe estar buscándome.

El único hombre que la había tocado era Eduard, y muy dentro de ella solo deseaba que fuese él y solo él, quien la tocase nadie más.

—Dolerá un poco, pero te acostumbraras.

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