Capítulo 5: "Feliz".

Esa noche es la primera vez que duermo con facilidad en varias semanas y quizás sea la razón más lógica por la cual, en la próxima mañana, despierto una hora antes de que mi celular comience a aturdirme. Cuando finalmente la alarma suena, ya me encuentro saliendo del baño con una toalla oscura que rodea mi cuerpo húmedo y mi pelo cayéndome en la espalda sin dejar de derramar gotas que producen un breve clic al tocar el suelo.

Luego de arreglarme y vestir un pantalón negro con roturas en las rodillas, remera blanca estampada y botas negras, abandono la habitación llevándome también una campera de cuero negro colgando de mi brazo.

De camino hacia las escaleras, visualizo el reloj ubicado en una de las paredes del pasillo y sus manijas clavadas en el número 8. Maldigo por dentro y me odio a mí misma por haber tardado tanto y la imagen de Rafael esperándome impaciente me enfurece el doble. Acelero el paso hasta llegar a las escaleras y desciendo a gran velocidad.

En el momento de abrir la puerta una voz femenina me detiene.

- ¿No llegás tarde vos?

Trago saliva, volteándome.

Emily: Entro tarde.

Luisa (levanta las cejas): ¿Qué ahora se va a la facultad sin mochila?

Su tono irónico comienza a tentarme.

Emily: ¿Podemos hacer como si no hubieses visto nad...

Luisa (me interrumpe): ¿A dónde vas?

Abro la boca para hablar y vuelve a interrumpirme.

Luisa: No mejor no digas nada, no quiero ser tu cómplice.

Suelto una breve risa para luego acercarme y darle un abrazo acompañado de un sentido beso en la mejilla derecha.

Luisa: Las cosas con tu papá están mejorando, ¿hace falta seguir con estos caprichos?

Dice en un tono tan calmado y comprensivo que por un momento pienso que sabe más de mi vida y me entiende más que mi propia madre, detalle que no sé si debería entristecerme o ponerme feliz.

Emily: Las dos sabemos que las cosas nunca van a mejorar. Él no quiere ceder y está bien, es su personalidad. El problema es que por más que yo no lo soporte, somos casi iguales. Y si él es caradura...yo puedo ser eso y el doble.

Noto la pesadez y seriedad de mis últimas palabras al pronunciarlas, la mirada de Luisa delata su pequeña decepción que se lleva de mi persona. Toma aire y cuando menos me lo espero, vuelve a hablar.

Luisa: Hace más de 20 años que trabajo acá y estas cosas siempre fueron algo normal en esta casa, siempre le quisiste llevar la contra a tu papá y Marco hizo la inversa. Pero esta vez es...(suspira) sos diferente, estás distinta, no sé. Es como si no quisieras provocarlo sino solo ser feliz. La sonrisa que tenías cuando bajabas recién no la vi desde que eras así (señala con la palma de la mano una altura de menos de un metro). Ya sé que se supone que tendría que decirte que no vayas pero... si ese chico de verdad te hace feliz (hace una pausa y me mira fijamente a los ojos) andá y sé feliz.

No dudo en rodearla en brazos apenas termina de hablar y percibo un extraño nudo en la garganta. Me contengo para no derramar lágrimas y permanezco así por un largo rato. Cuando me separo veo sus ojos vidriosos.

Luisa: Esa es la sonrisa que quiero ver.

Luego de mil vueltas que me atrasan el doble de lo que ya llevo, me despido de ella escuchando un "Otra en mi lugar no te cubriría" antes de cerrar la puerta detrás de mí.

En el transcurso del viaje, en el que el chofer parece ser un muñeco inflado inexistente que solo se limita a girar el volante, la amplia sonrisa no se borra de mi rostro mientras observo las saturadas veredas de la metrópoli por la mañana. Las palabras de Luisa resuenan en mi cabeza constantemente como aquella canción que escuchás antes de dormir y luego no se te despega de la mente en horas. Me cuesta creer que alguien haya cambiado tan notablemente mi vida, alguien tan indiferente e ignorado para los de mi clase y a la vez increíblemente especial para mí. Las palabras de Luisa no solo me emocionan sino también me dan mayor coraje a lograr lo que me propuse y eso hace que cada minuto que paso en el asiento de ese auto me parezca intolerante y agotador.

Cuando el vehículo se detiene, admito no tener esperanza alguna de verlo. Es prácticamente absurdo que me esperara más de media hora y ya pasaron casi 45 minutos. Le comunico al chofer que espere y abandono el auto, encontrándome con la fría brisa otoñal del exterior. Cruzo la calle sumando la campera de cuero a mi cuerpo y tiro la puerta de vidrio hacia mí, entrando en un ambiente que se contrapone plenamente al de afuera. El aroma de café y dulces despierta mis sentidos.

Avanzo un par de pasos entre las mesas vacías, cada vez más convencida de mi suposición hasta llegar al fondo del café y suelto un suspiro de impotencia e indignación. Me muerdo el labio tan brutalmente que percibo el sabor de la sangre en mi boca. Me doy la vuelta aceptando haber perdido quizás la última chance de recuperar a Rafael y choco contra el pecho de alguien. El desconocido cuyo rostro aún no vi me sobrepasa en altura y me sostiene de los brazos emitiendo un pequeño quejido.

- ¿Llegás tarde y encima te vas sin verme? Que feo lo tuyo.

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