Capítulo 5: "Extraña oscuridad".

En el camino solo se presencia un largo silencio, salvo por algún que otro comentario de poca importancia que hace Samira. El mantiene sus ojos fijos en el camino, mientras los míos no se despegan de su rostro. No sé porque lo hago, pero simplemente me es inevitable y eso me inquieta aún más. Por esa razón, no espero que el me abra la puerta cuando se dibuja la silueta de mi casa por el vidrio de la ventana. Una vez que el auto frena, yo misma abro la puerta y salgo de él, caminando hacia la puerta a pasos acelerados. Samira entra segundos después, sola.

Samira: ¿Qué pasó?

Emily: Nada, solo estoy un poco mareada. ¿Te quedás a dormir hoy?

Asiente, dando a entender que aceptó mi invitación.

Ya son casi las once de la noche, cuando mi padre se dirige a mi durante la cena, de la que esta vez no logro escapar.

Tomás: ¿Y qué tal su día? (Pregunta, mirándonos a las dos).

Samira: Genial (dice al notar que yo no pienso contestar).

Tomás (suspira): ¿Y Rafael?

Emily (levanto la vista): ¿Quién?

Tomás: Rafael, tu nuevo...

Emily (interrumpo): Bien, bien.

El me mira extrañado, mientras yo me siento aliviada de que no haya mencionado la palabra "guardaespaldas". Samira parece no haber captado nada raro y prefiero ni mencionar a mi madre o al inútil de mi hermano, quienes, como siempre nunca tienen idea de nada de lo que pasa en esta familia.

Despierto repentinamente y al mirar la hora caigo en que aún no amaneció. Samira duerme como si ni respirara, sin embargo, mis ojos parecen incapaces de volver a cerrarse. Por más que lo intento varias veces, no logro volver a conciliar el sueño. Me levanto de la cama y me acerco al espejo que se encuentra colgado de una de las paredes del baño, espantándome de mi misma. Estoy despeinada y mi cara parece similar a la de un muerto vivo. Me extraña el hecho de haberme despertado así de la nada, ya que no suele sucederme.

Abandono la habitación, tratando de producir la menos cantidad de ruidos posible y aparezco en el pasillo, poco alumbrado, debido a la pequeña lampara que Luisa siempre suele dejar encendida para producir un mínimo grado de iluminación por si alguien despierta de noche como yo.

Escucho los intolerables ronquidos de mi hermano al pasar por su puerta y bajo las escaleras que conducen a la planta inferior. Estoy convencida de que no hay nadie cuando un crujido que proviene de afuera me hace saltar de un susto. Me aproximo a la puerta y la abro, girando la llave con discreción. Lo primero que logro ver son dos autos de mi padre, estacionados uno al lado del otro a una notable distancia de donde me encuentro parada. Frunzo el ceño, convencida de que el ruido que creí haber oído fue solo parte de mi imaginación y me propongo volver a entrar. Y ahí suena otra vez, esta vez ya sobresaltándome de verdad. Vuelvo a mirar los vehículos y entonces lo percibo: uno de los autos no está ahí. Ninguno de los guardias aparece a mi vista, ni siquiera el portero, cuyo trabajo justamente consiste en vigilar la entrada.

Cierro la puerta con llave y comienzo a caminar, dándole la vuelta a la casa. Con tan solo hacer unos pasos, veo una luz blanca a unos metros. Me acerco más, lo cual es un comportamiento extraño para una chica tan asustadiza como yo y reconozco el tercer auto de mi padre: el Mercedes en el que Rafael me sigue a cada lugar que voy. Es ese mismo auto y tiene las luces encendidas. De todos modos, sigo caminando y estoy muy cerca cuando todo se oscurece. Paro al notar que aquel ruido constante también desapareció. Escucho pasos, sintiendo como alguien se acerca. La idea de correr se me pasa por la cabeza, pero pienso que a esa altura de la situación ya es inútil.

De un segundo a otro, el sonido de los pasos es reemplazado por una respiración agitada que choca con mi rostro. No sé quién es, solo sé que lo tengo cerca, muy cerca. Las luces vuelven a aparecer y cierro los ojos, pensando que su intensidad me dejó ciega. Vuelvo a abrirlos. La respiración sigue ahí, esta vez acompañada de un rostro que se encuentra solo a milímetros del mío. Cuando por fin logro ver con claridad y reconozco a Rafael, ya es tarde. Sus labios atacaron los míos y se mueven con una imparable brutalidad.

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