Yo te cubro

Hace cinco años que trabajo para él. Aun recuerdo el día que lo conocí como si fuera ayer.

Iba por la calle en busca de una cafetería, necesitaba un café para llevar urgentemente. Casi podía decirse que iba dormida por la calle y todo por culpa de los exámenes finales. Al cruzar una esquina, choqué con él. Todos los papeles salieron volando y terminaron esparcidos por la acera.

-Perdona ¿Estás bien?- preguntó un Ian mucho más simpático que el de ahora.

-Si,si. Lo siento tanto, iba mirando los papeles y no te vi.

Nos agachamos los dos a la vez para recoger los apuntes, mientras tanto, me regaló su hermosa sonrisa, esa que no he vuelto a ver.

-¿Económicas? suerte con tus exámenes.

- Muchas gracias.- contesté con sonrisa bobalicona.

Unos meses después comencé a trabajar aquí. Cuando me senté en mi mesa y llegó el primer día, lo reconocí al instante. Era increíble la suerte que había tenido, pero nada en su trato hacia mi me hizo pensar que se acordaba de aquel encuentro y su carácter no era ni la sombra del que tenía el hombre con el que choqué.

Sacudo la cabeza para sacar esos pensamientos. Tengo que trabajar y no perder el tiempo con recuerdos inútiles.

Cuando me ve, se queda plantado donde está, al momento reacciona y continua su camino hacia el despacho.

-Buenos días.

Hoy no me ha llamado por mi nombre ¿Será eso un signo de que está enfadado? 

Puedo verlo desde mi mesa, en lugar de pared, tiene una enorme cristalera con una cortinilla que no ha cerrado hoy. Enciendo el ordenador, de reojo lo miro sin mover ni un milímetro la cabeza. Pasea de un lado a otro de su despacho con el teléfono pegado a la oreja.

En el fondo, no se si he tenido suerte de que viniera a buscarme y me llevara a su casa, quiero decir, me encanta poder verlo a todas horas y estar dentro de su ambiente, pero creo que voy a sufrir, que no va a cambiar por mi como no ha cambiado por ninguna.

-Emma, necesito que me traigas los papeles de Justin.- pide Ian desde la puerta con el móvil todavía en el oído.

-Por supuesto.

Sin pensarlo dos veces salgo, me monto en el ascensor y bajo a la planta de Justin. Es nuestro veterano, se jubila en unos días y le estamos preparando una fiesta todos los compañeros. Ian en persona le va a entregar un reloj grabado por sus cuarenta años en la empresa.

-Necesito los papeles del señor Garret.

Se que es mayor y entrañable, pero se mueve tan lentamente que me está poniendo nerviosa. Quiero decirle que se de prisa, que los necesito para ayer, pero el respeto hacia nuestros mayores me lo impide.

-Toma guapa.- Me tiende un tocho enorme y salgo disparada. 

Llego al despacho, coloco el informe sobre la mesa de Ian que continua con la llamada. Me recreo un poco en colocar bien los papeles a ver si tengo suerte y me entero de que está hablando.

-No... dile que no...¿Crees que me importa? Si tiene algún problema que me llame...

No entiendo nada. ¿Será algún tema de trabajo o será algo personal? Cuando se gira y clava su mirada en mi, se que es momento de salir.

Menos mal que ya casi es la hora de comer. Debería haberle hecho caso. El golpe del estómago me duele más que ayer, debe de ser de estar toda la mañana sentada en la silla. A lo mejor me dijo que me tomara el día libre mirando por mi salud y no porque se avergonzara.

Antes de irme a comer me armo de valor, respiro profundo e ignorando el colibrí que llevo en el pecho en lugar del corazón, llamo al despacho de Ian.

-Señor Garret, quería decirle que ya he terminado de hacer todo. Si no es mucha molestia... no estoy totalmente recuperada... y bueno... ¿Podría tomarme la tarde libre?

-Llama a Max y que te recoja. No es necesario que vengas después.

-Gracias.- musito avergonzada.

Pedirle la tarde libre ha sido admitir que estaba equivocada y que él tenía razón. No debería haber venido hoy.

Me monto en la parte trasera del coche con Max al volante. Es mayor que yo, pero se pueden ver unas facciones bonitas. Seguro que de joven fue todo un rompe corazones.

-¿Estás casado Max?

-Estoy separado y tengo dos hijos que viven fuera.- contesta mirándome por el retrovisor.

-Vaya... .-sueño despierta. No se si algún día formaré una familia...

Llevaba diez años con Toni, era la persona con la que debería haber formado una familia, pero mi atracción por mi jefe lo ha fastidiado todo. Ahora mis expectativas son minúsculas aunque siempre he querido ser madre, tener un ser al que cuidar, que te va a querer incondicionalmente. Prefiero no pensar en esas cosas, me entristece.

Al entrar por la puerta me encuentro con Dorotea que da vueltas por la cocina como un pollo sin cabeza. 

-Hola Emma.-saluda sin levantar la cabeza de la sarten.

-¿Te ocurre algo?

-Es mi hijo. Me acaban de llamar del hospital, pero no me han explicado nada.- explica angustiada a la vez que se le cae el tenedor al suelo.

-Dios mío Dorotea, tienes que ir.

Comienza a llorar. Se quita el trapo que le cuelga del bolsillo y se lo pasa por la frente, después, lo deja sobre la encimera. No entiendo como no ha salido corriendo justo cuando la han llamado.

- Busca a Max y que te lleve. Yo terminaré de hacer la cena.- le quito el delantal y la empujo hacia la puerta.

- Mucha gracias.- llora- eres un ángel.

Espero que no tenga nada su hijo, que haya sido algo sin importancia. Miro la receta de Dorotea, cruzo los dedos para que no sea algo como tomate seco. Mis conocimientos culinarios comienzan y terminan en huevos fritos.

Arroz meloso al pil pil de cocochas de merluza. Lo único que entiendo de la receta es arroz meloso y merluza. ¿Por qué cocinan estos platos? Antes incluso de empezar se que no voy a saber hacerlo.

Como es para la cena, lo primero que hago es meterme en google y buscar que narices son las cocochas. Paso más tiempo del necesario mirando tonterías, una página te lleva a otra y así te sorprendes un par de horas después, sabiendo que te ha pillado el toro.

El arroz meloso que aparece en la fotografía no se parece en nada al mío, que es seco y sin crema. Me estoy agobiando solo con pensar que Ian se va a tener que comer esta porquería que hasta a mi me sabe mal.

Entra por la puerta, tan impecable como cuando se fue esta mañana. Yo en cambio, tengo el delantal lleno de manchas y el pelo recogido en un moño del que caen varios mechones.

- El hijo de Dorotea está en el hospital y le dije que se fuera.- explico- creo que a ella le habría quedado mejor este plato.- murmuro mirando la receta, buscando en que momento me he podido equivocar.

-¿Has cocinado tu?- pregunta acercándose.

-Puff. Más bien lo he intentando. No se parece en nada a este.- digo señalando la foto.

- En nada.- Corrobora.

Lentamente levanto la cabeza. Estaba tan ensimismada que no me había dado cuenta de que estaba pegado a mi, mirando la imagen también.

Esta vez si veo un minúscula sonrisa. ¿Es esta su forma de bromear? No puedo evitarlo, solo con pensar que mi jefe se va a tener que comer esto, rompo a carcajadas. 

- No...no tiieness.. que commerttelo.- intento vocalizar entre risa y risa.

Le brillan los ojos mientras acerca la nariz al plato. Creo que está intentando averiguar si es venenoso.

-Vamos a cenar.

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