Un corazón roto

Al día siguiente dos vehículos se acercaban a casa de Abi, el de Alex, conducido por un trabajador del rancho de Alex, y el suyo. No negaba sentir cierta decepción al no verlo ahí, pero sabía que los médicos tenían horarios de trabajo muy intensos.

—Gracias por traerme el auto, son muy amables.

—Con gusto señorita.

—Vengan para que les sirva un café.

—No quisiéramos molestar.

—Molestias les he causado yo, vengan por favor.

A ambos empleados les sorprendió que le pasaran a la cocina de la casa, aunque Alex era un jefe de actitud similar, jamás imaginaron que ella haría lo mismo. Después de aquel día, Alex y ella almorzaron algunas veces, él era una compañía bastante buena, aunque se sentía mal por no contarle sobre su pasado.

El sospechaba algo, le debía ser honesta, pero no podía. Salían ocasionalmente, pero de tomarse las manos no pasaban, aparentemente él la comprendía porque nunca la presionaba.

Para cuando tenían unos ocho meses en el pueblo ya contaba con buena relación con la mayoría de las personas, aunque aún no conocía al misterioso y mal encarado Edward, quién sin saberlo tenía parte del corazón de Abi.

¿Quién podía decirle a un corazón en quien fijarse? Lo único que podía hacer Abi era aceptar que nunca pudieran ser nada más que extraños. El llevaba escrita la palabra peligro en todo su cuerpo.

Así que tan solo le veía pasar de lejos. Se decía que era un hombre dedicado únicamente a su trabajo de médico, jamás habían conversado, eso a pesar de vivir en el rancho que estaba junto al suyo.

Coincidieron en algunas ocasiones, mientras compraba en el supermercado, trabajaba en el rancho o en la veterinaria. Había visto unos cuantos hombres durante sus viajes de estudio, pero como él ninguno. Alex era apuesto, bello si se quería, pero el aura de intimidación que acompañaba a Edward no tenía comparación. Tenía que medir casi el metro noventa de estatura, tenía la piel ligeramente bronceada, los ojos grisáceos más increíbles que había visto en su vida.

El cabello tenía un intenso color negro, una delgada línea blanca atravesaba el pómulo derecho, pero lejos de restarle atractivo parecía incrementarlo. Sus manos grandes y fuertes le hacían ver que era un hombre que no le temía al trabajo.

Por tan solo unos segundos se permitía fantasear con estar entre sus brazos, sintiendo como le protegía de todas las cosas que podían lastimarla. Lamentablemente era él mismo quién le infringía dicho dolor, siempre le dirigía miradas iracundas, aunque su apariencia tenía quizás, mucho que ver.

Nadie que la conociese podía decir que era la hija de la dueña, llevaba pantalones vaqueros gastados, algunas veces mientras trabajaba con Tom se ensuciaba y al ir al pueblo no se arreglaba mucho. Incluso una vez estaba revisando las cercas del lado sur cuando pasó a su lado y le dijo que parecía más un vaquero que una mujer.

Aunque no se consideraba una gran belleza, sabía que cuando se vestía con ropa limpia y dejaba su rostro libre de suciedad, algunos hombres volteaban al verla, si comparaba su apariencia descuidada con la del médico que siempre iba impecable, podía comprender un poco el desdén en sus ojos, pero aunque quisiera no podía engañarse a sí misma, los desplantes del médico la lastimaban, la fama de su odio por las mujeres le precedía y ella era una novata en temas del sexo opuesto.

Mientras tomaba algo de café, pensaba en él, su esposa se había ido con su mejor amigo.

A pesar de haberse divorciado dos años atrás, nunca se le veía socializando con nadie.

Un escalofrío involuntario sacudió su cuerpo, Edward le afectaba de formas intensas y si no se ponía alerta terminaría enamorándose de un hombre que la despreciaba.

Su primera “conversación” sucedió cuando Abi estaba en el supermercado pagando por unas frutas, iba a dar vuelta cuando casi se estrella de frente con él. La cajera, ante el rostro de desconcierto de ambos, decidió presentarles.

—Abi, no sé si conoces a Edward, nuestro médico.

—No, al menos no personalmente. Mucho gusto —le dijo al tiempo que le ofrecía la mano—

Sin siquiera dársela, mirándola con desdén y una mirada tan fría que la misma cajera retrocedió un paso, le dijo:

—Tu madre debería enseñarte a vestir mejor, además te he visto varias veces trabajando junto a Tom, imagino que mientras te matas afuera ella está dándose la gran vida. Además, a tu edad, deberías ser un poco más vanidosa, apestas ha ganado y boñiga, toda esa mata de pelo alborotada y fuera de sitio.

Las palabras se clavaron en ella como aguijones, su tez se puso mortalmente pálida y sus ojos se llenaron de lágrimas, la cajera intentó intervenir, pero una mirada de la joven fue suficiente para disuadirle. La confesión de Abi impactó tanto al médico como a la mujer, pues al igual que todos en la zona, sentían curiosidad por la madre. Les extrañaba que alguien tan joven llevara una carga tan grande.

—Tiene razón, durante toda mi vida y en especial en los últimos meses he tenido que hacer todo sola, pero mi madre no está de vaga en casa doctor, está agonizando y vinimos aquí para que muera en paz. Trabajo fuera todo el día, porque así no me vuelvo loca, quizás soy mala hija por no velarla todo el día, pero llevo años cuidándola y viéndola morir, es el único familiar que me queda, se me está yendo y no puedo hacer nada.

Ahora si me disculpa, debo regresar a mi casa.

Edward la sujetó del brazo fuertemente para evitar que saliese, no comprendía porque era tan desagradable con Abi, era obvio que sus palabras la habían lastimado, cuando la vio tan pálida comprendió que su odio estaba tornándose desproporcionado. Ni que decir de la información sobre su madre, las cosas estaban tomando dimensiones desproporcionadas, su odio acababa de lastimar duramente a una inocente.

— ¡Suélteme ¡no me conoce de nada y se ha dedicado a humillarme cada vez que me ve, no es mi culpa que su esposa le haya abandonado, quizás su maldito genio fue el causante.

La cajera estaba aún más pálida que Abi, nadie nunca mencionaba a la ex esposa del médico, aquella muchacha había tocado el punto vulnerable del hombre. Logrando soltarse y sin darle tiempo siquiera de contestar, Abi se abalanzó a la calle, estaba tan tensa que no escucho los gritos de la gente. Cuando se dio cuenta de lo que sucedía era tarde, una motocicleta la impactaba enviándola al suelo.

Por segundos, mientras salía disparada pudo ver a las personas que se acercaban, incluso a Edward corriendo hacia ella. En el momento que su cabeza tocó el suelo, un estallido de color negro y muchísimo dolor, le dejaron sumida en una oscuridad momentánea.

Edward se dejó caer junto a una inconsciente Abi, finalmente su odio había cobrado una víctima inocente. Si Abi moría nunca podría perdonarse a sí mismo. Poco después Abi abrió los ojos, intento en vano mirar alrededor en busca del hombre que la atropelló, pero la cabeza le dolía mucho.

Intentó sentarse, pero las manos del médico le impidieron hacerlo. Cerró de nuevo los ojos, deseando alejar de a poco la nube de confusión y dolor.

—Abre tus ojos de nuevo y quédate, quieta Abi…

—Me duele la cabeza.

—Ya he llamado una ambulancia, quiero trasladarte al hospital.

—No, en serio que no es nada.

—Insisto, te has quedado inconsciente un momento.

Abi se permitió descansar, pero el médico la seguía incordiando con que abriera los ojos. Al hacerlo un intenso dolor de cabeza le atravesó, pero no podía quedarse ahí a pesar de ser la primera vez que el médico no le dirigía miradas asesinas. Resultaba extraño verle tan preocupado, sus manos se sentían tan bien, le ofrecían consuelo y calidez. Si antes había sentido fascinación por los ojos de médico, en aquel momento iba a perder el control.

Los murmullos a su alrededor incrementaron en cantidad e intensidad y eso la puso nerviosa.

Contra todo pronóstico el médico parecía conectar con ella, se dio cuenta de su incomodidad y entonces, por primera vez desde que se había puesto a revisarla, levantó la vista y la dirigió a los curiosos. Había más de treinta personas rodeándoles, el motociclista estaba viendo todo con una expresión atormentada y en él surgieron emociones que pensó dormidas…inexistentes.

¿Y qué hace un hombre tenso, que se debate entre el odio y la desesperación?

Grita

— ¡VAMOS YÁ! ALÉJENSE DE AQUÍ. NO HAY NADA QUE VER.

En aquella ciudad la palabra de Edward parecía ser la ley, los curiosos se alejaron, aunque no por completo al menos a una distancia prudente. Abi estaba incómoda, no sabía bien si prefería al déspota o al protector.

Comenzó a levantarse, fue entonces que el médico dejó de lado sus gritos hacia los curiosos y le prohibió que se levantara. Abi decidió hablarle de forma brusca, debía evitar que sus emociones le delataran.

—Maldición Abi, acuéstate.

—Nadie me dice que hacer, tengo 21 años. No se preocupe doctor, no pienso meterme en su cama, solo quiero vivir en paz, sin temer entrar a la misma tienda en la que se encuentre usted.

Se puso de pie sin lograr disimular una mueca de dolor que no pasó desapercibida para el médico. A Edward ninguna mujer le había plantado cara de esa forma, de pronto experimento un sabor agridulce en la boca del estómago. Cuando la había visto salir por los aires pensó que su corazón se iba a detener. La creciente tensión, más las emociones le desbordaron los nervios e hizo lo más lógico o lo que al menos le pareció serlo.

¡Se fue a encarar al motociclista!

El hombre le vio venir e intentó retroceder, pero el puño del médico se cerraba sobre el cuello de su camisa.

Los curiosos se mantuvieron en total silencio. Cuando la ex esposa de Edward le abandonó la gente esperó esa reacción, especularon sobre cuánto tiempo pasaría antes de que fuese a buscar a su amigo y les moliera a golpes.

Pero no hizo nada, por eso era lógica la curiosidad y el desconcierto ante la reacción del médico, conocido por su ecuanimidad y cabeza fría. Abi estaba horrorizada, el pobre hombre estaba cada vez más pálido, por eso se acercó a Edward y colocó su mano sobre la de él.

—Basta doctor, estoy bien.

—Nadie debe viajar a tanta velocidad.

—La culpa fue mía, deje a ese hombre.

—Debería matarlo…

— ¿Por mí? ¿La andrajosa del pueblo? Déjelo ya doctor, me marcho al rancho.

Edward recuperó la cordura y le soltó, Abi se acercó al motociclista que estaba lívido del susto y le tranquilizó. El hombre siguió su camino y a Edward le pareció extraño que en la situación tan precaria en que debían de vivir ella y su madre, no aprovechara para demandar al hombre. Ella, como leyendo sus pensamientos le dijo:

—No todos buscan algo de los demás, fue mi culpa y es él quién debería demandarme por el susto que le he dado, eso sin olvidar su actitud doctor. ¿Sabe? Algunas personas son felices con pocas cosas, la ropa no hace a la persona sino su interior. Mírese usted, un bruto, engreído, salvaje y grosero. Apuesto a que uno de sus pantalones vale lo que cuestan seis de los míos.

Estaba cansada, pero cuando vio algunos rostros sonrientes entre la multitud se sintió eufórica, aunque no podía hablar por Edward, lucía como si necesitara un buen antiácido. Pues bien, se lo merecía, sus emociones estaban descontroladas por su culpa.

Abi comenzó a caminar hacia su vehículo, un auto que unos treinta años atrás habría necesitado arreglos. Contrastaba un poco con el lujo presente en la casa del rancho, pero cómo nadie del pueblo iba hasta allá, ignoraban las posesiones que abarrotaban el lugar. Ese auto viejo era parte de la fachada que asumieron para ocultarse.

Mientras tanto, el tenso Edward la veía alejarse. Aquella pequeña mujer le había dejado sin palabras. A pesar de su actitud de ogro y cretino hacia ella, Abi no le temía. Cuando se había divorciado de su exesposa, en el pueblo apenas si le veían a la cara, sus pacientes normalmente conversadores, acudían a sus citas, le hablaban lo mínimo y se marchaban.

Todos parecían temer decir o hacer algo que liberara toda la ira y rencor que sentía. Ahora venía Abi, quién tenía motivos de sobra para temerle y le gritaba en media calle, dejándolo no solo impactado sino también mudo.

Maldiciendo toda la situación decidió que tenía que disculparse, así que corrió a buscarla. Edward imaginó que estaría hecha una furia, pero la mujer que lloraba desconsoladamente no parecía ser la misma fiera que le había plantado cara.

Sin pensarlo dos veces abrió la puerta del conductor y la abrazó, al principio ella se tensó, pero luego aceptó su consuelo. Extrañamente al tenerla entre sus brazos sintió que encajaba ahí, como si sus cuerpos estuviesen hechos el uno para el otro.

—Lo siento mucho Abi, dejé que mi resentimiento hablara en el supermercado, juzgué una situación y dije cosas que te lastimaron, por si fuera poco, ese maldito viejo te atropelló.

—Me asustó usted doctor, parecía como si quisiera matarlo.

—Eso quería, aunque aun no entiendo por qué. Háblame de tu madre.

—Es todo tan difícil, la veo apagarse frente a mis ojos, mi abuela murió hace unos meses y eso contribuyó a que su ánimo decayera. No puede ir al baño sola, está siempre débil…

—Hagamos algo, te voy a dar esto —le dijo al tiempo que le sujetaba una mano, le abría la palma y colocaba dentro una tarjeta—   Si necesitas ayuda me llamas, sin importar la hora.

—No lo entiendo, me han dicho que odia a las mujeres. Hace un momento fue tan desagradable…

—Le gente exagera, no salgo con mujeres eso es todo, pero nosotros no vamos a tener citas, les ofrezco mi amistad a ambas.

—De acuerdo.

— ¿Segura estás bien? El golpe fue fuerte.

—Estoy bien, de verdad… y… gracias.

En ese momento llegó Alex, alguien había entrado para avisarle sobre el accidente. Pasó junto a Edward sin siquiera mirarlo.

—Abi…

—Estoy bien, solo fue el susto.

— ¿Segura? Es la segunda vez desde que llegaste a esta ciudad, que tienes un accidente.

—Salí y crucé sin fijarme. Además, sabemos que aquel auto no iba destinado a matarme.

— ¿Cómo que matarte? Pensé que solo había sido un accidente.

—Eso no te incumbe Edward, has hecho ya suficiente por Abi.

—Claro que sí, por eso pregunto.

—No tienes derecho a meterte en la vida de Abi.

—Eso lo decide ella, Alex.

Abi miraba de uno a otro con creciente curiosidad. Si no supiese que Edward odiaba a las mujeres y a ella en lo personal, podría asegurar que estaba en presencia de dos hombres celosos. No, debía ser simple curiosidad del doctor Carter.

—Alex, no veo nada malo en contarle al doctor. Como bien sabe usted, hace más de ocho meses un coche casi me atropella, pero el responsable volvió a preguntar cómo me encontraba. Su carro se había quedado sin frenos. Ahora les dejo, estoy muy cansada.

— ¿Puedes manejar?

—Claro, este auto es automático. No seas tan sobreprotector Alex. Nos vemos luego.

—Primero déjame al menos, revisarte las pupilas, si están ligeramente dilatadas, te mando al hospital.

Todo estaba en orden, pero cuando le tocó el hombro, a Abi le fue imposible disimular el dolor. Pero tras moverlo para mostrarle que era solo el golpe, Alex la dejó marcharse.

—Bueno, vete a casa, si me necesitas llámame.

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