III Bheldrik

                                                             III

                                                      BHELDRIK 

El bullicio de la ciudad atormentaba cada rincón dentro del castillo, robaba la tranquilidad que tanto anhelaba. Cada eco que creaban sus pasos en el enorme salón lo arrullaba de cierta manera, aunque las campanas a lo lejos y los gritos del exterior atormentaban una mente ya atormentada.

Las sillas estaban vacías, el salón entero había caído en un silencio espectral después de la reunión del Consejo de la Ciudad. Se encaminó sobre la alfombra esmeralda hasta la enorme puerta que le aprisionaba dentro de ese lugar. A sus espaldas se erguían docenas de estatuas, sosteniendo el techo del salón. Y detrás de éstas, grandes vidrios dividían un mundo ficticio negado ante los ojos de la realidad que miraban desde el exterior. Cientos, quizá miles de velas colgaban una sobre otra alrededor de los ventanales para combatir la oscuridad.

Abrió las pesadas puertas, mientras con su mano izquierda sostenía una pequeña manzana. Le dio una mordida y se alejó por el estrecho pasillo hacia donde le esperaba su habitación, no sin antes haber subido y bajado algunos escalones. Adentrarse en las fauces del castillo le dejó agotado, y finalmente al llegar a su habitación abrió una botella de tequila. No sacó un tarro, sólo mordió su manzana y se empinó la botella sobre sus labios dándole un gran sorbo. Bajó el licor y una quemazón irritante sometió su garganta, lanzando un quejido a todos los rincones existentes en su habitación.

Se acercó a la única ventana que tenía, sacó sus brazos y recargó su pecho sobre la base. Contempló la ciudad, sus luces, sus habitantes, y más allá, mucho más lejos, donde la oscuridad se apoderaba de lo visible, terminaban las murallas y quizá comenzaba un valle, tierras o árboles. No le importó adentrarse en esos pensamientos, así que sólo se dedicó a contemplar, a imaginar un mundo distinto a lo que la ciudad le había ofrecido, uno muy diferente al que ya sabía con exactitud que existía detrás del otro lado de las murallas pero que en pocas ocasiones había tenido la dicha de ver.

Sujetó con fuerza la botella y dio un trago más. Se dejó intimidar por el ardor que sintió después, bajó el tequila y pensó en arrojarlo por la ventana, pero antes de eso deseaba un trago más, y se lo dio, pero al momento que parecía finalmente haber tomado su decisión se negó y dio una docena de sorbos más. No se atrevió a arrojar la botella ni siquiera cuando ésta se encontraba vacía.

Cuando menos se dio cuenta, las luces de la ciudad iban de un lugar a otro a una velocidad sorprendente y burlona. Y junto a éstas, los sonidos del exterior le anclaron a un mundo de paranoia. Se rió en más de una ocasión, lo hizo tan fuerte que logró distinguir miradas desde las calles de la ciudad, un centenar de ojos le veían y pudo deducir de quién era cada uno de esos ojos imprudentes e indiscretos. Apartándose de la ventana se tambaleó de un lado a otro pero sin caer, alzaba la botella vacía como si alguien estuviese con él, preparado a brindar y seguir bebiendo. Con la otra mano sujetó una botella distinta, esta era de ron. La destapó y comenzó a beber ese sabor dulzón tan rápido como pudo.

Las paredes a su alrededor le fueron aprisionando, se tiró sobre su colchón mirando al techo, el cual comenzaba a colapsar, y con cada segundo destruido, su muerte parecía inminente. Abrió y cerró ambos ojos tantas veces que comenzaron a pesarle aún más que cualquier otra preocupación. Idiotas que sólo hablan con el fin de perjudicar, desplomar las vidas ajenas. Así es, es a lo único que se dedican. ¿Alcohólico yo? No son más que basuras apestosas llenas de envidia.

Sus ojos finalmente cayeron desfallecidos ante sus posibles impertinencias. Pero antes de que lograra entrar a un mundo inexplorado de sueños, un olor a canela, a rosas o cualquier otro agradable aroma que pudiese existir, le invadió. Fue tan penetrante que abrió ambos ojos, aunque no vio a nadie cerca.

—Y aquí sigues, al parecer nada ha cambiado –se escucharon unas palabras muy a lo lejos, quizá tan lejos que podían venir de las Tierras de Dormol, pero casi al instante en el que estos pensamientos intentaban apoderarse de su tranquilidad para transportarlo a un turbio mundo, una fuerza mayor se lo impidió. En varias ocasiones intentó ponerse de pie o como mínimo sentarse sobre la cama, pero no lo logró.

—¿Qué piensas conseguir con esto? Aparte de los infortunios que has sembrado y esperan ser cosechados –los ecos de sus pasos iban y venían, retumbando por toda la habitación, pero llegaron como una sinfonía fastidiosa a los oídos de Bheldrik.

—¿Quién e… eres? –logró acomodar las palabras con un poco de dificultad luego de intentarlo desde el momento en el que distinguió aquel hipnotizante aroma.

—¿Ya tan rápido te has olvidado de mí? –continuó y se acercó hasta él, tendiéndole la mano para ayudarle a sentarse en el borde de la cama.

—¿A qué has venido? –sus ojos le obligaron a observarla por un momento exageradamente largo. Y de pronto una herida sobre su pecho, que había cicatrizado desde tiempo atrás, comenzó a dolerle más y más.

—Me iré de la ciudad. Al parecer tú has estado llevando todo esto sin preocupaciones por lo que veo, pero yo ya no soporto más este dolor. De verdad que ya no puedo resistirlo más –respondió y casi de inmediato unas gotas manaron de sus tiernos ojos.

—¿Te irás?, ¿y qué hay de no… nosotros? –se atrevió a preguntar aún a pesar de que ya conocía la respuesta a esta pregunta, y la conocía desde muchas estaciones atrás.

—¿Nosotros? Nunca hubo un nosotros, Bheldrik. Desearía nunca haberte conocido para así nunca haber pasado por este dolor que hasta estos momentos aún me atormenta.

—¿Qué se supone que debía hacer? ¡Hice todo lo que estuvo a mi alcance por encontrarlo pero fue en vano, tú fuiste testigo de ello! –restregó con gritos llenos de rabia, y a la vez, de dolor y miedo.

—Entonces lo que hiciste no fue suficiente, nada de lo que hiciste significó algo para hacer un cambio. Y ahora estás aquí, embriagándote y buscando a una maldita ladrona de armaduras –se acercó hasta donde se encontraba sentado y le miró con ojos inyectados de furia.

—Existen otros de… delitos que deben ser resueltos –tartamudeó y miró a todos lados en busca de otra botella de licor.

—Y aquellos que quedan sin resolver pierden importancia conforme el tiempo avanza.

—No hay suficientes guardias, es imposible cubrir to… todo Edorel con esa cantidad –inclinó su cabeza recargándola sobre sus manos.

—No importa ya, como te he dicho. Me iré de la ciudad y en mi camino intentaré encontrar a nuestro hijo.

—Los caminos son muy pe… peligrosos –carraspeó–. El número de asesinatos en las afueras de la ciudad o aldeas ha ido en aumento –continuó, y al mismo tiempo se puso de pie, se tambaleó un poco y volvió a sentarse. Las lucecillas de las velas iluminaban toda la habitación, y había muy pocos rincones bañados en oscuridad. La belleza de la mujer robaba todas las luces, aunque era un poco obesa esto no disminuía los rasgos tan hermosos en su rostro. De piel blanca, con cabellos largos y oscuros, portaba un vestido no muy ajustado de color verde, el cual estaba adornado con piedrecillas en forma de pequeñas gotas.

—Por esa razón es que iré en su búsqueda, además me acompañara Ardgelo –respondió dando media vuelta y alejándose de él, aunque no con la intención de abandonar la habitación.

—¿Aún le frecuentas? –preguntó, y casi al instante en que escuchó su nombre el alcohol disminuyó de sus venas. Un evidente desagrado se hizo notar en su rostro, acompañado de un golpe de celos.

—¿Por qué no debería hacerlo? Es la única persona que ha permanecido cerca de mí a pesar de todo lo que pasó. He recibido apoyo en demasía por su parte –se encaminó a la enorme ventana para mirar las luces de la ciudad–. Extrañaré este lugar.

—No recuerdo haberme apartado de ti en ningún momento –continuó, poniéndose de pie finalmente.

—Sólo olvídalo, si cambias de opinión y decides reiniciar con la búsqueda de nuestro hijo en lugar de ir detrás de niñas ladronas y botellas de licor, te estaré eternamente agradecida. Aunque dudo que tus acciones hagan la más mínima diferencia más adelante si no lo hicieron antes. Ya has demostrado tu capacidad en este asunto –dio media vuelta para tenerlo de frente, sus miradas cruzaron de un lugar a otro. Quizá era odio, o el inevitable olvido del amor, lo que les obligó a mirarse por un prolongado tiempo.

Y aunque el silencio se volvió incomodo, su presencia embellecía la habitación. De pronto ella apartó la vista y sin mencionar palabra alguna se encaminó hacia la puerta. Sus zapatillas crearon ecos interminables, abandonó la habitación y cerró la puerta de golpe. Su agradable aroma se fue desvaneciendo gracias al suave viento que entraba por la ventana.

Se inclinó sobre la lumbrera mirando al exterior, intentando juzgar lo que allá sucedía, y al no encontrar respuestas se esforzó por entender lo que existía dentro de su cabeza. Se maldijo una y otra vez, pero no importaba cuánto odio podría sentir hacia sí mismo, todo aquello que sucedió no fue concebido por culpa suya. Se internó en estos pensamientos pero casi de inmediato se esfumaron y cayó en una realidad tan calamitosa que sus ojos se humedecieron de inmediato.

* * *

—Los habitantes de Edorel necesitan que todos los integrantes del Consejo de la Ciudad tomen decisiones prudentes. Por una razón se nos escogió para darle a estas tierras cierta tranquilidad. No puedes colapsar ahora –le había aconsejado Dor Orus O Nedelder Merbok, amigo y compañero dentro de los doce, una vez que se enteró acerca del secuestro de su hijo; ese mismo día entró hasta su habitación e intentó evitar un inminente derrumbe emocional.

—¿Qué dirán los habitantes cuando se enteren de que no puedo proteger siquiera a mi familia? –preguntó Dor Bheldrik E Ronelios Ulnumor.

—Nada, deberán entender que la seguridad es igual dentro del castillo así como en las calles. No existe favoritismo debido al poder, estas cosas pasan alrededor de todo Edorel, alrededor de todo Krasgos. Lamentablemente en esta ocasión te ha tocado a ti sufrir, amigo mío. Enviemos a todos los caballeros de la ciudad en busca de tu hijo y de estos malditos, pero la ciudad te necesita fuerte. Sabes que nuestro puesto dentro del Consejo depende de los votos de los habitantes. Y en el momento en el que empiecen a detectar la más mínima fisura en uno de los doce pilares, querrán reemplazarlo de inmediato.

—Tienes razón, Orus –respondió dibujando una sonrisa forzada que apenas y mostraba sus dientes. Las lágrimas se desvanecieron de sus ojos y abandonó la habitación detrás de su compañero, pensando erróneamente en que quizá los problemas no lo alcanzarían jamás, y se esforzó en atar estos pensamientos debido a que creyó que encontraría a su hijo.

* * *

Pero el tiempo no fue su aliado, éste se convirtió en más que su enemigo, la incertidumbre lo devoraba lentamente. Y cuando menos se dio cuenta, un día ya se encontraba dentro de sus fauces de desesperación. La impotencia le llevó a refugiarse en un mundo tangible aunque asediado de sueños y nostalgias, de visiones futuras que conforme el tiempo transcurría fueron tornándose en historias un tanto místicas y a la vez palpándose como el viento ahogado de una noche, de un llanto, de una carcajada.

Se alejó de la ventana y buscó otra botella de alcohol pero con su distorsionada visión no logró encontrar nada. Por efímeros momentos pensó que la visita de Niriel había sido un simple sueño, pero las cortinas, al bailar por los suaves vendavales, liberaban un aroma exquisito, el mismo olor que unos instantes atrás había sido tan fuerte y repugnante le confirmaba la cruel visita de la mujer.

Sus pasos torpes le hicieron caer en varias ocasiones, y estúpidamente se reincorporaba. Una y otra vez, mientras sus ojos se iban cristalizando más y más. Gritó, y esperó algún día volver a lo que una vez fue, ignorando por completo las posibles soluciones a sus problemas.

Quedó tendido sobre el suelo, sometido por los estragos del alcohol. Durmió en un apacible sueño, y así se consumió un día más. El siguiente llegó con la misma neblina que el anterior, y todo parecía continuar igual, salvo el insoportable dolor de cabeza que amedrentaba su cabeza. Las enormes velas habían sido encendidas sobre las calles de la ciudad. La luz ascendía consumiendo la oscuridad, un nuevo día daba inicio a preocupaciones nuevas.

Sirvió un plato de carne de cordero, la bañó con salsas hechas de cebollas, tomates y chiles, agregó un poco de sal y se sentó a comer su plato frío. No se molestó siquiera en encender la pequeña chimenea, lo acompañó con un vaso de agua tibia, y al terminar abandonó su habitación. Bajó los escalones lentamente por el estrecho pasillo, cruzando el umbral a un patio inmenso, diseñado con enormes jardines que no parecían muy coloridos bajo la temible oscuridad, y con pilares que sostenían un techo que en algún momento debió haber servido para combatir contra los rayos de aquellos soles ya extintos.

El ajetreo de la ciudad le taladraba la cabeza, intentó apresurar la marcha para llegar aún más rápido a su destino, aunque esta carrera le resultó aún más agobiante. Finalmente entró al inmenso salón, en el cual ya esperaban los otros miembros del Consejo, logró distinguir a su fiel amigo, quien al percatarse de su ausencia extinta elevó su brazo y le invitó a sentarse a su lado.

Tomó su asiento y lo arrastró hacia atrás para poder sentarse, creando un chillido impertinente que obligó a callar a uno de los integrantes del Consejo, el cual no paraba de hablar acerca de las noticias traídas por los mensajeros de las aldeas de todo Edorel. Bheldrik se sentó sin mirar su gesto de desagrado, regresando al inmenso lugar los ecos de las palabras de su compañero.

—Supe de tu encuentro con Niriel –dijo de golpe y en voz baja Orus, sin mirar siquiera a Bheldrik.

—¿Quién te lo ha dicho? –preguntó éste.

—Ha ido a verme a mí primero.

Dor Perer O Derdibok Nols continuó hablando sin importarle mucho el que estos dos no le pusieran atención. Siguió informando acerca de las aldeas, y la ausencia de la mujer que supuestamente había robado una armadura y asesinado a unos cuantos caballeros junto con algunos habitantes que llevaban ya algunos días desaparecidos fuera de la ciudad. De igual forma mencionó los lugares por los cuales los caballeros ya habían investigado, aunque su progreso no era tan grande como la región avanzada.

—¿Qué te ha dicho? –preguntó Bheldrik.

—Lo mismo que a ti, mencionó que se iría de la ciudad. Aunque me enfatizó mucho que cuidara de tu integridad. Hace mucho tiempo que Niriel no te veía, Bheldrik, y hasta ella sabe de los males que te acobijan –comentó, disminuyendo el tono de su voz conforme se acercaba a las palabras finales.

—¿Y qué males son esos? –su pregunta fue irónica al igual que estúpida.

—No discutiré eso en este lugar. Antes de que llegaras se habló de tu caso y quizá no te permitan estar más de cinco días aquí. Se está buscando tu reemplazo, y una vez que lo encuentren te darán la oportunidad de estar unos días más, aunque no se escucharán ya tus propuestas u opiniones. Sólo calentarás el asiento mientras aquel que te sustituirá llega.

—No he hecho nada malo –el volumen de estas palabras creó un eco que obligó a Dor Perer a pausar su informe una vez más. Nadie se molestó en quejarse.

—Escucha, he convencido a los caballeros de que investiguen la desaparición de tu hijo mientras persiguen a la ladrona. No muchos siguieron mi orden, ya que sólo yo la he dado, y no me molesté en pedir apoyo a ninguno de ellos –hizo una pausa y dirigió la vista a los que se encontraban ahí adentro–, ya que su respuesta continuará siendo un “no”. Pero los pocos caballeros que prestaron sus servicios son suficientes dada la gran cantidad de terreno que se está cubriendo.

—¿Sabes lo que dijo? –preguntó, deduciendo que él sabría de quien hablaba–. Me ha golpeado con la verdad, sigo a una ladrona y posible asesina en lugar de a los verdaderos asesinos… –realizó una pausa antes de continuar, aunque Orus avanzó antes.

—¿Crees que tu hijo está muerto? –preguntó fríamente.

—No puede estar muerto, no han encontrado su cuerpo.

—Ya han pasado varias estaciones, es mejor que vayas asimilando una posible verdad, amigo mío –dijo mostrando un poco de empatía en su rostro, estas palabras fluyeron de sus labios con delicadeza.

—Pe… pero su cuerpo, no, no pue… puede estar muerto. Sólo… sólo ha desaparecido –inclinó su rostro al mencionar estas palabras pausadamente.

—Pienso lo mismo que tú, Bheldrik, pero la vida no es la única opción mientras se vive. Escúchame, Niriel mencionó que buscaría de igual manera a tu hijo, los caballeros hacen lo mismo. Esto es una buena noticia, aún puede haber esperanza.

—¿Cómo me pides que tenga esperanza si tú mismo envenenas mi futuro con tus palabras? –en esta ocasión su enojo se vio evidenciado con un fuerte golpe sobre la mesa rectangular que estaba al frente. Dor Perer se detuvo y al instante se sentó.

—Ya no parecen importarle mucho los problemas que agobian nuestras tierras, Dor Bheldrik. Y si lo echamos de una vez, ¿cree que mostraría más respeto en las calles de la ciudad? –preguntó con tono prepotente y levantándose de su asiento Dor Kendrel J Reialon Jok. Sus ojos color esmeralda se clavaron en el rostro de Bheldrik.

—Lo siento, no volverá a suceder –respondió, apartando la vista del anciano.

—¿Lo siente? ¿Y cómo viene el día de hoy, ebrio o con la típica resaca que le ha caracterizado estos últimos días, Dor Bheldrik?

—No es algo de su incumbencia –respondió, aunque el tono de su voz fue bajo y no transmitió el mismo impacto que sus palabras.

—Veo que le gusta desafiar cuando no es debido, ¿por qué no usa esta cualidad para dejar de emborracharse en sus aposentos? –sus ojos parecieron arrancar destellos de las gigantescas velas que adornaban el salón, creando un color sinople único y hermoso.

El silencio en el salón fue agobiante, la trémula luz de las velas observaba la enorme habitación. Los grandes cristales en el techo dividían la oscuridad de las luces ahí adentro. Gruesos y gigantescos pilares se erigían por toda la habitación, los candelabros bajaban desde los cielos de cristal y se superponían con detalles exquisitos, y a su vez las estatuas eran iluminadas. Los ecos se extinguieron y nadie mencionó nada, aunque Bheldrik no les daría la satisfacción de seguir siendo humillado. Se levantó y sin más que decir se dirigió a la enorme puerta de madera ornamentada con cintas de metal color bronce.

—¿A dónde cree que va, Dor Bheldrik? –preguntó de inmediato Dor Kendrel, quien no le dio la oportunidad de llegar a la puerta.

—Mi estadía aquí no tiene ya relevancia –respondió al dar la media vuelta.

—Yo decidiré lo que es o no de importancia. Regrese aquí y siéntese de nuevo –señaló al asiento vacío. Y Bheldrik no tuvo otra opción más que hacer lo que se le había ordenado, aunque en esta ocasión guardó silencio, ignorando a Orus.

—Dor Perer, puede continuar, por favor.

—No hay mucho que decir, en cuanto a la inseguridad continuamos igual. Dentro de la ciudad todo parece tranquilo, pero una vez que los hombres deciden abandonarla, su naturaleza salvaje despierta.

—Allá afuera no hay ley, no existe nada a lo que se le pueda temer, así que es normal que aquellos que abandonan la ciudad opten por hacer cosas diferentes. Dor Torel, ¿cuándo llegará el globo que se solicitó con las armas y armaduras? –preguntó Dor Kendrel aún de pie.

—En seis días aproximadamente –respondió cortésmente lanzando una sonrisa al final Dor Torel U Zarlent Dentor, un sujeto alto, muy alto, y un poco gordo, de piel asquerosamente negra como la neblina en el cielo. Dor Bheldrik le vio con repudio, aunque de inmediato desvió la mirada, no podía soportar mucho tiempo observándolo. Sintió tanto asco que, en combinación con su jodida cruda, le dieron ganas de vomitar.

—Ya veo, ¿el entrenamiento qué tal va? –preguntó Dor Kendrel al instante en que levantaba un tarro lleno de agua. Dio un sorbo esperando la respuesta.

—No se ha obtenido el resultado que habríamos esperado. A los hombres grandes les es difícil dominar las armas –dijo el hombretón.

—No importa, ya aprenderán. Necesitamos un ejército que mantenga no sólo la paz aquí en Edorel sino también en las aldeas. Más adelante podremos comenzar con un entrenamiento dedicado a los niños, por el momento la prioridad es esa.

—No juzgo sus palabras, señor. Retomando el asunto de las armaduras, le recuerdo que la joven a la que ayudamos para encontrar a la ladrona se ofreció a facilitarnos las armaduras que su padre fabrica.

—No lo he olvidado, en efecto, este tema me ha interesado mucho. Pero primero debo saber qué tan resistentes son, y si su padre estaría dispuesto a fabricar armaduras para nosotros –añadió.

—A mí me pareció que la armadura que llevaba era muy detallada, quizá en cuanto al grosor y resistencia todo es igual. Además, todos los que estamos aquí escuchamos lo orgulloso que estaría el padre de aquella joven si le pidiéramos fabricar armaduras para nosotros –comentó, aunque sus palabras no parecieron convencer del todo a Dor Kendrel.

—Ese es un tema que se verá más adelante, el cargamento ya se solicitó desde hace tiempo y debemos pagarlo antes de pensar en adquirir otras deudas.

Y así continuaron por algunas horas, tocando temas relacionados a los cultivos que ya comenzaban a escasear, economía, seguridad y el mercado con las tierras vecinas. Todo fue tan aburrido y repetitivo que Bheldrik se sumergió en un sueño después de que sus ojos se humedecieron en más de tres ocasiones. Y aunque nadie se molestó en despertarlo, un brutal sonido le levantó con sobresalto. La puerta se abrió con brusquedad y golpeó las paredes.

—¡Dor Kendrel J Reialon Jok, Consejo de la Ciudad!, ¡una de las escoltas ha visto a la ladrona cerca de la ciudad! ¡Se dirigía hacia el acantilado la última vez que se le vio, aún no cruzaba el Bosque Oscuro! –gritó un guardia al momento en que entró, sus agudas palabras alteraron el orden dentro y fuera del salón.

—¿Y por qué estamos escuchando un simple avistamiento en lugar de una captura? –preguntó enfadado Dor Kendrel.

—La escolta era pequeña, no más de cuatro hombres, señor –respondió temeroso.

—¿Cuatro hombres? ¿Cuántas asesinas estamos buscando?

—Sólo una, mi señor –respondió agachando la cabeza, quizá el suelo era tan hermoso que tuvo que contemplarlo por un largo rato para entender su belleza.

—Lárgate de aquí, ve y cruza el Bosque Oscuro y encuentra a la mujer. Da la orden a los mensajeros de que salgan de la ciudad y busquen a los demás escoltas. Que todos busquen dentro y cerca del bosque –ordenó, y al finalizar miró al resto del Consejo de la Ciudad–. ¿Opiniones?

—Podríamos enviar más hombres para que puedan ayudar a los pocos que salieron en un inicio. Cuatro guerreros junto con dos exploradores. Que formen equipos y vayan a cada extremo del Bosque Oscuro, los que llevan aún más tiempo afuera podrían comenzar a buscar desde puntos específicos en la parte media –opinó Dor Orus.

—Bien, quizá utilice el abrigo del bosque y la tenebrosidad del acantilado para llegar hasta uno de los dos extremos y salir de nuestro alcance. Aunque el trayecto sería exageradamente largo, no podemos escatimar en prevenciones, que vayan en caballos para ganar terreno –dijo y asintió al final con la cabeza–. Ya has escuchado, lleva a dos exploradores y cuatro guerreros y pon en su lugar a cuatro centinelas de la ciudad.

—Sí, mi señor –respondió el guardia, ignorando a los demás integrantes del Consejo.

—Oh, sólo una cosa más. Si llegas de nuevo con noticias acerca de la posible ubicación de la maldita zorra esa, haré un arco con tus entrañas –amenazó, y aunque al pobre muchacho le había causado suficiente temor como para disculparse más de cinco veces antes de marcharse del lugar, los demás miembros sonrieron despreocupados una vez que éste se fue.

Dor Kendrel permaneció de pie con ambos brazos sobre la mesa, mirando al centro de ésta, justo donde estaban las frutas sobre grandes tazones. Lanzó un suspiro y miró al Consejo.

—¿Algo más que se deba discutir antes de retirarnos?

—Los habitantes que tienen sus comercios cerca del drenaje se han quejado por la aparición de ratas –informo Dor Inella.

—¿Es la primera vez que aparecen ratas en esta sección de la ciudad? –preguntó con ironía.

—No –respondió ella–, aunque la población de estas ha ido en aumento.

—Arrojen una manada de gatos y en unos cuantos días desaparecerá. No es un tema que requiera mí tiempo, eso incluso usted puede planearlo.

—Algunos habitantes han presentado fiebre y delirios. Temen que sea por el aumento de estos animales –continuó ella sin mostrar un ápice de intimidación.

—¿Fiebre? –intervino Dor Torel lanzando un grito que envolvió toda la estancia–. La fiebre ha estado presente mucho antes de que las ratas aparecieran en la maldita ciudad, algún habitante enfermó y contagio a alguien más. La mayoría de aquí come ratas para poder sobrevivir.

Bheldrik no se atrevió ni a verlo una vez que opinó. Hasta tiene el mismo color que las ratas, pensó.

—Sean o no las ratas las causantes de esta enfermedad, debemos hacer algo para evitar el enojo por parte de los habitantes –opinó ella, viendo a todos los demás.

—¿Sugerencias, entonces? –Dor Torel miró con desprecio.

—Comida envenenada dentro del drenaje –opinó uno de los doce, Bheldrik no supo distinguir con exactitud quién había sido. Su mente llevaba a cabo una batalla entre la nostalgia y la locura, entre el delirio y la tristeza.

—Ya han dicho con anterioridad que muchos de los habitantes comen e incluso comercian con ratas. Podríamos envenenar a familias enteras –las palabras de Orus resonaron fuertemente en su cabeza.

—Fuego, se podría usar fuego para exterminarlas –en esta ocasión fue Dor Perer quien opinó. No podía olvidar esa voz aguda y chillona que tenía ese maldito pelón desgraciado.

—Es demasiado arriesgado, si las ratas comienzan a salir como antorchas en pequeños grupos por las calles de la ciudad, en poco tiempo podríamos tener casas en llamas –intervino de nueva cuenta Dor Orus O Nedelder Merbok.

—Opine usted entonces –Reialon Jok le lanzó una mirada que podía significar cualquier cosa, sus ojos eran tan impredecibles que podrían denotar un temor profuso cuando sus palabras transmitían valentía.

—Paguémosle a unos cuantos cazadores y mandemos una manada de gatos en diferentes puntos. Los cazadores pueden usar cualquier arma y trampas. Pero tienen estrictamente prohibido usar fuego o veneno –respondió, apartando la vista de Dor Kendrel y mirando a los demás, buscando su aceptación.

—Sería tardado, pero, ¿qué otra opción tenemos? Consigan un número de cazadores suficientes para cazarlas, y envíen sólo a dos cazadores más a trabajar única y exclusivamente dentro del drenaje. Ellos serán los únicos con permiso de usar fuego para su eliminación en caso necesario, y con la única condición de que lo tengan todo controlado. Y alguien más que se encargue de conseguir un número grande de gatos, o perros, cualquier depredador para aminorar la población de estos animales –comentó añadiendo una idea más brillante, aún a pesar de los recursos con los que contaban.

—De acuerdo –la voz de la mujer viajó dulcemente por sus oídos.

—Si no queda ningún tema más por discutir –dijo y tomó una pausa antes de seguir, al ver que nadie opino, él continuo alejándose de la mesa– me retiro entonces.

El eco de sus pasos resonó en la enorme habitación, algunos le respondieron con una cordial despedida, otros se limitaron a asentir con la cabeza, aunque este gesto no fue observado por Dor Kendrel, quien ya le había dado la espalda a la mayoría de ellos. Al llegar a la enorme puerta de madera (la cual aparte de los ornamentos tenía tallado el mapa de toda la Tierra de Edorel) se detuvo y dio media vuelta.

—Hay algo más que se debe tratar, pero no es de mucha importancia para mí sino para usted, Dor Bheldrik. Pediré que se retrase el apoyo que solicité, le daré una oportunidad más. Este día no opinó absolutamente nada, y eso me molesta. Seré recíproco con usted, entiendo el dolor por el que pasó y por el mismo que está pasando. Pero eso es un tema que ya hace tiempo dejó de importar aquí, preocúpese por los problemas que tienen solución. Dedíquese a buscar a los asesinos que todos buscamos, y no a los que quizá ya se encuentran en otras tierras.

Sus palabras taladraron su esperanza, ésta cayó en mil y un pedazos sobre su dolor. La puerta se abrió y cerró casi de inmediato, no sin antes dejar entrar un brillo azulado que iluminó la estancia por efímeros segundos.

Dor Torel se levantó y al instante lanzó una risotada, se alejó de la mesa y abandonó de igual manera el lugar. En pocos segundos más de la mitad ya comenzaba a acomodar sus incómodas sillas de madera y sin decir una palabra más se marcharon. Bheldrik hizo lo mismo antes de que su amigo le hablara, aunque fue sólo para despedirse.

Las calles de la ciudad eran iluminadas por un intenso brillo azulado. Las velas ese día sostenían una llamarada azul, por lo tanto el espectáculo que la oscuridad ofrecía arriba en el cielo con el fin de vencer las luces era realmente hermoso, como auroras que bailan sobre los vientos cálidos.

Recorrió el mismo camino hacia su habitación una vez más, todo de pronto se cubrió de una monotonía absurda. Las mismas calles, las mismas casas y sus habitantes, los mismo jardines y esos comercios que no vendían otra cosa más que comida insípida, tabernas y los mismos borrachos tirados sobre la calle de piedra, con el vómito cubriendo más de la mitad de sus cuerpos. Incluso esa maldita y lúgubre oscuridad que se adueñaba de los cielos todos los jodidos días.

—Dor Bheldrik, qué gusto verlo de nuevo por aquí –saludó cortésmente un anciano tabernero desde la puerta de su local.

Así es, de nuevo por aquí, pensó antes de responder:

—Nadoel, ¿cómo la pasa el día de hoy?

—Muy bien, ¿le sirvo algo para tomar? –respondió introduciéndose en su mente.

—Ahora no tengo muchas ganas de beber algo, amigo mío –la hipocresía no se dejaba ver por ninguno de sus sentidos.

—He preparado unos tequilas bastante respetables, una receta que llegó desde las Tierras de Alekra. Limón y sal, dos o tres tragos son suficientes para darle valor al más cobarde –bromeó al ver que el rostro de uno de sus mejores clientes mostraba cierto interés por su bebida.

—¿Valor, has dicho? –preguntó acercándose hasta él, y al mismo tiempo cerró su puño y lo dirigió hacia la palma de Nadoel, saludándole.

—¿Se ha animado, mi señor? –carraspeó un poco antes de sonreír.

—¿Por qué no? Quizá sea lo que necesite para llevar a cabo unos asuntos que debí haber hecho desde mucho tiempo atrás. Tal vez sólo eso faltó, valor y nada más.

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