DOS

Hay espejos que no reflejan lo que somos realmente, nos solemos mirar para luego acabar engañados por este, a veces quisiera ser como antes y alejarme de todo lo que soy hoy en día, de vivir una vida cerca del mar y no preocuparme de las facturas, las deudas que mis padres dejaron encima de mis espaldas y sobre todo olvidarme de la famosa duquesa.

—Ya te dije que no sé mucho de él, solo que es un árabe que está de paso en Londres con sus amigos y por negocios— me voy probando vestido frente a mi compañero mientras él me interroga.

Necesitaba causarle una buena impresión, no quería asustarlo al verme con un vestido corto y demostrando un escote que por esta noche cubriré con un vestido de cuello alto y largo a tres dedeos por dejado de las rodillas, de color negro.

—Creo que, este me queda perfecto.

—Duquesa, todos lo que te has probado te quedan bien.

—Gracias.

—Oye, ¿y si el tipo se presenta a la fiesta con la típica ropa de ellos? Túnica y turbante.

Sonreí al imaginarlo. —Pues así se viste y no, déjame decirte querido amigo que se ven muy hermosos con ese atuendo.

Carlos suspiró.

Así es, mi compañero se llama Carlos.

—Es un cliente más y por el hecho de que nunca he tenido a un cliente árabe no significa que sea raro.

Carlos asintió— Yo espero que no te dé calabazas, si sus amigos buscaron a la duquesa es porque ese tipo no se conforma con cualquiera y si tan perfecto es, lo tendrás difícil por muy sexy que seas.

—Ya veremos, querido amigo.

La llegada a uno de los hoteles más lujoso de Londres hizo que me sintiera nerviosa y no sabía si era porque nunca tuve que hacer este tipo de acuerdo o por el ambiente, no era el único árabe que había en la sala, de hecho esto parecía una fiesta solo para ellos.

Reconocí a uno de los hombres que me visitó ayer el cual me hace una seña con los ojos al tal Amir, mi vista recorre esa señal y se detiene en el corpulento y alta forma de aquel ser, su perfecta barba y su rostro tan bien perfilando hizo querer dar marcha atrás y olvidarme de esta locura, pero luego me recuerdo a mi misma quién soy y mis pies inician los pasos hacia ellos. Él estaba hablando con el señor Smith, uno de los empresarios más reconocidos del país.

—Buenas noches— interrumpí su conversación llamando la atención del árabe y del inglés el cual me sonríe mientras su rostro se arruga.

Viejo asqueroso.

—¿Cómo está su esposa?— pregunté mientras tenía a una jovencita de veinte años a su lado.

—Pensé que estaba divorciado— sonó esa voz tan masculina y firme provocando que lo mirara.

—Al parecer el señor Smith se quedó sin hablar, típico de estas situaciones incómodas— añadí.

Amir me miró y juro que su mirada negra me examinó de arriba a abajo intentando darme una nota.

Del uno al diez ¿Qué nota me habrá puesto?

—¿Tengo el aprobado?

Interrumpo su mirada y esta vez me mira a los ojos.

—Por supuesto y con honores.

Sonreí discretamente y después nos quedamos solos, al parecer el empresario inglés se molestó por ser pillado in fraganti y me imagino que este árabe era importante para sus negocios.

—Encantada, soy Lauren— extendí mi mano, pero este la miró antes de aceptarla.

—No suelo aceptar la mano de nadie excepto la de mi hermana, mi esposa o mi madre.

¡Genial! Chasco por no informarme de las costumbres de este tipo.

—No hay problema, de hecho eso dice mucho de un hombre.

Volví a sonreír y luego miré de lado para evitar sostener su mirada.

—Me llamo Amir.

— Mucho gusto, ah y lo siento por arruinar su conversación con el señor Smith, pero detesto que estos viejos caminen de la mano con chiquillas de veinte años teniendo a sus hermosas esposas en casa.

Me volvió a examinar.

—Creo que me hiciste un gran favor al interrumpirnos, y sobre lo otro pienso que no hay acto más gratificante que caminar cogido de la mano de la mujer de uno, da igual donde pero siempre juntos.

Lo tenía claro, era muy difícil de seducir si no aceptaba ni tocar mi mano, su forma de expresarse demostraba lo maduro que era.

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