CAPÍTULO 3

Valentina sintió un nudo en el estómago y se puso lívida, pero aun así la sonrisa no escapó de su rostro. Si algo había aprendido a lo largo de los años era a ocultar sus reacciones y sus sentimientos como si fuera una tumba; y ya había cedido demasiado terreno dejando que Fabio se percatara de que lo deseaba.

— Mi padre no tiene nada que ver en esto. — dijo como al descuido — Mis decisiones no son asunto suyo.

— No, pero las de tu hermana sí. Hasta donde sé todavía tiene… ¿cuántos, diecisiete años?

— Cumple dieciocho en unas semanas.

— Pero hoy todavía es menor de edad, y por tanto responsabilidad del señor Lavoeu. He oído decir que tu padre es un hombre muy recto, no creo que apruebe la jugarreta que le has hecho a su desafortunado yerno.

Valentina se mordió los labios, llena de dudas, y aunque distaba mucho de ser un gesto de seducción a Fabio casi le temblaron las piernas. Era un demonio aquella mujer y lo tenía completamente loco, estaba a punto de hacer algo descabellado, irracional, totalmente impropio de un caballero, y aun así no le parecía en absoluto una idea reprochable.

— ¿Piensas ir corriendo a decirle a mi padre dónde estoy?

— No, pienso ir corriendo a decirle a dónde va tu hermana. — la sintió tensarse bajo su mano y decidió que era el momento preciso para cortar toda posibilidad de escape — Comprenderás, querida, que como abogado de prestigio no puedo permitirme ser cómplice de un secuestro.

— ¡Yo no la secuestré!

— Yo podría convencer a un tribunal de lo contrario.

Los ojos femeninos brillaron con rabia y el italiano supo que adoraría ponerla de los nervios de ahí en adelante. Lo que no sabía era que los tribunales eran la última de las preocupaciones de aquella mujer.

— ¿No crees que eso sería un poquito difícil de probar, ya que yo estaba en la boda mientras ella huía?

— No me importa, al menos me contentaré con arruinarte la fiestecita. Estoy convencido de que mandaste a Annie lejos para poder consolar a tu pobre cuñadito, para llevártelo a la cama y echarle el lazo al cuello más tarde o más temprano.

— ¿Y qué si así fuera? — lo retó ella, que ya empezaba a cansarse de sus amenazas.

— Que no pienso consentirlo. Como pongas un pie fuera de esta casa le diré a tu padre y al flamante novio dónde has mandado a tu hermana, y si es necesario hasta me sacaré una licencia especial para casarlos yo mismo, donde sea que la encuentren.

Valentina  se liberó de su agarre con determinada serenidad.

— Tú no serías capaz de hacer eso, Fabio. Esto no es tu problema.

— Tienes razón… tú eres mi problema. No pienso dejar que embauques a otro pobre incauto ni que le quites a tu hermana la posibilidad de ser feliz solo porque quieres asegurar tu futuro económico.

Valentina se mordió la lengua para no decirle lo que se merecía. Por alguna extraña razón le molestaba que precisamente aquel hombre tuviera una opinión tan baja de su persona, pero defenderse implicaría decir tal vez más de lo conveniente.

— ¿Y entonces, Fabio, que piensas hacer para impedirlo? ¿Encerrarme en esta casa?

— Mmmmm la idea me ha rondado la cabeza.

— ¡Estás loco! — ella soltó una carcajada llena de seguridad — Eso también sería secuestro.

— No si te quedas por tu propia voluntad.

— Y no quiero quedarme.

— Kilómetro diecinueve, Zona Hotelera, complejo Villas del Mar número dos mil ciento diecisiete, Cancún, México. — Fabio repitió la dirección que había tenido buen cuidado de memorizar— Le diré a tu padre.

— ¡Eso es chantaje!

— Exacto.

— ¡Maldita sea, Fabio! ¿Qué es lo que quieres?

Su alteración resultó evidente y el abogado estaba seguro de que la mención del señor Lavoeu había bastado para persuadirla aunque aún le quedaran fuerzas para pelear.

— Te quiero a ti.

— ¡Ja! — la vio echar atrás la cabeza y negar con gesto de asco — De modo que eso era. No sé cómo no se me ocurrió antes. Quieres un revolcón con una chica fácil. ¿Es eso? — dio una vuelta alrededor de él para mirarlo con deliberada lujuria — ¡Hum! No esperaba eso de ti, Fabio. No me parecías la clase de hombre  que necesite chantajear a una mujer para llevársela a la cama. O tal vez no estés tan bien dotado como parece.

Lo sobresaltó con una provocativa palmada en el trasero, pero el abogado se abstuvo de hacer ninguna observación.

— Tal vez, creo que tendrás la oportunidad de comprobarlo tú misma cuando estés en mi cama. Y no, querida, ni quiero un simple revolcón ni pretendo chantajearte para conseguirlo.

— ¿Entonces?

— Te estoy chantajeando para que te quedes aquí, conmigo, todo un mes.

Valentina le dio la espalda para que él no la viera abrir los ojos como platos. ¿Qué demonios estaba intentando hacer aquel hombre?

— A ver, Fabio, vamos a ponernos de acuerdo, quieres y no quieres acostarte conmigo, me desprecias abiertamente por ir como voy detrás de hombres con dinero, y aun así me amenazas para que me quede contigo. ¿Exactamente qué es lo que propones?

Fabio se sirvió otro trago y se dejó caer en el sofá con parsimonia.

— Ya te dije, quiero tenerte a mi disposición todo un mes. — quería darle una pequeña lección, para que la próxima vez tuviera más cuidado con la forma en que rechazaba a un hombre — ¿Qué sucederá en ese mes…? Eso ya lo veremos, pero creo que los dos nos podemos hacer una idea aproximada.

— Eres un gran manipulador. — lo acusó.

— Lo soy, en efecto, y tengo una especial predilección porque las cosas se hagan como yo quiero y cuando yo quiero. A ti, por otra parte, tal vez te sirva de algo aprender un poquito de humildad.

Valentina se mordió el labio inferior mientras valoraba sus posibilidades y la verdad era que no tenía demasiadas opciones. Había cometido una nefasta equivocación al sostener una conversación tan delicada con su hermana delante de un extraño. De cualquier forma no podía permitir que le fuera con el cuento a su padre, se había propuesto evitar el matrimonio de Annie a toda costa y si aquella era la única manera entonces así tendría que ser.

— Me quedaré.

— ¿Cómo has dicho?

— Está bien, me quedaré, Fabio. Me pasaré todo un mes en tu casa. — accedió como si nada — De todas formas no tenía ningún lugar a donde ir hasta reunirme con mi hermana. — le dio la vuelta al sofá y masajeó los hombros masculinos con una delicadeza tan excitante que lo hizo estremecerse — Pero debo advertirte, querido, que no soy ni sumisa ni fácil de complacer.

— ¿Qué me quieres decir con eso?

— En primer lugar, que cuando salga por esa puerta tu bolsillo va a estar bastante mermado, y en segundo lugar, que lo que pase en este mes será una decisión enteramente mía, y me han dado unas ganas irrefrenables… de no acostarme contigo.

Con el más ágil de los movimientos Fabio se dio la vuelta, la tomó de la cintura y la arrastró hasta dejarla sentada en su regazo. La estudió durante un largo segundo, con la respiración entrecortada por el susto y las mejillas encendidas mientras él la retenía tenazmente contra su cuerpo.

— ¡Eres…!

— Una bruja, ya lo sé, y tengo la impresión de que eso te encanta. — susurró aferrándose a las solapas de su camisa.

— Por supuesto, no me tendré que preocupar por mi conciencia, como suelo hacer cuando me llevo a la cama chicas buenas.

Valentina  podía sentir su aliento muy cerca de su boca, delineando la curva de su mandíbula, acariciándole el cuello. Resultaba evidente que Fabio Di Sávallo era un maestro en aquello de la seducción… pero ella también lo era. Siendo objetiva, el abogado era lo mejor que podía pasarle a su estrés sexual y emocional, pero si decidía acostarse con él, -que aún no lo decidía- sería bajo sus propios términos, cómo y cuándo ella quisiera.

— ¿Y cómo sabes, querido, que en el fondo yo no soy una chica buena? — preguntó con acento infantil, dirigiéndole una mirada de pura picardía.

Él se inclinó para rozarle los labios con un mordisco.

— Me lo dijo un marido viejo y rico.

La vio apretar las mandíbulas y supo que otra vez había conseguido provocarla.

— ¡Además de viejo y rico también era buena persona! — a Valentina le molestaron sobremanera aquellos dos apelativos. No tenía problemas con que Fabio intentara ofenderla, pero hablar de Thomas era algo muy diferente y no estaba dispuesta a que nadie empañara su memoria haciéndolo pasar por un vejestorio tonto y enamorado.

— Podría ser muy bueno, pero tú no lo amabas.

— No, no lo amaba. — Valentina sonrió recobrando al instante la compostura — Y él lo sabía.

— ¿Y qué clase de hombre es ese que se casa con una mujer que no lo ama? — murmuró contra sus labios.

— Uno que era diez veces más hombre que tú.

El italiano se echó hacia atrás, despacio, intentando procesar el insulto, convencido de que iba a gustarle más de lo que imaginaba pasar un mes tratando de doblegar a aquella mujer.

— ¿Estás segura, querida?

Antes de que Valentina pudiera siquiera reaccionar ya estaba tumbada en el sofá debajo de él. Fabio la exploró con estudiada suavidad. Siendo el tipo de mujer que era debía estar acostumbrada al sexo rápido y agresivo, de modo que optó por una estrategia por completo diferente. Se tomaría su tiempo con ella, el necesario para hacerla pedir más.

Valentina sintió sus manos a lo largo de su cintura y cerró los ojos. Disfrutar era algo inevitable, sentirlo cerca, excitado y aun así tan sereno, como si la reconociera, le produjo una extraña sensación de complicidad. Abandonarse a sus manos era casi obligatorio. Gimió con suavidad cuando Fabio le levantó el vestido silenciosamente y paseó los dedos por sus muslos, haciéndole saber, de una vez por todas, que tendría suerte si aguantaba una semana sin caer en su cama.

— ¿Entonces, querida, quieres repetirme eso de que tu marido era diez veces más hombre que yo?

— Al menos él no usaba el sexo como un arma para someterme.

— ¡Maldita sea! — Fabio se puso en pie de un salto y se alejó. Habría querido inmovilizar aquella malintencionada lengüita, porque cuando se movía era capaz de echar por tierra todas sus estratagemas. Dio vuelta en redondo y la puso en pie — ¡Maldita sea, Valentina, no sé cómo pero vas a acabar rogándome que te lleve a la cama!

— ¡Oh, seguro, seguro! — se carcajeó ella — Sin embargo hay más posibilidades de que seas tú quien me suplique que me meta en tu cama. Verás Fabio… puedo llegar a ser muy persuasiva.

El abogado se mordió los labios sin poder disimular su frustración y se fue hasta la barra a servirse otro trago.

— ¿Me estás proponiendo una apuesta?

Valentina no lo había pensado, pero después de todo no era tan mala idea.

— Creo que sí. Si tú cedes primero tendrás que dejarme marchar al día siguiente.

— ¿Y si cedes tú?

— Entonces me quedaré contigo todo un mes y te devolveré cada centavo que inviertas en mí. ¡Pero eso sí, en ninguno de los dos casos podrás decirle a mi padre dónde está Annie!

— En cualquiera de los dos casos habrás estado en mi cama, así que no lo haré. — consintió.

— ¡Promételo!

— ¡De acuerdo, lo prometo! — accedió él estrechando su mano — ¿Quieres que te lo ponga por escrito?

— No hace falta. Un hombre vale tanto como vale su palabra, y tú eres un chantajista manipulador, pero creo que eres un hombre de palabra.

Fabio se permitió poner cara de fingido asombro.

— ¡Vaya, cuántos halagos! Si así comienza tu plan de seducción déjame dec…

Iba a seguir hablando, tenía algo importante que decir, algo muy importante, pero las palabras murieron en su boca porque Valentina ya no le prestaba atención. Había salido a la terraza y un solo segundo de duda se había apoderado de su espíritu antes de comenzar a desabotonarse el corsé del vestido de novia.

— ¡Diablos! — murmuró — Tantas cintas, tantos encajes y lazos… ¡debí hacérselos tragar a ese idiota de Mercer!

Finalmente el último botón saltó y el carísimo traje cayó al suelo, dejándola únicamente en la ropa interior y las mallas. Valentina se las sacó despacio, de espaldas a él, y segura de que el italiano aguardaba expectante para ver cuánto más iba a sobrarle.

“¡Oh, no querido, no voy a saturarte la primera noche!” — pensó.

Y conservando la ropa interior se lanzó a la alberca con una risueña carcajada.

— ¡Demonios! — barbotó Fabio y se fue a por su primera ducha de agua fría.

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