CAPÍTULO 8

La siguiente semana transcurrió con agobiante rapidez. Ángelo cada día tenía una vida social más agitada y Malena debía investigar cada lugar y persona que frecuentaba a fin de evitar encuentros desagradables.

No podía separarse de él ni un segundo en medio de la multitud que solía rodearlo tan pronto como salía del hotel, y a veces parecía como si el italiano se metiera a propósito en situaciones que los obligarían a tener cualquier tipo de contacto físico, ya fuera un roce, un apretón de manos… incluso un coscorrón de Malena cuando hacía algo imprudente.

Y durante todo ese tiempo no había dejado de provocarla hablando de Francesca, pero la muchacha no parecía ni darse por enterada.

— ¿Qué te parece? — le había preguntado Ángelo la noche anterior, después de ver un comercial de la modelo en televisión.

— Es interesante, pero no compraría ese perfume por nada del mundo.

— No hablaba de eso. — la sonsacó él — Me refería a qué te parece ella. Quiero decir, me encantaría saber cómo piensa alguien con tu… perspectiva.

Malena comprendió la alusión en un segundo. Estaba preguntándole, abierta y descaradamente, si le gustaba aquella chica.

¿Acaso estaría intentando probarla?

— Es una mujer muy hermosa. — respondió sin dejarse amedrentar — Pero se necesita mucho más que el simple atractivo físico para que alguien me guste.

“Alguien”, caviló Ángelo. No había dicho: para que una mujer me guste; sino: para que alguien me guste. ¿Eso significaba algo o él estaba viendo solamente lo que quería ver? De cualquier modo ella no había parecido darle importancia y eso lo había llevado de nuevo a la cama enfurruñado.

Pasaban de las ocho de la noche cuando el millonario salió de su habitación, elegantemente ataviado con un traje sastre de color azul oscuro, para recibir a Francesca.

La modelo le importaba muy poco, pero quería ver el rostro de Malena durante la velada, cuando tuviera que mantenerse a una prudencial distancia de la diversión y el romanticismo que él estaba decidido a aparentar.

¿A quién miraría ella entonces?

Ángelo se sabía un hombre de sobrado atractivo, en especial cuando se vendía, como esa noche, bajo la imagen no de un corredor de rally, sino de un sofisticado magnate de los negocios. Francesca, por su parte, poseía un encanto exultante y profundamente sexual. De modo que los dos se hallaban en igualdad de condiciones.

Entonces, la mirada de Malena lo diría todo.

¿A quién miraría Malena?

Pero cuando la modelo hizo su artística aparición, enfundada en un cortísimo vestido de lentejuelas plateadas que semejaba la bola de espejos de una disco, ella no daba señales de salir todavía de su habitación.

Francesca era alta, tan delgada que desde ciertos ángulos parecía carecer por completo de curvas, y tenía un rostro simétrico, indudablemente hermoso… pero seguía siendo la bola de espejos de una disco. Tenía veintiún años y un tenis sucio en lugar de cerebro, dedicado exclusivamente a fiestas, fotos, escándalos y –al decir de sus íntimos conocidos- a cualquiera de sus obsesiones pasajeras, tan absorbentes y peligrosas que solían volvérsele compulsivas.

Si su intención era deslumbrarlo lo había logrado; solo que no deslumbraba, más bien encandilaba.

— Cuando desee su cena, señor, solo debe llamarme. — le dijo Kurt desapareciendo por la puerta principal tras dejar pasar a la modelo, y Ángelo hizo un gesto de visible desaprobación.

— ¿Y dónde demonios está Malena? — se quejó pensando en voz alta, sin reparar en que ni siquiera había saludado a su invitada.

— Aquí, Di Sávallo. ¿Cuál es el problema?

La voz sonó a sus espaldas, pero cuando se giró para enfrentarla y reprenderla por su demora la imagen le robó el aliento.

Malena se perdía en un delicadísimo vestido rojo que se pegaba a su cuerpo como una segunda piel, se abría con soltura sobre las caderas y dejaba al descubierto las pantorrillas exquisitamente delineadas.

Llevaba los cabellos recogidos en un elegante moño a la altura de la nuca, y un maquillaje sencillo que invitaba a quitarle aquel labial a fuerza de besos. No necesitaba zapatos altos para hacerla lucir más esbelta, pero aun así los tacones de trece centímetros que trepaban en una red hasta sus tobillos, tenían la asombrosa cualidad de convertir aquel perfecto trasero en la locura de cualquier hombre.

Las únicas joyas que ostentaba era un par de sencillos pendientes dorados, y en su mano una cartera diminuta, del mismo color del vestido, completaba su atuendo. Era deliciosamente sensual y el italiano se descubrió mirándola con un deseo tan evidente que provocó un ligero carraspeo de Francesca.

Teniendo delante a aquellas dos mujeres quedaba claro que no había comparación posible. Hasta un ciego habría elegido a Malena por encima de la recargada afectación de la modelo.

Pero ¿por qué demonios se había vestido así?

— Señorita Francesca. — saludó ella con fingida deferencia, porque no pretendía engañarse pensando que aquella mujer le agradaba — Después de tanta charla por teléfono me alegro de poder conocerla por fin. Y ahora, con su permiso, los dejo solos.

Se dirigió con paso decidido y rítmico hacia la puerta al tiempo que se ponía una elegante gabardina blanca, alistándose para abandonar la suite.

— Regreso en un minuto, por favor ponte cómoda.

Le dijo Ángelo a Francesca y salió casi corriendo detrás de Malena, deteniéndola justo antes de que lograra llegar a la salida. La aferró del brazo, como había hecho la primera noche, y pasó por alto el recuerdo de la violenta forma en que ella podía reaccionar a aquel gesto.

Pero la muchacha se limitó a mirarlo directamente a los ojos.

— ¿Qué sucede, Di Sávallo?

— ¿A dónde diablos crees que vas?

— Pues a salir… ¿No es obvio? — afirmó ella con una sonrisa condescendiente bailando en sus labios, y el millonario deseó poder borrarla con un beso, pero se contuvo.

— Por supuesto que es obvio, lo que quiero saber es por qué vas a salir y a dónde. — demandó con voz ronca.

— El por qué es sencillo: hoy es mi noche libre. Y el dónde no creo que sea de tu incumbencia, pero si tanto quieres saberlo creo que basta con mirarme: voy a divertirme.

— ¿Precisamente hoy?

— ¡Claro! Planifiqué mi noche libre precisamente porque pensé que, tortolitos en su primera cita, querrían tener la suite para ustedes solos. — dijo como si fuera lo más natural del mundo y no le interesara en absoluto — A fin de cuentas, todos sabemos cómo y dónde terminará la noche. ¿O no?

No quería provocarlo, no tenía ningún derecho a hacerlo, pero no pudo evitar que sus palabras arrastraran una ínfima partícula de sarcasmo cuando lo citó, y la certeza de haber tocado una fibra sensible conmocionó a Ángelo.

¿Qué se escondía detrás de la aparente despreocupación con que Malena pretendía dejarlos solos?

— ¡No puedes irte ahora! — la reprendió — ¡No consultaste esto conmigo!

— ¡A ver, Di Sávallo! — dijo la mujer concentrando en su voz toda la tolerancia que fue capaz de reunir — ¡Necesitas ponerte de acuerdo contigo mismo! Me dijiste que querías cenar con Francesca en tu suite y ahí está, esperando por ti. Me dijiste que querías comida tailandesa y van a servírtela tan pronto como des la orden. Me dijiste que no me quedara cerca y eso es exactamente lo que voy a hacer. Kurt y John se encargarán de cualquier cosa que necesites hasta mañana a las siete, pero esta noche… — y con un movimiento preciso liberó su brazo del agarre masculino — esta noche, Di Sávallo, soy libre, y pretendo ir a hacer el mejor uso posible de mi libertad.

Era una estupidez, lo sabía, era la mayor estupidez que podía cometer, pero aun así se acercó a menos de cinco centímetros de su cara y le dejó su aliento en los labios mientras lo miraba directo a los ojos.

— No me esperes despierto, querido. — aseguró con una sonrisa.

Y luego salió como un soplo de viento en pleno incendio, dejando al millonario asfixiado y preso de una ira irracional. ¿Qué había sido todo aquello? ¿Por qué no podía soportar que Malena saliera así, tan hermosa, y sobre todo por qué estaba ella tan molesta aunque intentara no aparentarlo?

Pasó la velada con Francesca completamente ausente, cavilando una razón para el comportamiento de su jefa de seguridad, y más importante, para su propio comportamiento. ¿Por qué seguía aferrándose a aquella mujer incluso sabiendo que no se sentía atraída por los hombres?

¿Porque sospechaba que no era cierto?

Sí, por eso era.

Malena era tan femenina, tan delicada, tan hermosa, y estaba siempre tan a la defensiva cuando se trataba de una confrontación con él… No tenía otra forma de ver sus constantes discusiones más que como una tensión sexual latente.

Por su parte sabía que era cierto, jamás había deseado a una mujer como deseaba a Malena, -quizás precisamente porque no podía tenerla-, y estar cerca de ella sin poder llevársela a la cama se estaba convirtiendo en un suplicio. Y aquella endemoniada chica no daba un solo indicio que lo hiciera pensar que ella sentía de manera diferente.

Jamás lo provocaba, pero tampoco cedía nunca. Si no le hubiera interesado sencillamente le habría seguido la corriente hasta que él se aburriera. Pero no era así. Malena se agarraba a la más mínima cuerda para tirar de su paciencia. ¿Por qué demonios lo hacía?

Y luego estaban las palabras que había pronunciado antes de irse. Una mujer a la que no le gustaran los hombres no las habría dicho… así. ¡Era un coqueteo deliberado! Era como si le restregara en la cara que era libre y que no la tendría, pero a la vez era como si lo retara, como si lo invitara a esforzarse un poco más.

Cuando la cena terminó Ángelo solo deseaba que Francesca se callara de una vez y lo dejara pensar con claridad. Ya había tomado su decisión: si la actitud de Malena era una reacción, como él pensaba, entonces la única causa posible era la modelo, de modo que planeaba seguir presionando aquel punto sensible tanto como pudiera.

Despidió a Francesca temprano, aquella mujer era muy molesta y en extremo pegajosa, y además no podía dejar de pensar dónde diablos estaría su coqueta jefa de seguridad.

Se cambió de ropa y se sentó en el sofá frente al televisor, esperándola más que viendo la película que estaban pasando, pero ella fue fiel a su palabra y no regresó esa noche. A las cinco de la mañana, cuando se quedó dormido, todavía no había vuelto; pero a las siete ya estaba lista, ataviada con el atuendo que era casi su uniforme de trabajo, bebiendo un café y mirándolo dormir recostado en el sofá.

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