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Enero 1999

Mientras miraba por la ventana el jardín que fue suyo por años sintió un gran pesar, pues cada rincón guardaba sus secretos más íntimos. Toda niña sola charla con los árboles, las piedras el viento. Y cuando era pequeña le contaba sus tristezas al viento para que este se las llevara lejos y aunque no funcionaba, al menos podía desahogarse. Irse apestaba, no poder quedarse apestaba. Pero aunque gritase nada sucedería, porque aunque ella elevase la voz, no sería escuchada. Estaba acostumbrada a ser una voz sin sonido.

Pero dolía.

Algunas personas quizás eran como ella, no era tan egocéntrica como para pensar que ella era la única hija que sufría con papás que parecían no preocuparse por ella. Pero a veces la frialdad de sus progenitores se le hacía exagerada. ¿Para qué tenerla entonces? ¿Por qué no darla en adopción? ¡Ah sí, las apariencias!

Nítidamente venían a su mente las largas horas de juegos y conversaciones que mantuvo con árboles y arbustos, sus únicos amigos de infancia a parte de él. No podía ser malagradecida con la vida, tenía un solo amigo.

A simple vista Morgan era vista como una persona afortunada pues económicamente no le faltaba nada, era hija de uno de los hombres más ricos de la ciudad. Parte del dinero provenía de herencias que avanzaron de generación en generación. Su padre Christos Meyer era un empresario retirado. Aunque nunca había necesitado del dinero para vivir, manejaba la empresa de exportaciones familiares para aumentar su fortuna.

Lamentablemente la gente a su alrededor ignoraba que a pesar de que su posición en la sociedad era fuerte, no era feliz. Hubiese dado todo el dinero por una cena en familia, un queque de cumpleaños, un regalo de navidad.

Para sus padres esas eran cosas comerciales, ser un año mayor no significaba nada salvo que pudiese convertirse en el hijo varón que anhelaban. Y no lo decían abiertamente, pero era claro porque a su amigo, al que querían como a un hijo le enviaban regalos en navidad o en su cumpleaños.

Así que no era un asunto de que fuesen fechas comerciales creadas por una sociedad consumista —discurso de su madre cuando jugaba Bridge en el club social mientras comía caviar—

Llegó un punto en el que empezó a simular que no dolía, —decir que no lo hacía sería mentirse— pero dejó de esperar siquiera un beso en su cumpleaños—

Por lo mismo acostumbraba construir muros a su alrededor y muy pocas personas podían atravesarlos. Ni siquiera él. Repentinamente sintió una mano sobre su hombro y sin poder evitarlo reaccionó con temor. Tanto él como sus padres sabían que sus nervios no eran siempre los mejores, cualquier cosa era capaz de asustarla.

Al volverse hacia el causante de su miedo una triste sonrisa acudió a su rostro pues pasarían muchísimo tiempo sin verse. Cualquier otra persona o odiaría. Alto, guapo y simpático era el epítome del hombre perfecto, sin olvidar que era a quien sus padres querían como hijo. Pero no era su culpa, él nunca había alentado dicho comportamiento. Incluso lo ignoraba. Por años supo que un día él se iría, seguiría el camino de su papá en las fuerzas de la ley. Pero siempre aquello le pareció algo muy lejano.

Para ella era su mejor amigo,  casi un hermano. En las pocas ocasiones en que su padre se sentaba a  charlar con ella  no le dedicaba más de diez minutos —en los que le pedía detalles de lo que aprendía en clase— debido a su apretada agenda social, y entonces él acudía a llenar esos espacios vacíos.

—Te asusté de nuevo y lo siento, pero cada vez estás más nerviosa.

—Toda esta situación me tiene tensa y ansiosa además de algo…

— ¿Triste?

—Un poco.

Morgan miraba fijamente por la ventana como si buscase fundirse con aquello que captaba su atención.

—Ese jardín está como congelado en el tiempo… ¿Verdad?

—Pasamos grandes momentos allí Morgan.

—También tristezas, recuerdo que cuando supiste sobre el divorcio de tus padres te refugiaste en nuestro fuerte.

—Solo tú supiste encontrarme.

—Bueno, a fin de cuentas nadie me hizo caso. Tuve que convencerte de salir lo que no fue fácil  de lograr.

—Tenías cinco años, ¿cómo era posible que supieras dónde me escondía?

—Éramos como hermanos. Tenías trece años pero me tratabas como a tu compinche.

—Voy a extrañar todo esto. Deberíamos despedirnos del fuerte antes que lo tiren.

—Me encanta esa idea.

Tirar el fuerte, deshacerse de todo. Ahí no importaba si ella amaba ese lugar.

Caminaron de la mano durante cinco minutos hasta llegar al viejo roble. La casa que le había dado un hogar durante toda su vida pasaría a nuevas manos. Con ella entrando en la universidad y sus padres ya mayores, no tenía sentido alguno conservar aquel lugar, de acuerdo a su forma fría de ver las cosas. Su padre le había preguntado si la quería y aunque se había visto tentada a hacerlo, era demasiado cara.

—Hemos llegado.

Tras sentarse a observar el atardecer ambos guardaron un cómodo silencio, minutos después vino la pregunta que rondaba la mente de Morgan.

— ¿Te gusta tu vida?

—Bastante, el FBI fue mi sueño siempre.

—Debe sentirse bien ser  tú.

— ¿No te gusta tu vida?

—No es eso, pero me gustaría que mis padres se interesaran más por mí que por su vida social.

—Te aman, Morg.

—A su manera, pero siempre la pasan en el club o  recibiendo amigos. Aún no sé por qué me tuvieron. Christos Meyer e Isabella Galesia tienen demasiado que hacer como para que su hija se les atraviese en el camino.

— ¡No digas esas cosas!

—Mamá se embarazó por accidente, ¿qué mujer a los cincuenta y tres años se preocupa por eso? De todas formas solo quieren jugar golf o canasta en el club.

—Pero tus padres son bastante vitales aún.

—Lo sé pero… no si se refiere a mí, pasé la vida entre niñeras, viéndoles marcharse con sus amigos. ¿Acaso no recuerdas la fiesta de cumpleaños que hicieron para mis catorce? Fue un desastre absoluto.

—Nunca entendí eso, cuando llegué esperé ver amigos tuyos pero el lugar tenía solo gente mayor, bebidas alcohólicas...

—Según mi padre ya estaba en edad de actuar como heredera de su imperio. Por suerte llegaste para charlar conmigo. Tampoco tenía amigos pero sus socios tenían hijos y ni con ellos podía jugar. Nunca recibí un obsequio en navidad o en mi cumpleaños, los consideraban estupideces de una sociedad altamente consumista.

—No puedo creerlo. Pero siempre tuve esa duda. Nosotros, papá y yo te dábamos juguetes, nunca te vi usarlos y según tú papá, no te gustaban.

—Nunca me dejó usarlos. Los tiraba a la basura porque, distraían mi cerebro.

—Morgan…lo siento. No entiendo eso, a mí…

—Lo sé, te daban regalos y caros. Tu primer auto fue su regalo y cuando quise uno mi padre me abofeteó. Me dijo que era una consumista.

—Si lo hubiese sabido…

 —Pero es que no es tu culpa, solo sé que nunca fui suficiente. Me trataban como a un robot.

—Papá le reclamó eso a lo largo de los años. Comprendía que te habían tenido siendo bastante mayores, pero no aceptaba el aislamiento al que te sometieron. Y ahora qué sé lo que sufriste, lo comprendo menos. Además esta propiedad podría conservarla y añadirla a tu herencia.

— ¿Herencia? Ya han dispuesto todo a obras de caridad. Papá cree que debo ganarme las cosas. Hace un par de meses me dijo que si la quería podía pagársela. Como obviamente es una suma impagable ayer formalizó la venta.

— ¿Tío Christos dijo eso? Es absurdo.

—No para él. Recuerda que me ve como un débil eslabón en su árbol genealógico. Siempre deseó un varón y cuando habían abandonado la idea de tener hijos nací yo.

—Morgan, no sé qué decir.

—No digas nada. Hay algo que de todas formas nunca comprendí muy bien. Tío Joe tiene tan solo cincuenta y seis años, por eso me cuesta imaginar cómo es que  se lleva tan bien con papá que pasa de los setenta.

—Se hicieron amigos cuando mis padres se mudaron a este barrio, Papá siempre fue un alma vieja y encajaron de inmediato. Yo visité esta casa muchas veces, con mamá cuando venía a charlar con tu mamá o con papá cuando venía a ver al tuyo.

—Papá te mostró todo sobre su empresa, eras el hijo que nunca tuvo.

—No es cierto.

—Hay tantas cosas que no sabes.

—No estés triste.

—No lo estoy, me acostumbré a ello desde pequeña. Cuando te marchaste a uno de esos campamentos para los hijos de los agentes, se quedó deprimido.  Aquella vez cumplí ocho años y tu dieciséis,  me dijo que cuando mamá quedó embarazada estaba eufórico ya que ansiaba alguien como tú,  pero que en la vida muchas veces las cosas no salían como uno quiere. Me dijo que siempre pensó que te atraería su negocio y que quizás lo heredarías algún día.

— ¿Cómo pudo decirte eso? ¿O tan siquiera pensar que aceptaría heredar lo que por derecho es tuyo?

—No me querían, sus amigos venían a cenar casi a diario y solo me dejaba quedarme a saludar. Cuando me marchaba le escuchaba decirles que su empresa no iba a quedar en manos competentes.

—No entiendo como no me odiaste.

—No tenías la culpa, era mía.

— ¿Tuya?

—Sí, a fin de cuentas no nací varón.

—Deja de decir estupideces.

—Papá me contó que cuando se enteraron que iban a tener una niña, pensaron que  estaría mejor en un internado. Me cuidarían hasta los cuatro años y luego me pondrían en alguno, pero el tío Joe les dijo que eso sucedería sobre su cadáver, que ambos eran más que capaces de cuidarme.

Parece ser que fue muy influyente pues sigo aquí.  Por eso él les dijo que sería mi padrino, para velar porque las cosas se mantuviesen lo más normal  posible.

— ¿Por qué papá nunca me dijo nada de esto?

—Se suponía que nadie lo sabría, pero una noche de tragos papá me dijo que debería agradecerle al tío Joe el estar aquí y me contó toda la historia.  Espero poder  verlo mientras estoy en la universidad.

—No veo porque no, tus padres están comprando una casa más pequeña en este mismo barrio, pues dicen que no quieren que pierdas esa conexión con tu infancia o la cercanía con nosotros.

— ¿Pero de que infancia hablan? Crecí llena de soledad, tutores y sin amigos cercanos. Hay que ser honestos, ellos compran la casa nueva únicamente por su cercanía con el club.

—Quisiera que todo fuese distinto.

—Pero no lo es. Cuéntame algo,  ¿el tío Joe piensa seguir trabajando?

—Sí, anoche mismo hablamos sobre ello. Le han ofrecido un puesto como asesor e instructor de novatos en Quántico, Virginia pues se siente viejo para seguir en misiones. Solo tendrá que viajar unos cuarenta minutos desde aquí. El FBI es su vida entera, no me lo imagino haciendo otra cosa.

—Ni yo.

— ¿Y al fin de cuentas qué has decidido estudiar?

—Administración, papá dice que es necesario para que maneje la empresa.

— ¿Y qué quieres hacer realmente?

—Estudiar arte.

—Aún estás a tiempo, sabes que tu padre tiene gente capaz de manejar la empresa.

—Lo sé.

—Debo irme pequeñaja, vamos que te acompaño a casa.

—Vete tú, aún quisiera quedarme un rato.

—Bien, nos vemos mañana, tu madre me ha invitado a almorzar.

—De acuerdo.

Mientras le veía encaminarse a la casa, Morgan pensaba en su futuro. Mark siempre había sentido fascinación por los agentes del FBI. No tenía duda alguna que era tan bueno como Joe, pero sería extraño no verlo tan seguido. En cuanto a los padres de ambos, estos habían unido sus familias con la esperanza de que con el tiempo ella y Mark se enamorasen, pero les había salido mal y se amaban como hermanos.

Para cuando emprendió el camino de regreso eran casi las ocho.  Llegó a casa  poco después para encontrar todo en penumbras. Sus padres, como cada martes en la noche, tenían su reunión de amigos en el club. Tras encender la luz del recibidor fue directo a su cuarto. Acababa de comenzar a subir las gradas cuando escuchó un ruido tras de sí. Antes de poder reaccionar alguien le golpeó en la cabeza.

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