Capítulo 6

Ella se acercó con sigilo mientras sus lágrimas salían mojando su rostro. La puerta estaba medio abierta y eso facilitaba su espionaje. ¿Por qué se torturaba? Sus manos temblaban y su corazón dolía. ¡No era justo! Ella debería estar allí, ella debería disfrutar de aquella intimidad.

Sam se despertó con lágrimas en los ojos, soñar sobre sus recuerdos le abría esa herida que trataba de ignorar, pues no sabía cómo curarla. La soledad carcomía sus huesos, tal vez era lo que merecía, después de todo. Fue presuntuosa al desear amor, compañía, pasión. ¿Por qué? Sacudió su cabeza tratando de echar esos pensamientos nocivos, era increíble cómo las palabras malignas de otros podían herir tanto que, terminas creyéndolas. No, no debería sentirse culpable por querer amar y sentirse amada, no debería tener un concepto tan bajo de ella y culparse por querer tener pasión en su vida, por desear experimentar el placer, si es que en realidad existía.

¿Cómo sería esa experiencia? Todos hablaban de aquello como si fuera bueno, además ella fue testigo de cómo su prima lo disfrutaba, debía ser bueno. Pero ella no lo sintió así, fue doloroso y violento. Fue humillante. Había soñado tanto con aquel encuentro, con sus besos y caricias. ¿Por qué le hizo tanto daño? Ella lo amaba y creyó ser la mujer más feliz del mundo cuando se casaron. Pero su felicidad no duró mucho, su padre murió en la celebración y su mundo se fue con él.

Aún recordaba sus ojos verdes, como ella creía que brillaban por amor. Pudo recordar…

Flashback

 —Samay —Daniel se acercó a ella con una sonrisa que era inevitable no sonrojarse—. Debo irme ya. Es tarde y no está bien que te esté visitando de noche, no quiero que las malas lenguas opaquen tu buena reputación de señorita decente.

 —Entiendo. —Ella hizo un puchero. Era difícil tenerlo solo para ella, puesto que casi siempre, su padre se la pasaba conversando con él cuando este la visitaba. Salían muy poco y siempre era una caminata corta en el parque. Ella tendía a observarlo de lejos mientras trabajaba junto a su padre, él era su hombre de confianza y quién lo ayudaba a administrar la hacienda, es por esto que el señor Fraga estaba muy complacido con su compromiso.

 —No te preocupes, pronto nos casaremos y estaremos juntitos siempre. Te amo, Samay. —Daniel pronunció tomando sus manos, ella se sonrojó al instante, pero estaba muy decepcionada. No quería un beso en las manos como siempre, deseaba probar sus labios. Ya tenían bastante tiempo de noviazgo y pronto se casarían, pero ella nunca había sido besada. La curiosidad y el deseo le quitaban la paz; sin embargo, como señorita decente y de su casa no debía pedirlo. Se acercó más a él con la esperanza de que este le regalara más esa noche, solo pedía un beso en los labios, probar el sabor de su boca, conocer por qué las parejas disfrutaban aquello.

 —Daniel... —Lo jaló cuando este se despidió con el gesto sobre sus manos. Estaba tan nerviosa que sentía se desmayaría, sus mejillas se tiñeron de rojo y su corazón palpitaba con intensidad—. ¿Puedes darme un beso en los labios? Somos novios, está bien si nos besamos...

 —¡No! —Ella se exaltó con su interrupción—. No está bien, Samay. Deberías ir a la iglesia más seguido y dejar de hablar con tu prima, al parecer, ella es mala influencia para ti. Te amo, pero no aceptaré ese comportamiento de tu parte, serás mi esposa, una mujer casta y de su casa. Solo te besaré en los labios después de casarnos. Me despido. —Ondeó su mano con frialdad y se marchó enojado. Samay no pudo evitar llorar, se sentía tan avergonzada. No debió pedir aquello, fue demasiado atrevida.

Fin del flashback

Sam limpió esas lágrimas que se le escaparon. Recordar su pasado todavía dolía; la forma cruel con que destrozaron su inocencia y alegría, de cómo sus ilusiones fueron pisoteadas y lo que creyó sería su mayor felicidad, fue su desgracia.

Seis meses después...

Arthur mantuvo su lucha contra los maleantes de su región y trató de encarcelar a Henry Jones por el crimen contra Anabela, pero no había tenido éxito; aun así, continuaba luchando por ello.

Logró que el gobernador de aquel lugar lleno de corrupción y abusos, por lo menos bajara los impuestos a los asalariados y que se les pagara el día de trabajo con justicia. Muchas mujeres eran acosadas en las pequeñas empresas de la región por lo que él creó una institución para protegerlas y que pudiesen quejarse sin perder sus empleos. Él estaba aliado a la familia Ben, quienes eran personas influyentes en la región cercana y luchaban por la justicia e integridad social. Arthur visitaba a la familia muy seguido por mandato de su padre y ya era tiempo de asumir su responsabilidad como el único heredero Connovan y partícipe de la alianza justiciera, que más que hacer justicia, se enfocaban en sus propios beneficios; no obstante, era lo único que tenía a mano para llevar algo de paz y recursos a su región.

Arthur regresaba de visitar a la familia Ben y llegó a un pueblo pequeño junto a sus hombres para pasar la noche. Aún el sol no se había puesto, por lo tanto, él aprovechó para encontrar posadas disponibles. Murmullos de hombres y súplicas de una mujer captaron su atención. Cabalgó hasta aquel desolado callejón y sus hombres lo siguieron entendiendo que ayudaría a quien necesitase su socorro. Así era él, se arriesgaba por ayudar a otros. Saltó de su caballo indignado al ver unos hombres acosar a una indefensa mujer, al parecer era una mendiga, probablemente una de esas mujeres que perdían la razón y no tenían quien se hiciese cargo de ellas, entonces vagaban en las calles pidiendo qué comer y soportando todo tipo de abusos. Caminó decidido a romperle la cara a esos desgraciados que reían al golpear y querer desnudar a esa joven que rogaba por misericordia. Sus hombres sacaron sus armas y apuntaron en dirección a los maleantes, quienes levantaron sus manos perplejos y pálidos del miedo. Por su parte, Arthur se dirigió a la mendiga quien estaba de rodillas llorando, se arrodilló frente a ella y extendió su mano para ayudarla a ponerse de pie.

 —Tranquila, no te haré daño. —Ella reaccionó con nerviosismo al escuchar su voz. Levantó su rostro con incredulidad y Arthur se quedó helado por la impresión. Era ella. Su corazón palpitó con agitación y sus ojos se cristalizaron. La mujer que le había salvado la vida y curado su herida, quien cuidó de él por todo un mes y le regaló momentos inolvidables se encontraba frente a él. Aunque su rostro estaba cubierto por ese horrendo trapo que no era el velo rojo que él recordaba, ya no tenía su exquisito aroma a especies y hierbas, más bien apestaba, él la reconoció. Ella estaba triste y perdida, sus ropas sucias y rotas, se notaba su extrema delgadez por la desnutrición y su cabello se mostraba más enmarañado de lo que lo recordaba. Era ella, a pesar de su hedor y descuido, era esa mujer que lo acogió, era la mujer del velo.

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