9. LA FUERZA DE LA GENÉTICA
Cuando llegué a la escuela de mi hijo, me encontré en la entrada con mi abuelo, que esperaba en la entrada con mi hija y mi hijo juntos. Inevitablemente sonreí, pues a mí me encantaba esa vista, era un cuadro de una felicidad casi completa.

Y, aunque eso podría ser suficiente para mí, sentía que era una familia incompleta. Yo solo esperaba poder juntar todas las piezas.

—Mami, ¿puedo ir a la casa de Lili? —preguntó Diego corriendo a mí.

Sonreí. A ese niño le había encantado mi abuelo y, según pude darme cuenta, a mi abuelo, ese niño que era el dueño de mi corazón completo, le había robado el suyo también.

—Con una condición —dije.

—¡Claro! —gritó Diego y me reí.

Él ni siquiera se había esperado a escuchar la condición y ya había aceptado. Diego no había estado en mis entrañas, pero era igualito a mí: era impulsivo y, a veces, un poco bobito.

—Ay, amor —suspiré—, primero escucha la condición. Ni siquiera sabes lo que pediré.

—Seguro quieres un beso de este galán —dijo mi hijo
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