Capitulo V Desobediencia

Para cuando se bajo del auto ella corrió a su habitación, mientras era seguida por Eduard ¿Por qué iba detrás de ella? ¿La despediría por decirle la verdad? Se giro y lo encaro.

—¿Dónde crees que vas?

—Te acompañare a tu habitación. Le dijo tajante.

—Aquí dentro no hay peligro.

—¡Hay más del que te imaginas!

—Genial, ni segura estoy en esta casa. Le grito.

Estaba harto de su inmadurez y niñería, la tomo por la cintura nuevamente mientras la estrechaba con su cuerpo. Ella no se movió, no podía, cada vez que el la tenia así ella se volvía sumisa. Le encantaba que le obedeciera, para él era un placer enorme tenerla a su merced.

—No quiero que vuelvas a desobedecer mis órdenes ¿está claro?

No tuvo más remedio que hipnotizarla para que obedeciera, no era algo que solía hacer con las mujeres. Todas eran muy fáciles y dóciles, pero ella era diferente, especial. Por eso quería protegerla. Ella lo miraba a los ojos sin parpadear, luego bajo la mirada y volvió a verlo.

—¡Estás loco! Tú no mandas en mi vida. Eso le sorprendió bastante no había funcionado con ella.

—Ya estás advertida, no me hagas repetirtelo.

—No puedes obligarme a nada. Le dijo seria.

—¡Oh claro que sí!

La levanto y cargo hasta la recamara, entro en ella y la aventó en la cama violentamente, lo que la sorprendió. ¿De donde había salido tanta fuerza? Se aproximo a ella con una velocidad impresionante. Estaba encima al instante devorándole los labios sin piedad alguna. Probó la sensación de algo muy familiar en el paladar. El por su parte le sujetaba las manos por encima de la cabeza inmovilizándola, teniendo más control de su cuerpo.

Ella forcejeo desde luego, pero nada que él no pudiera resolver, libero una de sus manos para rasgar las prendas de su pecho, dejando al descubierto sus senos.

—¡No puedes hacer esto! Dijo ella claramente avergonzada.

—Te mostrare quien es el que manda aquí.

—¡¿Qué?! Pregunto un poco confundida, excitada y sorprendida.

Sus ojos habían cambiado, era algo que la desconcertaba totalmente. De pronto el comenzó a desvestirse y ella solo pudo mirar a semejante monumento despojarse de su ropa habitual. Era deslumbrante  ¿lo iban hacer? Era tan hermoso, su cuerpo era un espectáculo, todo músculo firme y torneado. La piel era muy blanca, pero brillosa a la luz tenue de la lámpara, le daba un efecto encantador.

—Quiero que veas quien soy.

—¿De qué hablas?

—No podrás irte después que lo sepas.

—No comprendo.

Le quito el resto de la ropa que aún le quedaba, exponiéndola mucho más a él. El pudor se apodero de ella, y de inmediato hizo el intento de cubrirse pero este se lo impidió.

—No te escondas, porque eres perfecta.

Sus labios rosaron los de ella provocándole escalofríos, el estaba helado como las otras veces mientras ella ardía en llamas. Se metió entre sus piernas y entro en ella, pero algo interrumpió el ritual, una barrera se interponía. ¿Ella aun era virgen? Era pura. Lo reconforto saber que sería el primero y único en su vida, ya que después de eso no la dejaría ir del castillo.

Se acomodo mejor entre los pliegues de sus entrepiernas adentrándose poco a poco mientras su cuerpo se acostumbraba a su miembro. Era una verdadera tortura tratar de calmar al demonio que llevaba dentro. La expresión de su rostro le indico que estaba sufriendo, pero no quería dejar de someterla a él. Hacerla suya era lo único que deseaba, era egoísta, pero algo de ella lo llamaba. Se quejo cuando el al fin lleno su ser, pero aun así no lo alejaba.

Estando tan cerca del clímax, sus poderosos colmillos salieron a relucir delante de Elizabeth. Ella estaba tan extasiada y sumergida en el placer que no se había fijado en la transformación de Eduard. Todo el majestuoso cuerpo de ella vibraba al tenerlo dentro. Hasta que al fin ella abrió los ojos cargados de placer y satisfacción. No quedaba rastro de dolor. Lo miro fijamente a la cara para luego terminar por desmayarse.

Eso sí que lo esperaba, era normal que no soportase tanto placer y por si fuera poco siendo su primera vez. Hacia cuantos siglos que no hacía el amor con una chica pura. A la mañana siguiente Elizabeth despertó desorientada y con un terrible dolor en todo el cuerpo. Miro a su alrededor y supo que era su recamara y volvía a despertar desnuda. Se incorporo de golpe alarmada, ¿que había hecho? ¿Se acostó con su jefe?

Ahora sí que la había cagado, pero ¿Por qué no recordaba nada? Tenía la mente en blanco, lo único que sentía era la sensación de haberlo hecho con Eduard. Se puso las manos en la cabeza como intentando hacer memoria.

—Por todos los cielos, perdí mi virginidad con mi jefe y no recuerdo absolutamente nada.

No le apetecía salir de su habitación en todo el día, y eso fue lo que hizo. Brenda le subía la comida a la recamara, para cuando llego la noche ella aun permanecía en su cama sin ganas de nada. Estaba mal consigo misma, por haber cometido tan terrible error. De pronto la puerta se abrió estrepitosamente, dando paso a Eduard como si aquel fuese su cuarto.

—¿Qué ocurre contigo hoy?

—¿Quién te crees para entrar en mi habitación de esa manera?

—Te he preguntado algo, no me salgas con otra pregunta.

—Si lo que preguntas es porque no he salido, pues porque no se me da la gana.

—¿Te sientes mal? Frunció el ceño.

Hasta donde recordaba reviso cada rincón de su cuerpo en busca de algún moretón o rasguño, después de haberse desmayado. Pero afortunadamente lo único que le había hecho eran pequeños rasguños.

—No me siento mal, solo quiero estar sola. ¡Vete!

—¿Te arrepientes de lo que paso anoche?

—Hubiera preferido que fuese otro hombre con el que lo hubiera hecho.

—Ningún hombre te pondra un dedo encima ¿queda entendido?

—¿Pero qué demonios te pasa? Te crees con derechos porque solo eres el primero con el que me acuesto.

—¡Si! Y te guste o no tu ahora eres mía.

—Estás loco. Vocifero. –Renuncio a seguir siendo tu secretaria.

—Firmaste un contrato, no puedes irte.

Que le sucedía a ese hombre, con qué derechos entraba en su cuarto y le decía toda esa serie de estupideces.

—Firme para ser tu secretaria no en calidad de amante.

—Ahora eres mi mujer también.

Se acerco a ella rosandole los labios semi abiertos con los suyos, introdujo la lengua invadiendo cada rincón de su boca. Elizabeth estaba tan excitada y enojada a la vez, desde el momento que había entrado a la fuerza en su recamara. Y aun así se negaba a ser de él, si lo pedía a gritos pero pronto la haría cambiar de opinión.

Conforme  pasaban las semanas, Eliza cumplía con su trabajo como la secretaria de Eduard. Asistía a reuniones de la empresa de este, una que se encontraba fuera del pueblo, eso la aliviaba porque tenía libertad para salir. Prefería pasar todo el día en la oficina de su jefe que en ese castillo, pero la realidad era otra. Al terminar su jornada laboral debía pasar un informe a Eduard.

Al llegar la hora de poder descansar en su habitación, el único espacio en esa casa que creyó que era privado, pues ya no lo era. Todas las noches era invadido por su maldito jefe que terminaba por seducirla sin tabú alguno, haciéndole el amor hasta casi el amanecer. Aun no entendía cómo es que su cuerpo aguantaba toda una noche de acción, era un traidor no se resistía a ese hombre.

Sin poder evitarlo se había vuelto su amante, de la noche a la mañana, parecía algo irreal jamás se imagino envuelta en esa situación, no es que se sintiera violada, al contrario le encantaba que Eduard la sedujera. Pero era la forma de ser de él, todo tenía que ser tal como indicaba y eso le molestaba. Por otro lado, ser querida por él era algo de otro mundo una experiencia totalmente nueva para ella.

Por todos los cielos ¿Qué le estaba pasando? Se removió en la cama, pensaba que su vida había cambiado mucho, antes tenía una vida normal literalmente, hasta que conoció a Eduard Dracmantis y todo cambio. No sabía si para bien o para mal, bueno, era un excelente amante pero demasiado posesivo. No la dejaba respirar, ni mucho menos salir para ningún lado. Fugarse un rato no le caería nada mal.

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