Mi Loba Blanca
Mi Loba Blanca
Por: Ladydory
Prólogo

   

 Aquel día había empezado con normalidad, la pequeña Alexa de tan solo seis años iba de la mano, acompañada de su madre; una hermosa mujer de cabelleras blancas y ojos tan azules como el cielo sin nubes. El pueblo, vigorosamente rico, estaba especialmente feliz ese día, ya que la pequeña Alexa cumpliría siete años, y claro, la más feliz en la extensión del bosque era ella, con muchas expectativas sobre los regalos que llegarían a su poder. La fiesta se celebraría en la noche, cuando la Luna llena toque la punta del cielo y las estrellas brillen con esplendor, el pequeño ritual sería como las otras seis veces, alabando a su diosa la Luna y dejando que los lobos tomaran completo control de sus cuerpos para que pasaran la noche completamente unidos a la naturaleza. Alexa era una niña muy perspicaz e inteligente, era la hija de Miranda la líder de la manada y madre de todos los licántropos del universo, la sangre en sus venas era poderosa pero aún así era muy ingenua e inocente, claro que se habla de una niña. Los integrantes que las veían pasar se acercaban para dar sus felicitaciones y regalarle a la pequeña una flor blanca, demostrando la pureza de sus acciones.

—Señora, lamento interrumpirla, pero hay un percance con los sabios. Necesitamos de su presencia. —La aparición de un hombre acabó con la ilusión de Alexa, obligando a su madre a mediar en un asunto urgente de la manada.

—Cariño, prometo que no tardaré. Astrid, quédate junto a ella, no tardaré mucho. Las veo en la fuente de los deseos—dice mirando a su hija en la última frase. Esta solo hizo un puchero¹ y asintió, dejando que el hombre, encargado de asistir a su madre, se la llevara donde se encontraban los sabios. Una vez sola, suspiró mirando a sus costados, cerciorándose de que no hubiera monos en la costa, ella era una chica muy aventurera y traviesa, tenía secretos, y uno de ellos era tan grande que ni su madre podía saberlo, por que no se trataba de algo…si no de alguien. Aprovechó la distracción de Astrid, quien se encontraba hablando animadamente con un muchacho risueño, era su enamorado, era casi inevitable para ella ponerse a hablar con el chico, pero no procuró la ubicación de la niña que la líder le había dejado algo. Alexa se escabulló a través de las casas que, al ser el centro de la manada, las casas estaban muy cerca la una de la otra, y los negocios (que aprovechaban el gran día para más ventas) se posicionaban en los costados de las calles de piedra para tener mayor atención al público. El destino parecía estar alejado de la central, pues los pies de la niña recorrían el camino que se adentraba en el norte del bosque, un lugar que por nada en el mundo tenía permitido ir, ni siquiera sola. El bosque del Norte era un lugar donde habitaban las bestias más temibles y letales que podrían existir en el país, la manada abarcaba todo el bosque, por lo que se podría considerar territorio de Miranda, sin embargo, muy pocos se adentraban a este, y su única actividad era cazar y domar a las bestias que eran necesarias en el ejército.  

 Sus pies fundados en unas sandalias blancas se ensuciaban con barro a cada paso que daba, la luz del día apenas ingresaba a través de las hojas de los árboles, que se mecían suavemente gracias al viento que corría por esos lugares. Era verano, sin embargo, en esa estación los días no eran tan cálidos y soleados, pues estaban ubicados en un sitio donde la mayoría del año nevaba como si fuera parte del aire, no paraba nunca, y la manada se había acostumbrado a eso. Cómo cada año, el día del cumpleaños de Alexa, el cielo y las estrellas se alineaban para que el día fuera cálido y perfecto para el alma pura que cumplía un año más en la tierra, siendo ese, la única vez en el año en donde era lo suficientemente caluroso para poder usar sandalias y ropa ligera. La niña sonrió cuando pudo encontrar a esa persona por la que arriesgaba ganarse un buen regaño de su madre y se acercó a el para poder saludarlo, esperanzada de que este de haya acordado de su cumpleaños.

—Princesa, un gusto verte de vuelta. —Ella sonrió al escucharlo hablar, le fascinaba el físico del hombre, cabello negro azabache, con ondas que caen elegantemente hasta sus hombros, ojos negros y profundos, que son opacados por enormes cicatrices paralelas entre si que abarcaban la mitad de su rostro.

—¡Marcus! —gritó, corriendo hacía el para envolverlo en un abrazo. Se conocieron hace poco menos de un año, cuando ella se perdió en el bosque y el la ayudo a llegar a su casa, su madre estuvo muy preocupada, y le había prohibido volver a ingresar en el bosque del Norte, pero eso no impidió que Alexa buscara a el desconocido para hacerlo su amigo—. Hoy es mi cumpleaños, ahora tengo siete años.

—No lo olvide, cierra los ojos—murmuró con una pequeña mueca que trataba de parecer una sonrisa. Alex soltó una carcajada y cerró los ojos emocionada, estaba feliz de que su amigo lo hubiera recordado, se sentía más especial ese día.

—No veo nada—susurró mientras usaba las manos para tapar sus ojos. Esperó unos segundos, el sonido de la naturaleza de prolongo mucho más, podía sentirse mucho más conectada con los sonidos, aquellos que le hacían ver que había más allá de lo que sus ojos mundanos le dejaban ver.

—Ya lo tengo—notificó, retirando las manos de la menor para que pudiera ver lo que le había traído como obsequio. Sus grandes ojos de Alexa se abrieron de par en par al atesorar con estos un pequeño collar de cadena negra y una hermosa piedra Zafiro sostenida por el mismo material de la cadena, tan fino y elegante como la noche y el día—Tardé algunos días en encontrarlo, la cadena esta hecha del metal más fuerte del continente, y contiene el hechizo de una vieja bruja que me debía un favor, el zafiro lo elegí por que te complementa y…tal vez cuando extrañes a tu madre puedas recordar con la piedra el color de sus ojos—explicó, recostándose en el árbol. El muchacho aparentaba tener diez años más que Alexa, sin embargo, era muy maduro y serio como para tener esa edad, ella lo sabía, conocía muchos lobos juguetones que parecían ser mucho más aniñados que Marcus, esa fue una de las cosas que le llamo la atención.

—Gracias, es muy lindo. Me lo voy a poner—avisó, separando las puntas de la cadena para que esta se envolviera fácilmente en su cuello, y con ayuda del muchacho pudo concretar su acción. Como era muy pequeña, el collar le caía por el largo hasta su pecho, sin embargo, la piedra quedaba hermosa en contraste con su piel trigueña. Suspiró sintiendo una especie de calidez cuando el collar rodeó su cuello, como si tuviera un hechizo de protección—. ¿Cuál es el hechizo que tiene la cadena? Siento como si un escudo me protegiera.

—Lo sabrás pronto, más pronto de lo que crees. —murmuró la última oración, acariciando el pelo de su amiga antes de mirar hacia atrás.

—Eso es injusto, es mi cumpleaños…debería decirme de que se trata.

—Tu madre te esta buscando, la escucho gritarle a una tal Astrid…creo que la está pasando mal—sonrió de lado mientras se cruzaba de brazos, a veces Alexa creía que el chico disfrutaba del sufrimiento de los demás, y eso le daba miedo, pero eso pasaba muy pocas veces como para que su miedo fuera constante, además, la curiosidad lo superaba por creces.

—Me voy. Nos vemos mañana. — habló sin esperar a que su amigo respondiera y emprendió camino de regreso, mientras Marcus la observaba perderse en el bosque con sus ojos tan oscuros como la noche.

 Todos sonreían felices, cantando y bailando alrededor de las mesas redondas, donde Miranda y Alexa comían su cena, observando la alegría de los demás. Alexa pudo inventar una excusa para que su madre no se diera cuenta de su escapada al bosque, alegando que tuvo que ir al baño urgentemente y se había olvidado de pedirle a Astrid que la acompañara. Horas después de preparar el vestuario de la cumpleañera y los preparativos del cumpleaños estuvieran hechos, se encontraban ahí, disfrutando de la danza tradicional que la manada había aprendido de generación en generación, apreciando como la luna comenzaba a moverse en el punto correcto para estar encima de ellos, bañándolos con su luz plateada.

—Hoy estamos aquí para festejar en séptimo cumpleaños de mi querida hija Alexa Valentina Diel; la heredera y próxima líder de la manada. Es increíble que hayan pasado ochenta y cuatro lunas desde que tuve la bendición de tener a esta preciosa bebe, ahora toda una niña grande—sonrió viendo como Alexa soltaba pequeñas risas avergonzadas al tener la mirada de la manada en ella—Mi regalo para ti, pequeña luna, es este. —Levantó sus brazos, extendiéndolos sobre su cabeza y apuntando hacia el cielo, solo fue cuestión de segundos para que el viento comenzara a agitarse, meciendo los arboles como si estos no tuvieran nada de firmeza y solo estuvieran hechos de gelatina. Un sonido agudo fue escuchado por todos los presentes, que miraban a su líder con mucha admiración y respeto, disfrutando el regalo que parecía salir de las manos del ser más poderoso en su manada, luces azules comenzaron a dispararse hacia arriba, mostrando que, a pesar de su color, su cuerpo era transparente y la energía que las rodeaba creaba ese místico color eléctrico. Las luces chocaron en el suelo, y se extendieron a lo largo de este pareciendo un mar de colores surrealistas que danzaban en su vuelo—Una aurora austral, que a pesar de los fenómenos de la naturaleza solo se presentara en tu cumpleaños, como señal de que tu vida es mucho más preciosa de lo que muchos imaginan. Ese es mi regalo. —Sonrió, encantada de ver como la pequeña Alexa miraba con alegría y fascinación las luces rosas y celestes danzar como un mar pacifico sobre el cielo. La manada entera comenzó a aplaudir y cantar sutilmente pequeños coros con relación a la grandeza de su líder y el cumpleaños de su cría, la felicidad estaba en el aire, no había rostros caídos, solo sonrisas y comentarios agradables sobre la hermosa decoración de la señorita Driwen, quien era una de las floristas más famosas en la manada. Pero no todo era color de rosas, el grito horrorizado de una mujer rompió cualquier murmullo que podrían estar haciendo los invitados. Miranda no dudo, y corrió hacía el grito ordenando a uno de sus guardias más fuertes y leales que cuidara a su hija mientras acudía al grito de Auxilio de la mujer, la música dejo de sonar, dejando un vacío en el ambiente, la mayoría de la manada fue a acompañar a su líder mientras los guardias que quedaban custodiaban a Alexa y retenía a los que quedaban, en un lugar seguro en caso de una sucia emboscada. Los ojos marrones de la niña iban de un lado a otro, desde la hermosa aurora hasta el fondo del bosque preguntándose si de repente saldría un monstruo de aquellos que evitaba encontrarse cuando visitaba a su amigo Marcus. De repente todo se encontraba mucho más oscuro, como si la luna perdiera su brillo y los abandonara a su suerte en esa noche con estrellas, los minutos pasaban y su madre no regresaba, aquello parecía preocupar a los guardias que se movían de un lado para otro, sin que esto interfiera en su trabajo de proteger a la cría de su líder. Una explosión se escuchó por el Oeste del territorio, el suelo tembló como si un terremoto despertara de su intenso sueño totalmente enojado y el viento creado por las ondas de la misma explosión, llegó a ellos como una fuerte ráfaga que se llevó puesto todo, incluso a los guardias que pesaban el doble de un humano normal. Alexa fue empujada por el viento, y su cuerpo chocó con el suelo a unos metros de donde se encontraba, había tenido suerte de que ningún miembro de la manada haya caído sobre ella, si no, estaría en una situación totalmente diferente.

—¿Qué está pasando? —preguntó al borde del llanto, con su voz ahogada por el miedo y la sorpresa, sostenía su cuerpo con sus manos apoyadas en el piso, haciendo fuerza para levantar todo su torso lejos de la tierra hasta terminar de levantarse por completo. Un guardia de cabellos dorados, el mismo que Miranda le había encargado estar junto a Alexa, se acercó a ella apresuradamente, a pesar de tener una gran herida en el costado de su frente.

—Princesa, tranquila. Necesitamos llevarla a salvo a los túneles de la manada, estamos bajo ataque—mencionó rápidamente mientras tomaba su mano y la acomodaba en sus brazos para que no tuviera que caminar, ella era chica, no podría ir a una máxima velocidad si ella corría con sus pequeños pies.

—¿Qué? ¿y madre? ¿dónde está mamá? —comenzó a preguntar, mientras intentaba zafarse del agarre del rubio. Este trató de retenerla sin usar fuerza demás pero la niña era mucho más rápida y escurridiza, no iba a dejar que la lleven a otro lado mientras no tuviera a su madre junto a ella. Apenas sus pies fundados en unas sandalias tocaron el pasto emprendió camino hacía donde la explosión había sido creada, el olor a humo golpeaba sus fosas nasales con fuerza impidiendo que inhalara cómodamente el oxigeno que el aire le daba. El guardia perdió su rastro cuando la niña comenzó a correr entre los árboles, impidiendo que el agudo olfato del hombre pudiera dar con el verdadero paradero, pero no podía dejarla ir a pesar de abandonar a sus compañeros y no poder ayudar a los habitantes de la manada. Alexa corría y no dejaba que sus piernas descansaran ni por un segundo, tal vez su mente era muy inmadura para pensar correctamente en lo que sus acciones causarían en el futuro, pero no dejaría de correr hasta encontrarse con su madre y saber que esta estaba sana y salva, no podía dejar de pensar como todo se había tornado peligroso cuando en realidad estaban festejando su cumpleaños.

 El humo se hizo presente ante sus ojos, aquello le demostraba que estaba cada vez más cerca de lo que sea que había generado esa explosión, muchos gritos y murmullos se escuchaban a lo lejos, e intuyo que debía esconderse de la vista de cualquier ser vivo que representase una amenaza ante ella, y tal como había aprendido de su amigo, una vez llegó a el área donde se presenciaba una guerra espantosa, subió a los árboles lo más rápido que pudo, sintiendo sus piernas temblar y no era por la larga carrera que había tomado para llegar ahí. Sus ojos observaron como los gritos furiosos de las personas que conocía se generaban gracias a la lucha que estaban dando contra los intrusos, no se trataba de nada más ni nada menos que vampiros, aquellas bestias sin sangre en sus venas que consumían a los humanos y expandían sus territorios atacando a las manadas establecidas hace cientos de años por los licántropos, los come hombres eran sin duda, monstruos sin alma. Divisó a su madre peleando con varios vampiros, empuñando una espada que brillaba a cada golpe que daba, su pelo carecía de esa pureza gracias a las cenizas que quedaron impregnadas en sus hebras, el fuego consumía gran parte de los arboles y las casas que estaban en el Oeste del territorio, al parecer la emboscada fue esa, aprovechar que la mayoría de la manada estaba ensimismada en el cumpleaños de la primogénita de la líder más poderosa en el país, para atacar a los guerreros que custodiaban el límite de la manada y atacar a los habitantes. Su madre peleaba a pesar de no ser un licántropo cambiador como lo eran los demás, ella luchaba mano a mano con la fuerza que sus anormales dones y su alta habilidad en espada, era eso lo que la convertía en una mujer totalmente capaz de luchar sus propias batallas y liderar con sabiduría a los demás, es por eso, que Alexa se quedo ensimismada al ver como su madre derrotaba a tres vampiros en segundos y buscar a los de su bando para ayudarlos a derrotar a los demás, era todo un acto a ver, incluso parecía que ganarían en menos de unos minutos, pero ellos no sabían nada, Alexa no sabía nada.

—Digna Miranda Diel, nunca baja la mirada, nunca se arrodilla ante nadie. —Aquella voz se le hizo muy conocida y trató de acomodarse mejor en una rama más cercana a el descampado en el que sucedía la escena—¿Qué harías su tuviéramos tu ser más preciado en nuestras manos? Siempre me pregunte como se sentiría tomar la sangre de una mini diosa—murmuró sonriendo. Sus dientes naturalmente filosos apuntaron hacía Miranda, mientras esta terminaba de matar a otro más de los vampiros intrusos.

—Ni siquiera podrás tocar un solo pelo de su cabeza antes de que te arranque la garganta con mis dientes. Deja de hablar y ríndete, dejare que te vayas sin matar a ninguno de los tuyos, soy misericordiosa y claramente estas perdiendo. Vete y no vuelvas más. —Sus ojos azules brillaban con furia, empuñando con fuerza su espada tratando de no caer ante las insulsas palabras que trataban de herir su corazón materno.

—Es gracioso, dices que no tocare ni uno solo de sus cabellos, pero puedo decir que me he hecho gran amigo de la niña. ¿No es así, Alexa? —La niña jadeo, reconocía esa voz, y el poder verlo ahí, junto a su madre, y siendo el responsable de las atrocidades que estaban sucediendo solo le dio un gran dolor de cabeza y un malestar en el pecho… ¿realmente era Marcus? Unos brazos la tomaron de las piernas y jalaron de ellas hasta tirarla al suelo, su cadera golpeó fuertemente el suelo y un grito salió de su garganta al sentir un dolor agudo atravesar su cuerpo, pero el dueño de las manos ajenas que la apresaron poco le importó si había salido lastimada por su arrebato, simplemente la cargo y la llevo hasta donde Marcus estaba, quien aún no apartaba su mirada llena de satisfacción de Miranda, le encantaba ver como esos ojos zafiros hervían de ira al ver que un lacayo suyo traía a rastras a su pequeña joya, eso era lo que quería, eso era lo que deseaba, que la inigualable Miranda, la diosa, caiga ante las insinuaciones de un vampiro, un vampiro como él. La niña fue arrojada a sus pies, y la peliblanca fue tomada de los brazos para impedir que pudiera acercarse a ella, de repente, la mayoría de vampiros que fueron derrotados desaparecieron, y el doble de esa cantidad apareció desde los arboles en llamas, los lobos fueron sometidos, y la única mujer que no se trasformaba estaba apresada por dos hombres, Marcus estaba ganando—¿Qué harás ahora?

—¡Suéltala! —Gruñó tratando se zafarse, algo impedía utilizar sus poderes y poco a poco se estaba desesperando más, su hija estaba a merced del enemigo y ella no era lo suficientemente fuerte como para liberarse, quería darles una paliza a esos vampiros y llevarse a Alexa lejos de todo el mundo…como debería haber hecho antes.

—Oblígame—murmuró mientras tomaba con su mano todo el cabello de Alexa y la levantaba hasta el punto en que ella no podía tocar el suelo. Las lagrimas comenzaron a caer del rostro de la pequeña, quien volvía a patalear para intentar quitar las sucias manos de Marcus de su pelo, pero los tirones que daban sus patadas hacían que cada movimiento generara una herida en su cuero cabelludo ante la rudeza a la que estaba siendo expuesta. Los ojos negros de Marcus chocaron con los marrones de la descendiente de Miranda, y no pudo evitar tener un poco de compasión por la niña, después de todo fueron meses y meses de convivencia, sin embargo, no podía flaquear, él tenía una misión y debía cumplirla. Al parecer se quedó demasiado ensimismado como para ver lo que en un segundo pudo causar el espíritu de Miranda, el ver a su hija en esa situación, torció la mano que estaba siendo apresada por la fría mano del vampiro, y la quebró pudiendo así liberarse del primero, no gritó, estaba acostumbrada al dolor, se tiró al piso y con sus pies logro derribar al otro, haciendo que en un descuido el soltara su mano, no dudo ni un segundo…no lo tenía, estaba totalmente rodeada y no iba a tener mucho tiempo. Corrió con su mirada enfocada en el hombre que sostenía a su hija como si fuera un pedazo de nada, corrió y corrió, parecieron horas, horas de tortura porque él estaba haciendo sufrir a su hija, y ella no podía alcanzarlo, parecía que no disminuía la distancia…pero lo hizo, finalmente llegó y se lanzó a él con el cuidado de no tocar a su hija, lo tiró al piso y comenzó a darle puñetazos, uno tras otro, tras otro y tras otro, mientras gritaba con colera, el rostro de Marcus estaba lleno de heridas y rasguños, y aquellos no parecían apaciguar a la mujer.

—Mamá… ¡mamá! —gritó Alexa, mientras se levantaba del piso. Solo eso bastó para que Miranda levantara la mirada, agitada por el esfuerzo, y su brazo destruido por adentro por que la fractura no evito que usara esa mano para poder golpear al bastardo.

—Nos vamos. ¡Retirada! —Les gritó a los pocos lobos que quedaban para que salieran y se escondieran, no iba a dejar que siguieran luchando cuando ella misma escaparía como una cobarde, pero ella necesitaba mantener a salvo a su hija, que era su tesoro más preciado. La alzó en brazos y comenzó a correr, escondiéndose entre los arboles y saliendo del territorio, pero el fuego era demasiado y era casi imposible poder escapar, la manada estaba siendo consumida ¿Por qué? ¿no estaban haciendo todo esto para ganar más territorio? ¿Qué sentido tenía quemar todo si eso sería perjudicial para el territorio? No lo entendía, estaba adolorida y aturdida, no encontraba ninguna salida para poder escapar y su hija estaba siendo sofocada por el humo, podría ser mejor morir en manos del enemigo que ser consumidas lentamente por el fuego—Hija, necesito que me escuches—habló, escondiéndose detrás de un árbol y envolviendo su cabeza con su chaqueta, para evitar que el humo no le molestara tanto, tomó las mejillas de Alexa y la obligo a mirarla, esta tenía los ojos llorosos, aún no comprendía lo que estaba ocurriendo—Vas a hacer esto, te ayudaré a pasar el fuego, pero se propaga rápido, deberás correr lejos del territorio sin parar, no debes por nada en el mundo o ellos te atraparan, voy a distraerlos y luego iré por ti—prometió.

—¡No! No voy a hacer eso.

—Prometo encontrarte, nosotras, las Diel siempre encontramos a los nuestros…siempre. No te preocupes por mí, soy Miranda ¡Tu guerrera! —sonrió mientras pasaba su mano por el pelo castaño de Alexa, quien soltó una pequeña sonrisa casi imperceptible, aún preocupada por el plan de su madre.

—Madre.

—Lo harás. Usaré algo de magia, al parecer ahora puedo…separare el fuego para que puedas pasar por el, lo harás rápido…no puedo mantenerlo por más de unos segundos…y correrás tan rápido como puedas…eso harás.

—Bien—asintió mientras se levantaba y ayudaba a su madre a hacerlo. No bajaba la vista de su rostro porque solo encontraría su ropa y manos llenas de sangre, y sabía bien que no pertenecían a esa persona que consideraba un amigo.

—Bien.

 Pudo evitar las raíces sobresalientes saltando para que sus pies no chocaran con estas, a pesar de su edad, contenía una agilidad anormal que podía ayudarla en casos como este, su rostro se llenaba de pavor mientras inevitablemente volteaba la cabeza para ver detrás suyo. El calor sofocante del fuego golpeó su cara cuando se detuvo a ver el destino del que estaba escapando, haciendo que las interminables lagrimas que salían de sus ojos casi se secaran ante el poder de las llamas anaranjadas que parecían perseguirla, su madre tenía razón, ella debía correr lo más lejos que podía para que las llamas que consumían el pueblo no llegaran a ella. El fuego parecía crear con sus extremidades, las siluetas de las temibles bestias que habitaban en ese bosque, tambaleando con el viento buscando consumir todo lo que estuviera a su poder, los gritos afónicos de los pocos que quedaban ya casi no se escuchaban, y ella sabía que no era por la distancia que los separaba. El fuego consumía gran parte del bosque mientras ella usaba todas sus fuerzas para seguir corriendo. Escapar, necesitaba escapar. Los gritos agonizantes que salían de los árboles incrementaban sus ganas de vomitar, estaba escapado, dejando a su madre y familia atrás, a su manada. Pero ¿qué puede hacer una niña de siete años en esa situación? Nada, esa era la realidad, solo forzar sus pequeños pies a seguir y seguir corriendo como si no hubiese un mañana, porque ella realmente no creía que hubiera uno. El amanecer gritaba su presencia, denotando sus característicos colores diluyéndose en el cielo, mostrando la cantidad de horas que la pequeña niña había estado corriendo, aún que sus ojos ojerosos, respiración jadeante, y músculos totalmente cansados, demostraban lo suficiente. Tropezó contra una roca que no había visto, cayendo al suelo, ni siquiera intentó levantarse, su mente era un desastre y no tenía suficiente voluntad para seguir su camino a un destino incierto. Rendida cerró los ojos, dejando su cuerpo a merced del bosque, donde cientos de depredadores desesperados irían en su búsqueda.

 Un lobo de largas cabelleras observaba a la pequeña criatura casi muerta y regalada en el suelo, sus hebras anchas y amarronadas se mecían contra el viento, mientras decidía que hacer con la hembra moribunda.

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