CAPÍTULO 5

— Que no. — dijo ella din dudarlo — Samuel puede ser la peor persona del mundo y se merece todo lo que le pasó… pero no creo que tú te merezcas lo que se sentiría lastimar a otra persona.

La expresión de Marco se suavizó sin que se diera cuenta. Había algo tan noble y tan hondo en su preocupación por él, que casi lo hacía sentirse un poco humano.

— No, no lo hice. — aseguró tendiéndole la mano y haciendo que se sentara. Jamás había mentido tanto y tan bien. — Supongo que hay algo de cierto en que el karma existe. Cuando ese hombre salga del hospital, si es que sale, no creo que le queden fuerzas ni ganas para atacar a nadie más.

Helena se mordió los labios. Ni siquiera la policía podía hacerle a Samuel algo peor de lo que ya le habían hecho, y por más retorcido que pudiera parecer, quizás eso la ayudara a pasar la página e intentar olvidar.

Trató de desayunar algo para no tener el estómago vacío, mientras Marco le hacía conversación sobre los temas más triviales del mundo. Sabía que lo hacía solo para distraerla de otros pensamientos, y le agradecía la delicadeza, aunque inevitablemente el desayuno terminaría, y cualquier contacto entre ellos también.

— ¿Hay alguien a quien te gustaría llamar? — preguntó Marco de repente — ¿Tus amigas, quizás?

Helena pensó un segundo en Katia y Mariana. ¿Habrían pensado en ella en algún momento de la noche, al menos se habrían dado cuenta de que ya no estaba?

— No, no creo que sea lo mejor.

— ¿No se estarán preguntando a estas horas dónde estarás? — quiso saber.

— No me importa. El único que realmente se preocuparía es Gabriel y él… no quiero que él lo sepa.

La frente de Marco se nubló en un segundo. Sabía quién era Gabriel, lo que no sabía era que fuera lo suficientemente importante como para tener ese tipo de influencia en la vida de Helena.

— ¿Es tu novio? — preguntó aunque sabía que no lo era.

— No.

— ¿Quisieras que fuera tu novio?

Helena lo miró con los ojos entrecerrados. De cuando en cuando aquel hombre sencillamente la sacaba de su zona de confort y la ponía tan nerviosa que quería desaparecer de su vista.

— No, sencillamente preferiría no decirle a nadie. — contestó cortante.

— ¿Ni siquiera a tu familia? ¿No hay nadie a quien puedas llamar?

Elena se levantó despacio, poniendo a un lado la servilleta. La mañana había pasado y el sol estaba alto, y por muy cómoda que se sintiera, había en el fondo de su corazón algo que no la dejaba estar tranquila.

— Creo que será mejor que me vaya. Te agradezco mucho por todo, pero no quiero abusar de tu ayuda.

No se quedó a esperar la reacción de Marco, porque realmente no quería ver su cara impasible aceptando que le dijera adiós, y por más que le doliera, parecía exactamente el tipo de hombre con una vida tan agitada que ni siquiera la recordaría la siguiente semana.

Entró en el camarote y miró a todos lados buscando su vestido, aunque no creía que estuviera en condiciones de ser usado. Pensó al menos en un par de zapatos, porque no pudo encontrar los suyos, y estaba a punto de llevarse las manos a la cabeza cuando sintió que la puerta del camarote se cerraba a sus espaldas.

Helena se dio la vuelta solo para verlo allí, con la espalda contra la puerta, la mirada perdida en algún lugar sobre su cuerpo y la mano sosteniendo firmemente el picaporte.

— Lo siento. De verdad no sé qué me pasa contigo. — dijo él con acento frustrado — No tengo intención de incomodarte, sé que no es mi problema pero no puedo evitar preocuparme porque no tengas a quién llamar, yo… ¡no sé por qué me pongo nervioso cuando te tengo cerca!

Helena no pudo evitar sonreír, parecía un niño que no sabía cómo hablar con la niña de la clase que le gusta, y ver eso en un hombre adulto le pareció sencillamente tierno.

— No te preocupes. — lo tranquilizó — Yo también me pongo un poco nerviosa cuando estoy contigo…— Helena se enredó los dedos en el cabello — ¡Por Dios, parecemos colegiales!

— Bueno, tú casi lo eres.

Helena se deleitó en aquella sonrisa que de repente hacía las cosas más livianas entre los dos.

— Mejor dejemos ese tema para más tarde. — le advirtió levantando una ceja.

— ¿Eso quiere decir que nos vamos a ver más tarde? — preguntó Marco soltando por fin el picaporte y caminando hacia ella.

— Eso quiere decir… ¡Ah, ni siquiera sé lo que quiere decir, Marco! Nunca he estado en una situación ni medianamente parecida, y si te soy honesta no sé qué hacer. — Helena se sentó en la cama y recogió las piernas bajo la barbilla, abrazándolas — No es que no tenga a quién llamar, pero mi padre está enfermo. Está en Suiza, en un retiro de recuperación en los Alpes; la comunicación es casi imposible, y aún si no lo fuera, no quiero provocarle una angustia como esta.

Marco se sentó a su lado y pasó un brazo sobre sus hombros.

— Te entiendo, pero tiene que haber alguien más.

— No, solo somos papá y yo. Y bueno… está Gabriel, es mi amigo, pero no me gustaría que me viera en una situación así. Quizás no lo entiendas, pero ahora mismo sólo quiero irme a casa, sólo quiero estar en un lugar en el que me sienta…

— A salvo. — terminó Marco por ella.

— Sí, solo quiero sentirme a salvo. Perdóname por todo el drama, pero creo que de verdad debería irme.

Marco asintió en silencio. Tenía que haber una forma de retenerla, no había contado con que Helena fuera tan fuerte. Incluso después de lo sucedido, incluso si ni ella misma lo creía, esa muchachita tenía la fortaleza necesaria para enfrentar al mundo sola de nuevo, y él no podía permitirse perderla.

— Hagamos algo. Te llevaré a casa y así me quedaré más tranquilo. ¿Te parece?

Helena le palmeó la rodilla con condescendencia.

— Mi casa está en España, solo vine a Francia por un par de semanas para… — suspiró con tristeza — para lo que haya sido ya no importa, la cuestión es que solo estoy aquí de paso.

— Entonces te llevaré a tu hotel. No puedo dejarte andar así en taxi por todo Marsella. ¿Está bien?

Helena se dio una mirada rápida. Sí, estaba hecha un hermoso desastre como para andar descalza y sin pantalones por la ciudad, de modo que estuvo de acuerdo en que al menos la llevara al hotel.

— Te esperaré en cubierta.

Marco le dio un beso en la frente y salió del camarote mientras Helena trataba de alistarse lo mejor que podía. Revisó su cartera, en especial la llave de la habitación del hotel, y rezó a todos los dioses por que sus amigos estuvieran durmiendo todavía. Aunque después de la fiesta de la noche anterior, no le sorprendía que así fuera.

Buscó su celular y se dio cuenta de que estaba descargado. De cualquier manera era mejor así, no estaba precisamente de humor para hablar con nadie.

Cuando subió a cubierta ya Marco estaba esperándola. Bajó del barco directo a sus brazos, por alguna tonta explicación sobre que no podía andar descalza por los muelles y algo más que no escuchó porque el olor de aquel hombre sencillamente le bloqueaba las capacidades más básicas de pensamiento.

Atravesaron el muelle con rapidez y Marco la depositó con suavidad en el asiento trasero de un sedán oscuro, luego dio la vuelta y se sentó a su lado. Parecía como si intentara por todos los medios mantenerla tranquila, pero era demasiado evidente que seguían nerviosos los dos. Archer se sentó en el lugar del conductor, y después de indicarle la dirección del hotel, hicieron una parte considerable del trayecto en silencio.

Helena se sobresaltó cuando vio delante de ella las enormes puertas del hotel. Se suponía que debía reaccionar, pero no sabía cómo decir adiós. Afortunadamente, el sonido de un celular los sacó de aquel momento incómodo. Archer conectó el “manos libres” del auto y se oyó una voz llena de urgencia que los hizo poner atención.

— Archer, es Zolo. ¿El señor Santini está contigo?

— Sí Zolo, aquí estoy. — contestó Marco — ¿Qué sucede?

— Señor, acaba de llamar el abogado Ledesma, dice que el astillero de Cádiz estará listo para su inauguración antes de lo previsto.

— ¡Esa es una maravillosa noticia! — Marco se veía completamente feliz — Lo esperábamos hasta dentro de tres meses como mínimo.

— Pregunta cuándo puede estar allá, para empezar a prepararlo todo. — volvió a escucharse la voz de Zolo — Varios accionistas tendrán que viajar así que todo depende de usted.

Marco lo pensó durante un instante.

— Dile que llegaremos en un par de semanas.

— ¿Un par de semanas? — le preguntó Helena extrañada — Si tomas un vuelo puedes llegar en unas horas.

— Lo sé, pero prefiero navegar, y hace algunos meses que el Abadon no prueba alta mar. Siento que está tan impaciente como yo.

Marco la miró con dulzura, con aquella paciencia del animal de presa que sabe justo qué esperar, mientras los engranajes parecían girar en la cabeza de Helena.

— ¿Vas a ir navegando hasta Cádiz?

— Sí.

— Entonces vas a cruzar el Estrecho. — no se sabía si la afirmación era parte de algún argumento o si sólo estaba pensando en voz alta, pero de repente se detuvo como si desechara la idea — Espero que tengas un buen viaje, Marco, gracias por todo.

Archer se había bajado del auto, probablemente para tener la cortesía de abrirle la puerta, pero no llegó a hacerlo, porque antes Marco cruzó su cuerpo por delante de Helena, sosteniendo la manija de la puerta de manera que la muchacha se encontró de repente atrapada entre su asiento y el cuerpazo de Marco, demasiado cerca de su boca.

— Bonita, sé que no vas a preguntar para no darme problemas, — dijo mirándola a los ojos — pero ¿por casualidad mi paso por el Estrecho de Gibraltar puede ayudarte en algo?

Helena tragó en seco, estaban demasiado cerca, y aquello de decirle “bonita” se estaba convirtiendo en una mala costumbre que le gustaba demasiado.

— No, fue solo una idea pero… no, gracias, de verdad.

Marco se mordió el labio inferior mientras asentía. La tormenta que se estaba despertando en la cabeza de Helena y que ella misma se empeñaba tanto en controlar no lo estaba ayudando mucho.

— ¿Exactamente en qué parte de España vives, bonita?

La muchacha se rascó la cabeza con nerviosismo antes de decir:

— En Gibraltar.

Marco dejó escapar una carcajada que le sonó bastante convincente. No es que no supiera la respuesta, él sabía absolutamente todo sobre ella, pero sacarle la información le había costado más de lo que había esperado.

— Hagamos algo, bonita. Sé que no quieres estar aquí y que quieres irte a casa. Te invito a venir conmigo, si nunca has hecho esta travesía te prometo que te vas a enamorar… del mar Balear. — su boca estaba tan cerca que podía sentir cada trazo delicado de su respiración.

— No lo sé…

Se sentía peligroso, y se sentía bien. Helena no sabía cómo describirlo, pero se sentía como una pequeña gota de lluvia en medio de un terrible huracán. Él tenía razón: ella no quería continuar con aquel viaje, y tampoco estaba dispuesta a contarle a sus amigos por qué quería que se regresaran a España, pero irse con un extraño…

— Bonita, no lo pienses tanto. — su voz era profunda, y su aliento cálido, tan cerca, le hizo temblar las piernas — Zarpamos a las seis de la tarde, voy a estar esperándote.

Y más que una invitación parecía como si estuviera a punto de besarla. Helena retuvo la respiración el tiempo suficiente como para no rendirse.

— Lo pensaré. Gracias.— sonrió débilmente y salió del auto, porque si se quedaba un segundo más, probablemente fuera ella quien lo besara.

— ¡Helena! — su voz le hizo darse la vuelta — De veras voy a estar esperándote.

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