Mi Guardaespaldas
Mi Guardaespaldas
Por: Tory Sánchez
PEQUEÑA TONTA

Su risa se escuchó baja y divertida. Se sentó en la silla completamente complacida, estaba segura de que pronto tendría noticias, se sirvió un poco de Whisky. Observó detenidamente la habitación era la biblioteca de su padre, pocas veces la utilizaba, ya que siempre estaba en la Hacienda, el lugar estaba llenos de libros sobre agricultura, específicamente sobre caficultura.

Ella no era amante de la tierra como lo era su padre. Huía cada vez que podía de la Hacienda, ubicada en la Costa Sur del país, ella amaba la ciudad, sus estudios también eran un factor a su favor, pocas veces tenía tiempo para subir a su auto y viajar ciento de kilómetros para refundirse en la nada. 

Sonrió después de terminar su copa. No podía creer que llevaba una hora en casa y nadie se había dado cuenta, quizá por fin podría ser libre, sus pensamientos se fueron apagando junto a sus ojos que se fueron cerrando lentamente era lógico eran cerca de las dos de la mañana.

—Se puede saber ¿A qué diablos estás jugando? —el sonido de una voz llena de ira y el golpe seco sobre el escritorio le hizo dar un brinco. Mientras sus ojos se posaron directamente sobre el hombre que la miraba con furia contenida, ella sonrió.

—Señor Arredondo, ¿Usted en mi casa? —preguntó. El hombre podía adivinar que la chica se divertía a su costa y saberlo solo aumentaba su enojo.

—Te he hecho una pregunta ¡Responde! —exigió, la joven admiro las bellas facciones del hombre, era fascinante como la ira transformaba su rostro y lejos de volverse aterrador, lo hacía ver sexy, su rostro era casi perfecto, su corazón latió fuerte dentro de su pecho.

Nicolás Arredondo, un hombre de treinta años, intachable e incorruptible, el hombre que ella deseaba y tal parecía era el hombre que más la odiaba en la vida. No podía comprender los motivos, pero cada vez que sus ojos se posaban sobre ella, parecía que quisiera matarla.

—Estaba cansada, no tengo la culpa que tus hombres no escucharán que me vendría a casa —ella sonrió.

El hombre la observó. Su rostro joven, su piel tersa y suave como la seda, sus ojos verdes hermosos y su mirada descarada lo enfurecían, Amelia Contreras tenía solo veinte años, tenía la capacidad de volver loco a cualquiera, pero no a él.

—¿No tienes consideración por esos hombres? Han estado buscándote por más de una hora Amelia. Les has mentido deliberadamente, les dijiste que solamente utilizarías el servicio, deja de comportarte como una niña estúpida y madura de una buena vez —dijo en tono duro y fuerte, Nicolás tenía poca tolerancia con el comportamiento inmaduro de la joven. Sobre todo, porque no habían sido sus hombres únicamente quienes buscaron preocupados. Él también había estado actuando. Se lo debía a Hidalgo que, si no fuera por la amistad que lo unía a su madre, habría dejado el trabajo definitivamente.

—¡No tienes ningún derecho de venir a gritarme Arredondo! ¡Solo eres el jefe de seguridad y estás aquí para cuidar de mí, no para tratarme como a ti te dé la gana de hacerlo! —Amelia le gritó en respuesta. Estaba alterada, nadie se atrevía a hablarle de esa manera y por mucho que el hombre le gustará no iba a permitir se saltará la barda.

—¿Crees que no sé lo que pretendes, Amelia? —Nicolás la miró con ojos entrecerrados

—Ami, dime Ami, ¡odio que me llamen Amelia! —exclamó molesta, sus ojos parecían dos dagas afiladas dispuestas a atacar y lo haría, solo necesitaba un poco más de motivación.

—Te felicito Amelia, has conseguido lo que tanto has deseado, seré tu guardaespaldas personal y te aseguro que no seré tolerante contigo, considérame tu enemigo número uno, a partir de hoy. Lamentarás haber deseado tenerme a tu lado —la sonrisa de Nicolás le puso la piel de gallina, aunque en su interior estaba dando saltos de alegría. Tendría al jefe de la agencia de seguridad más importante del país, como su niñero personal.

—Disfruta mientras puedas, pequeña tonta —se giró sobre sus pies. Debía iniciar su trabajo y asegurarse que la niña, no convirtiera su vida en un infierno. En todo caso sería lo contrario, ninguna mocosa le arrebatará la tranquilidad y su paz mental.

*****

Eran las siete en punto de la mañana ¿Quién se atrevía a hacer tanto ruido? — Amelia colocó la almohada sobre sus oídos, con el fin de amortiguar el sonido de lo que parecía ser un taladro o ¿un barreno? Realmente lo que fuera carecía de importancia, cuando sus oídos estaban siendo atormentados de aquella manera espantosa.

Nicolás ordenó la instalación de cámaras de seguridad por toda la casa. Hasta los últimos rincones, no había necesitado el permiso del Señor Contreras, cuándo su madre había llamado para solicitar que aceptará trabajar para él personalmente, había impuesto una serie de condiciones, esperaba que Hidalgo Contreras se opusiera, pero no había sido así.

—Nicolás, la joven Contreras pide hablar contigo —él sonrió. Tal parecía que la joven caprichosa era de mecha corta y su aguante era poco.

—Dile que estoy ocupado, si quiere ser atendida deberá esperar —sonrió. Un ahora más tarde se dignó a atender la solicitud de la joven.

—Continúa García, necesito que todo quede perfecto, no quiero ningún error —la mujer asintió. No era normal contratar mujeres para guardaespaldas; pero García era su amiga y compañera. Podía confiar en ella ciegamente, su entrenamiento era el mismo y sus capacidades nunca serían puestas en duda por nadie.

—No te preocupes, se hará como lo has indicado —la mujer continuó dando instrucciones. Mientras él, salía al encuentro con Amelia.

Ami, estaba furiosa, ¿cómo se atrevía Nicolás a intentar violar su privacidad? Y encima el muy cretino le hacía más de una hora por él ¿Cómo era posible? La trataba como a cualquier hija de vecino. Como si ella no fuera importante.

—¿Me buscabas? —Nicolás se paró frente a ella con su traje negro característico de los hombres dedicados a la profesión, por alguna razón a Nicolás se le veía extremadamente sexy, Ami, movió su cabeza negando, sus pensamientos estaban fuera de lugar, ella estaba realmente furiosa.

—¿Qué pretendes al instalar cámaras de seguridad por toda la casa? —preguntó, evitando gritar, aunque lo deseaba; pero la calma de Nicolás, únicamente empeoró su enojo.

—Soy el jefe de seguridad a petición tuya. Así es como hago mi trabajo, si no te gusta, solo debes despedirme y me iré con toda la felicidad del mundo; pero tú y yo sabemos que no harás tal cosa. Deberías agradecerme el que no haya pedido instalar una cámara en tu baño privado, más si tú lo deseas, puedo dar la orden —Amelia lo observó por un largo momento. Nunca imaginó que al obligarlo a ser su niñero personal, tendría más problemas que diversión.

>>Sin embargo, estoy contando, con que no seas lo suficientemente tonta, como para intentar escapar de un segundo piso —Nicolás sonrió, al ver que ella no emitía palabra alguna, giró sobre sus talones para dirigirse a la puerta.

—Espera Nicolás. No he dicho que puedes irte —Amelia amaba tener el control. Aunque parecía que esta vez era Nicolás quien daba las órdenes. Él seguía trabajando para ella.

—Te diré algo Amelia y espero que lo entiendas bien. Estoy aquí porque técnicamente tu padre le ha suplicado a mi madre. No porque yo quiera estar en tu casa. Así que ve olvidando la idea de que estaré bajo tus órdenes Ami —ella tembló sin poder evitarlo. Era la primera vez que él utilizaba el diminutivo de su nombre y el tono amenazador con el que lo pronunció fue aterrador y sensual. Ella debía estar loca con seguridad al pensar en Nicolás de aquella manera.

—Saldré esta noche, no te estoy pidiendo permiso, te estoy informando —Amelia lo retó, dispuesta a darle pelea, no se doblegaría con facilidad ante Nicolás. Si guerra quería, guerra tendría. Paso a su lado sin llegar a tocarlo. Fue directo a su habitación. El punto rojo de la cámara le indicó que estaba encendida y grabando todo lo que allí ocurriera. Nick iba a arrepentirse por invadir su privacidad…

*****

Después de horas de arduo trabajo. Finalmente, la parte tecnológica había sido concluida. Tenía el control en un área específica de la casa, para poder monitorear a la chica, la cámara de su habitación estaba conectada directamente a su móvil y cualquier intento de fuga sería él el primero en saberlo. Sonrió pese a su malestar, estaba seguro de que Amelia Contreras llamaría a su padre pidiendo que lo despidiera y él lo estaba deseando.

Amelia estaba frustrada. Había bajado a la piscina a nadar y había sido incómodo, ella estaba acostumbrada a la gente de seguridad, no recordaba cuándo había sido la última vez que su casa había estado vacía. Pero le incomodaba ver cámaras en todas las esquinas y rincones, suspiro resignada, ya tendría oportunidad esta noche de divertirse.

La tarde pasó tan lento, que llegó a pensar que el mundo conspiraba en su contra, apenas dieron las seis, subió a su habitación para cambiarse, buscó su ropa y fue directo al baño, no tendría oportunidad de vestirse en su habitación, no cuando la maldita cámara estuviese encendida. Maldijo su obsesión por Nicolás, lo había conocido cuando ella tenía apenas quince años, sus padres eran amigos y ella había estado tratando de llamar su atención, pero él la ignoraba olímpicamente, algo que únicamente sirvió para hacer crecer su obsesión por él.

Salió de su habitación. Se estaba volviendo loca tratando de buscar una manera de escapar y poner en aprietos a su amargado guardaespaldas. Pero empezaba a creer que sería imposible, caminó hacia las escaleras, probaría suerte por la cocina, no quería ir tan lejos, pero necesitaba hablar con alguien y quien mejor que su mejor amiga, Karla y Ramiro eran los únicos que la soportaban. Las puertas estaban bloqueadas algo que casi no sucedía supuso que eran órdenes de Arredondo, respiró y camino hacia la sala, saldría por la puerta principal.

—¿Vas a algún sitio? —la profunda voz a su espalda la sobresaltó, la sala estaba a oscuras, eran las diez de la noche y por las ventanas no se filtraba ni un solo rayo de luz, era una noche sin luna imaginó.

—Te dije por la mañana que saldría, no te preocupes quiero iré sola —abrió la puerta dispuesta a irse

—Lo que quieras me tiene sin cuidado Amelia, si deseas salir lo harás con custodia o no saldrás de esta casa —Nicolás se cruzó de brazos, el rostro frío le hizo sentir un escalofrío en su columna vertebral.

Ami quitó la mano del pomo de la puerta estaba molesta. Pero sus palabras quedaron a mitad de su garganta al girarse y ver a Nicolás quien estaba parado justo frente a ella. Los botones de su camisa blanca estaban sueltos, su bien formado torso le hizo tragar en seco sus manos, picarón para tocar ese cuerpo centímetro a centímetro, respiró profundo e hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para permanecer completamente quieta.

—¿Hay algo que te guste? —Nicolás preguntó molesto. Amelia prácticamente se lo estaba comiendo con la mirada y la muy cínica no hacía nada para ocultar su deseo. Algo se encendió en su interior y no sabía si era enojo o deseo.

—En realidad no hay mucho que apreciar —se las arregló para que su voz saliera desinteresada. Pero era incapaz de apartar sus ojos de él, su abdomen estaba bien trabajado, un paquete de seis como una tableta de chocolate totalmente comestible, inconscientemente, pasó su lengua por sus labios, un acto que no pasó desapercibido para Nicolás quien siguió con la mirada esa pequeña y rosada lengua.

—¿Te vas? ¿O te quedas? —la voz enojada de Nicolás, sacaron a Amelia de su trance.

Amelia por primera vez no fue capaz de emitir palabra alguna. Se giró, abrió la puerta y salió corriendo, pero no llegó muy lejos cuando los dedos de Nicolás se posaron como grilletes sobre su brazo.

—No tan rápido, mocosa, no he dicho que puedas salir —la sonrisa del hombre hizo temblar el cuerpo de Amelia.

—No necesito tu jodido permiso, te dije que saldría y es lo que haré. Tiene cinco minutos para estar decente Señor Arredondo o me iré sin usted —se liberó del agarre y caminó hasta el auto, abrió la puerta trasera y se acomodó esperando por su chófer.

Nicolás soltó el aire contenido, Amelia tenía la capacidad de sacarlo de sus cabales, había sido así, desde que la conoció, sus constantes ataques buscando su atención solo habían servido para desear no verla, pero era imposible cuando su madre era amiga de Contreras difícilmente le podría decir que no.

Una vez que se había arreglado la camisa. Aseguró la pechera, colocó dos armas cargadas y tolvas de cambio, se colocó su saco hecho a medida, salió cuatro minutos después, subió al auto sin mirar a la mujer, dio la orden para que las puertas se abrieran y les permitieran salir, mientras indicó al chófer que podían salir.

—¿A dónde quieres ir? —preguntó serio a través del retrovisor

—No lo sé, aquí o allá, a todos lados —sonrió sin dar una dirección exacta, haciendo que Nicolás apretará los dientes con enojo.

—¡No soy tu maldito juguete! —gritó enojado

—Estoy indecisa, no sé bien a dónde quiero ir ¿Qué opinas tú? —preguntó con inocencia dibujando una sonrisa en su rostro.

—Tienes treinta segundos o volvemos a casa —amenazó, había sido un día largo y duro. Estuvo despierto por culpa de la mocosa, hasta altas horas de la madrugada, su cuerpo pedía a gritos descansar.

—Comeré un helado —soltó sonriente, mientras Nicolás apretaba los dientes, la nevera estaba llena de helado, pero no dijo ni una sola palabra, en su lugar dio la orden y salieron al Centro Comercial más cercano.

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