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Hospital privado, Londres. Años atrás

—No hay rastro de la mujer, ni de la niña.

— No puede ser, la madre ha tenido que ser sedada, este es el mejor hospital de Londres, ¿Cómo cree que esto nos va a afectar, agente Maloner?

—Me importa un bledo la maldita publicidad, es obvio que ustedes tienen toda la culpa, sus pacientes pagan una fortuna y ni siquiera pueden proteger a los bebes.

—No se atreva a criticarnos agente de porquería.

— ¿Agente de porquería? Vamos a dejar algo claro de una sola vez, fue usted el que me llamó y fue en su hospital privado en el que se robaron a una bebé, así que no creo que este en la posición de tan siquiera pensar en criticarme. Si se mantiene lejos de mí, podré trabajar mejor. ¿Está claro?

—Sí.

—Muy bien, ahora lléveme al departamento de seguridad para poder observar los videos.

El tiempo comenzó a transcurrir y Maloner no obtenía resultados, año con año la familia Grant empezó a abandonar la fe, el padre de los gemelos, Richard Grant perdió la lucha contra el cáncer diez años después sin llegar a ver a su hija de nuevo, la madre de las criaturas, Rose Grant, continuaba comprando todo doble, era lo único que le daba paz y Cole la entendía, de hecho pensaba en continuar con la búsqueda de su hermana apenas cumpliera los dieciocho años.

Samuel Greyson y su esposa Julliette Smith, llegaron a Estados Unidos con su hija en brazos, era la tercera de sus hijos, los dos mayores estaban en una escuela militar, por lo que la pequeña criatura estaría sola en casa. Vivian en Montana, en una inmensa propiedad que limitaba con la casa de Mark Lutz, mejor amigo y colega médico de Samuel. El apellido Lutz era bastante famoso tanto de Estados Unidos como en Inglaterra, no solo por la inmensa fortuna que poseía la familia, sino porque Mark era considerado el mejor neurocirujano en ambos países. Ambos se conocieron cuando estudiaban en la universidad, fueron compañeros durante toda la carrera, pero al final había sido Mark el que se graduó con honores y este sin saber, era el objeto de la ira y los celos enfermizos de Samuel.

Como Mark Lutz tenía una inmensa propiedad en Montana, Samuel también, lo mismo con los autos, la ropa, las amistades. La única diferencia entre ambos era que Samuel Greyson obtenía todo de forma sucia.

Acabando de graduarse, se puso en contacto con Mark pidiéndole ayuda (la que de paso sabía que no le iba a negar) por lo que le había puesto como médico jefe y director de su clínica privada en Montana. Las cosas cambiaron drásticamente cuando viajó a especializarse a Inglaterra por insistencia de Mark, ese año que estuvo fuera se relacionó con peligrosos jefes de grupos que distribuían drogas, llegando a jugosos acuerdos para ambas partes. Nadie imaginaría que la prestigiosa clínica de Montana funcionaría como tapadera.

Antes de regresar a casa, su querida esposa le salió con la sorpresita de la bebé, así que no le quedó más remedio que alegar que no le había contado nada a Mark porque su esposa era muy nerviosa y temía que las cosas no salieran bien durante el parto. Esa estúpida mujer quería una niña y ahora debía cargar con ese pequeño estorbo.

Cuando los Lutz conocieron a la hermosa niña quedaron maravillados, aunque desconcertados ya que físicamente no se parecía a sus padres. Tenía unos bellísimos ojos azules y el cabello tan rubio como el sol mientras que sus padres eran de tez ligeramente oscura, pero la genética trabajaba de formas distintas.

—Así que esta es la hermosa Anna. Es hermosa, estoy segura que ella y Daniel serán amigos.

—Eso mismo pienso yo.

—Pues a celebrar, hay un nuevo miembro en la familia, dime como se lo están tomando los mayores.

—Bien aunque la ven poco, ahora van al internado, así que imagina, ella será la dueña y señora de la casa.

—Pareces estar orgulloso.

—Lo estoy, los niños son buenos, pero ella será mi incondicional.

—En hora buena, hay que brindar.

— ¡Por Anna!

— ¡Por Anna!

Los años pasaron y ambas familias estrechaban sus lazos, Daniel comenzaba a sentir cariño por la pequeña Anna, quien al no tener nadie con quien jugar, empezó a verlo como a un hermano, al menos durante los primeros años. El día que Anna cumplió 10 años, la familia de Daniel la invitó durante un par de meses a Londres, al principio aceptaron la invitación, pero ella sufrió un accidente y la visita fue pospuesta.

Samuel le insistió a Daniel que no viajara a Montana desde Londres para ver a la niña porque no era nada tan serio pero unos días después apareció en la puerta de la casa, con un oso de peluche y algunos dulces. Cuando vio a la niña se quedó sin habla, tenía un brazo enyesado y muchos golpes en la cara. La pequeña se arrojó a sus brazos y lloró durante horas.

— ¿Qué sucedió aquí pequeña?

—Fue... un accidente, Rayo...

— ¿Me dices que esto te pasó por caer de tu caballo? Estos golpes en la cara no parecen ser por una caída Anna, alguien te pega y voy a descubrir quién. Si alguno de los niños de tu escuela te ha puesto la mano encima...

—No vas a descubrir nada porque en verdad caí de mi caballo.

—No me convences pero por esta vez dejémoslo así. En unas horas me voy a Londres, así que me quedaré para que veamos algunas películas.

Unos meses después, la madre de Daniel murió en un trágico accidente, por lo que sus visitas a Estados Unidos se redujeron drásticamente. Durante ese distanciamiento Anna no pudo hablarle sobre su propia madre, la mujer que los había abandonado una semana atrás, alegando que Anna era una carga inmensa. Anna se sentía triste y sola. Sus hermanos estaban en un colegio militar y su padre estaba dedicado a su trabajo. Claro que no echaba de menos las rutinas, había aprendido a vivir al margen, no le faltaba comida ni la vestimenta pero no tenía nada de cariño.

Los únicos momentos en que simulaban ser una familia unida era cuando él tenía eventos sociales a los cuales asistir, pero si ella cometía un error o hablaba sin que le preguntasen, al llegar a casa recibía una buena paliza. Quizás su único apoyo era Mary, la mujer que trabajaba para su padre desde que ella podía recordar, aunque cuando le pegaban no se metía, luego se dedicaba a curarla. Tampoco lo denunciaba porque no quería dejarla sola.

Durante aquellos años, su personalidad extrovertida y burbujeante empezó a apagarse, y así lo notó Daniel cuando volvió a casa. No quedaba ni una sombra de su hermanita, parecía ser una niña triste.

—Hola pequeña. ¡Feliz Cumpleaños!

—Hola Daniel.

— ¿Estás bien? Llamé ayer por la tarde y Mary me dijo que estabas enferma, creí que hoy estarías mejor.

—Sí, solo estoy cansada.

—He pensado en que vayamos a montar a caballo.

—No quiero, pero gracias.

—Vamos Anna, ambos sabemos que mueres de ganas de montar, durante meses en tus cartas has mostrado ansiedad, demonios si me ibas a volver loco con ese asunto.

—Eso era antes. Con todo lo de mi madre y las cosas que suceden en casa, no tengo ánimos de celebrar. Imagina que papá ha salido de viaje hoy en la mañana, ni siquiera me dio un beso.

—Bueno, entiéndelo, para él ha sido difícil.

—Maldición y quién me entiende a mí, estoy harta.

—Levántate de esa cama Anna, la situación de tu madre es difícil pero no puedes dejarte morir.

—No te acerques, quédate en la puerta.

— ¿Qué sucede? Nunca antes me habías prohibido que entrara a tu habitación.

—Tú mismo lo has dicho, antes.

— Vamos pequeña, algo te sucede.

Cuando la tomó por el brazo, Anna no pudo evitar gemir del dolor, las lágrimas salían por montones, Daniel dio un paso atrás.

—Tienes un golpe.

—Ha sido un accidente.

—No es solo ahí, tienes marcas en el cuello. ¿También ahora me vas a decir que te botó un caballo?

—No puedo ir, me duele la espalda, ayer me... me... caí, eso es, me caí de la escalera.

—Pareces un niño Anna, siempre llena de golpes, así nunca lograrás que se fijen en ti. Madura un poco.

—Lárgate de aquí.

Una vez que Daniel se marchó, Anna pudo terminar de recuperarse. Su actitud le dolía, acababan de golpearla y él no se interesaba en averiguar. Si las cosas fuesen al revés, ella se preocuparía por él. Pero obviamente ese no era el caso. Cuando cumplió 15 años, salió con Daniel pero todo fue un desastre, después de eso los estudios le mantuvieron lejos, así que se resignó y aprendió a vivir sin él, al fin y al cabo, ella no le importaba.

Tres años pasaron sin que se comunicara y eso le dolió, los primeros meses le envió cartas que eran devueltas por el correo. Poco a poco comprendió que nunca la querría así que enfocó sus esfuerzos en olvidarlo, no era bueno sufrir tanto. Como parte de su estatus social, su padre acababa de comprar unos hermosos purasangres, y además asignó una parte de sus tierras al rescate de los Mustang, esos caballos que estaban en peligro de extinguirse.

Inmediatamente los medios de comunicación se pusieron a alabarlo, cosa que alegró a Anna ya que si él estaba de buen humor la golpeaba menos. Contaban con un buen veterinario, pero para él no era así, ya que unos meses después contrató a Luke. Claro que ella misma tenía que reconocer que parecía ser más eficiente. Samuel le advirtió que no la quería flirteando con él, tenía que andarse con pies de plomo... esa era su frase predilecta.

—Bastarda malnacida, ya sé que te gusta el nuevo veterinario pero te lo advierto...

—Lo sé, tengo presente lo que me va a suceder si tan siquiera le hablo.

—Bien, si mantienes esa actitud no te irá tan mal.

Cuando se iba al hospital, ella aprovechaba para hablar con Luke, con el tiempo se hicieron amigos aunque él no entendía la razón de guardarlo en secreto.

—Vete ya Anna, eres demasiado inmadura, ¿guardar nuestra amistad en secreto? ¿Acaso tienes 9 años?

—No entiendes...

—Claro que sí, ahora márchate. Tengo muchas cosas que hacer.

Anna se sentía triste, no podía decirle sobre su padre, ni sobre la advertencia. Durante los siguientes tres años, Luke creyó que iba a volverse loco, Anna le encantaba, pero era menor de edad. Le preocupaba un poco que siempre estuviera llena de golpes. Incluso en una ocasión le aseguró que era muy torpe, pero él no le creía. Alguien la maltrataba, quizás su padre pero no tenía pruebas. Tres meses antes de sus 21 años, su padre le comunicó que sus hermanos acaban de morir en un accidente aéreo, aunque no los había visto más que unas cuantas veces, le dolía un poco.

Luke la vio alejándose en su yegua y se propuso seguirla, nunca había estado tan pálida.

—Hola.

—No deberías estar aquí, quiero estar sola.

—Lo sé pero me pareció que necesitabas de un amigo.

—No gracias, no podemos ser amigos, mi padre me...

— ¿Tu padre qué, Anna?

—Me cuida mucho y no quiere que tenga amigos hombres.

—Es absurdo, sabes que nunca te lastimaría.

—Lo mismo me dijo alguien más una vez y me falló.

—Ven, vamos a sentarnos bajo ese árbol de allá, hablaremos de lo que

quieras y lo que me digas quedará entre nosotros.

—De acuerdo.

El día estaba bastante frio y el viejo roble se movía al compás del viento, esa brisa la impactaba en el rostro, haciéndola sentir viva. Los grillos producían cientos de sonidos, estaban dándoles un hermoso concierto, olía a tierra húmeda, los pájaros trinaban, todo parecía idílico.

—Mi padre me informó que mis dos hermanos murieron en un accidente aéreo y aunque los vi poquísimas veces, me dolió mucho, sobre todo porque para él, fue como si nada pasara, eran sus hijos y actúa tan fríamente.

—Es extraño.

—Mi vida aquí es difícil y ahora estoy sola.

—No estás sola Anna, me tienes a mí. Sé que anteriormente fui algo grosero pero entiéndeme, eras menor de edad, bueno... aun lo eres pero no te falta mucho para cumplir 21.

—Espero que llegue ese día para irme de aquí.

—Quiero que me cuentes algo... esos golpes que tienes son...

— ¡Annaaaa!

—Es mi padre, tengo que irme, no le digas que estuvimos juntos.

—Sé que es él quien te golpea Anna, y voy a estar pendiente.

—No hagas nada, lo mejor es que te quedes callado, aquí nadie te va a escuchar, ni la policía ni en el...

— ¡Annaaaa!

—No puedo quedarme callado y dejar que te lastime.

—Adiós.

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