Capítulo 2.

Jedward bajó las escaleras de su casa que daban al segundo piso, su padre estaba en la cocina haciendo el desayuno. En cambio Liam no estaba tratando de calmar a sus hijos, los cuales estaban discutiendo por cosas sin sentidos. 

— Hola, papá —besó la mejilla de Harry—. Papá Liam necesita de tu ayuda, ahora —rió un poco y Harry negó. 

— Él no me necesita, además él sólo está tratando las cosas con calma, ya verás que dentro de poco tus hermanos estarán callados —se encogió de hombros y siguió con el desayuno. 

Jedward se puso a su lado para ayudarlo como siempre hacía cada vez que estaban juntos en la cocina. Terminaron de hacer el desayuno justo a tiempo para escuchar la voz potente de Liam en la mesa. 

— ¡Ya hagan silencio! —gritó y los mellizos hicieron lo pedido—. ¡Ahora siéntese ambos! ¡Ahora! —gritó totalmente enojado. 

— Lo siento, papá —dijeron, al mismo tiempo. 

Ambos se sentaron sin decir nada más. Harry y Jedward no se contuvieron para soltar una gran carcajada mientras veían como Nathan y Noah se sentaban en sus respectivos lugares con la mirada baja. 

Colocaron el desayuno en la mesa y luego todos se sirvieron. 

— Papá Liam, dile a Nathan que no me pise —se quejó Noah. 

— Yo no lo pise, papá. Él me iba a pisar y yo me adelanté —se hizo el indiferente.  

— Ya me tienen hasta la coronilla con sus malditos pleitos sin sentido. Le agradezco a Dios que no me haya mandado más hijos —sobó el puente de su nariz. 

Harry se atragantó con la comida logrando que todos miraran hacia donde estaba con cara de confusión y preocupación. 

— ¿Estás bien, papá? —preguntó Jedward, preocupado y él asintió. 

— Sí, estoy bien. Fue sólo que una parte de la comida se fue por donde no tenía que irse. Sólo eso —bebió un poco de jugo. 

— ¿Seguro? —preguntó con preocupación.

— Sí, estoy bien. Fue sólo eso. Ya terminen de comer para que se vayan a la escuela —se levantó de la silla con su plato a medio comer. 

Jedward no le creyó del todo pero no dijo nada más, miró a su padre con cara de pocos amigos. 

Liam miraba por donde Harry se había ido, se sentía muy preocupado por él. 

— Fue Noah, papá, de seguro que lo hizo enojar —se burló Nathan, y Noah pisó su pie con fuerza. 

— Cállate, empresario de quinta. A lo mejor fuiste tú —pisó su pie también. 

— ¡Ya hagan silencio! ¡Si vuelvo a escuchar algo más por parte de alguno de ustedes juro que les quitó las computadoras y los celulares! —gritó Liam, muy furioso—. ¡Y no bromeo! ¡Maldición! — bastante tenía con la preocupación reflejada en el rostro de su esposo y ahora tener que tratar con esos demonios que tenía como hijos. Era un caso perdido.  

— Lo siento, papá. No lo volveremos a hacer —murmuraron, al mismo tiempo.

— Así me gusta. Ahora terminen de comer que los llevaré a la escuela y es una orden —dijo entre dientes.

Los mellizos siguieron comiendo en silencio sin decir una sola palabra, era lo mismo de todos los días. Jedward terminó de comer y luego fue hacía donde estaba su padre. Aún tenía al menos unos pocos minutos antes de que Nicolás fuera por él para ir a la universidad. 

Dejó los platós en el fregadero y fue hacía la casita que Liam había construido hace algunos años para ellos. Lo encontró de espaldas a él mirando hacia la nada. Lo abrazó por la espalda antes de dejar un beso en su mejilla mojada. 

— No llores, papá. No es motivo de tristeza —se sentó a su lado.

— Lo siento, es que me es difícil no hacerlo. Me siento como un tonto. Un adolescente llorando por su primer amor —murmuró, soltando un sollozo. 

— Debes de decirle que estás embarazado, él estará feliz de que le vayas a dar otro bebé —colocó su cabeza en su hombro. 

— Es que no sé. Tengo miedo de decirle eso — suspiró, secándose las lágrimas. 

— No es tan malo, papá, tienes la edad suficiente como para tener otro hijo o hija. Me tuviste cuando apenas tenía diecisiete años. Sabes que te amo mucho y papá Liam también lo hace —besó su mejilla, y Harry rió un poco.

— Tienes razón, se lo diré esta tarde cuando venga a almorzar —mordió su labio— Aprovecharé que no estarán aquí tus hermanos para poder hacerlo —se levantó del piso y Jedward hizo lo mismo. 

— Eso estará bien, así tienen sexo salvaje sobre la mesa del comedor o en la cocina...

— ¡Jedward! —gritó su padre, totalmente rojo de la pena—. No digas esas cosas. 

— Lo siento, papá, sabes que es verdad —se encogió de hombros. 

Harry se rió, saliendo de allí siguiendo los pasos de su hijo hacia la casa. 

Jedward era la imagen de Harry y Liam, aunque más en Liam. Su cabello era del mismo color que de él.  Lo único que tenía parecido a Harry eran sus hermosos hoyuelos que se marcaban cada vez que sonreía.  Entraron a la casa para encontrarse con Liam y los pequeños diablitos parados en la entrada de la casa.

— Adiós, papá, nos vemos después —besó la mejilla Nathan y luego Noah. 

— Nos vemos luego, bebé. Espero que me digas lo que te sucede —susurró, antes de darle un beso. 

Escucharon arcadas por parte de sus tres hijos y ambos rodaron los ojos. Liam salió con su maletín para irse a trabajar a una empresa que había construido hace algunos años. Está empresa se encargaba de transportar muebles alrededor del mundo.  En cambio Jedward, tuvo que esperar unos cuantos minutos antes de que Nicolás llegara por él.

No dijo nada cuando entró con sus libros en manos, no necesitaba escuchar sus excusas de perdón. Tomó su mochila que estaba en los asientos traseros del carro y entró sus libros con los demás. Sabía que su hombro estaría adolorido pero valía la pena. 

— No quiero que estés enojado conmigo, odio cuando estás así —murmuró Nicolás, con la mirada en la carretera. 

— Por tu maldita culpa, mi papá casi y me quita el apellido. Te dije que debía de llegar temprano y tú simplemente hiciste de oídos sordos —se cruzó de brazos dejando su mochila en sus piernas. 

— Sé que estuvo mal eso, pero anoche me dijiste que para la próxima que avisara cuando salieras conmigo. Así que no hay problema —se encogió de hombros. 

— No saldré contigo otra vez. Después de la universidad regreso a mi casa con o sin ti —dijo firme.

—No regresarás sólo a tu casa, ni hoy ni mañana ni nunca —habló entre dientes. 

— Mira, Nicolás, ya estoy hasta las pelotas de tus cosas. Te recuerdo algo, soy tu novio, no tu maldito prisionero para que me andes velando hasta para cuando voy al baño. Soy tu prometido y este anillo lo muestra —le enseñó el anillo—. Si así serán las cosas para cuando nos casemos creo que mejor pensamos antes de hacer cualquier estupidez —se sostuvo con fuerza del cinturón cuando Nicolás freno de golpe. 

Sus nudillos estaban blancos y su respiración era rápida como trataba de controlarse. 

— Jamás vuelvas a decir esas cosas, sé que soy un puto controlador y eso es algo que no pienso cambiar por ahora. No me gusta como las personas en la Universidad se te quedan viendo, odio eso —suspiró—. No me pidas que cancele nuestro compromiso.

— No lo haremos a menos que sigas con esa jodida actitud. No somos niños para estar con esa actitud —murmuró desviando la mirada —. Ya vámonos, llegamos tarde.

— Aún falta una puta hora para que entres a clases y sólo tienes dos el día de hoy y son en la mañana...

— ¡Ves a lo que me refiero! ¡Hasta sabes cuantas horas tengo de clases! —gritó, histérico—. ¡No tengo privacidad! 

— ¡No grites! —le puso una mano en la boca—. Odio cuando haces eso. 

Jedward sólo se quedó callado no necesitaba escuchar más excusas de Nicolás, ya no más. 

— Llévame a la universidad, por favor. Sólo quiero eso —se sentó bien en el asiento. 

— Te dije que no. Entras en una maldita hora —golpeó el volante. 

— Pues bien —abrió la puerta de copiloto—. Me iré caminando.

Nicolás abrió la boca en una perfecta "O" justamente cuando Jedward comenzó a caminar en la carretera. Pura broma.  Salió del carro azotando la puerta y con los puños apretados. Nicolás era de él y de nadie más.

Lo tomó por la cintura sin importar los gritos y pataleos de este para que lo soltara, lo soltó sobre el asiento de copiloto otra vez. Cerró la puerta con seguro de bebé para que no saliera a menos que él se lo permitiera. 

Entró azotando la puerta y Jedward se asustó bastante a tal punto de sostener sobre su pecho su mochila por futuros cambios de humor. 

— No me vuelvas a hacer eso que hiciste, odio cuando me dejas con la palabra en la boca —habló entre dientes—. Tenemos trece años juntos, estoy a punto de terminar mi carrera en la universidad y tu apenas llevas un año. Sólo no quiero que nada acabe —acarició su mejilla y Jedward asintió.

— Si, lo siento. Es que me asusté —sonrió, un poco. 

— No tienes porqué asustarte, jamás te haría algo malo. Sabes que te amo bastante —dejó un corto beso en sus labios—. Ahora vamos a la universidad se nos hace tarde. 

Jedward asintió sin decir nada más, ni siquiera le gustaba esa universidad.  Después de convencer a sus padres de que quería estudiar allí y no en el extranjero. Se arrepentía con fuerza de haber hecho algo así. 

— ¿En qué piensas, príncipe? —la voz de su novio le hizo volver al presente, ni cuenta se había dado de que ya estaban en la ciudad o mejor dicho en la calle de la universidad.  

— En nada, sólo en cosas de la vida y nada más —se encogió de hombros. 

— Es sobre la Universidad. ¿Cierto? —preguntó. 

— Sí. Sabes que no me gusta ese sitio y esas cosas...

— Ya hablamos de eso, no voy a cambiar de opinión —entró en el estacionamiento. 

— Nunca puedo hacer nada por mí mismo. Siempre es igual contigo. Lo único que me dejaste hacer desde que somos novios es elegir la carrera de la Universidad y nada más —suspiró, varias veces —Además, de eso no me dejas hacer nada...

— Claro que te dejo hacer cosas —apagó el coche y se quitó el cinturón de seguridad y él imitó su acción. 

— Claro que no. No me dejas hacer nada sólo —murmuró dolido—. No tengo amigos aparte de Nasver y Kayled. 

— No tienes...

— Porque te tienen miedo, No tengo amigos en ninguna de mis clases, nadie se acerca a mí por miedo a que los golpees como ha hecho con los demás, nadie se me acerca en clases para hacer algún trabajo. En cambio tu si lo puedes hacer los trabajos con quien se te de la maldita gana simplemente porque no confías en mí como dices hacerlo —sintió como sus mejillas se llenaban de lágrimas. 

— No sigas, príncipe...

— No me digas así, Nicolás, odio cuando intentas hacer las cosas a tu ritmo en unos dos meses terminarás tu carrera ¿Qué harás? ¿Me sacarás de la Universidad y tú me darás las clases? ¿O simplemente harás que dé de baja a mi carrera? Ya nada de ti me sorprende a estas alturas —las lágrimas seguían bajando a mares de sus ojos y él solo suspiró. 

— Aún no sé qué haré...

— ¿No sabes? Eso me ayuda bastante. Sólo te diré una cosa, no dejaré la universidad y ni mucho menos mi carrera por nada del mundo. Amo lo que hago y espero que respetes eso —dicho eso secó las lágrimas que habían salido de sus ojos y salió del carro con rumbo a su clase. 

Nicolás pegó su cabeza en el volante y echó unas cuantas maldiciones al aire antes de él también tomar su mochila y salir de su carro no sin antes colocarle el seguro a las puertas. 

Entró de inmediato. Las personas posaron su mirada en él, aunque no les hizo caso. Su mirada sólo estaba en busca de un pequeño castaño de ojos hermosos. 

Nasver se acercó a él con una mirada asesina y desaprobadora. 

— Ahora sí que te luciste, Nico, Jedward entró a su clase sin saludarme o saludar a Kayled —susurró, para que nadie escuchara.

— Eso no es nada que te interese, además ya tienes novio debes de estar con él y no jodiéndome la vida...

— Oye, Nico ¿Qué le has hecho a mi primo? —preguntó Kayled, metiéndose en la conversación. 

Nicolás no se contuvo en rodar los ojos cuando escuchó esas palabras. Los estudiantes ya estaban entrando a sus respectivas clases mientras que algunos se quedaban charlando. Se detuvieron a mitad de camino hacia las escaleras para poder conversar con más tranquilidad.  

— Yo no hice nada, simplemente tuvimos una discusion de novios y nada más —se encogió de hombros.  

— Se muy bien que no fue así, Jedward cada vez que entra a la Universidad lo hace con la cabeza en alto y hoy sólo entró con la cabeza agachada sin mirar a nadie —se cruzó de brazos.

— Eso no es nada que les importe, es discusión entre pareja y nada más, un tercero o mejor dicho un cuarto sale sobrando aquí —ajustó su mochila en su hombro y subió las escaleras para ir al tercer piso donde impartirán sus clases.

Los chicos se miraron entre sí pero no dijeron nada, era un caso perdido esos dos.  Ambos chicos se fueron hacia sus clases se fueron con rumbos diferentes, él único que tenía una clase con el pequeño de ojos hermosos era Kayled. A lo mejor él podía investigar. 

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