RECHAZADA.

El viaje a la haciendo fue largo tanto que, Amelia no pudo evitar quedarse dormida ante el silencio en el auto. Nicolás estaba demasiado serio, más de lo normal. Había querido preguntar qué era lo que le sucedía; pero no quería tener un nuevo enfrentamiento con él innecesariamente. Sobre todo, cuando estarían encerrados demasiadas horas dentro del pequeño auto. Despertó al sentir el dolor recorrer sus piernas, observó el reloj en su muñeca, llevaban cuatro horas viajando. Hasta que por fin divisó la entrada a la hacienda. Suspiró aliviada, por fin pudo estirar las piernas y salir del confinamiento.

—¡Amelia! —su padre saludó efusivamente, casi no se veían por vivir en sitios diferentes. Ella se aferró al abrazo de su padre. Amelia se estremeció al pensar que el disparo recibido pudo ser mortal y no habría tenido la oportunidad de volver a ver a su padre. Quiso llorar; pero lo último que deseaba era preocupar a su padre.

—¡Papá! —Amelia sonrió tragándose, sus lágrimas.

—No podía creer que de verdad vendrías a la hacienda. Cuando Nick lo mencionó, quedé impresionado, tenerte aquí conmigo me llena de alegría —Hidalgo Contreras, vivía y respiraba por su única hija; después de la muerte de su esposa, vivía con el miedo de perderla un día.

—No estaré mucho tiempo papá, únicamente el fin de semana; pero te aseguro que vamos a disfrutarlo —declaró. Caminaron a la casa. Lo único que le había gustado de la hacienda y sus esporádicas visitas era la libertad del campo. Montar a caballo y nadar en la posa, aprovecharía para disfrutar y olvidarse de lo ocurrido en la ciudad, tenía que limpiar sus recuerdos para atreverse a volver.

—Me conformó con eso hija, verte es gratificante, aunque sea por un breve momento —se sentaron en la sala, mientras una chica de servicio venía a ellos con agua fresca.

—¿Agua de tamarindo, señorita? —ofreció amablemente. Amelia asintió encantada, el refresco ofrecido era su favorito.

—¿Me dirás lo que te ha traído hasta mi querida? ¿O tendré que preguntarle a Nicolás? —Amelia sonrió ante la pregunta de su padre. Sabía que era difícil poder engañarlo; pero confiaba en que Nicolás no le hubiese dicho nada al respecto, siquiera darle una pista.

—Te extrañaba —respondió, le dio otro beso en la mejilla para distraerlo de sus preguntas.

—Si no quieres decirme está bien. Lo aceptaré por esta vez, no me gustan los secretos Amelia y lo sabes; pero disfrutaré de tu presencia en esta casa y confiaré en ti.

—Gracias papá, te aseguro que no hay secretos escondidos, te he extrañado y es la razón por la que me decidí a venir a verte. Subiré a mi habitación, quiero cambiarme de ropa. Está haciendo demasiado calor.

El hombre mayor asintió, con la sensación de que algo le estaba ocultando. Quizá solo fuera paranoia de su parte.

Amelia entró a su habitación, la cual seguía tal como la recordaba. Las paredes de color caoba, su cama tenía sábanas en color corinto con adornos en color oro, sus ventanas desde el piso al techo desde donde podía ver el jardín. Se cambió de ropa, optó por ropa menos caliente, una camiseta blanca y una camisa a cuadros para tapar la herida de su brazo. Sus jeans favoritos y botas homologadas. Había esperado por Nick, pero este brillaba por su ausencia, quizá debía buscarlo y preguntarle si deseaba acompañarla.

—¿Saldrás?

—Cielos, ¡va a matarme de susto!

—Lo siento, te traje el medicamento, recuerda que tendrás que revisar la herida antes de dormir —Nicolás dejó las cosas sobre la mesita de noche, viendo el cuerpo bien formado de Amelia, recordó la exhibición en la habitación y tragó en seco, ahora él sabía lo que las prendas cubrían. Trato de no demostrar cuán afectado estaba por ella.

—¿Qué sucede?

—No me has respondido —Nicolás miró hacia el ventanal como única opción.

—Quiero montar un momento, ¿te gustaría venir? —Ami dijo, aunque dudaba que él aceptara acompañarla, estaban lejos de la ciudad y del peligro.

—Dame diez minutos y estoy contigo —Nicolás abandonó la habitación y se dirigió a la habitación continua, no dejaría a Amelia fuera de su vista ni un solo segundo. No sabía si los asesinos les habían seguido el rastro hasta la hacienda. En todo caso, no pensaba arriesgarse.

Amelia salió de su habitación, caminó a paso lento hacía las caballerizas, para ensillar los caballos, mientras esperaba por Nicolás.

Eligio dos ejemplares árabes, uno negro y el otro blanco, dejaría que Nicolás eligiera cuál quería montar, estaba segura de que disfrutaría el paseo, tanto por el espacio por recorrer como por la compañía. Los saco del establo y espero, la imagen de Nicolás enfundado en unos jeans entallados le cortaron la respiración. Él había elegido una playera en vez de camisa, en su cinturón iba su inseparable Beretta.

—¿Te gusta lo que ves?

—Por supuesto, el campo es maravilloso y estos dos ejemplares son animales de lujo —Ami sonrió

—Bien, ¿Cuál montaraz? —Ami sonrió, este hombre tenía la capacidad de hacer preguntas que podría fácilmente encontrarle un doble sentido, si le preguntaba ella preferiría montarlo a él, pero sabía que se refería al animal

—El negro se ve más de tu tipo —Ami dijo, subiendo de un salto a su caballo, olvidándose de por un momento de su herida, apretó los dientes sin emitir sonido alguno.

—Bueno ambos son árabes, Amelia

“Sí, pero el negro se ve tan imponente, como tú” pensó Amelia.

—Alcánzame si puedes Arredondo —Ami espoleó el caballo para que este se pusiera en marcha, no correría hasta llegar a los campos y poder hacerlo libremente.

El viento sobre su rostro, la sensación de libertad lleno su cuerpo de adrenalina, espoleó el caballo para que su montura apresurará el paso, era esta la sensación que siempre deseaba tener en su vida, amaba la ciudad, pero vivir en ella la hacía sentir como un pájaro enjaulado. Era contradictorio, pues ni ella era capaz de entenderse.

Nicolás se asombró. Ami, cabalgaba como una profesional, sabía que sus estadías en la hacienda eran cortas, no imaginó que ella tuviese tanta práctica incapaz de quedarse rezagado. Espoleo también su montura, para darle alcance, aunque estaban fuera del alcance. Temía perderla de vista. García y Martínez no habían encontrado ni rastro del auto en el que había huido el tipo que disparó contra Amelia. Algo que lo llenaba de frustración, si quería dejar de ser el custodio de Amelia Contreras, tendría que dar con quienes intentaban hacerle daño. Hablaría con Hidalgo al volver…

Amelia bajó de su caballo, lo ató a una rama, se aseguró que fuera lo suficientemente fuerte para que la fuerza del cabello no la rompiera. Se sentó sobre la piedra en la poza y observó el paisaje, las aves volaban libres, tan libres como ella quería ser, los árboles a su alrededor le transmitían paz. Ella podría acostumbrarse a vivir en un lugar como este, estaba tentada, pero su vida estaba en la ciudad. Sus amigos, sus estudios, la empresa de su padre.

—Nunca había venido a este lugar —Nicolás se sentó a su lado, ella tembló era la segunda vez que él se acercaba por su cuenta, sin gritos, aún recordaba sus manos sobre tu cuello el miedo y la excitación le atravesó por partes iguales.

—¿Me dirás algún día por qué me odias tanto? —Ami preguntó, sin ver a Nicolás, su vista estaba aún donde las aves volaban libres.

—¿Realmente no lo recuerdas o prefieres no hacerlo? —Ami volteó su mirada, pero Nick miraba hacia otro lado.

—¿Fue tan malo? —ella no recordaba, lo había intentado, pero no encontraba la razón de tanto resentimiento ¿Qué había hecho ella para no tener perdón?

—Olvídalo Amelia, dejemos el pasado atrás, no tiene caso hablar sobre ello. Nada puede remediar lo sucedido —se paró y caminó lejos de donde Ami estaba.

Ella no dijo nada más se limitó a verlo y a ver el campo. El sol empezaba a caer, el cielo se tornó naranja. Suspiró, debían volver a casa, estaba cansada y el brazo empezaba a dolerle

—¿Nos vamos? —Nicolás asintió, no dijo nada, tampoco la ayudó a subirse al caballo. Ella sabía hacerlo bien, pero su brazo dolía, no había tomado la pastilla para el dolor y la inflamación, subió al caballo y lo espoleó, esperando volver mañana, era algo así como su lugar preferido en toda la hacienda.

Nicolás no podía olvidar fácilmente el pasado, sobre todo porque el resultado había sido la ruptura con su prometida. Amelia tenía dieciocho años en ese entonces, había aprovechado que él se había emborrachado para intentar atraerlo a su cama, lo que terminó con su prometida viéndolos y ella simplemente se fue, canceló la boda. Negó, no debía pensar en lo sucedido, no tenía sentido, Vanessa, simplemente se había marchado sin mirar atrás, sin darle la oportunidad y explicarle que las cosas no eran como las estaba pensando.

Dejaron los caballos en el establo. Amelia pidió al mozo desensillarlos, ella disfrutaba de los animales y darles alimentos. Pero su brazo quemaba, se sentía un poco febril. Así que salió sin mirar a nadie y se dirigió a su habitación. Se dio una ducha rápida, tomo la pastilla para la inflamación y el antibiótico también. Se recostó no supo en qué momento se quedó dormida hasta que escucho la voz de Nicolás llamarla.

—Amelia, son más de las once, no fuiste al comedor, tuve que mentirle a tu padre para que no te molestara ¿estás bien?

—Si, lo siento me he quedado dormida —ella estaba sedienta.

—Tengo sed —Nicolás le alcanzó un poco de agua, dejó la bandeja de sopa en la mesita de noche y se acercó.

—¿Es tu brazo? —ella asintió, dejó que él tomara su brazo para revisar la herida.

—Cielos, se ha inflamado, ¿te has saltado las medicinas?

—No, bueno una. Se me olvido tomarla antes de salir a montar —dijo con sinceridad

—Espera, traeré un poco de hielo para bajar la hinchazón

—¡No! —Amelia jaló el brazo de Nicolás haciendo que prácticamente cayera sobre ella, sus bocas quedaron tan juntas que Ami no pensó, solo se dejó llevar. Besó los labios que deseaba probar desde hace mucho tiempo, pero el beso no fue correspondido, Nicolás se levantó con prisa.

—No vuelvas a hacer eso jamás…

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