Capítulo 4

3 DE SEPTIEMBRE – 3:00 pm

Estoy caminando hacía la casa de Ricky, y esta vez no es por ir a jugar videojuegos o ver alguna película como lo hago siempre, esta vez voy al funeral de su hermano. En la mañana me envió un mensaje diciéndome que ya les habían entregado la urna y que el velorio sería hoy.

Su hermano fue incinerado, algo que antes hubiera sido una sorpresa pues la única vez que escuché a su familia hablar sobre qué sería de todos y cada uno de ellos cuando murieran todos pensaban lo mismo; ellos no querían ser incinerados, querían ser enterrados. Pero por la situación actual de la extraña enfermedad a todos los muertos en los cuales se sospechara que ese misterioso virus fuera el causante de la muerte se les tenía que incinerar.

Mi papá se estaciona a unas cuantas casas de la de Ricky, por lo que tenemos que caminar un poco. Es algo bueno, así me da tiempo de pensar en qué decirle cuando lo vea: “¿Lo lamento? ¿Tu hermano ya está en un lugar mejor?” Conozco a Ricardo, ninguna de esas palabras lo ayudarán a sentirse mejor, de hecho, creo que harán todo lo contrario.

Mientras camino siento cómo uno de mis zapatos se siente menos apretado. Volteo hacia el suelo y veo que las agujetas de mi zapato derecho se han desamarrado.

—Adelántense ustedes, ahorita entro —les digo a mis papás, que son los únicos que me acompañan.

—Te esperamos adentro —me dicen y siguen caminando.

Me agacho y hago el nudo al zapato; decido hacer uno doble. Al terminar me pongo de pie e intento agarrar valor para seguir caminando hacia la casa de mi mejor amigo, pero algo me distrae, un ruido, algo como un pequeño golpeteo. Busco a mis alrededores, pero solo veo cómo llega más gente vestida de negro a la casa de Ricky, pero el ruido aún se escucha y muy cerca. Después de segundos de buscar la fuente del sonido, me doy cuenta de que proviene de la casa de los vecinos de Ricardo.

Inspecciono la casa, pero no hay nada extraño. Elevo un poco la mirada y entonces puedo ver qué es lo que lo está causando el ruido; pegado hacia una de las ventanas que dan vista a la calle desde las habitaciones del segundo piso hay un adolescente, no más de quince años, viendo hacia la calle, viéndome a mí. Cruzamos mirada por unos momentos y me horrorizo al ver su aspecto, está pálido, la mirada perdida y sangre sale de su nariz. ¿Debería pedir ayuda a alguien? ¿Debería tocar la puerta y decirles a sus padres el estado en el que está su hijo? No, ni siquiera los conozco, me cerrarían la puerta en la cara antes de decirles algo o incluso ni siquiera la abrirían así que lo único que hago es quedarme de pie, sosteniendo su mirada.

El notablemente enfermo joven comienza a hacer algo que ni yo esperaba, golpea su frente contra el vidrio, primero de manera suave, luego otra vez pero con un poco más de fuerza, luego otra y otra vez, cada golpe más fuerte que el anterior. Lo continúa haciendo hasta que uno de esos golpes logra estrellar el cristal de la ventana y con ello una gran mancha de sangre cubre el vidrio agrietado.

—¡Hey! — No puedo evitar brincar del susto, pero tan solo es mi madre, volteo hacia ella y la observo a los ojos por un momento, no digo nada por unos segundos y noto que comienza a preocuparse. —¿Estás bien? ¿Vas a entrar?

—Sí, es solo que... —Volteo de nuevo hacia la ventana, pero el adolescente ya no está; solo la mancha de sangre en un vidrio estrellado es lo único que queda.

—¿Qué? —Pregunta mi mamá.

—Nada... vamos.

Entramos a casa de Ricky. Está llena de gente que, si soy sincero, en su mayoría no conozco. Aunque llevamos años siendo amigos solo convivía con sus papás y hermano, nunca había tenido la oportunidad de conocer a sus primos o tíos y demás familiares. Puedo reconocer a unas cuantas personas, pero es por la escuela, ya que el hermano de Ricky iba a la misma universidad que yo pero era un año mayor, él también se iba a convertir en médico, era un orgullo para su papá.

Busco a mi amigo entre la multitud, pero no lo encuentro en ninguna parte. Su mamá y su papá están en la cocina, me acerco a ellos y les doy el pésame. La señora me abraza e inmediatamente rompe en llanto. Se me hace un nudo en la garganta, no puedo tolerar el dolor de personas que son importantes para mí y la señora Irma definitivamente lo es. Con el señor es algo más formal, un apretón de manos y un abrazo rápido. Cuando le doy la mano me doy cuenta que la tiene vendada, de hecho aún tiene unas pocas manchas de color vino, signo de sangre seca. Le pregunto sobre eso, a lo que responde que fue por un accidente en su trabajo, que un empleado de su oficina había llegado intoxicado o eso creía él, por la manera en la que se comportaba y que en un momento dado del día se fue a encerrar al baño, pasaron los minutos que después se convirtió en horas así que tuvo que ir a sacarlo, y cuando lo intentó hacer, el empleado lo atacó y entre arañazos y otras agresiones le alcanzó a dar una mordida en la mano.

—El imbécil puede despedirse de su trabajo. —Termina por decir el señor con su voz ronca y autoritaria que lo caracteriza y que a veces me asusta.

Les pregunto por mi mejor amigo y me dicen que Ricky se encuentra en su habitación, así que dejo a mis papás y a los de Ricardo atrás y me dirijo hacia arriba. En el segundo piso abro la puerta, la primera de la izquierda y Ricky está haciendo lo de siempre, sentado en la orilla de su cama jugando Fortnite, solo que ahora lo hace con jeans, tenis y camisa negra. Desvía un poco la vista de la pantalla para ver quien ha entrado a su cuarto y al darse cuenta que soy yo me hace una seña de que me siente a su lado, petición a la que hago caso.

Solo observo cómo juega, ahora no maldice ni se echa ánimos a sí mismo diciendo que él es el mejor. Tampoco intento hablar con él, dejo que termine su partida; ahora, por primera vez, no gana.

Cuando el juego lo lleva al lobby para iniciar otra partida aprovecho la oportunidad.

—Ricky... —digo en voz baja.

Él se lleva sus manos a los ojos y se limpia unas pocas lágrimas que salen involuntariamente de ellos. Intento abrazarlo, pero me detiene.

—No lo hagas. Solo quiero que te quedes aquí y ya, ¿sí? —Se escucha claramente que está intentando no llorar, intenta reprimir su tristeza, como siempre. Pero le hago caso. Me quedo sentado a su lado viéndolo jugar, los dos en silencio por un largo tiempo.

Poco a poco me va contando qué es lo que le sucedió a su hermano. Me dice que lo cremaron, ya que en la autopsia y análisis químicos descubrieron que efectivamente su hermano portaba la extraña enfermedad que rondaba por la ciudad.

—Deberías haber visto cómo estaba su rostro, como si estuviera muy tenso, enojado incluso. — me dice.

También me cuenta cómo es que lo encontraron, vagando por una de las avenidas del este de la ciudad. La policía les dijo que al momento en que se acercaron a su hermano, bajo los efectos de la extraña enfermedad, los atacó, que estaba enloquecido, no entendía razones y que incluso logró herir a un oficial de policía, por lo que tuvieron que darle unos tiros para evitar que hiriera a alguien más. Al decir esto último, Ricky no puede evitar hacer un gesto de enojo y desagrado.

—¿Puedes quedarte esta noche? —me pide.

Le contesto que por mí no hay problema, pero que primero teníamos qué decirles a mis padres. Por primera vez en toda la noche salimos de su cuarto y bajamos hacia la sala. La casa ya se está vaciando, aunque aún queda gente, unos de pie y otros sentados, todos comiendo galletas o tomando café. Mis papás están sentados en uno de los sillones que están en una esquina, me acerco a ellos y les preguntó si puedo pasar la noche aquí. Dudan un poco, pero al final aceptan.

—Si eso te hace sentir un poco mejor, claro que sí —le dicen a Ricky. Al igual acordamos que al día siguiente, después de la ceremonia en donde se guarde la urna de los restos del hermano de mi amigo en la iglesia, regresaría a la casa.

Ya son aproximadamente las diez de la noche y todos se han ido a sus hogares, incluidos mis padres. Los de Ricky se suben tan pronto se va la última persona, pues el señor dice que se siente algo cansado. Supongo que lo entiendo, acaba de ser el funeral de su primer hijo, ningún padre debe estar preparado para un momento así en su vida. Se supone que nosotros debemos enterrar a nuestros padres, no nuestros padres a nosotros.

Ricardo y yo nos quedamos en la cocina un rato más, nos preparamos algo para cenar y discutimos si en los próximos días podríamos ir a nadar o a andar en bici en el parque central de la ciudad, cualquier cosa para poder distraernos un poco ya que en verdad lo necesitábamos.

Cuando terminamos de comer y de limpiar, decidimos subir a su cuarto y ver alguna película, pero, antes de subir, Ricky se detiene en el primer escalón y se queda viendo la urna de su hermano que yacía en el fondo de su sala. Después de unos minutos suspira, apaga el foco y sube a su habitación.

Cuando entramos a su cuarto le pido que si puede prestarme ropa para dormir. Como no había venido con la idea de quedarme a pasar la noche en su casa, no traía otra ropa más que la que tenía puesta y no era muy cómoda. Me presta un pants y una camisa deportiva, ya que como Ricky es más alto que yo solo su ropa de ese estilo es la que me queda más o menos bien.

Nos metemos a la cama y pone Netflix. Como ya es pasada la media noche. Tanto él como yo estamos muy cansados. Dejo mi celular en el buró que está a un lado de la cama, no sin antes contestar algunos mensajes, pero justo al enviarle un ''buenas noches'' a mis papás, me llega una notificación: ''Advertencia 10% de pila restante''. “Mañana le pido el cargador a Ricky”, pienso y lo dejo ahí, boca abajo.

Ricky inicia la película. Platicamos por unos veinte minutos y, sin darnos cuenta, caímos rendidos.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo