CAPÍTULO 5

— ¿Tienes hambre?

Era una pregunta un poco tonta pero al menos servía para romper el incómodo silencio que se había creado en el trayecto a casa; incómodo solo para Alessandro, porque Gaia parecía fascinada por las luces de la ciudad y por aquella carretera que bordeaba el golfo.

— Hambre, — repitió llevándose las manos al estómago, y luego hizo una mueca tan graciosa que el italiano sintió su corazón acelerarse — ¡mucha!

— ¿Qué te gustaría cenar? ¿Tienes alguna comida favorita?

Apenas preguntó ya se había arrepentido, por supuesto que ella no tenía idea de qué le gustaba. ¡Ni siquiera sabía quién era por Dios santo! Pero Gaia no pareció darle demasiada importancia y le respondió con decisión.

— Mí prueba. Tú… e…e…

— ¿Elige?

— ¡Eso! ¡Tú elige!

Di Sávallo recordó las palabras del psicólogo, Gaia podía entender todos los conceptos pero le sería muy difícil relacionarlos. Básicamente tendría que aprender a hablar de nuevo, pero por lo pronto la comunicación no resultaba imposible.

— Está bien, yo elegiré — consintió, embargado de un ataque de buen humor — y le voy a apostar a la comida italiana, te advierto que soy experto en pastas.

Gaia se mordió el labio inferior y sus ojos sonreían mientras Alessandro le describía la cena que iba a prepararle. Tardaron otros cinco minutos en llegar a la casa y una vez en el jardín Gaia saltó fuera el coche sin esperar por el protocolo de que un caballero le abriera la puerta.

Alba Di Sávallo, la matriarca del Imperio, solía decir que a las personas se les llegaba a conocer por sus pequeños actos, sus movimientos, sus sonrisas más espontáneas, y Alessandro tuvo que admitir que le gustaba aquella muchacha valiente, dispuesta, que no necesitaba de formalidades para poner un pie detrás de otro y continuar con su vida.

— ¡Guau guau!

Gaia abrazó al enorme labrador que salió a recibirla.

— Se llama Jo—Jo

— ¡Jo—Jo! ¡Preciosa!

— Precioso, — la corrigió Alessandro — es macho.

— ¡Ups! Precioso, precioso.

La muchacha pasó los siguientes minutos jugando con el perro mientras Alessandro se daba una ducha. La cena estuvo divertida, en especial porque se empeñó en que Gaia probara todas sus especialidades y ella no rechazó ninguna. Finalmente movió las manos en señal de “basta”.

— ¡Has comido muy poco! — se quejó el italiano — ¿Qué voy a hacer con toda esta comida que sobró?

— Mañana… desayuno. — rió Gaia y en aquel escaso segundo en que se llevó a los labios la copa de vino, el mundo se hizo perfecto para Alessandro.

— Gaia, quisiera preguntarte algo. — se aventuró — Para una persona que ha sufrido un trauma como el tuyo es muy difícil superar el miedo, la ansiedad, o la imposibilidad de recordar, sin embargo tú pareces… tranquila, incluso feliz.

El rostro de la muchacha se oscureció durante un largo instante, pero a su suspiro le siguió una nimia sonrisa.

— Jasper dice… mí recuerda pronto. — hilvanó las ideas mientras Alessandro esperaba pacientemente — Mí, problema hablando… mí olvida, mí no conoce. Feo… difícil, horrible.

— Entiendo. — murmuró él apartando la vista.

— Pero… — Gaia levantó un dedo como si tuviera de repente una revelación — Mí recuerdo cosas. Luna… agua… miedo. Mí morir muchas veces, muchas días. — él sabía a lo que se refería, había escuchado a muchas víctimas hablar de la lucha que era sobrevivir en el mar.— Mí recuerda, cerró los ojos y muere… ¡y Jo—Jo aparece!

— Sí, fue Jo—Jo quien te encontró.

— Viva — enumeró con los dedos— Jo—Jo, y Alessandro… ¡y pasta! Dios bendice. ¿Suficiente?

Alessandro alargó una mano por encima de la mesa para acariciar aquellos dedos pequeños que parecían decir tanto como ella.

— Tienes razón, estás viva y entre amigos. Me parece suficiente por el momento, lo demás ya se arreglará poco a poco.

Gaia volvió a sonreír, entrelazó los dedos con los suyos como si fuera algo natural y en su muy limitado lenguaje le preguntó por su día. Alessandro se entretuvo contándole las peripecias de la jornada, especialmente el hecho de que pronto terminarían las maniobras de rescate y todo el trabajo se concentraría en la recuperación de las víctimas y su devolución a sus familias.

Aquel pensamiento hizo que se levantara de repente. Como si acabara de comprender que aquella intimidad no era correcta con una mujer casada.

— Será mejor que vayamos a dormir. Debes estar agotada después de todo el esfuerzo que has hecho hoy.

La guio a la segunda planta y abrió una puerta sin mirarla.

— Esta es la habitación de mi hermano Fabio y su esposa por los pocos meses del año que pasan aquí. Hay ropa de Valentina en el vestidor, en fin… creo que te sentirás más cómoda con ropa de mujer, así que puedes elegir lo que quieras, te aseguro que ella no se molestará. Voy a estar del otro lado del corredor cuando termines.

Gaia asintió con una sonrisa y mientras lo veía marcharse se le hizo un nudo en la garganta. No se conocía en lo absoluto, pero ser obligadamente valiente parecía ser una parte medular de su naturaleza, y aun así, los cuatro metros de pasillo que la separaban de Alessandro se le hacían insoportables. Había algo en él que la hacía tambalearse como una hoja, que la hacía sentirse tranquila y protegida incluso cuando su primer instinto era romper a llorar.

Era como estar junto a un polo magnético, o junto a una hoguera en un invierno crudo, pero no estaba segura de qué era exactamente lo que la atraía hacia él. Debía medir más de un metro ochenta, y tenía la complexión ancha y musculosa de los hombres de trabajo. El cabello era de un castaño pálido, con un corte sofisticado y sexy que enmarcaba aquellos ojos como un cuadro perfecto. Era lo primero que Gaia había reconocido de él, aquellos ojos que la luz matizaba en miel.

Eligió una bata de satín azul, delicada y tan discreta que le llegaba a los tobillos, dobló con cuidado la playera y el pantalón de Jasper y salió de la habitación.

Alessandro se afanaba en arreglar la cama de una de las habitaciones de huéspedes, y a su lado Jo—Jo resoplaba inquieto, como si quisiera decirle que no lo estaba haciendo bien. Se giró al escuchar el sonido del picaporte y de nuevo se quedó helado, imaginar era muy diferente a tener delante a aquella mujer envuelta en satín y lista para irse a la cama. Sintió un latigazo de deseo que le aceleró la sangre en las venas y lo hizo darle la espalda para ocultar aquella inapropiada excitación.

— Esta va a ser tu habitación por esta noche, — dijo sin mirarla — que descanses.

Pero no logró alcanzar la puerta.

— ¡Momento! — Gaia dejó a un lado la ropa, hizo aquella mueca de cuando trataba de decir algo y no sabía cómo, y luego lo soltó todo de golpe — Por favor, quédate.

Había recordado la corrección de Jasper y eso la hizo feliz, pero a Alessandro se le dilataron las pupilas y la voz le salió ronca y contenida.

— Jo—Jo puede quedarse contigo.

— ¡Por favor, quédate!— insistió ella.

— No estaría bien que me quedara, Gaia… puedes quedarte con Jo—Jo, aquí estás a salvo, no tienes nada que temer…

Gaia alzó la mano con cuatro dedos extendidos.

— ¡Estos! — declaró — Estos noches. Mar. Sola.

— ¿Quieres decir que estuviste cuatro noches a la deriva? — tenía que ser un error, no había pasado tanto tiempo entre el naufragio del Imperial Princess y el momento en que él la había encontrado— No es posible…

— ¡Cuatro! — insistió ella — No quiero sola hoy. ¡Por favor, quédate!

—Lo siento, preciosa, pero no está bien que me quede contigo. — fue firme mientras tomaba su mano y besaba sus nudillos — Ven, acuéstate. Jo—Jo se quedará a tu lado, no te preocupes. Yo voy a estar del otro lado del pasillo.

La vio apretar las mandíbulas y asentir con resignación mientras abrazaba al perro. Así tenía que ser. La distancia era el único camino.

Alessandro se fue a su cuarto y se echó una almohada sobre la cabeza. Tuvo el sueño intranquilo y revuelto, lleno de peleas y de gritos que ya no quería recordar… De repente estaba allí otra vez, haciendo un esfuerzo por comprender que la mujer de su vida le había estado mintiendo durante meses, largándose del apartamento donde había creído encontrar su felicidad, destrozándose el alma antes de comprometer su honor porque Alessandro Di Sávallo… ¡Alessandro Di Sávallo no se enredaba con mujeres casadas!

La noche parecía infinita y dolorosa, hasta que Jo Jo gruñó por lo bajo contra su oído para luego salir disparado por el pasillo, y el italiano supo perfectamente lo que eso significaba: no se molestó en ponerse los zapatos o echar un vistazo a la habitación donde supuestamente estaba durmiendo Gaia: si el perro lo había despertado significaba que ella ya no estaba allí.

Bajó las escaleras como una exhalación cuando la vio atravesar la verja que daba a la playa, Jo Jo tiraba sin descanso de su bata pero la muchacha no parecía reaccionar.

— ¡Gaia! — gritó, pero era evidente que no podía escucharlo.

Estaba profundamente dormida, y aun

así iba otra vez de vuelta al mar, al lugar que más terror debía producirle, en el que había pasado tantas horas y luchado por su vida con desesperación…. Ahí estaba regresando. Se detuvo cuando llegó a la orilla y sintió el agua en sus pies, Alessandro se detuvo a poca distancia de ella y solo la observó. Un paso, dos, entró al agua sin un ápice de miedo hasta que las olas le rozaron las caderas y las puntas de los cabellos, y luego se quedó allí, perdida ante la amplitud del océano mientras su cara se salpicaba de sal, de luna y de noche.

Alessandro se acercó despacio a su espalda, los pantalones del pijama se le mojaron hasta los muslos y atrapó las pequeñas manos femeninas mientras jugaban con la cresta de una ola.

— Gaia, despierta. — murmuró en su oído y la sintió sobresaltarse de repente, todo su cuerpo se tensó y pudo sentir cómo su pecho se ensanchaba, a punto de gritar — ¡Todo está bien, todo está bien! ¡Soy yo, Alessandro!

La abrazó, rodeándole el pecho con los poderosos brazos y la mantuvo lo más quieta posible mientras ella se recuperaba del pánico.

— Estoy contigo, estás bien, cielo, estamos bien.

Desde la orilla Jo Jo ladraba con insistencia.

— Aquí… ¿qué..? — balbuceó entre lágrimas.

— ¿Por qué estás aquí? — intentó interpretar Alessandro y ella asintió dándose la vuelta — Estabas dormida, caminaste dormida hasta aquí. Creo que eres un poco sonámbula.

Rodeó su cintura y la arrastró hasta la arena mientras la sentía temblar.

— Tranquila, ya pasó todo, es mejor que vayamos a la casa y te pongamos ropa seca… Tranquila, me quedaré contigo el resto de la noche.

Alessandro no pudo pegar los ojos hasta bien entrada la madrugada aunque Gaia parecía estar durmiendo profundamente. Le había tomado de la mano como si fuera una cuerda salvavidas, y él se había aferrado también a ella porque aquel nudo en la garganta de verla caminar hacia el mar no se le quitaba.

— ¡Maldición! — el primer rayo de sol que le hirió los párpados hizo que Alessandro se levantara como un resorte en tanto Gaia se arrodillaba en la cama asustada — ¡Nos quedamos dormidos! Voy tarde para las maniobras. ¡Maldición!

La muchacha no contestó, pero su gesto de culpabilidad desterró en un segundo la preocupación por la hora del italiano.

— No pasa nada, Gaia. — la tranquilizó apoyando una rodilla a su lado y acariciándole la mejilla — Las maniobras de rescate terminaron ayer, hoy solo nos quedan algunos traslados y dar apoyo aéreo a los barcos que siguieron corrientes más aisladas. No es nada urgente, es solo que no suelo quedarme dormido más allá de las seis de la mañana.

— Mi culpa, siento. — susurró ella bajando la mirada.

— No tienes por qué sentirlo. ¿Por qué mejor no te bañas en lo que nos hago algo de desayunar?

Gaia asintió como un cachorrito regañado y, recogiendo la ropa de Jasper de un sillón, se metió en el baño. Alessandro frunció el ceño enojado, sin reconocer aún que le molestaba que la mujer a la que se había aferrado la noche anterior llevara ropa de otro hombre.

Sacó unos jeans y un jersey de mujer del armario de Valentina y fue a llevárselos, tan ensimismado en sus pensamientos que no se dio cuenta de que estaba repitiendo la escena.

— Esta ropa te va a quedar mucho mejor, deja por ahí la de Jasper, yo se la devuelvo más…

Otra vez aquella mano limpió una franja de vapor que le dejó ver su rostro a través del cristal de la ducha, con el otro brazo se cubría los pechos y una sonrisa pícara no tardó en emerger.

— ¿Costumbre?

Alessandro se atragantó con las palabras y se dio la vuelta para irse. Si, demonios, se le estaba haciendo una maldita costumbre ver a aquella mujer desnuda.

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