Miguel contuvo un gemido al percibir los dedos de Blake tanteándole. Acomodado entre sus piernas y con la nariz enterrada en la curvatura de su hombro, él había iniciado su juego favorito: torturarlo con placer hasta hacerle perder el control. Hoy había amanecido especialmente deseoso, lo cual no le molestaba.
En los últimos seis meses había descubierto cosas interesantes sobre su pareja: primero, le gustaba cucharear, toda la noche o el día, aún mientras veían la televisión en la sala. Al principio le costó acostumbrarse a tenerlo en su espalda, presionando; pero ahora incluso lo reconfortaba. Segundo, tenía períodos agudos de depresión, todos relacionados con su madre, a la que aún no lograba encontrar. Lo más importante, sin embargo, le pareció el hecho de que Blake fuera posesivo. Completa e indiscutiblemente. En otras condiciones habría supuesto un problema; pero Miguel entendía que era debido a sus traumas. No sabía cómo lidiar con el abandono y la traición. Tenía mied
Blake aspiró todo el aire que pudo, hasta que sus pulmones dolieron, antes de animarse a salir del Corvette. Miguel, que había conducido ya que él no podía debido a los nervios, lo esperaba afuera. Con un traje negro, con camisa y corbata del mismo color, un ramo de rosas blancas y una caja de chocolates, era el hombre más hermoso que hubiera visto en la vida. Se había recogido el cabello de forma descuidada y eso le confería un aire más seductor. Como si fuera posible. «Vamos». Se animó a sí mismo. ¿Qué era lo peor que podía pasar? Sin dudas, que su madre lo rechazara. No obstante, él ya había atravesado la experiencia. De suceder, lo superaría, como todo lo demás. Y si no…, bueno, aprendería a vivir con ello. Mientras atravesaban la calle, Miguel asió su mano, entrelazando los dedos. Antes, él se hubiera soltado. No soportaba las muestras públicas de afecto ni sentirse limitado. Pero esto era lo que necesitaba y se sentía tan malditamente bien. Y mientras más lo pe
Blake se echó de espaldas sobre la cama y gimió cubriéndose el rostro con el brazo. Miguel se mantuvo parado, mirándolo. Había estado silencioso durante todo el camino de regreso, distraído, al igual que en la cena. Sospechaba que conocer a su nueva familia había sido un golpe sorpresivo y doloroso. Más que cualquiera recibido en el pasado. Él había ido a reencontrarse con su madre y en lugar de ello encontró a un par de hermanos amorosos y un padrastro que le pidió permitirle llamarlo «hijo». Todo lo que necesitaba y aun así se negaba a aceptar por orgullo. —¿Estás bien? —preguntó, sentándose finalmente a su lado. Blake tardó en responderle, cuando lo hizo su voz salió rota. —Tengo hermanos. Miguel le acarició la rodilla. —Sí. Son agradables. Tu hermana es… extrañamente parecida a ti. —¿Soy así de insoportable cuando coqueteo? —Ya no coqueteas con nadie. —Pero puedo hacerlo. —Suspiró—. Hunter sigue siendo delic
Si alguien le hubiera dicho en el pasado que estaría celebrando las fiestas navideñas de nuevo, rodeado de seres queridos y siendo feliz, él se habría burlado. O posiblemente lo habría torturado hasta la muerte. Porque él no era débil ni necesitaba de otras personas, porque los cumpleaños y las Navidades quedaros descartados el día que su padre decidió venderlo. Pero hoy era distinto: tenía a su madre de regreso y un padrastro que no lo juzgaba ni rechazaba por ser quien y como era; dos hermanos adolescentes e insoportables a los que estaba aprendiendo a querer y amigos…, muchos amigos, que compartían su más reciente dicha. Blake deslizó la vista por el lugar. Helena, Adam y Ryan; Hunter, Gemma y Oliver; Luciano y Miyuki; Peter y Susanna, Kiril; sus padres y hermanos… Incluso la recién descubierta sobrina de su jefe. Todos ellos, reían bebiendo ponche y charlando. Aunque eso no fue lo que le hizo sonreír, sino la imagen de Miguel en medio de ellos. De no haber sido p
Miguel tragó con dificultad la bola de angustia que le obstruía la garganta. Incluso si estuvo deseando este momento durante el último año, no podía creer que después de una larga espera y más contratiempos de los que un hombre hubiera podido soportar, finalmente… él iba a casarse. Y, joder, se sentía como de cinco centímetros de estatura, pero con un corazón enorme que no le cabía en el pecho. Respirando tan profundo como sus pulmones se lo permitieran, Miguel recorrió el enorme salón de fiestas con la mirada. Encontrarse con los rostros sonrientes de sus amigos le devolvió la tranquilidad, al menos lo suficiente para encontrar fuerza y no colapsar delante de ellos. Hubiera sido vergonzoso desmayarse frente al gran Puño del Infierno y su ayudante, el psicópata Monstruo. Ninguno le permitiría olvidarlo jamás. Mientras le devolvía la sonrisa a Helena, Miguel pensó en que la primera y última vez que estuvo frente a un altar; esperaba a una novia. Hoy, s
Blake despertó rodeado de gritos y sollozos que le erizaron la piel. Hubiera reconocido la voz a kilómetros de distancia, era la misma que solía cantarle por las noches cuando él era un niño y ahora, en plena adolescencia, lo aconsejaba sobre cómo ser un buen hombre con las mujeres: su madre. La única persona en todo el mundo por la que entregaría su vida sin dudar. Asustado, saltó de la vieja cama que rechinó al instante, y se lanzó hacia la puerta. Corrió tan rápido como pudo hasta el lugar del que provenían los gritos y entonces la vio: forcejeando con su padre, más bien enroscada a su cuerpo, tratando de impedir que se moviera. —Mamá, ¿qué haces? Ella lo miró con sus brillantes ojos verdes, tan intensos que parecían irreales, y él supo que algo andaba mal. Mucho. —¡Corre, Blake, vete! —¿Qué…? —¡Vete, ahora, antes de que vengan por ti! El corazón de Blake dio un vuelco dentro de su pecho. ¿Quiénes irían por él y por qué tení
Blake caminó por el largo pasillo, por completo indiferente a las miradas de sus compañeros, fingiendo no oír los murmullos que levantaba con cada paso de sus botas con punta de metal. ¿Quién hubiera dicho que el Puño del infierno se convertiría en el más grande dolor de culo después de haberse hecho con el título de Gran Jefe? Él no, por supuesto, pero tuvo que haberlo imaginado. Adam O’Brien era todavía más intenso que el difunto Darrel, lo cual era mucho decir. Pero le gustaba. El hombre tenía un aura oscura rodeándolo, detrás de la cual se escondía una tenue luz. Y él quería algo de eso para sí mismo. Tan solo un poco. Acariciarla y luego… extirparla como un jodido tumor. Una pena que ya hubiera sido atrapado. Sí, lo dicho: Helena era una perra con suerte. Aunque él no se quejaba, se había quedado con el título de padrino del pequeño y adorable Ryan. Recordar la cara de frustración de Luciano, cuando Adam anunció la noticia, le hizo sonreír. El italiano psicópata había h
Afuera del edificio, la luz del sol de mediodía lo cegó momentáneamente. Harto y enojado, Blake caminó hacia su automóvil. Su posesión más preciada: un Corvette C6 negro y púrpura, que le había costado varios meses de ahorro. Ah, diablos, el sueldo de un simple maestro de Biología no era suficiente la mayoría del tiempo; pero él había aprendido viejos trucos para conseguir dinero durante su tiempo como acompañante sexual y esclavo de la Cosa Nostra. Gracias a su padre, viejo maldito, por eso. Ya no era un adolescente incapaz de cuidar de sí mismo, sino… La corriente de sus pensamientos se vio interrumpida por la visión de un hombre recostado sobre su coche. Miguel. Como su arcángel favorito: el de la Anunciación, la muerte y la resurrección, de la venganza y de la compasión. Una enorme coincidencia. O quizá una treta del destino. Como fuera. Santa Madre. El hombre era fotogénico, pero frente a frente resultaba más atractivo. Y ni siquiera ap
—¡Señor Archer, espere! Con un bufido, Blake aligeró el paso mientras caminaba por el largo pasillo lleno de estudiantes del Instituto Pradera Blanca, el más prestigioso y elitista de New Jericho. Después de varios segundos, Charlotte Longpré, una de sus estudiantes menos destacadas, llegó a su lado. Blake la miró de reojo, era una chica hermosa, aunque con el intelecto de un avestruz. Una princesa nacida en cuna de oro, que solo esperaba al multimillonario perfecto con el cual casarse. Todo un desperdicio. —Profesor —dijo—, me gustaría hablarle sobre mis calificaciones. Blake hizo rodar los ojos. Podía imaginar el rumbo que tomaría esta conversación. —Adelante. Ella apresuró el paso, hasta quedar frente a frente y comenzó a andar de espaldas. —Bueno, yo quisiera saber… si hay algún modo de recuperarme. No quisiera reprobar Bilogía y… —Por supuesto —interrumpió, levantando la mano para saludar al profesor de Matemáticas