CAPÍTULO 4

Carlo metió la cabeza bajo la ducha y apoyó las manos sobre los azulejos fríos, como si eso pudiera darle un poco más de perspectiva a las muchas inquietudes que le rondaban la mente. El juego que su mujer estaba jugando le era completamente desconocido y precisamente por eso tenía que permanecer en guardia.

Había sido distinto siete años atrás, ella era una coqueta estudiante universitaria y él un idiota que la había embarazado, sin embargo esa no había sido la razón por la que se había casado con ella, le resultaba agradable, era una buena compañera para el estilo de vida que llevaba la familia Di Sávallo, era excepcionalmente buena como anfitriona y tenía unos modales exquisitos, exactamente lo que se esperaba de una dama de sociedad. Pero el nacimiento de Stefano lo cambió todo, Aitana había afianzado sus amarras y la buena vida fue entonces como la había imaginado. Se perdió entre casas de moda, viajes de retiro espiritual y tres o cuatro tarjetas de crédito ilimitadas.

El niño pasó a ser un objeto decorativo para ella, y no habían servido de nada las súplicas o los reclamos de Carlo para que estuviera pendiente de él. Y por último, cuando una demanda de divorcio se hizo inminente, se las había ingeniado para salir embarazada de nuevo y allí estaba Maya como testimonio de que un hombre podía tropezar más de una vez con la misma piedra.

Sin embargo ya era tiempo de sacar esa piedra del camino, y si antes se había negado a hacerlo, ahora Carlo estaba dispuesto a darle todo el dinero que quisiera para que los dejara a él y a sus hijos en paz.

Dos toques en la madera y luego el sonido de una puerta al abrirse con suavidad lo sacaron de su ensimismamiento. Stefano y Maya habían hecho su oído lo suficientemente fino y sabía que nadie más en la casa se atrevía a entrar a su recámara sin su consentimiento, de modo que cerró la ducha, se envolvió como pudo en una toalla y se preparó para la batalla.

— ¿Te he dado yo permiso para que invadas mi privacidad?

Aitana había pasado media tarde con Maya en brazos paseando por la casa, tratando de aprenderla, de ubicarse en aquel laberinto de salas, habitaciones y corredores. No podía quedarse en el cuarto de los niños a dormir y no sabía precisamente cuál era su recámara… o si se suponía que debía dormir con su marido.

Borró aquel pensamiento de su cabeza con tanta rapidez como lo había formulado. Carlo Di Sávallo era un medio para un fin, una forma de conocer, localizar y arreglar como pudiera la vida de su hermana. No debía mirarlo, no podía mirarlo, sin embargo aquel hombre medio desnudo al que le corría el agua desde los cabellos mojados la dejó en el puesto, inmóvil y encima, muda.

— ¿Voy a tener que ponerle seguro a la puerta de mi habitación de nuevo?

— ¿Qu… qué?

— No quiero que entres en mi cuarto, Aitana, te lo he dicho mil veces. No hay nada aquí que no hayas visto, o que necesites ver de nuevo.

Solo entonces se dio cuenta de que lo había estado mirando como una idiota, ¡y hasta había balbuceado!

— Vístete por favor. — le pidió dándose la vuelta y acercándose a la ventana — Solo vine porque hay algunas cosas que quisiera consultar contigo.

Era mentira, sencillamente necesitaba saber dónde iba a dormir y le había dicho a una de las empleadas que había perdido algo en su habitación. La mujer la había llevado directo a aquella puerta, pero por las palabras de Carlo era evidente que se había confundido.

— Tú no acostumbras a consultar nada.

— Entonces es hora de cambiar de métodos. Creo que no nos haría mal probar uno nuevo.

— ¿Un nuevo método para qué, Aitana? ¿Para que logres meterte de nuevo en mi cama? No, gracias.

— Por Dios, Carlo. ¿Quién quiere seducirte? — se volvió para enfrentarlo pero no esperaba que estuviera tan cerca. Retrocedió y se apoyó en el marco de la ventana mientras el hombre la estudiaba con detenimiento.

Había algo distinto en ella, Carlo podía sentirlo en su ansiedad, en el nerviosismo con que se aferraba al alfeizar o la forma en que desviaba la mirada para que no se encontrara con la suya. Lo presentía en la forma fresca y perfecta de sus labios, y esta vez fue él quien retrocedió. Su instinto le decía que Aitana era una mujer de cuidado.

— Tienes muchas fotos aquí. — dijo apartándose del médico para tomar una fotografía de él y los niños. A lo largo de la pared había innumerables imágenes de Carlo y sus hijos en cada cumpleaños, partiendo el pastel, soplando las velas y midiendo la altura de los festejados en una de las vigas de una glorieta del lago.

— ¿Por qué no está Lia…? ¿Por qué hay ninguna foto mía aquí? — preguntó.

— Si hubieras estado presente seguro habrías salido en las fotos, pero como comprenderás no se puede fotografiar tu llamada telefónica.

— ¿De veras me los he perdido todos? — murmuró con tristeza.

— ¡Santa Madre! No me digas que esta es tu epifanía, Aitana, porque sinceramente, no te creo.

— No. — respiró hondo y tomó una decisión — No es una epifanía pero supongo que tengo un poco más claras las cosas. Por ahora quiero consultar contigo lo referente al cumpleaños de Stefano, es en dos días y tengo toda la intención de celebrárselo como Dios manda.

— ¿Voy a tener que contratar al Circo del Sol?

— No, vas a tener que traer a toda la familia, incluyendo a su abuelo materno.

— ¿A tu padre? — Carlo la miró con desconfianza — ¿Por qué ibas a querer saber de él ahora, después de que te abandonó cuando eras una niña? 

Aitana arrugó el entrecejo y apretó las mandíbulas sin tener modo seguro de contestarle sin decir una barbaridad. Su padre no la había abandonado, la había criado como una mujer respetable y con principios, algo de lo que al parecer Lianna estaba muy lejos. No comprendía como podía haber mentido de aquella manera sobre su padre, pero fue fácil imaginar que su madre viviera en tan precarias condiciones y que, muy posiblemente, Carlo no tuviera idea de que tenía una gemela.

— Carlo, solo sígueme la corriente, por favor, déjame ocuparme del cumpleaños de Stefano, trae a tu familia y yo me encargo de mi padre. No voy a prometerte el cielo porque a estas alturas imagino que no me creerás nada, pero voy a hacer esto y no quisiera que fuera a tu disgusto. — firme sin ser grosera, se dijo, tal como lidiar con una novia nerviosa el día de la boda.

— Nada que puedas hacer por mi hijo me disgusta. Haz lo que quieras. — aceptó él con seriedad.

— Gracias. — Aitana dejó la fotografía sobre la mesa y se dirigió a la puerta con decisión — Y Carlo… por favor no me hagas la grosería de tener un plan de respaldo.

El hombre se mesó los cabellos mojados y arrugó el entrecejo.

— ¿Por qué piensas que tendría un plan de respaldo?

— Porque yo lo tendría.

Sonrió, cerrando la puerta tras de sí, sonrió porque le habían bastado unas horas para descifrar el carácter reservado y hosco de Carlo, porque le bastarían unos días para dominarlo.

Carlo respiró hondo cuando la vio salir y sin embargo eso no le produjo la sensación de tranquilidad –aún momentánea- que en otras ocasiones había sentido al verla alejarse.

Esta vez Aitana no había hecho nada por acercarse, nada por seducirlo, al contrario, si la vista no le fallaba podía apostar cualquier cosa a que la había visto sonrojarse al encontrarlo medio desnudo.

— Olvídalo. — se dijo en voz alta, como si eso lo ayudara a convencerse— Nada ha cambiado, y ella no dejará de ser una gran manipuladora.

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