3. FLORES DE INVIERNO

Alguna vez Lara había deseado tener los cabellos de aquel dorado pálido que su madre ostentaba, los mismos de su hermana. Pero el cielo sólo le había obsequiado con una abundante provisión de cabellos rojizos y ondulados, que crecían a una extraña velocidad.

Emma, al contrario de ella, pensaba, era una visión de arrolladora belleza. El metro setenta y cinco de estatura le otorgaba una esbeltez despampanante, las anchas caderas, la boca pequeña y definida, los ojos clarísimos. Mantener el peso de una modelo italiana a pesar de su edad había requerido mucha dedicación y una dieta estricta durante décadas, pero la voluntad para lograr sus objetivos no era algo que pudiera ponerse en tela de juicio. Era comprensible que Hatch se hubiera enamorado de ella al punto de no cuestionar ninguna de sus acertadas o desacertadas decisiones. Lo que resultaba del todo incomprensible era por qué

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