CAPÍTULO 3

Aitana no cometió la estupidez de cerrar la puerta, sabía que Carlo la echaría abajo de un puntapié solo de imaginar que intentaba separarlo de su hijo, pero algo le decía que debía mantenerse lo más lejos posible de él. Se sentó al borde de la cama intentando recuperar el aliento, luchando contra lo que parecía una verdad obvia.

Pero no podía ser… Lianna no podía haber hecho algo así… ¿Con qué objetivo? Tenía que haber alguna forma de demostrarlo, de demostrar que sus suposiciones eran ciertas… entonces la respuesta se iluminó en su cabeza— el expediente médico de Stefano. El doctor que lo había atendido lo había dejado para que Carlo lo revisara.

— Debe estar en algún lugar de la habitación, sobre la mesa, o en una silla. — terminó por encontrarlo sobre una de las mesillas de noche y lo abrió con ansiedad. Lo primero que aparecía era una foto de Stefano de bebé y Aitana no pudo evitar que le aflorara una sonrisa — Stefano Di Sávallo — leyó — nacido el veintiocho de junio del dos mil ocho… — levantó la mirada y observó al pequeño con ternura, en tres días cumpliría seis años, iba a ser un cumpleaños difícil con esa escayola — Hijo biológico de Carlo Di Sávallo y…

Cerró de golpe el expediente y se dejó caer en una silla, tan devastada como si hubiera sido alcanzada por un rayo.

— ¡Dios, en qué estoy metida! ¿Qué está pasando?

Era lógico que Carlo la detestara, resultaba evidente que la quería lo más lejos posible de sus hijos, la despreciaba hasta la última fibra de su ser, si no la odiaba ya, y Aitana no sabía si tenía razón en sentirse de esa manera. Había demasiadas explicaciones pendientes.

Pasó la noche haciendo un camino sobre la alfombra, pensando en la mejor manera de resolver las cosas, quizás la única manera de comprender a su hermana era saber lo que había estado sucediendo con su vida. Se quedaría allí, ayudaría a Stefano a recuperarse y trataría de convencer al terco de su padre de que ella no era la Aitana con la que se había casado.

El amanecer la sorprendió dándose una larga ducha, se cambió y se puso ropas cómodas, y para cuando el cansancio del día anterior le permitió a Carlo abrir los ojos, ya Stefano y ella estaban haciendo una feliz incursión en la cocina.

— ¡Hola papá! — gritó Stefano con una alegría que el hombre no esperaba.

Estaba sentado sobre una silla alta en la mesa del comedor, con su pierna entablillada descansando sobre otra silla. Frente a él había un vaso con jugo de frutas y un plato. Carlo reparó enseguida en la figura que se movía por la cocina. Aitana llevaba unos sencillos jeans y una camiseta de mangas largas que se había subido hasta los antebrazos para trabajar mejor. La sonrisa se borró de su rostro, no recordaba la última vez que la había visto cocinando y sin dudas no era un buen síntoma.

— Hola, hijo. — lo saludó acariciándole el cabello — ¿Cómo te sientes?

— Mejor, ayer me dolía mucho la pierna, pero mamá dice que soy un herido de guerra y que hay que consentirme.

Carlo apretó las mandíbulas en un mudo gesto de impotencia, quizás Aitana no lo hubiera dicho con esa intención, pero él sí consideraba a sus hijos víctimas de una guerra, una que estaba decidido a terminar muy pronto.

— Eso está bien.

— Buenos días. — la voz de la mujer fue dulce pero serena, y tuvo el buen cuidado de interrogar a Carlo con la mirada antes de servir el desayuno. Sabía que no la trataría mal delante del niño, pero tal y como veía las cosas era probable que Lianna jamás le hubiera mostrado ninguna clase de respeto y era bueno sentar los precedentes.

— Buenos días. — contestó él con tono seco, pero se abstuvo de negarse a compartir el desayuno, y Aitana se dio cuenta de que, por encima de todos sus sentimientos, el médico ponía el bienestar de su hijo.

Desayunaron si atacarse mientras Stefano contaba a su padre todas las peripecias del día anterior, aumentadas por su imaginación infantil, incluyendo la parte en que su mamá llegaba para rescatarlo.

— Es increíble como los niños perdonan y olvidan.— murmuró una hora después, mientras ponía los platos sucios en el lavavajillas.

— ¿A qué te refieres? — Aitana lo escrutó con la mirada.

— A que siempre llegas, lo conquistas, lo usas contra mí, y para Stefano es como si tu ausencia no hubiera pasado.

— No es lo que trato de hacer. Está enfermo y lo cuido, es todo.

— Es cierto, está enfermo y debes pensar que tienes suerte por eso, normalmente tardas un poco más en lograr que te quiera de nuevo.

Aitana tragó en seco ante la acusación.

— Sería incapaz de pensar que es una suerte que un hijo mío se lastime. Quizás los niños saben, mejor que nadie, en quién pueden confiar y en quién no.

— Entonces Stefano tendrá que trabajar mucho en sus instintos, y ahora… Aitana, mira, el look de madre preocupada no va contigo. Mejor cámbiate y llevamos a Stefano a la casa. Allá tendrá a sus nanas para cuidarlo.

— A ver, Carlo. — dijo con tono tan firme que apenas se reconoció, un tono exasperado que solo aquel hombre le provocaba — Para empezar Stefano no necesita una banda de viejas cacatúas para cuidarlo porque estoy yo… y para terminar no veo por qué tenga que cambiarme, esta ropa es cómoda y agradable ¿o es que la mujer del señor Di Sávallo no puede usar ropa que no traiga una etiqueta de marca?

Carlo la miró asombrado ante aquel exabrupto, normalmente Aitana era conciliadora, cuando él le reclamaba algo se echaba a llorar, lo ignoraba o en el peor de los casos intentaba seducirlo. La confrontación no era parte de sus estrategias acostumbradas. Recorrió despacio su expresión desafiante, la coleta que le caía sobre el hombro derecho, la mano segura sobre una cadera.

— Te recuerdo que a esas viejas cacatúas las contrataste tú, para no tener que ocuparte de tus hijos; y realmente me importa poco cómo te vistas mientras no vayas desnuda, pero siempre has sido tú, Aitana, quien no ha querido vestir nada que no sea de diseñador.

— ¿Cuántas veces y en cuántos idiomas voy a tener que decirte que esa Aitana no soy yo?

— Dímelo en un idioma que pueda creerte: dame el divorcio.

Aitana retrocedió y bajó la cabeza. Esa era una decisión que no podía tomar por Lianna. Quizás no estuviera de acuerdo con lo poco que había descubierto sobre su hermana, pero no tenía ningún derecho a resolver algo tan íntimo como sus problemas matrimoniales.

— Lo siento. — murmuró.

Carlo se mesó los cabellos con desesperación y le dio la espalda.

— Me lo imaginaba.

El trayecto hacia la casa fue silencioso, tan áspero que Aitana casi rezaba porque una mosca pasara volando entre los dos para romper aquel incómodo silencio. El doctor se tomó el día para pasarlo con su hijo y no estuvo tranquilo hasta que lo vio debidamente acomodado y descansando sobre su cama.

— Mamá — la llamó Stefano cuando su padre mandó subirle el televisor a su cuarto — ¿puedo saltarme las clases de piano? ¿Solo por hoy, porque soy un soldado herido?

Carlo esperó la negativa con tristeza, el carácter inflexible de Aitana rara vez permitía que las lecciones que consideraba hechas para la clase social de su hijo se pasaran por alto, quizás por eso la respuesta lo puso alerta.

— ¿No te gustan las lecciones de piano? — preguntó sentándose junto al pequeño — Es un instrumento muy bonito.

Lo vio dudar por algunos segundos y responder con toda la propiedad de un caballerito que intenta no ofender a una dama.

— Preferiría otros… o aprender otras cosas.

— Es muy lindo de tu parte no decir que lo odias. — rio ella — ¿Pero si no te gusta por qué tomas lec…?

Aitana se mordió la lengua porque estaba a punto de preguntar una estupidez, era obvio que Carlo jamás habría obligado a su hijo a hacer cualquier cosa que no quisiera, de modo que debía ser cosa de su hermana.

— Hagamos una cosa. Tómate la tarde para pensar qué te gustaría hacer y después decidimos entre todos si podemos darte gusto.

Stefano miró a su padre buscando la aprobación final y luego suspiró con alegría, parecía que aquello de ser un soldado herido en combate no tenía nada de malo, aunque no esperaba que durara demasiado.

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