II. Daisuke

Daisuke llegó a casa de sus padres cerca de las 4:30 de la madrugada. Todo estaba en absoluto silencio. Se adentró procurando avanzar hasta su habitación en silencio y sin encender luz alguna. Cerró la puerta detrás de sí, se desnudó y se tumbó sobre la cama completamente extenuado. Suspiró. Recordó aquel extraño encuentro con el sujeto que, tras tropezar y caer al suelo junto con él, le prestó aquel paraguas rojo: Satō Hikaru…

Cerró sus ojos. Podía verlo en su mente… aquellas finas facciones en su rostro; esos expresivos ojos marrones, que lucían tonalidades naranjas por las luces a su alrededor; el cabello oscuro empapado por completo, y pegado a su rostro; su blanca piel aterciopelada… Trató de obligarse a dormir, intentó concentrarse en que sólo trabajaría en el bar de Hiroshi-san durante unas semanas, porque tendría que volver a la universidad y continuar con sus estudios de arte…

Recordó la fuerte discusión que tuvo con su padre al avisarle qué estudiaría, y dónde. “¡Esa es una carrera para chicas, y en una universidad para chicas!”, le gritó su padre completamente molesto, no había pasado mucho tiempo desde que él había ido personalmente a decirle a sus padres que era gay; había tenido miedo de hacerlo, pero su hermana menor, Kaori, de dieciocho años, había estado ahí para apoyarlo todo el tiempo. Su madre lo imaginaba, pero cuando su padre estalló en reclamos y gritos permaneció en absoluto silencio. Corría con suerte, su padre no lo había echado de casa, sólo tenía estrictamente prohibido llegar a casa con “alguien”… volvió a sentir escalofríos de recordarlo todo.

Aquel miedo que sentía de enfrentar a su padre y revelarle su homosexualidad le había llevado a sostener relaciones pasajeras y peligrosas a escondidas de su familia. Y el hecho de tener que esconderse ante los demás por el “bien del apellido Hirano”, le hacía frecuentar bares de Nichō y tener amoríos de una noche sin revelar sus datos verdaderos; por un lado lo sentía excitante y divertido, pero por otro lado, no se sentía completamente libre.

Decidió mudarse de la casa de sus padres a un apartamento de Yoyogi, por la cercanía a la universidad, y para tener privacidad; después de todo, la posición económica de su familia era ventajosa en ese sentido, ya que su padre había preferido pagar la universidad y la renta de un apartamento a tener a su hijo homosexual en casa, “poniendo en riesgo el nombre de su familia”.  De pronto se sintió completamente desfallecido…

Le despertó el escuchar el tono de su móvil, talló sus ojos con insistencia y estiró sus brazos aún con flojera. Se incorporó con lentitud, tomó aquel aparato y respondió la llamada.

— ¿Sí? —dijo desganado.

— ¿Dai? —Se escuchó la voz de Ryū al otro lado de la línea—. Soy yo, lamento despertarte tan temprano, pero quería saber si podías avisarle a Masutā que hoy llegaré a las ocho, porque la consulta con el dentista es a las seis y no me dará tiempo de estar ahí antes.

—Sí, no hay problema, Ryū; yo le digo que llegas a las ocho —dijo Daisuke mirando la hora en el pequeño reloj despertador que se encontraba en la mesilla de noche, junto a su cama.

—Gracias, Dai. Nos vemos ahí, entonces.

—Vale, nos vemos a las ocho.

Cortó la llamada. Eran las ocho y cuarto de la mañana, a esas horas seguro su padre ya se habría ido a trabajar, y su madre debía estar en la cocina experimentando alguna receta. Dudaba que su hermana estuviera en casa, tal vez ya debía haberse ido a la escuela. Se levantó aún con pereza, y se dispuso a ducharse. Tomó su toalla y su ropa del armario, y se introdujo al cuarto de baño para darse una ducha rápida con agua fría para quitarse el exceso de flojera.

Salió de su alcoba; corrió a la cocina para saludar a su madre, de paso para avisarle que algunos días iría a dormir ahí por la cercanía con el trabajo.

— ¡Daisuke! —exclamó su madre el verle ingresar a la cocina—, tu padre me dijo que habías llegado casi a las cinco, ¿no necesitas dormir más, hijo?

—No, estoy bien, mamá; gracias. Espero no haber causado molestias —dijo el chico sentándose en una de las lujosas sillas del comedor de su familia.

—Para nada, hijo; esta es también tu casa, a veces me gustaría que estuvieras más por aquí. Sobre todo porque, bueno, sales de trabajar ya muy tarde.

—Sólo serán algunos días a la semana, mamá. Ya en dos meses entro a estudiar, y no tendré mucho tiempo para andar por aquí, ni por Kabukichō.

— ¿Trabajas en Kabukichō?

—Así es, en un pequeño bar; es bastante agradable, y parece que tiene su buena cantidad de clientes frecuentes.

— ¿Cerca de Nichō? —preguntó su madre con una ligera molestia en su voz.

—Más o menos, aunque como yo soy asistente del dueño, me dedico más a preparar tragos, que a servir a la clientela —explicó adelantándose al tema que quería tocar su madre.

—Daisuke… —musitó preocupada—; hijo, desearía que no te metieras en problemas, de ser posible.

—Mamá, no busco meterme en problemas, ¿sabes? —dijo Daisuke mirando hacia la mesa que tenía enfrente.

—No es fácil con tu padre, él es un hombre muy conservador, hijo…

—Lo sé, mamá. Sé que él preferiría que yo fuera otra persona, pero no puedo ser alguien más, y no puedo cambiar mis preferencias sólo porque él esté incómodo, lo siento —respondió con firmeza el chico.

—Entiendo… Sólo, no traigas “gente” aquí, ¿quieres? —suplicó su madre.

—Lo sé, no lo haría.

—Tu hermana hace muchas preguntas y comentarios respecto al tema, ha tenido varias confrontaciones con tu padre…

—No sabía.

—Ella tiene sus propias ideas, y las defiende; por un lado eso me gusta, pero por otro me asustan los conflictos y discusiones que se arman en casa —relató la mujer colocando una taza llena de café caliente, sobre la mesa, enfrente de su hijo—. Por supuesto que me gustaría que mis dos hijos estuvieran en casa hasta casarse… —dudó—, o hasta que hayan encontrado a alguien con quien compartir sus vidas, alguien que les valore y les trate como merecen.

—Yo lo sé, mamá —dijo Daisuke con ligera sonrisa, levantando aquella taza y soplando hacia aquel líquido para enfriarlo—. Yo también te amo, mamá, y sé que Kaori también lo hace.

—Quiero que pruebes esto, y me digas, qué tal está —dijo colocando sobre la mesa un platón con varias piezas de pan de diferentes tamaños y apariencias.

— ¿Otra vez experimento de recetas que viste en internet? —cuestionó Daisuke tomando una de aquellas piezas para llevársela a la boca y probarla. Su madre asintió entusiasmada, sin dejar de analizar cada una de sus expresiones, aguardando pacientemente a que su hijo respondiera—. Está bueno, muy bueno, sólo algo duro... —dijo mordisqueando de nuevo aquel trozo de pan.

Su madre sonrió, asintió de nuevo, y volvió a acercarse al mostrador de la cocina para hacer algunas anotaciones en la pequeña libreta que la mujer utilizaba como recetario. Daisuke se limitó a beber café y comer panecillos sin dejar de observar a su madre moverse de un lado a otro juntando ingredientes.

—Por cierto, Daisuke; ¿aquel paraguas rojo, de quién es? —cuestionó la mujer sin dejar de trabajar.

—Alguien del trabajo me lo prestó, mamá. Hoy voy a devolverlo —respondió levantándose de la silla para tomar la taza vacía y el platón con algunos panecillos encima para llevarlos a alguno de los mostradores.

—Ya veo… —musitó—. Deja el platón sobre la mesa, Daisuke; la taza dámela, yo me encargo —dijo levantando la taza y llevándola a la tarja de la cocina—. Descansa un poco más y arréglate para ir a trabajar, ¿vendrás a dormir esta noche? —cuestionó la mujer mirando directamente al muchacho.

—No lo creo, es domingo; mañana no trabajo, así que iré a mi apartamento —respondió desinteresado.

— ¿Trabajas el martes? —preguntó curiosa.

—No recuerdo con exactitud qué días no trabajo, pero te avisaré después, lo prometo —dijo el chico desapareciendo en el pasillo, sin volver su vista atrás.

La mujer le vio desvanecerse entre la oscuridad del amplio pasillo que conducía a las escaleras. Suspiró.

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