CAPÍTULO 5

El salón principal de la casa era amplio, iluminado. A su alrededor doce ventanales enormes ofrecían un paisaje exquisito. Silencioso, relajante. Las puertas del fondo daban a la terraza, y la terraza al mar. Pero conocer aquel pequeño universo no parecía entrar dentro de los intereses inmediatos de su invitada; de modo que Ian la acomodó en uno de los sillones y regresó a la camioneta por sus cosas.

Sombra lo esperaba afuera con actitud expectante, le acarició la cabeza y el lobo le obsequió un lengüetazo de cariño. Lo había hecho muy bien con Lía, realmente bien.

Cuando por fin llegó al auto, Katherine lloraba desconsolada, con la frente pegada al volante.

_ ¡Katherine! _ la reprendió _ Prometiste que no cuestionarías mis métodos.

_ ¡Oh, no lo estoy haciendo, lo juro, no lo estoy haciendo! _ sollozó.

_ ¿Entonces por qué lloras? Sabes que jamás dejaría que Sombra o los otros la lastimaran.

Sí, Kathy conocía a los lobos. Su entrenamiento había sido perfecto y tenían muy claras las diferencias entre una orden de asustar y una orden de atacar.

_ Lo sé, no es eso, es que… ¡la hiciste levantarse!

Ian se sobresaltó. ¿Tan crítica era la situación que el solo hecho de que Lía caminara por sí misma era un avance tan significativo?

“¡Dios mío! ¿En qué me estoy metiendo”

Inquieto y pensativo abrió la puerta de atrás y sacó la maleta de ropa. Se dio cuenta de que habían olvidado cargar con la mecedora, pero eso no sería un gran problema, al menos no mayor que el que se traía entre manos.

_ Muy bien, Kathy, esto es lo que vas a hacer: _ encausar su naturaleza dominante, ordenar, le hacía poner las cosas en perspectiva _ vas a irte a casa, al trabajo o a hacer lo que hagas a estas horas, y luego quiero que me mandes un correo electrónico con toda la información que tengas sobre Lía, todo lo que recuerdes, incluida una copia de su historial médico.

Lo necesitaba para mandárselo a Carlo.

_ Está bien. _ consintió ella.

_ Ahora vete, Arturo irá por la camioneta más tarde al mismo café donde nos vimos hace un rato.

La vio perderse por el camino empedrado y se volvió para saludar a sus lobos con propiedad. Habían estado estupendos, como siempre, y pensó en cuánta ayuda necesitaría de ellos para hacer que Lía se recuperara.

Debía confesar que estaba sorprendido de que se hubiera quedado con él. Por un segundo, después del breve salto al pensar que Kinan la mordería, Ian creyó que saldría corriendo, hacia su hermana o hacia él, era lo más lógico. Pero en lugar de eso se había quedado muy quieta.

_ ¡Demonios, ojalá fuera psiquiatra! _ murmuró.

Pero solo era fotógrafo. Veía en las cosas mucho más de lo que eran, plasmaba esencias, hacía milagros con una lente de ciento treinta y cinco milímetros, pero sabía que había mucho más en aquella mujer de lo que él podía apreciar.

Cuando entró a la casa ella seguía donde la había dejado, con la cabeza levemente recostada al respaldo del sillón de piel, mirando por la ventana hacia la selva cálida y tupida que se extendía alrededor. Apoyaba el rostro en la mano derecha, y con el dorso del dedo anular se acariciaba los labios.

Estaba cansada… cansada de tantas sombras, de tantos murmullos interminables en sus oídos. Había alguien allá afuera, alguien con una mano fuerte y una voz peligrosamente… seductora. Pero no lo veía, demasiadas sombras… demasiadas…

_ Dáselas dos veces al día. _ se oyó la voz al otro lado del teléfono mientras Ian tomaba nota con aplicación _ No es un antidepresivo fuerte, porque hasta ahora solo queremos estabilizarla ¿cierto?

_ Cierto.

_ Que se tome una en la mañana y una en la noche, pero te repito, lo más importante es que esté activa. _ Carlo no era precisamente psiquiatra,  pero era el mejor médico que había conocido y confiaba en él ciegamente _ Necesita ejercicio, ocupación, movimiento. ¿De acuerdo?

_ De acuerdo. Gracias, Carlo.

_ ¿Ian? _ con treinta y tres años y un matrimonio desastroso su hermano se sentía en toda la obligación de aconsejarlo _ ¿Sabes lo que estás haciendo?

_ No, la verdad es que no; pero eso no va a detenerme.

_ Bien _ aceptó Carlo _ Mantenme informado de su evolución para poder ayudarte… ¡Y por Dios, Ian, llama a mamá! Flavia le está dando suficientes dolores de cabeza, y le alegrará saber que al menos nosotros estamos portándonos bien.

Cuando colgó el teléfono experimentó una extraña sensación de tranquilidad, sabiendo que tenía la ayuda de su hermano aunque estuviera al otro lado del mundo. Entonces sorprendió a Lía observándolo. Los cabellos rubios le caían sobre los hombros y el pecho con desordenada belleza, y las sombras violáceas bajo sus ojos la hacían parecer aún más blanca.

Ligera y débil, provocaba abrazarla, besarla, hacerle…

_ Me pregunto si seré suficiente. _ suspiró.

**********

Afuera se escuchó el ruido del motor de la camioneta, Arturo había ido por ella. El recio anciano de sesenta y cinco años era su mano derecha y la única persona que entraba a los predios con cierta regularidad. Su esposa Lupe se encargaba de la comida y la limpieza dos veces por semana, y a los dos los tenía en gran estima, en especial por su extrema discreción.

Ian guardó el correo en su archivo personal y dejó el iPad a un lado.

De modo que aquella era Lía: graduada de periodismo a los veintiún años, editora general de un respetable diario, autora de dos libros de nanas para dormir. Inteligente, audaz, decidida… hasta que su bebé había nacido con una doble circular tras treinta y dos horas de trabajo de parto. Los médicos habían tratado de reanimarla, pero había sido imposible y durante diez minutos Lía había visto morir a su hija.

Eso era todo, después solo silencio. Katherine no podía evitar llorar cada vez que la veía y Johan apenas se atrevía a tocarla.

Ian se puso en cuclillas frente a ella, de modo que quedaba un poco por debajo de su cabeza. Acarició una de sus manos y la muchacha entrelazó los dedos con los suyos y lo apretó con fuerza, como un acto reflejo.

“Tal vez sea eso lo que ha aprendido hoy.”

_ Lía, mírame.

Ella no se movió ni un milímetro. Ian le sostuvo la barbilla y la obligó a girar lentamente la cabeza hacia él.

_ Lía, escúchame. _ le ordenó. Por un segundo lo miró fijamente y un estremecimiento sutil le recorrió los labios _ Mi nombre es Ian. Esta es mi casa y vas a quedarte conmigo hasta que te sientas mejor. ¿De acuerdo?

Mutis por su parte. ¿Acaso le respondería alguna vez?

Ian intentó recordar una nana y empezó a cantar bajito, eso era lo único que parecía gustarle. Le sonrió por segunda vez en el día, pero en aquella nimia curvatura de los labios no había una pizca de alegría, no había nada.

El italiano se puso en pie y se alejó de ella, le tendió la mano y su orden fue firme.

_ ¡Vamos!

Demoró uno, dos, tres… cuatro segundos. Posó en el suelo de fría baldosa sus piececillos descalzos, se enredó en su mano como una niña pequeña y subió tras sus pasos la escalera.

_ Esta es tu habitación. _ le dijo mientras corría las cortinas para que pudiera ver el mar _ ¿Te gusta? Sé que te gustará.

Lía no contestó, parecía extasiada frente a la visión del océano que le dejaban las ventanas abiertas, sin embargo no hizo el menor esfuerzo por acercarse a la amplia terraza que se extendía por cuatro metros en el exterior del cuarto.

Faltaba poco para que empezara a anochecer y la puesta de sol era sencillamente magnífica. Ian rebuscó y encontró el estuche que había dejado allí mientras acomodaba sus cosas. Sacó una de las cámaras que usaba para paisajismo y le dedicó un par de fotos a la baranda de vieja madera del balcón, que desprendía una areola de nostálgica belleza a aquellas horas de la tarde.

Se dio la vuelta y vio que Lía lo observaba. No solía hacer aquello frente a nadie, pero con ella podía hacer una excepción: después de todo era como un muro más de la casa.

_ Ven. _ la llamó desde la terraza, extendiendo la mano, y fue como el cachorro que ha aprendido una nueva orden.

Lía demoró dos, tres segundos en comenzar a moverse. Lo hizo despacio, arrastrando los pies, pero finalmente llegó a su lado. La llevó hasta que pudo rozar con sus dedos el borde superior del barandal y se colocó tras ella. Tan cerca… sintió su espalda contra él, la curva exquisita del trasero rozándole los muslos… y se dio otra bofetada mental.

“Respira, Ian, respira”

Puso la cámara frente a los ojos de la muchacha, rodeándola con sus brazos, buscó el encuadre adecuado y lanzó una ráfaga de flashes justo cuando la marea alta rompía contra las rocas. Ella no se movió, pero el italiano encontró otro motivo interesante y la obligó a girar en la misma dirección que él lo hacía.

Se separó despacio, caminó hacia atrás unos metros y se dio cuenta de que era una pequeña estatua que respiraba. El camisón de dormir le llegaba a los tobillos, aunque en verdad no cubría mucho; era de satén claro y abierto a ambos lados hasta por encima de las rodillas.

El viento la despeinaba, haciendo batir su ya enmarañando cabello hacia la derecha, dejando al descubierto el largo escote, la espalda y los hombros desnudos. A su alrededor el cielo se hacía más rojizo y su piel más blanca. 

Ian tuvo que respirar de nuevo, porque un deseo sordo y voraz lo saltó de repente, recorriéndolo con una intensidad de la que hasta el momento no se había creído capaz. Enfocó el lente y tomó una única fotografía: Lía de espaldas, apoyada en el barandal de madera, mirando una tarde que se moría despacio… como ella.

Repasó mentalmente el correo de Katherine.

“Hay que hacérselo todo, incluso obligarla a alimentarse.”

Dejó escapar un suspiro y se encaminó al cuarto de baño de la habitación. Abrió la pila y dejó que la bañera se llenara de un agua tórrida y deliciosa.

Afuera, Lía cantaba una canción de mar.

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