Capítulo 2

No sabe exactamente el motivo, pero, por alguna razón, el abrazar a esa mujer hace que un sentimiento cálido se posicione en su pecho, causando que sus ojos se cristalicen. De las pocas cosas que recuerda de su infancia, el rostro de su padre y el de esa mujer, son los únicos que lleva consigo en su memoria, y ese es el motivo por el cual ansiaba poder estar frente a ella nuevamente.

 —¡Hola, Eleanor, estoy tan feliz de volver a verte! —exclama con voz chillona, y se aferra más a ella, a pesar de no ser correspondida por la adulta.

—E-Espera… ya es suficiente. —dice, mientras alza ambas manos, evitando tocarla, y retrocede un par de pasos para apartarse.

Ante la ausencia de la mujer entre sus brazos, ella tuerce un poco la boca y baja la mirada, sintiendo una profunda tristeza invadir su ser. Era claro que eso pasaría si la abrazaba, se supone que debía haberlo previsto antes de hacerlo, pero al verla no pudo contenerse y se atrevió, ahora, al notar el rostro pálido de la mujer y sus ojos ligeramente enrojecidos, sabe que lo ha arruinado.

—Eleanor... por favor. —dice Mark, con voz suplicante.

—Yo necesitaré un poco de espacio —dice la mujer, tratando de disimular el temblor en su voz, mientras pasa las palmas de su mano sobre la suave tela de su pantalón para limpiar el sudor en ellas. —. Ahora no puedo hacer esto, y-yo... iré a revisar el horno. B-Bienvenida. —logra formular, con voz quebrada, antes de retirarse hacia la cocina con mucha prisa.

Emely suspira profundo, manteniendo la mirada puesta en sus pies. No quiere alzar el rostro y que su padre vea las lágrimas que ruedan por sus mejillas; se siente triste, dolida y desilusionada. Y quizás se deba a que estaba esperando demasiado de la persona a la que se le sería más difícil aceptarla de regreso.

—No sabes cuánto lo siento, cielo... Pero tienes que recordar lo que te dije, dale tiempo y espacio y luego volverá a hablar contigo. Ha pasado mucho tiempo. —dice Mark.

 Ella asiente con la cabeza, sin atreverse a alzar el rostro. Siente el brazo de su padre apoyándose sobre sus hombros, y luego un tierno beso en su sien derecha. Esboza una pequeña sonrisa, mientras limpia sus lágrimas con el dorso se su mano. Es un alivio saber que su padre y hermanos menores sí la quieren de regreso, y espera que con el pasar del tiempo Eleanor también pueda aceptarla.

Sí, no puede, ni debe, perder la esperanza. Esta es la única oportunidad que tiene de recuperarlos.

Continúan en el recorrido y, a pesar de que en ese momento solamente están ellos dos, no puede evitar sentirse nerviosa, sus manos le sudan y tiene el corazón acelerado. El tratar de dar una buena impresión en todo momento es realmente agotador, de alguna u otra manera.

Su padre continúa hablando de la casa, de como ella solía jugar en los pasillos, esconderse en los armarios y manchar las paredes.  Ella solamente sonríe, y asiente con la cabeza, él lo cuenta con tanta diversión, repitiendo una y otra vez la palabra “¿Recuerdas?”, pero ella no tiene ni la menor idea de lo que él habla.

En el psiquiátrico dijeron que su memoria se volvió selectiva, por lo que solo puede recordar lo que ha vivido los últimos cinco años, desde que recuperó la cordura; a su padre, madrastra y la niña que no le permitieron olvidar en ningún momento, pese a no recordar con exactitud qué fue lo que ocurrió esa noche en la que su vida cambió por completo.

La planta de arriba está compuesta por un pasillo único y cinco habitaciones. Su padre le comenta que la suya se encuentra a mitad del paso, en el extremo derecho, la de Matty y la suya se encuentran en el izquierdo y el de las gemelas en la habitación de en medio.

—Oh —exclama cuando su teléfono comienza a sonar. —. Dame un minuto, cielo.

Ella observa como su padre se aleja unos pasos para responder la llamada. Suspira profundo, permitiendo que la sonrisa se desvanezca de su rostro, y pensando una vez más en lo ocurrido con Eleanor minutos atrás. Definitivamente no debió atreverse a abrazarla, ¿qué está mal con ella? Bueno, casi todo.

Una suave risa infantil la hace salir de su ensimismamiento. Rápidamente voltea hacia los lados, buscando de donde proviene, pero solo observa a su padre tener una intensa conversación con alguien por medio del teléfono celular. Voltea el rostro hacia el extremo derecho, localizando el lugar de donde proviene la risa, la segunda habitación.

Guiada por la curiosidad, decide avanzar en dirección a aquella habitación, y una vez frente a la puerta frena en seco, sintiéndose realmente confundida al divisar lo que hay en el interior de esta; una pequeña niña que juega con un oso de peluche, sentada sobre el suelo cubierto por una suave alfombra color rosa. Frunce ligeramente el ceño, su padre no le dijo que tenía otra hermana menor.

—Oye, pequeña. —la llama. 

Cuando la niña escucha su voz, ella levanta el rostro y la observa. Emely retrocede un par de pasos al notar que los ojos de la niña son, extrañamente hasta la esclerótica, de color negro. Mantiene su ceño fruncido, en tanto la observa, estupefacta, hasta que ésta esboza una enorme sonrisa, causando que un fuerte escalofrío recorra su espina dorsal.

Abre la boca con la intención de decir algo, pero repentinamente parece que ha perdido la capacidad de hablar. Nota como la niña se pone de pie y toma su peluche en brazos, antes encaminarse hacia la puerta, manteniendo una sonrisa escalofriante en los labios, hasta que se posa frente a ella.

Justo en ese momento siente como nuevamente su respiración comienza a entrecortase

—Emely... ¡Emely! —escucha que llaman su nombre.

Parpadea un par de veces y gira el rostro súbitamente en dirección a aquella voz, encontrándose de golpe con la mirada confusa de su padre. Se vuelve hacia la habitación frente a ella, pero solo se encuentra una puerta cerrada. Abre los ojos ampliamente, sorprendida, hace apenas un segundo estaba abierta. No lo entiende, ¿a dónde se fue la niña?, ¿Quién era ella? No tiene ni la más mínima idea de qué es lo que acaba de pasar, pero sabe que la respuesta está del otro lado de esa puerta, así que toma la perilla y trata de girarla, pero está cerrada con llave.

—Emely, ¿estás bien? —pregunta su padre, confundido, mientras se acerca a ella.

—¿Q-Quién está dentro de esta habitación? —inquiere, nerviosa, mientras se gira súbitamente hacia él, viéndolo con ojos amplios.

—Nadie, cariño —responde el hombre, frunciendo el ceño. —. ¿Estás bien? Quizás ha sido mucho por hoy y…

—¿Estás seguro? —cuestiona nuevamente.

—Por supuesto, esta habitación está cerrada con llave desde hace muchos años, allí están las cosas de...— no termina la oración.

—¿Las cosas de? — pregunta, impaciente, tratando de entender qué ocurre con ella.

—Las cosas de Cindy, esa era su habitación. —dice su padre, tratando de no mostrar lo mucho que le afecta ese tema.

Emely parpadea varias veces, y vuelve la mirada estupefacta, en dirección a la superficie de madera; esa es la habitación en la que todo ocurrió, y ahí están las cosas de su hermana, aquella pequeña beba que asesinó... entonces ¿qué representa lo que vio?

—Vamos cariño. —susurra su padre, mientras avanza por los pasillos. —. Te llevaré a tu habitación para que descanses.

—Está bien. —balbucea, mientras se aleja de la puerta y camina cabizbaja en dirección a su padre.

Cuando finalmente llegan a la habitación que le corresponde, Emely muerde su labio inferior observando. Todo es tan distinto a como lo era dentro del psiquiátrico; las paredes están pintadas de color verde menta y blanco, tiene una puerta que da hacia un baño privado y un enorme armario a lo largo de la pared. Su cama está vestida con sabanas cafés, y las almohadas con fundas verdes. De igual manera, tiene un pequeño buró junto a la cama, sobre el cual hay una lámpara de noche.

—Está será tu habitación —le indica su padre mientras deja la maleta sobre la cama y se vuelve hacia ella. Lo nota fruncir ligeramente le ceño, y supone que la expresión en su rostro debe ser muy angustiante para él. —. ¿Cariño, estás bien? —pregunta, sujetándola de los antebrazos para verla fijamente.

—S-Sí, papá... estoy bien. —responde, esbozando una sonrisa. —. Esta habitación es muy linda, la cama es grande y la tela suave —comenta, acariciando la superficie de esta. —. Ah, y un baño privado, nunca he tenido uno dentro de la habitación.

—Todo esto es tuyo, cielo. Espero que te sientas cómoda aquí —comenta, mientras se aleja un poco de ella y avanza hacia el armario. —. No sabía tu talla, ni tus gustos, así que tu armario está vacío, a excepción de unos cuantos pijamas que me arriesgué a comprar para ti. Podrás llenarlo a tu parecer, de la manera que mejor te parezca. ¿Cuáles son tus gustos?

—Oh, yo…bueno, siempre he usado el uniforme del centro así que…

—Sí, tienes razón —responde, cerrando las puertas del armario, y luego rasca su nuca, nervioso. —. Bueno, pronto encontraras tu estilo… yo, ahora tengo que irme a revisar unas cosas del trabajo. Las niñas deben estar afuera, en la casa del árbol y Matty...

—¿La casa del árbol? —pregunta, cuando una especie de recuerdo cruza su mente —. Y-Yo también tenía una casa del árbol, ¿verdad? —cuestiona, sorprendida al creer recordar que ese era su lugar favorito.

—Sí, es la misma, y a las niñas les encanta estar allí. No creo que tarden en invitarte a tomar el té con ellas. —le comenta su padre, mientras se dirige hacia la puerta.

—¿A tomar el té? —murmura Emely, con un poco de nostalgia al tratar de recordar cómo solía jugar ella, pero es muy difícil. Ha perdido esos recuerdos, definitivamente ha olvidado quien solía ser.

Pasan tres horas, y, Emely aún no se atreve a salir de la habitación. Prefiere mejor explorar lo que será su fuerte, ya que sospecha que pasará ahí la mayor parte del tiempo. Entra al cuarto de baño, viendo lo limpio y organizado que está todo. Toma el bote de jabón corporal, lo destapa y lo olfatea, es un agradable aroma, es suave y frutal. Observa el resto de ellos, y casi todos son iguales, incluyendo el shampoo y el acondicionador.

Luego de ver cada objeto en el baño, vuelve a su habitación y suspira hondo, todavía no consigue que sus manos dejen de temblar, y no quiere eso, quiere mostrarse segura, y quiere que su familia la conozca tal y como ella es. Avanza hacia la cama y abre su pequeña maleta de mano para ver en su interior, está casi vacía, por lo que supone que tendrá que utilizar pijamas hasta que su padre la lleve de compras.

—¡Hola! —se escucha una exclamación a su espalda, y rápidamente gira sobre el talón en su dirección.

—¡Ah! —grita, por la sorpresa. Intenta retroceder, pero tropieza con sus pies y cae al suelo, golpeándose el trasero.

—¿Estas bien?, de verdad lo siento. —se disculpa el ojiazul frente a ella, mientras se inclina para tratar de ayudarla.

—¡Emely!... ¿estás bien? —pregunta su padre, preocupado, mientras entra a la habitación. —. ¡¿Matty?! —exclama, confundido, al ver al menor parado frente a ella.

—No fue mi intención asustarla. —se excusa el más pequeño.

—Está bien, no te preocupes —dice, mientras toma la mano de Matty para ponerse de pie, también con la ayuda de su padre. —. Gracias, de verdad estoy bien, papá —sonríe, para tranquilizarlo.

—Bien, bueno... pronto estará lista la cena, termina con lo que hacías. —dice su padre, antes de salir de la habitación para volver a sus deberes del trabajo.

Cuando Mark se retira, Emely observa a su hermano menor con una ceja arqueada.

—Eh... ¿lo siento?

Matty rasca su nuca, nervioso, antes de sonreírle mostrando todos sus dientes. Ella rueda los ojos mientras una sonrisa se dibuja en su rostro. No puede evitarlo, el niño le parece realmente adorable.

—Está bien, solo no vuelvas a asustarme así. —dice, mientras regresa a su cama para seguir revisando su maleta.

—¿No tienes más ropa? —cuestiona el niño, curioso, cuando observa dentro de la maleta.

Ella sólo cuenta con dos camisas, un vaquero y un vestido, obsequios de Lottie, su ropa interior, todo blanco, y por ultimo un cuaderno para dibujar.

—No, en el lugar de donde vengo usábamos uniforme. —comenta mientras saca el cuaderno de dibujo, su más grande tesoro.

—¿Tienes algo allí? —pregunta el niño nuevamente, mientras se sube a la cama para alcanzar a ver dentro del cuaderno.

—Solo un par de dibujos.

Abre el libro y le muestra los únicos dos dibujos que aún conservan en el cuaderno que claramente tiene muchas hojas faltantes. Uno, un hombre, para el niño es fácil reconocerlo ya que es el rostro de su padre, pero el otro dibujo, es una mujer con alas cargando a un bebé.

—¿Quiénes son ellas? —pregunta el niño, muy interesado.

Emely lo observa fijamente, indecisa sobre lo que debe o no responder ante esa pregunta.

—Bueno…ella es mi mamá, murió hace años —responde, cambiando rápidamente la página para evitar responder más preguntas. —. Hay una vieja foto, es lo único que tengo de ella. —le muestra la fotografía que mantiene entre las hojas del cuaderno para conservarla.

—Ella se parece mucho a ti —responde el niño, viendo el retrato. —. Y en el dibujo se ve igual, ¡Es hermoso!, quiero que me enseñes a dibujar. —escucha decir al menor, antes de que éste se ponga de pie y corra hacia la puerta tras oír el llamado de su madre.

Una vez a solas, ella suspira profundo, y camina hacia el baño para mojar su rostro. Al posarse frente al lavamanos, se topa con su reflejo en el espejo; tiene ojeras, se ve horrenda. Abre el grifo y se inclina para lavarse el rostro, el agua fría la relaja, se incorpora nuevamente para verse al espejo y su sangre se congela al ver a la niña, de hace horas, tras ella sonriendo nuevamente. Rápidamente se gira en dirección a donde se supone se encuentra la infanta, pero ahí no hay nadie. Guía la mano hacia su pecho y respira profundamente, tratando de calmarse. No lo entiende, realmente no entiende nada de lo que pasa, y eso la asusta.

Piensa en su padre, eso es algo que debería mencionarle. Pero, también sería un gran motivo para tener que volver al psiquiátrico, y eso es algo que ella no desea en lo absoluto.

En la planta baja, Mark se encuentra de pie en la cocina. Él mantiene los brazos cruzados y el ceño fruncido, mientras observa a su esposa ignorarlo a propósito.

—Prometiste que lo intentarías. —le recuerda.

Ella continúa ignorándolo, fingiendo prestarle su total atención a la comida que está preparando en ese momento, para luego buscar los platos y dirigirse hacia la mesa del comedor. Él suspira rendido, antes de avanzar hacia el mueble de cocina, tomar unos vasos y seguirla para ayudarla.

—¿Tú crees que esto es fácil?, esto me lastima, el que ella esté aquí me recuerda todo lo que pasó.

—¡Por favor, Eleanor!, sé que es duro, pero eso ya quedó en el pasado. Emely ya no es una niña, tiene diecisiete años, es casi una adulta y ahora más que nunca nos necesita. —le dice, con seriedad.

—¡Entonces ayúdala tú!, yo sólo me voy a preocupar de que mis hijos estén a salvo.

—¡Detente ya! —grita, exasperado, tomándola por sorpresa. —. ¿Sabes qué? has lo que desees, pero no permitiré que la trates mal por algo que pasó hace muchos años, es mi hija y no la abandonaré, no de nuevo. —sentencia, antes de girar sobre su eje para dirigirse hacia la cocina por otro plato, ya que nota que su esposa solo ha colocado cinco.

El momento de cenar llega, y Emely se encuentra realmente asustada, esta es su oportunidad de mostrarle a su familia que ella ha mejorado, de permitir que la conozcan y conocerlos, y eso le aterra. En la mesa, Eleanor se encuentra sentada en un extremo, las gemelas del lado derecho, Matty y ella en el lado izquierdo, y Mark en el otro extremo.

 Emely se muestra sumamente nerviosa, observando fijamente su plato, para evitar el contacto visual con el resto de personas sentados a la mesa, a la espera de que alguien decida romper el incómodo silencio que ha inundado la sala de comedor.

—Vamos a rezar. —dice Mark de pronto.

Emely alza la mirada y observa a las personas a su alrededor por cuestión de segundos. Todos comienzan a tomarse de las manos. Matty sonríe y luego le extiende su mano, ella le devuelve el gesto y la toma, para luego extender la suya hacia su padre. Todos inclinan el rostro y Mark comienza una corta oración de agradecimiento, en donde menciona lo feliz que se encuentra de tenerla de vuelta en casa.

Al oírlo, ella dirige la mirada hacia él —quien continua con los ojos cerrados, rezando— y con una expresión en su rostro de sumo agradecimiento, esboza una pequeña sonrisa, conmovida. Al terminar de rezar, Mark sonríe y anuncia que ya pueden comenzar a comer. Emely observa la escena que se presenta frente a ella, cuantas veces no soñó con compartir una hermosa y agradable cena familiar, y, nada de lo que había soñado se compara con ese momento, el cual supera en gran manera sus expectativas y, definitivamente está agradecida de que se le permita vivir eso.

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