VIII. No puedo parar...

Hikaru permanecía recostado sobre la amplia mesa de madera finamente tallada; su respiración era aún agitada, y acariciaba su cuerpo con lentitud. “Jun” le miraba con una sonrisa retorcida, emitió una risita que llamó la atención del chico, quien se volvió a mirarlo.

—Ha sido genial… —dijo Hikaru, aún jadeante—. Me has hecho gritar mucho, me duele la garganta…

El muchacho comenzó a reír, le miró sentarse sobre la mesa con las piernas abiertas, su respiración aún era agitada, y su piel aterciopelada se encontraba aperlada por las diminutas gotas de sudor.

—Me ha encantado —respondió con sonrisa lasciva—. Si no te molesta, me gust

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